/ miércoles 31 de octubre de 2018

CARAS Y MÁSCARAS

La muerte, la Garbancera y la Catrina

“La muerte, además de ser un hecho natural, en la mayoría de los pueblos tiene un carácter cultural, en tanto que conlleva actividades y comportamientos específicos en la vida familiar y social de una comunidad”, asienta Yolanda Ramos Galicia, en la Introducción de su libro: Dos ofrendas de Día de Muertos en el estado de Tlaxcala”.

En este sentido, la maestra María del Carmen Rodríguez Vudoyra, refiere, por su parte, que en México desde la época prehispánica los nativos rendían culto a la muerte y que, al llegar los conquistadores españoles, tal culto se fusionó con los similares de la religión católica (Día de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos,1 y 2 de noviembre), para dar lugar al Día de Muertos, fecha en la que los mexicanos colocan ofrendas en los hogares y acuden a los panteones para adornar las tumbas con flores.

Esta tradición, que prevalece muy arraigada en los pueblos indígenas, es la fiesta que celebran los vivos con los espíritus de sus antepasados; es uno de los hechos sociales más representativos y trascendentales de la vida comunitaria. Constituye el encuentro con la progenie que propicia la interacción de las familias y las comunidades. Es parte fundamental de la cultura y componente esencial de la identidad nacional.

En 2008 las fiestas indígenas dedicadas a los muertos fueron inscritas por la UNESCO en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

El paso de la vida a la muerte es un momento emblemático que ha causado admiración, temor e incertidumbre al ser humano a través de la historia. En diversas culturas se han generado creencias en torno a la muerte que han dado lugar a ritos y tradiciones para honrarla, venerarla, ahuyentarla e incluso para burlarse de ella.

México es un país rico en cultura y tradiciones. Uno de los principales aspectos que conforman su identidad como nación es la concepción que se tiene sobre la vida, la muerte y todas las creencias y tradiciones que giran en torno a ellas.

A pesar de ser un tema proclive a la tristeza, esta conmemoración en México se desarrolla con alegría. Según la tradición, en la madrugada del 1 al 2 de noviembre las almas de los muertos regresan por algunas horas a este mundo para disfrutar de las cosas que más les gustaban, por eso los mexicanos construyen altares de diferentes tamaños dedicados a sus seres queridos fallecidos, donde colocan los alimentos, bebidas y golosinas que más gozaban, la ropa e instrumentos de trabajo que los distinguían, su fotografía, así como las imágenes y objetos indispensables para que la ofrenda resulte agradable al difunto.

En los hogares y cementerios hay ambiente de fiesta, explosión de colores, olores, sabores y sonidos. Las flores, los adornos de papel picado y las luces de las veladoras; el humo del incienso o del copal; el mole, los tamales, la fruta, el pan y los dulces de calabaza, camote y tejocote; incluso la música, grabada ¡o en vivo con mariachi si se puede!, estimulan, en comunión, los sentidos de los vivos y los muertos. Vivifican la alegría de la convivencia.

En este escenario no pueden faltar en la mesa de la ofrenda las calaveras de azúcar, de amaranto, de chocolate o de pan en forma de hojaldras y en el espacio exterior los esqueletos, las huesudas, las calacas, las catrinas… con su presencia serena, imperturbable o festiva… complementan el ambiente.

La figura representativa de la temporada es sin duda la Catrina. Hoy en día, la Catrina forma parte de la cultura popular de México y se ha convertido en el símbolo por excelencia de la celebración del Día de Muertos. Su creador fue el reconocido grabador José Guadalupe Posada.

La Catrina es famosa porque representa la forma en que los mexicanos caricaturizamos a la muerte para burlarnos de ella. Originalmente su autor la denominó la Garbancera, porque con ella el artista representaba sarcásticamente a las personas que vendían garbanza, y que, pese a tener sangre indígena, pretendían ser europeos, renegando de su raza y de su herencia cultural. A ellas, Posada con ironía las describía “En los huesos, pero con sombrero francés y con plumas de avestruz”, y así las representó en un famoso grabado fechado en 1912.

Años después, el muralista Diego Rivera convirtió a la Garbancera en la Catrina en su mural titulado Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, realizado en 1947, donde puso a la calavera de la inspiración de Posada junto a otros personajes relevantes de la historia mexicana como Hernán Cortés, Sor Juana Inés de la Cruz, Benito Juárez, Frida Kahlo y una versión infantil del propio pintor. De este modo Rivera reconoce la representatividad de la Catrina como símbolo de las contradicciones de la sociedad mexicana decimonónica, la convierte en un popular personaje que nos identifica a nivel internacional y rinde un homenaje a su creador, José Guadalupe Posada, y a su influencia en el arte popular mexicano.

Hoy en día no existe evento conmemorativo del Día de Muertos en que la imagen de la Catrina esté ausente. En los desfiles conmemorativos de la efeméride, en la ciudad de México o en varias ciudades de la república, como en la de Tlaxcala, cientos, miles, de hombres y mujeres, de todas las edades se disfrazan de catrinas o catrines para celebrar, con música, color e intensa y contagiosa alegría, la fiesta de los muertos conforme a la sólida tradición mexicana.

El grabado metálico original de La Catrina se exhibe, junto con muchas otras obras del artista, en el Museo Guadalupe Posada de la Ciudad de Aguascalientes. También en Aguascalientes se puede visitar el Museo Nacional de la Muerte (con más de 2,000 obras relacionadas con el tema), fotografiar el Cerro del Muerto y sus impresionantes atardeceres, hacer un recorrido para conocer las Leyendas de Aguascalientes en el Centro Histórico y los 4 Barrios Tradicionales de la ciudad, o asistir al Festival de Calaveras (con celebraciones, altares de muertos, desfile de disfraces y carros alegóricos, conciertos, espectáculos, obras de teatro, visitas nocturnas a panteones y mucho más), a finales de octubre y principios de noviembre cuando la ciudad se convierte en una pintoresca celebración en honor a los difuntos.

Propias de la temporada son también las calaveras o calaveritas literarias, composiciones en verso que se escriben en las vísperas del día de muertos. Surgieron en el siglo XIX como una especie de epitafios burlescos y como una forma de expresar ideas y sentimientos difíciles de decir en otras oportunidades. Frecuentemente censuradas ya que también servían como medio para expresar descontento con los políticos de la época, eran publicadas en periódicos de línea crítica hacia el gobierno y solían ser acompañadas de ilustraciones de cráneos o esqueletos en situaciones cotidianas: bebiendo, montando a caballo, caminando por la calle, bailando en una fiesta, etc.

A continuación se incluye una calaverita dedicada a La abuelita:

En una silla bordaba, / en una cama leía. / Era mi abuelita, / que su suerte no sabía. // La calaca muy astuta, / ya sus planes tenía. / Ese día, de un infarto / su alma se llevaría. // Pobre de mi abuelita, / con la flaca se me fue / era de las de antes, / hasta cosía, ¡cómo ves! /


La muerte, la Garbancera y la Catrina

“La muerte, además de ser un hecho natural, en la mayoría de los pueblos tiene un carácter cultural, en tanto que conlleva actividades y comportamientos específicos en la vida familiar y social de una comunidad”, asienta Yolanda Ramos Galicia, en la Introducción de su libro: Dos ofrendas de Día de Muertos en el estado de Tlaxcala”.

En este sentido, la maestra María del Carmen Rodríguez Vudoyra, refiere, por su parte, que en México desde la época prehispánica los nativos rendían culto a la muerte y que, al llegar los conquistadores españoles, tal culto se fusionó con los similares de la religión católica (Día de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos,1 y 2 de noviembre), para dar lugar al Día de Muertos, fecha en la que los mexicanos colocan ofrendas en los hogares y acuden a los panteones para adornar las tumbas con flores.

Esta tradición, que prevalece muy arraigada en los pueblos indígenas, es la fiesta que celebran los vivos con los espíritus de sus antepasados; es uno de los hechos sociales más representativos y trascendentales de la vida comunitaria. Constituye el encuentro con la progenie que propicia la interacción de las familias y las comunidades. Es parte fundamental de la cultura y componente esencial de la identidad nacional.

En 2008 las fiestas indígenas dedicadas a los muertos fueron inscritas por la UNESCO en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

El paso de la vida a la muerte es un momento emblemático que ha causado admiración, temor e incertidumbre al ser humano a través de la historia. En diversas culturas se han generado creencias en torno a la muerte que han dado lugar a ritos y tradiciones para honrarla, venerarla, ahuyentarla e incluso para burlarse de ella.

México es un país rico en cultura y tradiciones. Uno de los principales aspectos que conforman su identidad como nación es la concepción que se tiene sobre la vida, la muerte y todas las creencias y tradiciones que giran en torno a ellas.

A pesar de ser un tema proclive a la tristeza, esta conmemoración en México se desarrolla con alegría. Según la tradición, en la madrugada del 1 al 2 de noviembre las almas de los muertos regresan por algunas horas a este mundo para disfrutar de las cosas que más les gustaban, por eso los mexicanos construyen altares de diferentes tamaños dedicados a sus seres queridos fallecidos, donde colocan los alimentos, bebidas y golosinas que más gozaban, la ropa e instrumentos de trabajo que los distinguían, su fotografía, así como las imágenes y objetos indispensables para que la ofrenda resulte agradable al difunto.

En los hogares y cementerios hay ambiente de fiesta, explosión de colores, olores, sabores y sonidos. Las flores, los adornos de papel picado y las luces de las veladoras; el humo del incienso o del copal; el mole, los tamales, la fruta, el pan y los dulces de calabaza, camote y tejocote; incluso la música, grabada ¡o en vivo con mariachi si se puede!, estimulan, en comunión, los sentidos de los vivos y los muertos. Vivifican la alegría de la convivencia.

En este escenario no pueden faltar en la mesa de la ofrenda las calaveras de azúcar, de amaranto, de chocolate o de pan en forma de hojaldras y en el espacio exterior los esqueletos, las huesudas, las calacas, las catrinas… con su presencia serena, imperturbable o festiva… complementan el ambiente.

La figura representativa de la temporada es sin duda la Catrina. Hoy en día, la Catrina forma parte de la cultura popular de México y se ha convertido en el símbolo por excelencia de la celebración del Día de Muertos. Su creador fue el reconocido grabador José Guadalupe Posada.

La Catrina es famosa porque representa la forma en que los mexicanos caricaturizamos a la muerte para burlarnos de ella. Originalmente su autor la denominó la Garbancera, porque con ella el artista representaba sarcásticamente a las personas que vendían garbanza, y que, pese a tener sangre indígena, pretendían ser europeos, renegando de su raza y de su herencia cultural. A ellas, Posada con ironía las describía “En los huesos, pero con sombrero francés y con plumas de avestruz”, y así las representó en un famoso grabado fechado en 1912.

Años después, el muralista Diego Rivera convirtió a la Garbancera en la Catrina en su mural titulado Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, realizado en 1947, donde puso a la calavera de la inspiración de Posada junto a otros personajes relevantes de la historia mexicana como Hernán Cortés, Sor Juana Inés de la Cruz, Benito Juárez, Frida Kahlo y una versión infantil del propio pintor. De este modo Rivera reconoce la representatividad de la Catrina como símbolo de las contradicciones de la sociedad mexicana decimonónica, la convierte en un popular personaje que nos identifica a nivel internacional y rinde un homenaje a su creador, José Guadalupe Posada, y a su influencia en el arte popular mexicano.

Hoy en día no existe evento conmemorativo del Día de Muertos en que la imagen de la Catrina esté ausente. En los desfiles conmemorativos de la efeméride, en la ciudad de México o en varias ciudades de la república, como en la de Tlaxcala, cientos, miles, de hombres y mujeres, de todas las edades se disfrazan de catrinas o catrines para celebrar, con música, color e intensa y contagiosa alegría, la fiesta de los muertos conforme a la sólida tradición mexicana.

El grabado metálico original de La Catrina se exhibe, junto con muchas otras obras del artista, en el Museo Guadalupe Posada de la Ciudad de Aguascalientes. También en Aguascalientes se puede visitar el Museo Nacional de la Muerte (con más de 2,000 obras relacionadas con el tema), fotografiar el Cerro del Muerto y sus impresionantes atardeceres, hacer un recorrido para conocer las Leyendas de Aguascalientes en el Centro Histórico y los 4 Barrios Tradicionales de la ciudad, o asistir al Festival de Calaveras (con celebraciones, altares de muertos, desfile de disfraces y carros alegóricos, conciertos, espectáculos, obras de teatro, visitas nocturnas a panteones y mucho más), a finales de octubre y principios de noviembre cuando la ciudad se convierte en una pintoresca celebración en honor a los difuntos.

Propias de la temporada son también las calaveras o calaveritas literarias, composiciones en verso que se escriben en las vísperas del día de muertos. Surgieron en el siglo XIX como una especie de epitafios burlescos y como una forma de expresar ideas y sentimientos difíciles de decir en otras oportunidades. Frecuentemente censuradas ya que también servían como medio para expresar descontento con los políticos de la época, eran publicadas en periódicos de línea crítica hacia el gobierno y solían ser acompañadas de ilustraciones de cráneos o esqueletos en situaciones cotidianas: bebiendo, montando a caballo, caminando por la calle, bailando en una fiesta, etc.

A continuación se incluye una calaverita dedicada a La abuelita:

En una silla bordaba, / en una cama leía. / Era mi abuelita, / que su suerte no sabía. // La calaca muy astuta, / ya sus planes tenía. / Ese día, de un infarto / su alma se llevaría. // Pobre de mi abuelita, / con la flaca se me fue / era de las de antes, / hasta cosía, ¡cómo ves! /