/ lunes 30 de agosto de 2021

Amor verdadero

Todas las personas, sin distingo de edad, sexo, religión, raza, ideología o preferencia sexual buscamos amar y ser amados pero, ¿que es el verdadero amor? ¿Porqué nos relacionamos e inclusive casamos con personas que parece solo alimentan nuestra inseguridad y es evidente desde tempranos momentos que serán más tóxicas y causales de sufrimiento que de paz y armonía? ¿Somos sólo desafortunados? ¿Así nos tocó vivir? No.

Alain de Botton, filósofo y escritor multipremiado, que define su obra como “filosofía de la vida cotidiana” hace un interesantísimo abordaje en sus muchos libros, especialmente en “El Placer del Amor” y “La Fatiga del Amor” de lo que desde el siglo XVIII, el del nacimiento del romanticismo, entendemos como amor verdadero.

Dice Botton que el romanticismo nos ha hecho soñar con esa alma gemela o media naranja que vendrá a complementarnos en lo bueno y malo, ese ser que se convierte en complemento ideal en la búsqueda de la felicidad fundamentada en pasión, admiración y lo que sume al cúmulo de virtudes de las que, desde luego, muchas veces nosotros carecemos.

El amor romántico no es amor sino solo ilusión, la mayoría de las veces vana y efímera. El amor verdadero es la habilidad desarrollada para aceptar el cúmulo de imperfecciones que el sujeto de nuestra atención trae a cuestas a la relación junto con, y en la misma importancia, que trae sus múltiples virtudes, enseñándonos y aprendiendo uno del otro a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

El amor verdadero entiende que nadie es perfecto y que justamente la imperfección es lo que nos vuelve reales, humanos, uno para el otro. La habilidad de amar se desarrolla, se construye, el amor de largo plazo es siempre una decisión personalísima.

Un ejemplo evidente de amor incondicional que no tiene que ver con el sujeto amado sino con quien ama es el amor a las y los hijos. No importa si nacieron sin pelo, arrugados, sin capacidad de besarnos o satisfacer nuestras necesidades. Les amamos y somos gentiles con ellos solo por el hecho de existir y al crecer, les seguimos amando con todos sus defectos y por supuesto, por todas sus virtudes.

Otra revelación extraordinaria es la razón por la que elegimos a quien elegimos como amor de pareja. Dice Botton que aprendemos lo que es el amor por lo que vivimos y especialmente sufrimos, en nuestra infancia y que la relación con la pareja busca reproducir esas mismas vivencias, por supuesto las lindas pero también -ojo- las que replican en nuestra vida adulta los sufrimientos que vivimos en la niñez.

Así pues, quien vivió infidelidad en sus padres, tenderá a relacionarse con mentirosos, infieles y traidores, solo por poner un ejemplo. Así, con esa consciencia, confirmamos que el amor es una decisión y no un impulso, que se debe amar desde la inteligencia para construir paz y armonía con quien alimenta nuestra autoestima y no nuestras inseguridades y miedos, esta es la mejor manera de ser felices porque nos cuesta admitir que somos vulnerables, que nos enojamos y que sufrimos por rechazos inclusive que podrían aparecer en primera instancia como pequeñitos. Cuando finalmente podemos dialogarlo, las pequeñas cosas se mantienen así, pequeñas y no van haciendo la tormenta que se nutre de nube tras nube.

Todas y todos (excepción hecha de quienes padecen psicopatía), tenemos la capacidad de amar, pero no estamos preparados para el trabajo que ello representa. Amar de forma saludable es un reto extraordinario, tanto como subir una gran montaña. El trayecto y la meta, es iguales de satisfactorios.

Recapitulando; ante defectos como ante virtudes, aceptación, generosidad, gentileza, amabilidad, tolerancia y autoestima son cualidades indispensables para construir la habilidad de sentir y procurar amor verdadero. Fácil, ¿no?

Todas las personas, sin distingo de edad, sexo, religión, raza, ideología o preferencia sexual buscamos amar y ser amados pero, ¿que es el verdadero amor? ¿Porqué nos relacionamos e inclusive casamos con personas que parece solo alimentan nuestra inseguridad y es evidente desde tempranos momentos que serán más tóxicas y causales de sufrimiento que de paz y armonía? ¿Somos sólo desafortunados? ¿Así nos tocó vivir? No.

Alain de Botton, filósofo y escritor multipremiado, que define su obra como “filosofía de la vida cotidiana” hace un interesantísimo abordaje en sus muchos libros, especialmente en “El Placer del Amor” y “La Fatiga del Amor” de lo que desde el siglo XVIII, el del nacimiento del romanticismo, entendemos como amor verdadero.

Dice Botton que el romanticismo nos ha hecho soñar con esa alma gemela o media naranja que vendrá a complementarnos en lo bueno y malo, ese ser que se convierte en complemento ideal en la búsqueda de la felicidad fundamentada en pasión, admiración y lo que sume al cúmulo de virtudes de las que, desde luego, muchas veces nosotros carecemos.

El amor romántico no es amor sino solo ilusión, la mayoría de las veces vana y efímera. El amor verdadero es la habilidad desarrollada para aceptar el cúmulo de imperfecciones que el sujeto de nuestra atención trae a cuestas a la relación junto con, y en la misma importancia, que trae sus múltiples virtudes, enseñándonos y aprendiendo uno del otro a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

El amor verdadero entiende que nadie es perfecto y que justamente la imperfección es lo que nos vuelve reales, humanos, uno para el otro. La habilidad de amar se desarrolla, se construye, el amor de largo plazo es siempre una decisión personalísima.

Un ejemplo evidente de amor incondicional que no tiene que ver con el sujeto amado sino con quien ama es el amor a las y los hijos. No importa si nacieron sin pelo, arrugados, sin capacidad de besarnos o satisfacer nuestras necesidades. Les amamos y somos gentiles con ellos solo por el hecho de existir y al crecer, les seguimos amando con todos sus defectos y por supuesto, por todas sus virtudes.

Otra revelación extraordinaria es la razón por la que elegimos a quien elegimos como amor de pareja. Dice Botton que aprendemos lo que es el amor por lo que vivimos y especialmente sufrimos, en nuestra infancia y que la relación con la pareja busca reproducir esas mismas vivencias, por supuesto las lindas pero también -ojo- las que replican en nuestra vida adulta los sufrimientos que vivimos en la niñez.

Así pues, quien vivió infidelidad en sus padres, tenderá a relacionarse con mentirosos, infieles y traidores, solo por poner un ejemplo. Así, con esa consciencia, confirmamos que el amor es una decisión y no un impulso, que se debe amar desde la inteligencia para construir paz y armonía con quien alimenta nuestra autoestima y no nuestras inseguridades y miedos, esta es la mejor manera de ser felices porque nos cuesta admitir que somos vulnerables, que nos enojamos y que sufrimos por rechazos inclusive que podrían aparecer en primera instancia como pequeñitos. Cuando finalmente podemos dialogarlo, las pequeñas cosas se mantienen así, pequeñas y no van haciendo la tormenta que se nutre de nube tras nube.

Todas y todos (excepción hecha de quienes padecen psicopatía), tenemos la capacidad de amar, pero no estamos preparados para el trabajo que ello representa. Amar de forma saludable es un reto extraordinario, tanto como subir una gran montaña. El trayecto y la meta, es iguales de satisfactorios.

Recapitulando; ante defectos como ante virtudes, aceptación, generosidad, gentileza, amabilidad, tolerancia y autoestima son cualidades indispensables para construir la habilidad de sentir y procurar amor verdadero. Fácil, ¿no?