/ viernes 11 de diciembre de 2020

Anatomía de lo Social | Guadalupanos

La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio.

Voltaire

A pesar de las necesarias y obligatorias limitaciones para realizar eventos donde se congregan miles, hasta millones, de personas, existen las inconformidades, en apariencia naturales, en cuanto se contraponen a las creencias y costumbres individuales; como es el caso de la celebración en honor a la Virgen de Guadalupe, donde la fe ha sido trastocada por la malignidad de un virus, sin embargo, para muchos, las bondades milagrosas, son superiores a cualquier tipo de impedimentos. Este sería entonces, el caso de una de los más complicados desencuentros entre la fe y la autoridad.

Bajo esta premisa, de poco han servido las recomendaciones hechas a las autoridades eclesiásticas, en el sentido de cerrar el templo mariano, para evitar el flujo de los feligreses, aun cuando se han tomado las medidas sanitarias pertinentes, es decir, como se ha podido observar, el cierre temporal de la basílica, no ha sido obstáculo para detener la llegada de miles de peregrinos, exponiendo su salud al entrar en contacto con otras personas, argumentándose que el manto protector de la Virgen los previene de cualquier tipo de males.

Cuando menos ese es el criterio de quienes han dado su opinión a los medios informativos; lamentablemente, lo grave se da en cuanto a pesar de todas las medidas implementadas para “garantizar” o disminuir los riesgos de contagio, hay quienes se molestan cuando se les exige el uso del cubrebocas, guardar la sana distancia, así como la aplicación del gel antibacterial; minimizando con estas actitudes, la disposición de las autoridades de evitar problemas de salud posteriores.

Desde otra perspectiva, el impedimento a visitar el altar de la Virgen de Guadalupe, puede percibirse como un atentado a la historia sobre sus apariciones y milagros, centenares de años quedarían vacíos, dejando solamente como una fecha definida por una decisión del Papa Clemente IX cuando por medio de una bula, del año de 1667, se instituye el 12 de diciembre como día de fiesta en honor de la Virgen Morena.

Para los creyentes católicos, sin duda, quedará marcado, en el calendario de este año, como la interrupción a sus costumbres, a la imposibilidad de agradecerle personalmente a la Virgen los favores recibidos; sea bien por haber curado alguna enfermedad o posibilitar la adquisición de un empleo, entre otros tantos milagros; también para quienes habían ofrecido una Manda, manifiestan la inconformidad ante la posibilidad de ser castigados por no cumplirla.

Sin minimizar la fuerza de la fe personal, hay quienes se han acogido a la expresión de la omnipresencia de la Virgen de Guadalupe, en cualquier lugar, entendiendo su comprensión para evitar cualquier problema de salud, provocado por la asistencia masiva a cualquiera de los templos donde se venera la imagen, además de acercarse intencionalmente con las oraciones y ofrendas en los altares construidos por cada familia católica en sus respectivos hogares.

Evidentemente, la polarización de los creyentes respecto de sus posibilidades e intenciones, no puede malinterpretarse, bajo el supuesto de que a todos los mueve la fe, entendida como la confianza en las bondades de la Virgen, esperando, el manto de protección les alance hasta donde cada uno de los creyentes realice sus actos de fe, o bien participe en las celebraciones virtuales que se harán en todos los lugares donde es venerada.

Quizá puedan existir otro tipo de inconformidades, en el sentido de las pérdidas económicas que se dan a partir de la disminución de visitantes al lugar donde se encuentra el altar principal de la Virgen Guadalupana; pues con seguridad, las ventas de alimentos, así como de imágenes, estampitas, y otros tantos artículos religiosos, no tendrán, cuando menos en este año, los compradores habituales.

Ante la inminencia de la celebración, se puede considerar, como una condición importante e insoslayable, la de entrar en disposición, para satisfacer las necesidades de la fe bajo las circunstancias en los cuidados personales y, sobretodo, sin olvidar que todos somos Guadalupanos.

La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio.

Voltaire

A pesar de las necesarias y obligatorias limitaciones para realizar eventos donde se congregan miles, hasta millones, de personas, existen las inconformidades, en apariencia naturales, en cuanto se contraponen a las creencias y costumbres individuales; como es el caso de la celebración en honor a la Virgen de Guadalupe, donde la fe ha sido trastocada por la malignidad de un virus, sin embargo, para muchos, las bondades milagrosas, son superiores a cualquier tipo de impedimentos. Este sería entonces, el caso de una de los más complicados desencuentros entre la fe y la autoridad.

Bajo esta premisa, de poco han servido las recomendaciones hechas a las autoridades eclesiásticas, en el sentido de cerrar el templo mariano, para evitar el flujo de los feligreses, aun cuando se han tomado las medidas sanitarias pertinentes, es decir, como se ha podido observar, el cierre temporal de la basílica, no ha sido obstáculo para detener la llegada de miles de peregrinos, exponiendo su salud al entrar en contacto con otras personas, argumentándose que el manto protector de la Virgen los previene de cualquier tipo de males.

Cuando menos ese es el criterio de quienes han dado su opinión a los medios informativos; lamentablemente, lo grave se da en cuanto a pesar de todas las medidas implementadas para “garantizar” o disminuir los riesgos de contagio, hay quienes se molestan cuando se les exige el uso del cubrebocas, guardar la sana distancia, así como la aplicación del gel antibacterial; minimizando con estas actitudes, la disposición de las autoridades de evitar problemas de salud posteriores.

Desde otra perspectiva, el impedimento a visitar el altar de la Virgen de Guadalupe, puede percibirse como un atentado a la historia sobre sus apariciones y milagros, centenares de años quedarían vacíos, dejando solamente como una fecha definida por una decisión del Papa Clemente IX cuando por medio de una bula, del año de 1667, se instituye el 12 de diciembre como día de fiesta en honor de la Virgen Morena.

Para los creyentes católicos, sin duda, quedará marcado, en el calendario de este año, como la interrupción a sus costumbres, a la imposibilidad de agradecerle personalmente a la Virgen los favores recibidos; sea bien por haber curado alguna enfermedad o posibilitar la adquisición de un empleo, entre otros tantos milagros; también para quienes habían ofrecido una Manda, manifiestan la inconformidad ante la posibilidad de ser castigados por no cumplirla.

Sin minimizar la fuerza de la fe personal, hay quienes se han acogido a la expresión de la omnipresencia de la Virgen de Guadalupe, en cualquier lugar, entendiendo su comprensión para evitar cualquier problema de salud, provocado por la asistencia masiva a cualquiera de los templos donde se venera la imagen, además de acercarse intencionalmente con las oraciones y ofrendas en los altares construidos por cada familia católica en sus respectivos hogares.

Evidentemente, la polarización de los creyentes respecto de sus posibilidades e intenciones, no puede malinterpretarse, bajo el supuesto de que a todos los mueve la fe, entendida como la confianza en las bondades de la Virgen, esperando, el manto de protección les alance hasta donde cada uno de los creyentes realice sus actos de fe, o bien participe en las celebraciones virtuales que se harán en todos los lugares donde es venerada.

Quizá puedan existir otro tipo de inconformidades, en el sentido de las pérdidas económicas que se dan a partir de la disminución de visitantes al lugar donde se encuentra el altar principal de la Virgen Guadalupana; pues con seguridad, las ventas de alimentos, así como de imágenes, estampitas, y otros tantos artículos religiosos, no tendrán, cuando menos en este año, los compradores habituales.

Ante la inminencia de la celebración, se puede considerar, como una condición importante e insoslayable, la de entrar en disposición, para satisfacer las necesidades de la fe bajo las circunstancias en los cuidados personales y, sobretodo, sin olvidar que todos somos Guadalupanos.