/ viernes 18 de junio de 2021

Anatomía de lo Social | Carta a mi padre

¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de un buen padre!

Juan Luís Vives

Querido papá:

Te escribo estas líneas para que sepas todo lo que representas para mí, seguro que para mis hermanos también, porque siempre, sin recibir el merecido reconocimiento, todo el tiempo estuviste pendiente de nuestras necesidades; por ello, más allá de una próxima celebración, donde se obsequian cualquier tipo de regalos, prefiero, con palabras, expresarte lo que, quizá, con hechos no supe la manera.

En algún momento de mi vida, cuando llegué a juzgarte por tus formas de exigirme, nunca pude, ni siquiera imaginarme, cuál fue tu forma y estilo de vida, en cuanto eras hijo, tal vez, tus pretensiones eran formarnos por el camino del bien, sin equivocaciones, como hoy ha ocurrido, en contrasentido al tuyo, al querer darle a nuestros hijos, tus nietos, aquello que nosotros no tuvimos; inclusive hasta crear resentimiento para contigo, por envidiar la vida de los amigos cuya posición económica les permitía estrenar ropa y zapatos aun cuando no los necesitaran.

En esa etapa de la vida, sin consideraciones, cuestioné tu falta de criterio, al no exigirle, a tus padres, te hubieran heredado, no solo el apellido de la más famosa compañía de títeres de tus tiempos, sino parte de la riqueza que seguramente esa familia había acumulado; en fin, todo era un pensamiento ingrato, sin reconocerte como se debía.

En rebeldía, por la envidia acumulada, y sobre todo por el querer ser grande y sin limitaciones, fui equivocando los caminos, creyendo que eran los mejores, la negación a escuchar consejos, era parte de una juventud desperdiciada, por supuesto que después viene los arrepentimientos, cuando las equivocaciones constantes, nunca acarrearon nada bueno; se tuvo que experimentar una enorme cantidad de errores, con sus consecuencias; afortunadamente para mí, siempre estuviste dispuesto a ayudarme para salir de los atolladeros.

Desde luego, no puedo negar que también me enseñaste de libertades, pues nunca hubo prohibiciones, me dejaste probar, de lo que el mundo tiene, para no desear conocerlo cuando ya no tuviera la edad para ello, solo que, en mi arbitraria interpretación, me excedí en las pruebas, hasta el punto de enfermar y, por consecuencia, perder hasta la existencia.

Cuando empieza otra etapa de la vida, y los papeles también tienen su transición, es cuando viene esa reflexión para entender cuando un padre quiere lo mejor para sus hijos, así fuiste tú, pues a pesar de tus limitaciones, nunca nos dejaste sin alimento ni de un techo donde guarecernos; tampoco nos negaste una educación formal, comprabas los útiles, para que, pudiéramos estudiar, nunca pregunté de donde salía ese dinero, sin embargo, hoy sé que fue por el producto de tu trabajo.

Después de todos estos juicios, mal asignados, hoy me atrevo a darte las gracias, primero por la vida, pues tú fuiste el instrumento, junto con mi mamá, para que ese tronco de un árbol que ustedes formaron, diera flores y frutos, en todas las ramas que se han desprendido de él y que, seguramente se multiplicaran por muchas generaciones.

Gracias también por todas tus enseñanzas y experiencias que hoy aprecio y reconozco, pues fuiste el artífice de hombres y mujeres con todas las capacidades y los valores para desempeñarse en cualquiera de sus ámbitos; el trabajo, responsable y honesto, ha sido uno de tus tantos logros, hoy nada nos falta, pues construimos sobre cimientos firmes, con tu sabio acompañamiento, consejos y dedicación de tu parte.

Atropellados los recuerdos, me impidieron hacer, con claridad, una manifestación completa de lo extraordinario de tu legado, para todos aquellos que hoy, nos sentimos orgullosos del apellido, pero más orgullosos de haber tenido al mejor padre en esta vida terrenal.

Por todo esto, y lo que me falto, a ti, mi padre, Arturo Duen Rosete, te escribo para decirte, hasta donde estés, que tu ejemplo, tu recuerdo estarán por siempre y para siempre en mi memoria y corazón. Se despide, tu hijo amado…

Cuando empieza otra etapa de la vida, y los papeles también tienen su transición, es cuando viene esa reflexión para entender cuando un padre quiere lo mejor para sus hijos, así fuiste tú, pues a pesar de tus limitaciones, nunca nos dejaste sin alimento ni de un techo donde guarecernos...

¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de un buen padre!

Juan Luís Vives

Querido papá:

Te escribo estas líneas para que sepas todo lo que representas para mí, seguro que para mis hermanos también, porque siempre, sin recibir el merecido reconocimiento, todo el tiempo estuviste pendiente de nuestras necesidades; por ello, más allá de una próxima celebración, donde se obsequian cualquier tipo de regalos, prefiero, con palabras, expresarte lo que, quizá, con hechos no supe la manera.

En algún momento de mi vida, cuando llegué a juzgarte por tus formas de exigirme, nunca pude, ni siquiera imaginarme, cuál fue tu forma y estilo de vida, en cuanto eras hijo, tal vez, tus pretensiones eran formarnos por el camino del bien, sin equivocaciones, como hoy ha ocurrido, en contrasentido al tuyo, al querer darle a nuestros hijos, tus nietos, aquello que nosotros no tuvimos; inclusive hasta crear resentimiento para contigo, por envidiar la vida de los amigos cuya posición económica les permitía estrenar ropa y zapatos aun cuando no los necesitaran.

En esa etapa de la vida, sin consideraciones, cuestioné tu falta de criterio, al no exigirle, a tus padres, te hubieran heredado, no solo el apellido de la más famosa compañía de títeres de tus tiempos, sino parte de la riqueza que seguramente esa familia había acumulado; en fin, todo era un pensamiento ingrato, sin reconocerte como se debía.

En rebeldía, por la envidia acumulada, y sobre todo por el querer ser grande y sin limitaciones, fui equivocando los caminos, creyendo que eran los mejores, la negación a escuchar consejos, era parte de una juventud desperdiciada, por supuesto que después viene los arrepentimientos, cuando las equivocaciones constantes, nunca acarrearon nada bueno; se tuvo que experimentar una enorme cantidad de errores, con sus consecuencias; afortunadamente para mí, siempre estuviste dispuesto a ayudarme para salir de los atolladeros.

Desde luego, no puedo negar que también me enseñaste de libertades, pues nunca hubo prohibiciones, me dejaste probar, de lo que el mundo tiene, para no desear conocerlo cuando ya no tuviera la edad para ello, solo que, en mi arbitraria interpretación, me excedí en las pruebas, hasta el punto de enfermar y, por consecuencia, perder hasta la existencia.

Cuando empieza otra etapa de la vida, y los papeles también tienen su transición, es cuando viene esa reflexión para entender cuando un padre quiere lo mejor para sus hijos, así fuiste tú, pues a pesar de tus limitaciones, nunca nos dejaste sin alimento ni de un techo donde guarecernos; tampoco nos negaste una educación formal, comprabas los útiles, para que, pudiéramos estudiar, nunca pregunté de donde salía ese dinero, sin embargo, hoy sé que fue por el producto de tu trabajo.

Después de todos estos juicios, mal asignados, hoy me atrevo a darte las gracias, primero por la vida, pues tú fuiste el instrumento, junto con mi mamá, para que ese tronco de un árbol que ustedes formaron, diera flores y frutos, en todas las ramas que se han desprendido de él y que, seguramente se multiplicaran por muchas generaciones.

Gracias también por todas tus enseñanzas y experiencias que hoy aprecio y reconozco, pues fuiste el artífice de hombres y mujeres con todas las capacidades y los valores para desempeñarse en cualquiera de sus ámbitos; el trabajo, responsable y honesto, ha sido uno de tus tantos logros, hoy nada nos falta, pues construimos sobre cimientos firmes, con tu sabio acompañamiento, consejos y dedicación de tu parte.

Atropellados los recuerdos, me impidieron hacer, con claridad, una manifestación completa de lo extraordinario de tu legado, para todos aquellos que hoy, nos sentimos orgullosos del apellido, pero más orgullosos de haber tenido al mejor padre en esta vida terrenal.

Por todo esto, y lo que me falto, a ti, mi padre, Arturo Duen Rosete, te escribo para decirte, hasta donde estés, que tu ejemplo, tu recuerdo estarán por siempre y para siempre en mi memoria y corazón. Se despide, tu hijo amado…

Cuando empieza otra etapa de la vida, y los papeles también tienen su transición, es cuando viene esa reflexión para entender cuando un padre quiere lo mejor para sus hijos, así fuiste tú, pues a pesar de tus limitaciones, nunca nos dejaste sin alimento ni de un techo donde guarecernos...