/ viernes 28 de septiembre de 2018

ANATOMÍA DE LO SOCIAL

La violencia solo puede ser disimulada por una mentira y la mentira solo puede ser mantenida por la violencia

Aleksandr Solzhenitsin

Octubre de 1968

Difícil, aunque inevitable, por todo aquello que lo permea, es poder expresar un comentario, sin pretensiones pragmáticas, respecto del movimiento realizado hace ya cincuenta años y que, por su diversidad de circunstancias, ubican a quienes opinan, en diferentes perspectivas, así como en las acotaciones del mismo movimiento, no solo estudiantil ocurrido en octubre de 1968.

Bajo esta premisa, quien escribe estas líneas, en una primera referencia, da testimonio de acciones cometidas por grupos de estudiantes; por ejemplo, sin conocer en ese entonces los motivos, el incendio de camiones de transporte colectivo urbano, utilizando las famosas bombas molotov; de igual manera, la intromisión de elementos de alguna corporación en búsqueda de personas, obviamente jóvenes, fueran estudiantes o no, en el edifico en el que me encontraba de visita junto con mi familia; si se vivió como habitantes del edificio ubicado en la Av. Sor Juana Inés de la Cruz, de la colonia Santa María la Ribera, se convirtieron en protectores de aquellos que buscaban un refugio para evitar la acción de los, quizá, judiciales; eso fue lo más cerca que, como experiencia personal, se tiene de lo ocurrido.

Más adelante, ya en los tiempos de las conmemoraciones, se han escuchado infinidad de testimonios, particularmente de líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) sobrevivientes, sus declaraciones, en lo general, se han circunscrito justamente a la tragedia en un ámbito muy limitado, es decir, solo en cuanto se refiere al espacio de la Unidad Habitacional Tlatelolco; desde el inicio de la congregación de estudiantes, así como otro tipo de ciudadanos, en la Plaza de la Tres Culturas; la instalación en el tercer piso del edificio Chihuahua de los equipos de audio que usarían quienes fungirían como oradores, la infiltración del Batallón Olimpia en ese nivel del mismo edificio; la llegada de los cuerpos castrenses diseminados estratégicamente; todo el escenario estaba dispuesto; sin embargo, la aparente calma fue interrumpida por la luces de bengala que fueron el preludio a la masacre; por lo tanto, ya no se pudo dar inicio formal al evento, el mitin fue dispersado cuando desde el piso tres se iniciaron los balazos en contra de quienes ahí se encontraban reunidos; para repeler la agresión, los soldados también dispararon al lugar de donde provino el primer disparo; fue en ese momento cuando se desencadeno la tragedia, según algunos sobrevivientes.

Hasta hoy, bien se sabe de muertes, desapariciones, detenciones, lamentablemente aún quedan muchas dudas, no se sabe cuántas personas fueron las que se quedaron sin entrar a la negra estadística, tampoco donde quedaron aquellos cuyas desapariciones forzadas no han sido esclarecidas; lo más grave resulta ser que, a pesar de haber transcurrido cincuenta años, no se ha querido evidenciar a los responsables directos de la masacre, aunque hay quienes se lo atribuyen a Luis Echeverría, personaje que a la postre se convertiría en presidente de la República. ¿Acaso fue el premio a su mano ejecutora? A pesar de tanto tiempo pasado la verdad sigue escondida en los anaqueles oscuros de la justicia.

Más allá de estos muy citados testimonios, desde otras perspectivas se pueden concebir también, sin radicalizarlo, la influencia de otros movimientos similares, pero ocurridos en otros países del mundo, especialmente el de Francia, cuyos argumentos sirvieron como inspiración para que en México se pudiera consolidar una auténtica democracia; de igual manera presionar al presidente Gustavo Díaz Ordaz para que atendiera las demandas y pudieran lograrse mejores condiciones de vida para los mexicanos; la consecuencia no fue la pretendida, por el contrario, se aumentó la represión y la violencia en contra de los reclamantes.

Otra influencia adicional, evidenciado por el uso de la imagen del comandante Ernesto Guevara de la Serna, fue justamente el triunfo de la revolución cubana, además del derrocamiento de Fulgencio Batista, se presuponía la ruptura y oposición al capitalismo, así como de un cambio en la estructura social y económica de ese pueblo; se atacó la pobreza, se rompió con el imperialismo americano, en contrasentido este ejemplo tampoco pudo consolidarse, los pretendidos cambios no se pudieron conseguir, hasta la fecha se mantiene el mismo estado de las cosas.

Estas fueron, sin ser la únicas, parte de la naturaleza del malestar colectivo, se aprovecharon los errores del gobierno, se conformaron y organizaron las estructuras, los estudiantes en los primeros lugares, para observarle al gobierno sus deficiencias; la desigualdad social prevalecía en casi todos los ámbitos del país, el cambio social era una legítima aspiración; se quería un cambio social y económico; pues en esa época se hablaba de un país rico pero un pueblo pobre, culpándose a las autoridades de gobierno, su ineptitud al no saber equilibrar la economía del país.

Con todo esto, se pueden identificar aquellas corrientes ideológicas que tenían claras pretensiones; soslayando lo ocurrido en otros países, se tenía el interés genuino por cambiar los anquilosados paradigmas venidos desde el siglo pasado; pues eran notables los problemas arrastrados desde la revolución mexicana, la desigualdad social, eran la bandera para luchar por un país donde prevaleciera la superación constante en las formas y estilos de vida; la posibilidad de contar con los recursos suficientes para atender las necesidades básicas delas personas; la salud y la educación, eran, y siguen siendo, primordiales; por lo tanto, lejos de un movimiento estudiantil, fue una oportunidad para hacer notar que también en nuestro país había quienes se atrevían a expresar sus inconformidades.

Aunque faltan unos días para llegar al elegido para su conmemoración, el dos de octubre seguirá sin olvidarse, no solo por su color a sangre, sino por todo ese legado que nos dejaron ese puñado de hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, en una demostración de valor, para expresar su pesar, así como su ambición para mejorar una sociedad carente de mucho y llena de problemas.

Por toda esta herencia, dejada como ejemplo, me adhiero a los póstumos homenajes, pero al mismo tiempo trataré de seguirlos, de acuerdo a los contextos, señalando a quienes no cumplan con sus obligaciones para darle al pueblo lo que bien se merece.


La violencia solo puede ser disimulada por una mentira y la mentira solo puede ser mantenida por la violencia

Aleksandr Solzhenitsin

Octubre de 1968

Difícil, aunque inevitable, por todo aquello que lo permea, es poder expresar un comentario, sin pretensiones pragmáticas, respecto del movimiento realizado hace ya cincuenta años y que, por su diversidad de circunstancias, ubican a quienes opinan, en diferentes perspectivas, así como en las acotaciones del mismo movimiento, no solo estudiantil ocurrido en octubre de 1968.

Bajo esta premisa, quien escribe estas líneas, en una primera referencia, da testimonio de acciones cometidas por grupos de estudiantes; por ejemplo, sin conocer en ese entonces los motivos, el incendio de camiones de transporte colectivo urbano, utilizando las famosas bombas molotov; de igual manera, la intromisión de elementos de alguna corporación en búsqueda de personas, obviamente jóvenes, fueran estudiantes o no, en el edifico en el que me encontraba de visita junto con mi familia; si se vivió como habitantes del edificio ubicado en la Av. Sor Juana Inés de la Cruz, de la colonia Santa María la Ribera, se convirtieron en protectores de aquellos que buscaban un refugio para evitar la acción de los, quizá, judiciales; eso fue lo más cerca que, como experiencia personal, se tiene de lo ocurrido.

Más adelante, ya en los tiempos de las conmemoraciones, se han escuchado infinidad de testimonios, particularmente de líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) sobrevivientes, sus declaraciones, en lo general, se han circunscrito justamente a la tragedia en un ámbito muy limitado, es decir, solo en cuanto se refiere al espacio de la Unidad Habitacional Tlatelolco; desde el inicio de la congregación de estudiantes, así como otro tipo de ciudadanos, en la Plaza de la Tres Culturas; la instalación en el tercer piso del edificio Chihuahua de los equipos de audio que usarían quienes fungirían como oradores, la infiltración del Batallón Olimpia en ese nivel del mismo edificio; la llegada de los cuerpos castrenses diseminados estratégicamente; todo el escenario estaba dispuesto; sin embargo, la aparente calma fue interrumpida por la luces de bengala que fueron el preludio a la masacre; por lo tanto, ya no se pudo dar inicio formal al evento, el mitin fue dispersado cuando desde el piso tres se iniciaron los balazos en contra de quienes ahí se encontraban reunidos; para repeler la agresión, los soldados también dispararon al lugar de donde provino el primer disparo; fue en ese momento cuando se desencadeno la tragedia, según algunos sobrevivientes.

Hasta hoy, bien se sabe de muertes, desapariciones, detenciones, lamentablemente aún quedan muchas dudas, no se sabe cuántas personas fueron las que se quedaron sin entrar a la negra estadística, tampoco donde quedaron aquellos cuyas desapariciones forzadas no han sido esclarecidas; lo más grave resulta ser que, a pesar de haber transcurrido cincuenta años, no se ha querido evidenciar a los responsables directos de la masacre, aunque hay quienes se lo atribuyen a Luis Echeverría, personaje que a la postre se convertiría en presidente de la República. ¿Acaso fue el premio a su mano ejecutora? A pesar de tanto tiempo pasado la verdad sigue escondida en los anaqueles oscuros de la justicia.

Más allá de estos muy citados testimonios, desde otras perspectivas se pueden concebir también, sin radicalizarlo, la influencia de otros movimientos similares, pero ocurridos en otros países del mundo, especialmente el de Francia, cuyos argumentos sirvieron como inspiración para que en México se pudiera consolidar una auténtica democracia; de igual manera presionar al presidente Gustavo Díaz Ordaz para que atendiera las demandas y pudieran lograrse mejores condiciones de vida para los mexicanos; la consecuencia no fue la pretendida, por el contrario, se aumentó la represión y la violencia en contra de los reclamantes.

Otra influencia adicional, evidenciado por el uso de la imagen del comandante Ernesto Guevara de la Serna, fue justamente el triunfo de la revolución cubana, además del derrocamiento de Fulgencio Batista, se presuponía la ruptura y oposición al capitalismo, así como de un cambio en la estructura social y económica de ese pueblo; se atacó la pobreza, se rompió con el imperialismo americano, en contrasentido este ejemplo tampoco pudo consolidarse, los pretendidos cambios no se pudieron conseguir, hasta la fecha se mantiene el mismo estado de las cosas.

Estas fueron, sin ser la únicas, parte de la naturaleza del malestar colectivo, se aprovecharon los errores del gobierno, se conformaron y organizaron las estructuras, los estudiantes en los primeros lugares, para observarle al gobierno sus deficiencias; la desigualdad social prevalecía en casi todos los ámbitos del país, el cambio social era una legítima aspiración; se quería un cambio social y económico; pues en esa época se hablaba de un país rico pero un pueblo pobre, culpándose a las autoridades de gobierno, su ineptitud al no saber equilibrar la economía del país.

Con todo esto, se pueden identificar aquellas corrientes ideológicas que tenían claras pretensiones; soslayando lo ocurrido en otros países, se tenía el interés genuino por cambiar los anquilosados paradigmas venidos desde el siglo pasado; pues eran notables los problemas arrastrados desde la revolución mexicana, la desigualdad social, eran la bandera para luchar por un país donde prevaleciera la superación constante en las formas y estilos de vida; la posibilidad de contar con los recursos suficientes para atender las necesidades básicas delas personas; la salud y la educación, eran, y siguen siendo, primordiales; por lo tanto, lejos de un movimiento estudiantil, fue una oportunidad para hacer notar que también en nuestro país había quienes se atrevían a expresar sus inconformidades.

Aunque faltan unos días para llegar al elegido para su conmemoración, el dos de octubre seguirá sin olvidarse, no solo por su color a sangre, sino por todo ese legado que nos dejaron ese puñado de hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, en una demostración de valor, para expresar su pesar, así como su ambición para mejorar una sociedad carente de mucho y llena de problemas.

Por toda esta herencia, dejada como ejemplo, me adhiero a los póstumos homenajes, pero al mismo tiempo trataré de seguirlos, de acuerdo a los contextos, señalando a quienes no cumplan con sus obligaciones para darle al pueblo lo que bien se merece.