/ viernes 12 de marzo de 2021

Anatomía de lo Social | Feminismo

Las mujeres no miden jamás los sacrificios; ni los suyos, ni los de los demás

Germaine de Staël

Defender los derechos de las personas, como una exigencia de justicia, ha sido la postura de este espacio, así como la crítica a quienes dejan de cumplir con sus obligaciones, particularmente de servidores públicos; de igual manera, el señalamiento sobre aquellas áreas donde se ve afectada la ciudadanía, dígase servicios públicos o bien la falta de planeación en la construcción de alguna obra, así como la falta de visión para aplicar los recursos en la diversidad de programas sociales, siendo esto una constante para cuestionar lo que se hace mal.

Bajo esta consideración, aunque pareciera toro pasado, no se puede soslayar el movimiento ocurrido el día ocho de los corrientes, donde la percepción de los que pudieron presenciar las expresiones de reclamo y reproche a las autoridades de gobierno, argumentaron la tergiversación del mismo, cuando se rompieron los límites entre los derechos de unas y los derechos de los otros.

Por supuesto, en una primera parte, la petición de las demandantes, más allá de ser una conmemoración o una celebración, quedó acotada en la exigencia de acabar con la violencia, las desapariciones y los feminicidios, postura, sin duda, legítima, en aras de conseguir, entre otras demandas, la libertad, el respeto y el cuidado de las personas, en este caso de las mujeres en especial, adicionado al cuidado de sus pertenencias e individualidad.

Hasta aquí se logró la empatía en la mayoría de los observadores; dándoles un valor específico y significativo, no solo por ser parte de una manifestación, sino por el atrevimiento a enfrentarse a un sistema de gobierno que ha ignorado la postura de quienes, generalmente, han padecido las afrentas por su condición de ser mujeres.

En el claroscuro de estas expresiones de reproche también se escucharon otras voces, aquellas que, sin oponerse a la causa, evidenciaron molestia por las malas formas, en algunos casos inescrupulosas cuando, bajo la bandera de la exigencia, realizaron actos censurables y atentatorios contra otras personas en condiciones de iguales, es decir, de otras mujeres.

Por otro lado, sin ser una postura misógina, los desacuerdos se dieron también cuando se violentaron los derechos de terceros, por ejemplo, cuando se impidió el libre tránsito, se bloquearon calles, obligando a las autoridades de vialidad a modificar la circulación de los vehículos, impidiendo a otras personas el cumplimiento de sus deberes, hasta la atención de alguna problemática de índole particular.

También hubo incomodidades, hasta el enojo, por el daño causado a los edificios públicos, no en relación a la infraestructura únicamente, sino a la historia y la cultura de un pueblo, no traducido tampoco en dinero, sino en la identidad de un pueblo y su gente.

Hubo también personas adheridas al movimiento, sin conocimiento de las causas ni en sus antecedentes históricos, basados en la masacre de mujeres en Estados Unidos; como en los hechos actuales de reclamarle al Gobierno su omisión e ignorancia a un problema que ha provocado grandes tragedias.

Fue notoria la presencia de gente infiltrada, hombres cuyos fines no fueron la actitud solidaria, sino la arenga para lastimar, deteriorando la imagen cuya esencia era despertar la conciencia social para enfrentar esta problemática que continúa evolucionando y causando mucho daño a quienes han padecido situaciones de esta naturaleza.

Ojalá se pueda lograr una reivindicación de los derechos e intereses del movimiento, como una posible causa de llamar la atención de las autoridades de gobierno, así como la adhesión solidaria de las personas necesitadas de paz y justicia social.

Las mujeres no miden jamás los sacrificios; ni los suyos, ni los de los demás

Germaine de Staël

Defender los derechos de las personas, como una exigencia de justicia, ha sido la postura de este espacio, así como la crítica a quienes dejan de cumplir con sus obligaciones, particularmente de servidores públicos; de igual manera, el señalamiento sobre aquellas áreas donde se ve afectada la ciudadanía, dígase servicios públicos o bien la falta de planeación en la construcción de alguna obra, así como la falta de visión para aplicar los recursos en la diversidad de programas sociales, siendo esto una constante para cuestionar lo que se hace mal.

Bajo esta consideración, aunque pareciera toro pasado, no se puede soslayar el movimiento ocurrido el día ocho de los corrientes, donde la percepción de los que pudieron presenciar las expresiones de reclamo y reproche a las autoridades de gobierno, argumentaron la tergiversación del mismo, cuando se rompieron los límites entre los derechos de unas y los derechos de los otros.

Por supuesto, en una primera parte, la petición de las demandantes, más allá de ser una conmemoración o una celebración, quedó acotada en la exigencia de acabar con la violencia, las desapariciones y los feminicidios, postura, sin duda, legítima, en aras de conseguir, entre otras demandas, la libertad, el respeto y el cuidado de las personas, en este caso de las mujeres en especial, adicionado al cuidado de sus pertenencias e individualidad.

Hasta aquí se logró la empatía en la mayoría de los observadores; dándoles un valor específico y significativo, no solo por ser parte de una manifestación, sino por el atrevimiento a enfrentarse a un sistema de gobierno que ha ignorado la postura de quienes, generalmente, han padecido las afrentas por su condición de ser mujeres.

En el claroscuro de estas expresiones de reproche también se escucharon otras voces, aquellas que, sin oponerse a la causa, evidenciaron molestia por las malas formas, en algunos casos inescrupulosas cuando, bajo la bandera de la exigencia, realizaron actos censurables y atentatorios contra otras personas en condiciones de iguales, es decir, de otras mujeres.

Por otro lado, sin ser una postura misógina, los desacuerdos se dieron también cuando se violentaron los derechos de terceros, por ejemplo, cuando se impidió el libre tránsito, se bloquearon calles, obligando a las autoridades de vialidad a modificar la circulación de los vehículos, impidiendo a otras personas el cumplimiento de sus deberes, hasta la atención de alguna problemática de índole particular.

También hubo incomodidades, hasta el enojo, por el daño causado a los edificios públicos, no en relación a la infraestructura únicamente, sino a la historia y la cultura de un pueblo, no traducido tampoco en dinero, sino en la identidad de un pueblo y su gente.

Hubo también personas adheridas al movimiento, sin conocimiento de las causas ni en sus antecedentes históricos, basados en la masacre de mujeres en Estados Unidos; como en los hechos actuales de reclamarle al Gobierno su omisión e ignorancia a un problema que ha provocado grandes tragedias.

Fue notoria la presencia de gente infiltrada, hombres cuyos fines no fueron la actitud solidaria, sino la arenga para lastimar, deteriorando la imagen cuya esencia era despertar la conciencia social para enfrentar esta problemática que continúa evolucionando y causando mucho daño a quienes han padecido situaciones de esta naturaleza.

Ojalá se pueda lograr una reivindicación de los derechos e intereses del movimiento, como una posible causa de llamar la atención de las autoridades de gobierno, así como la adhesión solidaria de las personas necesitadas de paz y justicia social.