/ lunes 11 de marzo de 2019

ANTÍPODAS

Cuando el miedo nos alcance

  • Todavía recuerdo los días de mi niñez, cuando salir a jugar con los amigos era la máxima aventura...

Colocar en medio de la calle dos piedras emulando porterías era posible y a la vez un reto a la neonata urbanización, donde el grito estentóreo del compañero diciendo “cooocheeeee” era la señal precisa e inequívoca de guarecerse en las aceras o camellones, para después de la suspensión temporal, volver a las patadas.

Recuerdo también aquel semestre vespertino que cursé en el Cobat 10 de Apizaco, donde al salir de las aulas la noche era realmente negra; del alumbrado público lo único que brillaba era su ausencia y los visos de civilización sobre la avenida Zaragoza se encontraban hasta las fronteras que marcaban la biblioteca y los edificios de departamentos del Infonavit, caminábamos en pequeños grupos, algunos en parejas, sin temor o zozobra, solo libres entre risas e inquietudes escolares, acelerando el paso de vez en vez, calculando que la combi no te abandonara.

También vienen a mi mente los días de tardeadas en la secundaria y las noches de discoteca preparatorianas. Después de la juerga con los amigos, sin un quinto en la bolsa y con los estragos de algunos tragos, caminábamos entre calles y avenidas solitarias, a veces entre gritos y cantos, otras en silencios profundos, haciendo paradas para despedir al compañero que arribaba a su destino y continuar el andar hasta llegar al propio techo.

En esos días, no nos preocupaba y ni siquiera lo pensábamos, los temas de inseguridad o violencia, no existían en nuestro léxico palabras como secuestro, levantones, violaciones, balaceras, despedazados, y no existían porque simple y llanamente no eran parte de nuestra realidad.

Hoy que soy padre, y como seguramente muchos, hemos abandonado esa vieja tranquilidad de antaño, no tenemos la confianza ni el desparpajo con el que nuestros viejos nos dejaban salir a la calle; el miedo a la cotidianidad nos alcanzó, tristemente nos invadió, entró por nuestras puertas, se sentó a nuestra mesa y se convirtió tristemente en parte de una nueva realidad.

Los estudios de opinión pública por ejemplo entre 1998 y 2005, reportaban que los ciudadanos tenían entre sus principales inquietudes la falta de empleo, la carencia de servicios públicos de calidad y la necesidad de mejores escuelas; en este momento, no existe encuesta en Tlaxcala y en todo el país, donde el reclamo número uno no sea la inseguridad pública. Atrás quedaron los años, los días, en que nuestra querida Tlaxcala fue el lugar más seguro del país, lejos están las frases publicitarias de que éramos un buen lugar para vivir, pero que además eran un reflejo de un sentir general, porque de verdad teníamos un excelente lugar donde vivir, donde crecer, donde educar a nuestros hijos, donde convivir con nuestras familias.

¿Cuándo pasó? ¿En qué momento nos perdimos? Narco mantas en calles de la capital del estado, ataque a policías con armas de alto poder en Quilehtla, cuerpos con signos de ejecución en Atlangatepec, eso tan sólo este fin de semana. Que se suman a una triste numeralia que se va acumulando en al menos los últimos 5 años, con muertos, desaparecidos, cuerpos mutilados, secuestros, balaceras; hechos que, de manera sigilosa y peligrosamente lenta, se fueron escabullendo entre las páginas de nuestros diarios, que sin darnos cuenta comenzaron a ocupar tiempo en nuestras charlas de café, y que peor aún, nos ha ido destilando el placer de la tranquilidad y la paz, sustituyéndolo por el amargo sabor del miedo y la incertidumbre.

¿Son estos los signos de los tiempos de ahora? Eso parece. No permitamos que el miedo nos derrote, no dejemos que el miedo nos arrugue el alma, porque aún y cuando ya nos alcanzó, queda la esperanza de una valentía colectiva, que estoicamente resista los embates de la realidad. Aún podemos cambiarla.

Los estudios de opinión pública por ejemplo entre 1998 y 2005, reportaban que los ciudadanos tenían entre sus principales inquietudes la falta de empleo, la carencia de servicios públicos de calidad y la necesidad de mejores escuelas; en este momento, no existe encuesta en Tlaxcala y en todo el país, donde el reclamo número uno no sea la inseguridad pública. Atrás quedaron los años, los días, en que nuestra querida Tlaxcala fue el lugar más seguro del país, lejos están las frases publicitarias de que éramos un buen lugar para vivir, pero que además eran un reflejo de un sentir general.

Cuando el miedo nos alcance

  • Todavía recuerdo los días de mi niñez, cuando salir a jugar con los amigos era la máxima aventura...

Colocar en medio de la calle dos piedras emulando porterías era posible y a la vez un reto a la neonata urbanización, donde el grito estentóreo del compañero diciendo “cooocheeeee” era la señal precisa e inequívoca de guarecerse en las aceras o camellones, para después de la suspensión temporal, volver a las patadas.

Recuerdo también aquel semestre vespertino que cursé en el Cobat 10 de Apizaco, donde al salir de las aulas la noche era realmente negra; del alumbrado público lo único que brillaba era su ausencia y los visos de civilización sobre la avenida Zaragoza se encontraban hasta las fronteras que marcaban la biblioteca y los edificios de departamentos del Infonavit, caminábamos en pequeños grupos, algunos en parejas, sin temor o zozobra, solo libres entre risas e inquietudes escolares, acelerando el paso de vez en vez, calculando que la combi no te abandonara.

También vienen a mi mente los días de tardeadas en la secundaria y las noches de discoteca preparatorianas. Después de la juerga con los amigos, sin un quinto en la bolsa y con los estragos de algunos tragos, caminábamos entre calles y avenidas solitarias, a veces entre gritos y cantos, otras en silencios profundos, haciendo paradas para despedir al compañero que arribaba a su destino y continuar el andar hasta llegar al propio techo.

En esos días, no nos preocupaba y ni siquiera lo pensábamos, los temas de inseguridad o violencia, no existían en nuestro léxico palabras como secuestro, levantones, violaciones, balaceras, despedazados, y no existían porque simple y llanamente no eran parte de nuestra realidad.

Hoy que soy padre, y como seguramente muchos, hemos abandonado esa vieja tranquilidad de antaño, no tenemos la confianza ni el desparpajo con el que nuestros viejos nos dejaban salir a la calle; el miedo a la cotidianidad nos alcanzó, tristemente nos invadió, entró por nuestras puertas, se sentó a nuestra mesa y se convirtió tristemente en parte de una nueva realidad.

Los estudios de opinión pública por ejemplo entre 1998 y 2005, reportaban que los ciudadanos tenían entre sus principales inquietudes la falta de empleo, la carencia de servicios públicos de calidad y la necesidad de mejores escuelas; en este momento, no existe encuesta en Tlaxcala y en todo el país, donde el reclamo número uno no sea la inseguridad pública. Atrás quedaron los años, los días, en que nuestra querida Tlaxcala fue el lugar más seguro del país, lejos están las frases publicitarias de que éramos un buen lugar para vivir, pero que además eran un reflejo de un sentir general, porque de verdad teníamos un excelente lugar donde vivir, donde crecer, donde educar a nuestros hijos, donde convivir con nuestras familias.

¿Cuándo pasó? ¿En qué momento nos perdimos? Narco mantas en calles de la capital del estado, ataque a policías con armas de alto poder en Quilehtla, cuerpos con signos de ejecución en Atlangatepec, eso tan sólo este fin de semana. Que se suman a una triste numeralia que se va acumulando en al menos los últimos 5 años, con muertos, desaparecidos, cuerpos mutilados, secuestros, balaceras; hechos que, de manera sigilosa y peligrosamente lenta, se fueron escabullendo entre las páginas de nuestros diarios, que sin darnos cuenta comenzaron a ocupar tiempo en nuestras charlas de café, y que peor aún, nos ha ido destilando el placer de la tranquilidad y la paz, sustituyéndolo por el amargo sabor del miedo y la incertidumbre.

¿Son estos los signos de los tiempos de ahora? Eso parece. No permitamos que el miedo nos derrote, no dejemos que el miedo nos arrugue el alma, porque aún y cuando ya nos alcanzó, queda la esperanza de una valentía colectiva, que estoicamente resista los embates de la realidad. Aún podemos cambiarla.

Los estudios de opinión pública por ejemplo entre 1998 y 2005, reportaban que los ciudadanos tenían entre sus principales inquietudes la falta de empleo, la carencia de servicios públicos de calidad y la necesidad de mejores escuelas; en este momento, no existe encuesta en Tlaxcala y en todo el país, donde el reclamo número uno no sea la inseguridad pública. Atrás quedaron los años, los días, en que nuestra querida Tlaxcala fue el lugar más seguro del país, lejos están las frases publicitarias de que éramos un buen lugar para vivir, pero que además eran un reflejo de un sentir general.

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