/ martes 22 de junio de 2021

Autoridad amada

La figura paterna hasta no hace mucho, se entendía en nuestra sociedad como el hombre jefe de familia cuyo mayor valor se centraba en su capacidad de proveeduría al hogar. Asumiendo que por supuesto siempre han habido hombres involucrados en la crianza de sus hijos, la mayoría veían a sus vástagos crecer como seres amados pero lejanos; niños y niñas a quienes la figura del padre era más temida que añorada al grito de "¡pero ya verás cuando llegue tu padre!". Pero, ¿quién se preguntó alguna vez si ese era el papel que los hombres deseaban?

Peor aun cuando hay una separación y los hombres no solo no se mantienen cerca ni económica ni emocionalmente de sus menores hijas e hijos, sino que además la madre les usa como medida de revancha y les impide la indispensable convivencia con su progenitor pensando que ella es capaz de hacer papel de padre y madre. ¡Vaya error! Ni el padre puede hacer labor de madre ni viceversa. Ambas figuras son importantes en el desarrollo emocional de las niñas y niños y por ello las leyes internacionales consignan su derecho a ser prioridad en las decisiones. Los menores necesitan a su padre y a su madre en sus vidas; lo demás son pleitos de adultos (excepción hecha de los violentos, pederastas y sociópatas, por obviedad).

Hoy día, con mucha más información y roles igualitarios en la pareja, los padres están descubriendo la maravilla de ser parte de la vida y el desarrollo de sus pequeñas y pequeños. El vínculo amoroso de un padre que le hace una cola de caballo a su hija y la alienta junto a sus hermanos a tener y perseguir sus sueños sin prejuicios, que lee cuentos antes de dormir y está cerca de sus miedos, esperanzas y propósitos, se transforma en lazos de luz y fortaleza emocional que les acompañarán por el resto de sus vidas.

La figura del padre debe ser aquella de la autoridad amada. Rudolf Steiner acuñó este término cuando fundó el método Waldorf de educación antroposófica (realidad constantemente presente) para que las generaciones así formadas cambiaran al mundo desde la libertad espiritual. Así pues al maestro, en este caso al padre, toca conocer y encontrar atributos que el niño (a) no conoce por sí misma (o) para que, también por sí mismos, encuentren una dirección para su vida.

Hay varias cualidades que la autoridad amada debe tener y desarrollar: creencias positivas, pensamientos de buen ser y logro, voluntad y emociones autorreguladas, todo lo cual se transforma en conductas de relación sana de los hijos consigo mismos y con la sociedad que les rodea.

Autoridad no es sinónimo de autoritarismo. La primera nace del amor y el segundo del temor, fuerzas similares pero con raíz y fruto absolutamente distantes entre sí. En ningún hogar deben gobernar las y los menores de edad; esto corresponde a las personas adultas y cualquier hijo o hija feliz es fruto de esta dirección que transmite amor en cada acto de firmeza y disciplina. En el caso del padre, está comprobado que a quien más beneficia una relación cercana y de acompañamiento para su desarrollo es a las niñas.

Tú, papá, pregúntate cómo te gustaría que una futura pareja, compañeros de trabajo y amigos en general trataran a tus hijas (os). Así, tal cual, comienza tú a respetar y tratarles. Autoestima, amor propio y seguridad para rechazar agresiones y establecer límites, se aprenden en casa. Si tus hijas (os) aprenden que valen por solo existir, pero que así también el resto del mundo, construirán relaciones sanas, libres y felices…al final, ¿no es eso lo que más deseamos para nuestros hijos? El amor de papá y su figura como autoridad amada vía ejemplo y acompañamiento, para ello, es insustituible.



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La figura paterna hasta no hace mucho, se entendía en nuestra sociedad como el hombre jefe de familia cuyo mayor valor se centraba en su capacidad de proveeduría al hogar. Asumiendo que por supuesto siempre han habido hombres involucrados en la crianza de sus hijos, la mayoría veían a sus vástagos crecer como seres amados pero lejanos; niños y niñas a quienes la figura del padre era más temida que añorada al grito de "¡pero ya verás cuando llegue tu padre!". Pero, ¿quién se preguntó alguna vez si ese era el papel que los hombres deseaban?

Peor aun cuando hay una separación y los hombres no solo no se mantienen cerca ni económica ni emocionalmente de sus menores hijas e hijos, sino que además la madre les usa como medida de revancha y les impide la indispensable convivencia con su progenitor pensando que ella es capaz de hacer papel de padre y madre. ¡Vaya error! Ni el padre puede hacer labor de madre ni viceversa. Ambas figuras son importantes en el desarrollo emocional de las niñas y niños y por ello las leyes internacionales consignan su derecho a ser prioridad en las decisiones. Los menores necesitan a su padre y a su madre en sus vidas; lo demás son pleitos de adultos (excepción hecha de los violentos, pederastas y sociópatas, por obviedad).

Hoy día, con mucha más información y roles igualitarios en la pareja, los padres están descubriendo la maravilla de ser parte de la vida y el desarrollo de sus pequeñas y pequeños. El vínculo amoroso de un padre que le hace una cola de caballo a su hija y la alienta junto a sus hermanos a tener y perseguir sus sueños sin prejuicios, que lee cuentos antes de dormir y está cerca de sus miedos, esperanzas y propósitos, se transforma en lazos de luz y fortaleza emocional que les acompañarán por el resto de sus vidas.

La figura del padre debe ser aquella de la autoridad amada. Rudolf Steiner acuñó este término cuando fundó el método Waldorf de educación antroposófica (realidad constantemente presente) para que las generaciones así formadas cambiaran al mundo desde la libertad espiritual. Así pues al maestro, en este caso al padre, toca conocer y encontrar atributos que el niño (a) no conoce por sí misma (o) para que, también por sí mismos, encuentren una dirección para su vida.

Hay varias cualidades que la autoridad amada debe tener y desarrollar: creencias positivas, pensamientos de buen ser y logro, voluntad y emociones autorreguladas, todo lo cual se transforma en conductas de relación sana de los hijos consigo mismos y con la sociedad que les rodea.

Autoridad no es sinónimo de autoritarismo. La primera nace del amor y el segundo del temor, fuerzas similares pero con raíz y fruto absolutamente distantes entre sí. En ningún hogar deben gobernar las y los menores de edad; esto corresponde a las personas adultas y cualquier hijo o hija feliz es fruto de esta dirección que transmite amor en cada acto de firmeza y disciplina. En el caso del padre, está comprobado que a quien más beneficia una relación cercana y de acompañamiento para su desarrollo es a las niñas.

Tú, papá, pregúntate cómo te gustaría que una futura pareja, compañeros de trabajo y amigos en general trataran a tus hijas (os). Así, tal cual, comienza tú a respetar y tratarles. Autoestima, amor propio y seguridad para rechazar agresiones y establecer límites, se aprenden en casa. Si tus hijas (os) aprenden que valen por solo existir, pero que así también el resto del mundo, construirán relaciones sanas, libres y felices…al final, ¿no es eso lo que más deseamos para nuestros hijos? El amor de papá y su figura como autoridad amada vía ejemplo y acompañamiento, para ello, es insustituible.



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