/ miércoles 17 de octubre de 2018

CARAS Y MÁSCARAS

La Malinche, personificación de la Nueva España

El pasado jueves 4 de octubre, en el marco de la conmemoración del 493 aniversario de la fundación de la ciudad de Tlaxcala, el Dr. Jaime Genaro Cuadriello Aguilar sustentó la conferencia denominada “Malinche y Tlaxcala, personificación y territorio”.

Jaime Genaro Cuadriello Aguilar es doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana y, desde 1990, investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor de seis libros y más de un centenar de artículos referidos a la pintura novohispana, el guadalupanismo y la cultura simbólica de los siglos XVII, XVIII y XIX. Por el libro “Las glorias de la República de Tlaxcala. O la conciencia como imagen sublime”, obtuvo el “Premio de historia regional mexicana Atanasio G. Saravia” de Fomento Cultural Banamex en la categoría de tesis doctoral.

El Dr. Cuadriello inició su disertación con la siguiente expresión:

“En plena exaltación barroca o desbordado el sentimiento de grandeza novohispana, la pluma de sor Juana Inés de la Cruz evocó repetidamente la figura iconológica de la Nueva España: una india cacica como vocera de la antigüedad de los indios (la idolatría) pero también como encarnación de un proyecto de patria criolla, dignificada y generosa”.

Esta figura -explicó el conferenciante- expresaba la condición originaria del reino novohispano y cifraba su razón de ser en tanto ‘unidad política’ con trascendencia histórica; era un retrato de los indios antiguos y, al mismo tiempo, simbolizaba una amplia proyección geográfica, social y política.

La ‘Décima Musa’ de América –argumentó Cuadriello- era consecuente con la teoría y la praxis de la ciencia que Cesare Ripa intentaba establecer desde principios del siglo XVII en su Iconología: un conjunto de personificaciones (representaciones) de los reinos y provincias, encarnadas en sendas matronas rodeadas de sus atributos; en 1660 -refirió el conferenciante como ejemplo-, en una tesis universitaria, dedicada al virrey duque de Alburquerque, conviven la Vieja España como Palas Atenea (en la mitología griega, diosa de la guerra, la civilización, la sabiduría y la justicia) y la Nueva España como cacica de huipil y diadema.

¿Bajo qué circunstancias históricas había nacido siglo y medio atrás este personaje imaginario? ¿En qué tradición se inscribía su perfil político? El doctor Cuadriello dio respuesta a estas interrogantes: exploró los rasgos etnográficos que dieron cuerpo a la representación, el uso que los criollos y la nobleza indígena hicieron de ella y la proyección que mantuvo como emblema del conjunto social que representaba.


El nacimiento iconográfico del reino

Ya desde mediados del siglo XVI la nobleza indígena había asumido la idea de que la Nueva España era una nueva entidad político social convenida en dos partes “y, por lo tanto, a los cacicazgos sobrevivientes les era necesario visualizarla, mediante un estereotipo (imagen aceptada por la mayoría), como recordatorio público de esa noción compartida y punto de identidad colectiva manifiesta en sus dos repúblicas”, expresó el conferenciante.

No fue nada fortuito que una de las escenas más significativas del Lienzo de Tlaxcala, pintada en los desaparecidos murales de la original sala de cabildos y recogida en el manuscrito de Muñoz Camargo (Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala), haya sido la presentación u ofrecimiento que hace Cortés de la Nueva España al Emperador Carlos V en la figura de una elegante india cacica, arrodillada ante el crucifijo y portadora de sus correspondientes atributos de riqueza. En la imagen “… la personificación de la Nueva España alza el nuevo pendón regalado por el emperador (con el escudo de armas de la ciudad de México) y en actitud contrita y reverente hace la oración ante el crucifijo que el conquistador enarbola desde lo alto…”, describe el doctor Cuadriello refiriéndose a la obra de Muñoz Camargo.

“No hay que olvidar –advierte el disertante- que los virreyes, al pasar obligadamente por Tlaxcala en su ascenso al altiplano para tomar posesión del mando, tenían antes que refrendar la alianza hispano-tlaxcalteca, y así estarían obligados, desde 1555, a contemplar este mural que les indicaba, sin equívoco, a quienes se debía la consecución militar y política del reino.”


El bautizo de los cuatro señores

Con la proyección en la pantalla de una copia del conocido cuadro que se encuentra en la parte superior del retablo principal de la catedral de Tlaxcala y que ilustra el bautizo de los cuatro caciques tlaxcaltecas, Cuadriello hizo la siguiente explicación: “Maxixcatzin, señor de Ocotelulco, persuadiendo a Xicoténcatl el Viejo, había protagonizado un episodio en 1519 que, si bien legendario, resultaba harto significativo representarlo para la refundación de la república hacia 1550: el llamado “Bautizo de los cuatro señores” por mano del capellán Juan Díaz y con los padrinazgos de Cortés y Malinche y sus cuatro capitanes: Alvarado, Tapia, Sandoval y Olid. Cortés mismo había parlamentado y animado al bautismo como una de las condiciones sine qua non para marchar juntos sobre México. La muy conocida escena del bautismo de los cuatro caciques tlaxcaltecas, por primera vez esbozada en los murales alegóricos del cabildo en la medianía del mismo siglo XVI, y luego transcrita por el dibujante Muñoz Camargo en su Descripción provincial, es, en términos jurídicos y simbólicos, el evento de la creación de una Nueva Ley, tan santa como política para ese territorio coaligado. Desde ese momento, como madrina del acto sacramental, Malinche pasó a ser una prosopopeya o personificación de la entidad naciente tanto provincial como luego de todo el reino.

Prosigue la narración: “La recia ‘cerviz’ de los indios que se inclina dócilmente ante la pila, con la presencia del pendón real y las Escrituras, que otorgan el trono de ‘jura’ apropiado, y los cuatro penachos depositados en el jeroglífico fundacional como señal de rendición, no solo celebran el pacto político que allí tiene origen, sino la inclusión de todo el pueblo de Tlaxcala en una nueva visión, del todo universalista, de la historia de la salvación. Tampoco es casual el empaque señorial de este Hernán Cortés, verdaderamente “amarquesado” (que no militar), la presencia de los trompeteros que pregonan el fasto y la sugerente referencia que se hace del territorio allí implicado, con la vista del volcán Matlalcueye (hoy la Malinche), al fondo, que se eleva azulado y gallonado (que semeja gajos de una naranja), para realzar la gravedad del acto. Es más, doña Marina, al tiempo que asiste a su amo como consejera e intérprete, con el xúchitl o palo de fiesta enflorado en la mano, también queda investida como personificación alegórica del nuevo reino cristianizado, que precisamente allí nace a la vida histórica: la Nueva España figurada como india de la nobleza”.

Cuadriello acota: “Este rito de fundación en el que se miran beneficiados los caciques, tendría, entre sus indios gobernados, un propósito ejemplar y distintivo; lo mismo que las imágenes pintadas de sus hazañas de conquista y colonización, sería visto, al través del tiempo, como un recordatorio originario, para orgullo de toda la provincia, y un modelo perenne para la conservación cristiana del buen vasallo, fiel y temeroso de Dios, del rey… y de sus señores locales”.

Sin embargo, el conferenciante aclara que: “Gibson ha demostrado que tanto el argumento del mural como el de la lámina pictográfica eran solamente una suposición mítica, muy tardía y legitimadora; una suerte de gran cuadro originario inventado ex profeso, que Diego Muñoz Camargo recoge en su informe elaborado hacia 1580, para proyectar ‘… su historia local hacia el pasado, dando por sentado un cambio inmediato y voluntario en el pensamiento religioso en el momento de la conquista’.

Al margen de esto último, la iconografía barroca de los siglos XVII y XVIII alude constantemente a la participación ambivalente de Malinche–Nueva España, que “no solo cumple con su papel de intérprete y compañera de Cortés, sino también manifiesta su carácter iconológico al atestiguar, como ‘notadora del reino’, el nacimiento de sí misma como entidad geopolítica.

Cuadriello concluyó su disertación mencionando que, mucho tiempo después, a mediados del siglo XX, cuando Jorge González Camarena descubrió en Tlaxcala a su modelo, su modelo se convirtió en el ícono de La Patria, que, impreso en los libros de texto gratuitos, acompañó a los escolares mexicanos de finales del siglo pasado y principios del actual.


La Malinche, personificación de la Nueva España

El pasado jueves 4 de octubre, en el marco de la conmemoración del 493 aniversario de la fundación de la ciudad de Tlaxcala, el Dr. Jaime Genaro Cuadriello Aguilar sustentó la conferencia denominada “Malinche y Tlaxcala, personificación y territorio”.

Jaime Genaro Cuadriello Aguilar es doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana y, desde 1990, investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor de seis libros y más de un centenar de artículos referidos a la pintura novohispana, el guadalupanismo y la cultura simbólica de los siglos XVII, XVIII y XIX. Por el libro “Las glorias de la República de Tlaxcala. O la conciencia como imagen sublime”, obtuvo el “Premio de historia regional mexicana Atanasio G. Saravia” de Fomento Cultural Banamex en la categoría de tesis doctoral.

El Dr. Cuadriello inició su disertación con la siguiente expresión:

“En plena exaltación barroca o desbordado el sentimiento de grandeza novohispana, la pluma de sor Juana Inés de la Cruz evocó repetidamente la figura iconológica de la Nueva España: una india cacica como vocera de la antigüedad de los indios (la idolatría) pero también como encarnación de un proyecto de patria criolla, dignificada y generosa”.

Esta figura -explicó el conferenciante- expresaba la condición originaria del reino novohispano y cifraba su razón de ser en tanto ‘unidad política’ con trascendencia histórica; era un retrato de los indios antiguos y, al mismo tiempo, simbolizaba una amplia proyección geográfica, social y política.

La ‘Décima Musa’ de América –argumentó Cuadriello- era consecuente con la teoría y la praxis de la ciencia que Cesare Ripa intentaba establecer desde principios del siglo XVII en su Iconología: un conjunto de personificaciones (representaciones) de los reinos y provincias, encarnadas en sendas matronas rodeadas de sus atributos; en 1660 -refirió el conferenciante como ejemplo-, en una tesis universitaria, dedicada al virrey duque de Alburquerque, conviven la Vieja España como Palas Atenea (en la mitología griega, diosa de la guerra, la civilización, la sabiduría y la justicia) y la Nueva España como cacica de huipil y diadema.

¿Bajo qué circunstancias históricas había nacido siglo y medio atrás este personaje imaginario? ¿En qué tradición se inscribía su perfil político? El doctor Cuadriello dio respuesta a estas interrogantes: exploró los rasgos etnográficos que dieron cuerpo a la representación, el uso que los criollos y la nobleza indígena hicieron de ella y la proyección que mantuvo como emblema del conjunto social que representaba.


El nacimiento iconográfico del reino

Ya desde mediados del siglo XVI la nobleza indígena había asumido la idea de que la Nueva España era una nueva entidad político social convenida en dos partes “y, por lo tanto, a los cacicazgos sobrevivientes les era necesario visualizarla, mediante un estereotipo (imagen aceptada por la mayoría), como recordatorio público de esa noción compartida y punto de identidad colectiva manifiesta en sus dos repúblicas”, expresó el conferenciante.

No fue nada fortuito que una de las escenas más significativas del Lienzo de Tlaxcala, pintada en los desaparecidos murales de la original sala de cabildos y recogida en el manuscrito de Muñoz Camargo (Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala), haya sido la presentación u ofrecimiento que hace Cortés de la Nueva España al Emperador Carlos V en la figura de una elegante india cacica, arrodillada ante el crucifijo y portadora de sus correspondientes atributos de riqueza. En la imagen “… la personificación de la Nueva España alza el nuevo pendón regalado por el emperador (con el escudo de armas de la ciudad de México) y en actitud contrita y reverente hace la oración ante el crucifijo que el conquistador enarbola desde lo alto…”, describe el doctor Cuadriello refiriéndose a la obra de Muñoz Camargo.

“No hay que olvidar –advierte el disertante- que los virreyes, al pasar obligadamente por Tlaxcala en su ascenso al altiplano para tomar posesión del mando, tenían antes que refrendar la alianza hispano-tlaxcalteca, y así estarían obligados, desde 1555, a contemplar este mural que les indicaba, sin equívoco, a quienes se debía la consecución militar y política del reino.”


El bautizo de los cuatro señores

Con la proyección en la pantalla de una copia del conocido cuadro que se encuentra en la parte superior del retablo principal de la catedral de Tlaxcala y que ilustra el bautizo de los cuatro caciques tlaxcaltecas, Cuadriello hizo la siguiente explicación: “Maxixcatzin, señor de Ocotelulco, persuadiendo a Xicoténcatl el Viejo, había protagonizado un episodio en 1519 que, si bien legendario, resultaba harto significativo representarlo para la refundación de la república hacia 1550: el llamado “Bautizo de los cuatro señores” por mano del capellán Juan Díaz y con los padrinazgos de Cortés y Malinche y sus cuatro capitanes: Alvarado, Tapia, Sandoval y Olid. Cortés mismo había parlamentado y animado al bautismo como una de las condiciones sine qua non para marchar juntos sobre México. La muy conocida escena del bautismo de los cuatro caciques tlaxcaltecas, por primera vez esbozada en los murales alegóricos del cabildo en la medianía del mismo siglo XVI, y luego transcrita por el dibujante Muñoz Camargo en su Descripción provincial, es, en términos jurídicos y simbólicos, el evento de la creación de una Nueva Ley, tan santa como política para ese territorio coaligado. Desde ese momento, como madrina del acto sacramental, Malinche pasó a ser una prosopopeya o personificación de la entidad naciente tanto provincial como luego de todo el reino.

Prosigue la narración: “La recia ‘cerviz’ de los indios que se inclina dócilmente ante la pila, con la presencia del pendón real y las Escrituras, que otorgan el trono de ‘jura’ apropiado, y los cuatro penachos depositados en el jeroglífico fundacional como señal de rendición, no solo celebran el pacto político que allí tiene origen, sino la inclusión de todo el pueblo de Tlaxcala en una nueva visión, del todo universalista, de la historia de la salvación. Tampoco es casual el empaque señorial de este Hernán Cortés, verdaderamente “amarquesado” (que no militar), la presencia de los trompeteros que pregonan el fasto y la sugerente referencia que se hace del territorio allí implicado, con la vista del volcán Matlalcueye (hoy la Malinche), al fondo, que se eleva azulado y gallonado (que semeja gajos de una naranja), para realzar la gravedad del acto. Es más, doña Marina, al tiempo que asiste a su amo como consejera e intérprete, con el xúchitl o palo de fiesta enflorado en la mano, también queda investida como personificación alegórica del nuevo reino cristianizado, que precisamente allí nace a la vida histórica: la Nueva España figurada como india de la nobleza”.

Cuadriello acota: “Este rito de fundación en el que se miran beneficiados los caciques, tendría, entre sus indios gobernados, un propósito ejemplar y distintivo; lo mismo que las imágenes pintadas de sus hazañas de conquista y colonización, sería visto, al través del tiempo, como un recordatorio originario, para orgullo de toda la provincia, y un modelo perenne para la conservación cristiana del buen vasallo, fiel y temeroso de Dios, del rey… y de sus señores locales”.

Sin embargo, el conferenciante aclara que: “Gibson ha demostrado que tanto el argumento del mural como el de la lámina pictográfica eran solamente una suposición mítica, muy tardía y legitimadora; una suerte de gran cuadro originario inventado ex profeso, que Diego Muñoz Camargo recoge en su informe elaborado hacia 1580, para proyectar ‘… su historia local hacia el pasado, dando por sentado un cambio inmediato y voluntario en el pensamiento religioso en el momento de la conquista’.

Al margen de esto último, la iconografía barroca de los siglos XVII y XVIII alude constantemente a la participación ambivalente de Malinche–Nueva España, que “no solo cumple con su papel de intérprete y compañera de Cortés, sino también manifiesta su carácter iconológico al atestiguar, como ‘notadora del reino’, el nacimiento de sí misma como entidad geopolítica.

Cuadriello concluyó su disertación mencionando que, mucho tiempo después, a mediados del siglo XX, cuando Jorge González Camarena descubrió en Tlaxcala a su modelo, su modelo se convirtió en el ícono de La Patria, que, impreso en los libros de texto gratuitos, acompañó a los escolares mexicanos de finales del siglo pasado y principios del actual.