/ lunes 21 de mayo de 2018

Anticipada conclusión de una campaña sin destino, inspirada en los rencores de Felipe Calderón y sus pactos con EPN

  • *Margarita optó por emprender la graciosa huida antes de que sus expectativas se esfumaran por completo
  • *Imposible disociar la imagen de Margarita de la de su esposo, el repudiado expresidente Felipe Calderón
  • *La distribución del ínfimo puntaje que las encuestas le reconocían a la ex panista no alterará la contienda

Fue groseramente notoria la frecuencia e intensidad con que Televisa promocionó en sus informativos el adelanto de la noticia de la renuncia de Margarita Zavala. El hecho induce a pensar que la expanista bien pudo haber vendido a la televisora la exclusiva de su abandono, como lo suelen hacer personajes de la novela rosa nacional e internacional en vísperas de episodios sensacionalistas relacionados con su vida personal. Si lo hizo, no debió ser por dinero sino a cambio de ver paliado su penoso retiro de la contienda con los elogios que sobre su persona vertieron el pasado miércoles los entrevistadores de Tercer Grado. Como quiera, el dicho programa presentó abundantes signos de haber sido un montaje que nada tuvo de improvisado, y en el que todos -o casi todos- sabían lo que iba a acontecer y lo que debían decir. Algo no muy distinto de aquella teatralizada aprehensión de Florence Cassez y su novio, a los que se culpabilizó de una serie de secuestros que nunca lograron probar, o de aquella tensión pública que crearon ante la falsa expectativa de recobrar con vida a una niña de entre las ruinas del Colegio Rebsamen. Todo sea por el rating.


¿LA MEJOR MARGARITA?

¡Qué forma desproporcionada de agotar el lenguaje la de estos señores! Hasta al baile se llevaron a los independientes y habitualmente comedidos Raymundo Rivapalacio y René Delgado. Y es que, amigo lector, simplemente no se ve por ninguna parte la ejemplaridad de la decisión, ni mucho menos la valentía y la consistencia política que tanto encomiaron. De siempre se ha entendido que quien abandona una lucha que libra por decisión propia no se hace merecedor de loas y alabanzas sino de desaires e improperios, máxime cuando en el camino deja embarcados a los seguidores que, pocos o muchos, creyeron en la causa que ofreció defender hasta el final. A quien da la espalda en una batalla, como a quien arroja la toalla a la mitad de un combate, o sale corriendo antes de que termine el torneo en que se inscribió, o tira los avíos antes de estoquear al toro que, bueno o malo, le tocó en suerte, no se le puede llamar valiente, ni mucho menos calificar su conducta como íntegra y virtuosa. Hacerlo habla de la insolente arrogancia de esos conductores de Televisa que piensan que la ciudadanía mansamente acepta ver las cosas del color que a sus intereses conviene. Ese tiempo pasó, por fortuna.


SUPUESTOS EQUIVOCADOS

No nos engañemos. La esposa de Calderón -mencionarla como tal concierne solo al significado político que tiene la cercanía con su cónyuge; la intención no es, lo subrayo, ni peyorativa ni discriminatoria-, la esposa de Calderón, repito, emprendió la aventura con el propósito, no de ganar la Presidencia de la República, sino de superar la votación que eventualmente alcanzase Ricardo Anaya. De conseguirlo, yendo Margarita como independiente y Ricardo con el PAN y aliado con el PRD y el MC, en automático les daría derecho -a ella y a su marido- de hacerse del mando de Acción Nacional. El cálculo se basó en dos supuestos, uno cierto y otro equivocado. 1) El cierto: que Peña Nieto vería con beneplácito que a la coalición Por México al Frente se le restara el panismo de filiación calderonista y, 2) el erróneo: que al inicio del proceso, Margarita era tan popular como López Obrador, lo que -conjeturaron- les daría el piso necesario para concretar sus objetivos. Empero, el resultado de confundir grado de conocimiento con el porcentaje real de aceptación de la candidata se fue advirtiendo conforme sus cifras se empequeñecían al ritmo que se hacia evidente la elementalidad de sus ideas y su deficiente forma de exponerlas.


EL DESQUITE DE LOS AGRAVIADOS

A Margarita le viene el papel de mujer sufrida; lo interpreta con excelencia. Mas una cosa es la ficción y otra la realpolitik. Para tratar de entenderla demos seguimiento a su quehacer posterior a su paso por Los Pinos en tanto esposa del presidente Calderón. Tras dos años de voluntario receso, decidió aspirar a una candidatura pluri a diputada federal; subió luego la mira y pretendió dirigir al PAN y, por último, buscó ser postulada a la Presidencia de la República. Ninguno de esos intentos acabaron exitosamente; no pudo o no supo superar los escollos que los adversarios de Felipe su marido le sembraron en el camino. Contrariada, la Exprimera Dama atribuyó públicamente su derrota a la perversidad de Ricardo Anaya; sin embargo, la verdad es que un crecido grupo de importantes panistas agraviados por el calderonato hicieron mayoría, controlaron el partido y eligieron como su líder nacional, primero a Gustavo Madero y después a Ricardo Anaya. No puede llamarse a sorpresa Felipe Calderón cuando él, desde el poder, hizo exactamente lo mismo, corriendo de mal modo a Manuel Espino, e imponiendo sucesivamente a sus incondicionales Germán Martínez y -al fracaso de este- a César Nava. En política, ya se sabe, donde las dan las toman, y ahora le tocó a Margarita pagar las facturas que su marido quedó a deber.


¡ESQUINA BAJAN…!

Cerradas las puertas del instituto político que se creyó con derecho a mangonear, la frustrada Margarita hizo berrinche, renunció a su antigua militancia y optó por seguir el azaroso camino de construirse una candidatura independiente. Carezco de datos para afirmarlo, pero tengo para mí que a su determinación ayudó el respaldo de Peña Nieto y del priismo para recolectar las 867 mil firmas ciudadanas que la ley electoral exige. El caso es que, de manera apenas justa y no sin dificultades por la dudosa autenticidad de algunas de esas firmas, obtuvo finalmente el visto bueno a su candidatura por parte de un INE que votó dividido. Se lanzaba así a una campaña a sabiendas de que competiría en una cancha desnivelada y con muchas desventajas, verbigracia, un financiamiento inequitativo y pocos spots propagandísticos. Y si a los inconvenientes anteriores se añade que no hizo una sola propuesta de interés y que nunca se deslindó de la desastrosa política de su marido en el combate contra el narcotráfico, tendremos completa la suma de razones que explican el porqué de su caída en las encuestas. Ya en el primer debate lució indefensa, titubeante y acartonada, en señalado contraste con la elocuencia de Anaya, y el desenfado y agudeza del queretano para enfrentar a sus adversarios. El más reciente dato demoscópico -el de Consulta Mitofsky- redujo las cifras de Margarita a un escuálido 3 % con tendencia a la baja. Era claro que, si hubiera participado en el encuentro de ayer en Tijuana, habría corrido el riesgo de desaparecer del panorama político, por completo y para siempre.


HASTA PRONTO, MARGARITA…

Era pues hora de decir hasta aquí. A ese objeto preparó su salida de modo de evitarse un desdoro mayor, dejando abierta la posibilidad de que, más adelante, pueda rehabilitar su hoy incierto futuro político. Por eso las frases de: “…renuncio por dignidad…”, o “…me voy por honestidad…”, o incluso está última, que dejo aquí para consuelo de sus incondicionales:

  • *Margarita optó por emprender la graciosa huida antes de que sus expectativas se esfumaran por completo
  • *Imposible disociar la imagen de Margarita de la de su esposo, el repudiado expresidente Felipe Calderón
  • *La distribución del ínfimo puntaje que las encuestas le reconocían a la ex panista no alterará la contienda

Fue groseramente notoria la frecuencia e intensidad con que Televisa promocionó en sus informativos el adelanto de la noticia de la renuncia de Margarita Zavala. El hecho induce a pensar que la expanista bien pudo haber vendido a la televisora la exclusiva de su abandono, como lo suelen hacer personajes de la novela rosa nacional e internacional en vísperas de episodios sensacionalistas relacionados con su vida personal. Si lo hizo, no debió ser por dinero sino a cambio de ver paliado su penoso retiro de la contienda con los elogios que sobre su persona vertieron el pasado miércoles los entrevistadores de Tercer Grado. Como quiera, el dicho programa presentó abundantes signos de haber sido un montaje que nada tuvo de improvisado, y en el que todos -o casi todos- sabían lo que iba a acontecer y lo que debían decir. Algo no muy distinto de aquella teatralizada aprehensión de Florence Cassez y su novio, a los que se culpabilizó de una serie de secuestros que nunca lograron probar, o de aquella tensión pública que crearon ante la falsa expectativa de recobrar con vida a una niña de entre las ruinas del Colegio Rebsamen. Todo sea por el rating.


¿LA MEJOR MARGARITA?

¡Qué forma desproporcionada de agotar el lenguaje la de estos señores! Hasta al baile se llevaron a los independientes y habitualmente comedidos Raymundo Rivapalacio y René Delgado. Y es que, amigo lector, simplemente no se ve por ninguna parte la ejemplaridad de la decisión, ni mucho menos la valentía y la consistencia política que tanto encomiaron. De siempre se ha entendido que quien abandona una lucha que libra por decisión propia no se hace merecedor de loas y alabanzas sino de desaires e improperios, máxime cuando en el camino deja embarcados a los seguidores que, pocos o muchos, creyeron en la causa que ofreció defender hasta el final. A quien da la espalda en una batalla, como a quien arroja la toalla a la mitad de un combate, o sale corriendo antes de que termine el torneo en que se inscribió, o tira los avíos antes de estoquear al toro que, bueno o malo, le tocó en suerte, no se le puede llamar valiente, ni mucho menos calificar su conducta como íntegra y virtuosa. Hacerlo habla de la insolente arrogancia de esos conductores de Televisa que piensan que la ciudadanía mansamente acepta ver las cosas del color que a sus intereses conviene. Ese tiempo pasó, por fortuna.


SUPUESTOS EQUIVOCADOS

No nos engañemos. La esposa de Calderón -mencionarla como tal concierne solo al significado político que tiene la cercanía con su cónyuge; la intención no es, lo subrayo, ni peyorativa ni discriminatoria-, la esposa de Calderón, repito, emprendió la aventura con el propósito, no de ganar la Presidencia de la República, sino de superar la votación que eventualmente alcanzase Ricardo Anaya. De conseguirlo, yendo Margarita como independiente y Ricardo con el PAN y aliado con el PRD y el MC, en automático les daría derecho -a ella y a su marido- de hacerse del mando de Acción Nacional. El cálculo se basó en dos supuestos, uno cierto y otro equivocado. 1) El cierto: que Peña Nieto vería con beneplácito que a la coalición Por México al Frente se le restara el panismo de filiación calderonista y, 2) el erróneo: que al inicio del proceso, Margarita era tan popular como López Obrador, lo que -conjeturaron- les daría el piso necesario para concretar sus objetivos. Empero, el resultado de confundir grado de conocimiento con el porcentaje real de aceptación de la candidata se fue advirtiendo conforme sus cifras se empequeñecían al ritmo que se hacia evidente la elementalidad de sus ideas y su deficiente forma de exponerlas.


EL DESQUITE DE LOS AGRAVIADOS

A Margarita le viene el papel de mujer sufrida; lo interpreta con excelencia. Mas una cosa es la ficción y otra la realpolitik. Para tratar de entenderla demos seguimiento a su quehacer posterior a su paso por Los Pinos en tanto esposa del presidente Calderón. Tras dos años de voluntario receso, decidió aspirar a una candidatura pluri a diputada federal; subió luego la mira y pretendió dirigir al PAN y, por último, buscó ser postulada a la Presidencia de la República. Ninguno de esos intentos acabaron exitosamente; no pudo o no supo superar los escollos que los adversarios de Felipe su marido le sembraron en el camino. Contrariada, la Exprimera Dama atribuyó públicamente su derrota a la perversidad de Ricardo Anaya; sin embargo, la verdad es que un crecido grupo de importantes panistas agraviados por el calderonato hicieron mayoría, controlaron el partido y eligieron como su líder nacional, primero a Gustavo Madero y después a Ricardo Anaya. No puede llamarse a sorpresa Felipe Calderón cuando él, desde el poder, hizo exactamente lo mismo, corriendo de mal modo a Manuel Espino, e imponiendo sucesivamente a sus incondicionales Germán Martínez y -al fracaso de este- a César Nava. En política, ya se sabe, donde las dan las toman, y ahora le tocó a Margarita pagar las facturas que su marido quedó a deber.


¡ESQUINA BAJAN…!

Cerradas las puertas del instituto político que se creyó con derecho a mangonear, la frustrada Margarita hizo berrinche, renunció a su antigua militancia y optó por seguir el azaroso camino de construirse una candidatura independiente. Carezco de datos para afirmarlo, pero tengo para mí que a su determinación ayudó el respaldo de Peña Nieto y del priismo para recolectar las 867 mil firmas ciudadanas que la ley electoral exige. El caso es que, de manera apenas justa y no sin dificultades por la dudosa autenticidad de algunas de esas firmas, obtuvo finalmente el visto bueno a su candidatura por parte de un INE que votó dividido. Se lanzaba así a una campaña a sabiendas de que competiría en una cancha desnivelada y con muchas desventajas, verbigracia, un financiamiento inequitativo y pocos spots propagandísticos. Y si a los inconvenientes anteriores se añade que no hizo una sola propuesta de interés y que nunca se deslindó de la desastrosa política de su marido en el combate contra el narcotráfico, tendremos completa la suma de razones que explican el porqué de su caída en las encuestas. Ya en el primer debate lució indefensa, titubeante y acartonada, en señalado contraste con la elocuencia de Anaya, y el desenfado y agudeza del queretano para enfrentar a sus adversarios. El más reciente dato demoscópico -el de Consulta Mitofsky- redujo las cifras de Margarita a un escuálido 3 % con tendencia a la baja. Era claro que, si hubiera participado en el encuentro de ayer en Tijuana, habría corrido el riesgo de desaparecer del panorama político, por completo y para siempre.


HASTA PRONTO, MARGARITA…

Era pues hora de decir hasta aquí. A ese objeto preparó su salida de modo de evitarse un desdoro mayor, dejando abierta la posibilidad de que, más adelante, pueda rehabilitar su hoy incierto futuro político. Por eso las frases de: “…renuncio por dignidad…”, o “…me voy por honestidad…”, o incluso está última, que dejo aquí para consuelo de sus incondicionales: