/ martes 16 de junio de 2020

Alma florecida

Francisco Luis Bernárdez escribió un soneto que mi madre repetía; era yo muy jovencita cuando ella se fue a cuidarnos y amarnos desde la otra dimensión. Su partida marcó muchas decisiones y emociones de mi vida. Me equivoqué incontables veces -lo sigo haciendo- pero el recuerdo de su ejemplo, sonrisa bondadosa y generosas manos también me centran cuando los defectos de carácter se enseñorean conmigo.

No entendía el soneto. Tampoco que, ante situaciones difíciles, su respuesta fuese cantar con 400 voces de zenzontle y su alma errante se fugara para pescar destellos y sonidos de ángeles mezclados con el aroma de las rosas que cultivaba.

Hoy, 15 de junio que escribo estas líneas de amor y gratitud, se cumplen 53 años de que mi madre luchaba con un parto difícil, que no se lograba, que la ponía en peligro porque, obstinada desde antes de llegar, su pequeña no quería nacer. Tal vez desde ese cómodo espacio daba miedo el mundo. El médico nos salvó a ambas y, desde entonces, la persistencia y el afán de justicia fueron fortuna y estrella en el sinuoso camino que me tocaría y decidiría transitar.

En la antigüedad el clan daba sobrevivencia, apoyo y seguridad a las mujeres; no es posible imaginar un mundo en que las mujeres transitemos en soledad; el clan sigue y seguirá siendo fuente inagotable de poder y seguridad para nosotras. La maravillosa oportunidad que hoy la vida me da de aprender para servir y trascender a mi clan generacional es uno de los más hermosos regalos que Dios me da y que estoy segura, hacen que mi madre me mande un guiño desde allá.

Mis amigos hombres que se ríen a carcajadas, que miran a los ojos cuando brindamos y con quienes he vivido incontables horas de conversaciones, guitarra y canción también han contribuido a la plenitud de vida que hoy siento.

Soy bendecida y siento el corazón pleno de gratitud por mi salud y la de mis amadas y amados, por la luz en los ojos de mis hijas que en cada gesto renuevan mi fe en el futuro, por mis hermanos y hermanas de sangre, alma y trayecto, por mi trabajo, que me da seguridad y realización en el servicio, por los amores idos en tanto aprendizaje, madurez y disfrute fueron. Por mi perrito, compañero en alegría y tristeza los últimos 14 años. He amado y he sido amada.

Más de medio siglo después entiendo a mi madre y al soneto que ella repetía: Porque después de todo he comprobado

Que no se goza bien de lo gozado

Sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido

Que lo que el árbol tiene de florido

Vive de lo que tiene sepultado

¿Qué más le podría pedir a la vida? Nomás perdurar.

¡GRACIAS!

Francisco Luis Bernárdez escribió un soneto que mi madre repetía; era yo muy jovencita cuando ella se fue a cuidarnos y amarnos desde la otra dimensión. Su partida marcó muchas decisiones y emociones de mi vida. Me equivoqué incontables veces -lo sigo haciendo- pero el recuerdo de su ejemplo, sonrisa bondadosa y generosas manos también me centran cuando los defectos de carácter se enseñorean conmigo.

No entendía el soneto. Tampoco que, ante situaciones difíciles, su respuesta fuese cantar con 400 voces de zenzontle y su alma errante se fugara para pescar destellos y sonidos de ángeles mezclados con el aroma de las rosas que cultivaba.

Hoy, 15 de junio que escribo estas líneas de amor y gratitud, se cumplen 53 años de que mi madre luchaba con un parto difícil, que no se lograba, que la ponía en peligro porque, obstinada desde antes de llegar, su pequeña no quería nacer. Tal vez desde ese cómodo espacio daba miedo el mundo. El médico nos salvó a ambas y, desde entonces, la persistencia y el afán de justicia fueron fortuna y estrella en el sinuoso camino que me tocaría y decidiría transitar.

En la antigüedad el clan daba sobrevivencia, apoyo y seguridad a las mujeres; no es posible imaginar un mundo en que las mujeres transitemos en soledad; el clan sigue y seguirá siendo fuente inagotable de poder y seguridad para nosotras. La maravillosa oportunidad que hoy la vida me da de aprender para servir y trascender a mi clan generacional es uno de los más hermosos regalos que Dios me da y que estoy segura, hacen que mi madre me mande un guiño desde allá.

Mis amigos hombres que se ríen a carcajadas, que miran a los ojos cuando brindamos y con quienes he vivido incontables horas de conversaciones, guitarra y canción también han contribuido a la plenitud de vida que hoy siento.

Soy bendecida y siento el corazón pleno de gratitud por mi salud y la de mis amadas y amados, por la luz en los ojos de mis hijas que en cada gesto renuevan mi fe en el futuro, por mis hermanos y hermanas de sangre, alma y trayecto, por mi trabajo, que me da seguridad y realización en el servicio, por los amores idos en tanto aprendizaje, madurez y disfrute fueron. Por mi perrito, compañero en alegría y tristeza los últimos 14 años. He amado y he sido amada.

Más de medio siglo después entiendo a mi madre y al soneto que ella repetía: Porque después de todo he comprobado

Que no se goza bien de lo gozado

Sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido

Que lo que el árbol tiene de florido

Vive de lo que tiene sepultado

¿Qué más le podría pedir a la vida? Nomás perdurar.

¡GRACIAS!