/ viernes 25 de febrero de 2022

¡… A la altura del arte…!

Fue Cuauhtémoc “El águila que cae” último emperador de los mexicas. Resistió la derrota, hasta donde la superioridad de las armas enemigas, las epidemias, el hambre y la sed le permitieron. Pero finalmente se “derrumbó”. Capturado al escapar, fue prisionero en garantía para evitar levantamientos, siendo los españoles unos cuantos y los originarios cientos de miles. Fue el gran señor después de Moctezuma, vencido ante el empuje de la bárbara invasión llegada de ultramar.

En los siglos, el imperio mexica había tejido una imponente dominación política y económica hasta Centroamérica. Elaborado una cultura extraordinaria y admirable concepción del mundo y religión, que tenía por “ombligo” del universo, a la imponente Tenochtitlan. Pero al vencer, el Codicioso invasor ambicionaba la riqueza y de mil maneras reclamaba al vencido el tesoro del imperio. La pacificación social de la gran nación era solo un mito.

En el norte y en el sur de Mesoamérica, las diversas culturas ensayaban los tambores de guerra. Los mexicas, habían dominado impuesto, tributos desmedidos a los pueblos locales lo que a la postre, resultó en su contra. Porque se aliaron con el hispano y este último al vencer, la única forma de sometimiento que encontró fue el salvajismo y la brutalidad. Porque la derrota militar ya era un hecho, pero no la conquista espiritual. Por eso, hubo que “aprisionar” al Huey Tlatoani Cuauhtémoc. No perderlo de vista, impedir que encabezara rebeliones. Había que exterminarlo.

Por eso, el español, pretextando exploraciones, lo llevó al sureste y el veintiocho de febrero de mil quinientos veinticinco en un pueblo de Campeche lo torturó y asesinó. Por fortuna, mexicas y chontales, trajeron su cadáver a Ixcateopan, para sepultarlo con dignidad. En mil novecientos cuarenta y nueve, el veintitrés de septiembre, sus restos fueron rescatados por Eulalia Guzmán y aunque tres veces el oficialismo desestimó aquel descubrimiento, los pueblos nativos intuyen con certeza que se trata de su líder. De ahí que, infinidad de peregrinos regionales, acudan a rendir homenaje al héroe amado.

Cuauhtémoc es la leyenda del águila “apedreada por el rayo”, vencido por la circunstancia histórica, las tradiciones y las supercherías. El y Cuitláhuac, “son los últimos a la altura del arte”. Después vendrían siglos sombríos, sollozantes, esclavizantes y de guardada tristeza para los originarios, que no obstante los siglos, aun no terminan de ajustar cuentas con la historia.

Al momento de ser descubierta su osamenta, las naciones originarias “se conmovieron hasta el delirio, la exaltación y las lágrimas”. Ixcateopan se arrodilló, rezó y lloró por la emoción. Los pueblos vecinos en procesión adelantaron el paso hasta el sagrado sitio. Y ese día el “águila caída” levantó el vuelo hacia la eternidad. Aunque somos una nación que necesita valorar las poderosas y originarias raíces que la histórica desgracia cercenó, pretendiendo impedir su proliferación y continuidad.

  • Cada veintitrés de febrero, los pueblos prehispánicos claman y vibran con sonido de ayoyote y tumbar de teponaxtle en nuestros corazones. Los cimientos de la gran patria, que descansa en dos columnas, el originario se abre paso entre las borrascas de la opresión pretendiendo alcanzar la luz del sol.

En la historia de México, es Cuauhtémoc el águila “apedreada por el rayo”, que levantó sus poderosas alas, para alcanzar la gloria celeste de la eternidad.

Fue Cuauhtémoc “El águila que cae” último emperador de los mexicas. Resistió la derrota, hasta donde la superioridad de las armas enemigas, las epidemias, el hambre y la sed le permitieron. Pero finalmente se “derrumbó”. Capturado al escapar, fue prisionero en garantía para evitar levantamientos, siendo los españoles unos cuantos y los originarios cientos de miles. Fue el gran señor después de Moctezuma, vencido ante el empuje de la bárbara invasión llegada de ultramar.

En los siglos, el imperio mexica había tejido una imponente dominación política y económica hasta Centroamérica. Elaborado una cultura extraordinaria y admirable concepción del mundo y religión, que tenía por “ombligo” del universo, a la imponente Tenochtitlan. Pero al vencer, el Codicioso invasor ambicionaba la riqueza y de mil maneras reclamaba al vencido el tesoro del imperio. La pacificación social de la gran nación era solo un mito.

En el norte y en el sur de Mesoamérica, las diversas culturas ensayaban los tambores de guerra. Los mexicas, habían dominado impuesto, tributos desmedidos a los pueblos locales lo que a la postre, resultó en su contra. Porque se aliaron con el hispano y este último al vencer, la única forma de sometimiento que encontró fue el salvajismo y la brutalidad. Porque la derrota militar ya era un hecho, pero no la conquista espiritual. Por eso, hubo que “aprisionar” al Huey Tlatoani Cuauhtémoc. No perderlo de vista, impedir que encabezara rebeliones. Había que exterminarlo.

Por eso, el español, pretextando exploraciones, lo llevó al sureste y el veintiocho de febrero de mil quinientos veinticinco en un pueblo de Campeche lo torturó y asesinó. Por fortuna, mexicas y chontales, trajeron su cadáver a Ixcateopan, para sepultarlo con dignidad. En mil novecientos cuarenta y nueve, el veintitrés de septiembre, sus restos fueron rescatados por Eulalia Guzmán y aunque tres veces el oficialismo desestimó aquel descubrimiento, los pueblos nativos intuyen con certeza que se trata de su líder. De ahí que, infinidad de peregrinos regionales, acudan a rendir homenaje al héroe amado.

Cuauhtémoc es la leyenda del águila “apedreada por el rayo”, vencido por la circunstancia histórica, las tradiciones y las supercherías. El y Cuitláhuac, “son los últimos a la altura del arte”. Después vendrían siglos sombríos, sollozantes, esclavizantes y de guardada tristeza para los originarios, que no obstante los siglos, aun no terminan de ajustar cuentas con la historia.

Al momento de ser descubierta su osamenta, las naciones originarias “se conmovieron hasta el delirio, la exaltación y las lágrimas”. Ixcateopan se arrodilló, rezó y lloró por la emoción. Los pueblos vecinos en procesión adelantaron el paso hasta el sagrado sitio. Y ese día el “águila caída” levantó el vuelo hacia la eternidad. Aunque somos una nación que necesita valorar las poderosas y originarias raíces que la histórica desgracia cercenó, pretendiendo impedir su proliferación y continuidad.

  • Cada veintitrés de febrero, los pueblos prehispánicos claman y vibran con sonido de ayoyote y tumbar de teponaxtle en nuestros corazones. Los cimientos de la gran patria, que descansa en dos columnas, el originario se abre paso entre las borrascas de la opresión pretendiendo alcanzar la luz del sol.

En la historia de México, es Cuauhtémoc el águila “apedreada por el rayo”, que levantó sus poderosas alas, para alcanzar la gloria celeste de la eternidad.