/ miércoles 30 de enero de 2019

CARAS Y MÁSCARAS

En 1519 España y México no existían

La expresión “España conquistó a México” es un enunciado erróneo, porque en 1521, cuando se da el dramático episodio histórico de la caída de Tenochtitlan ni España ni México existían, pues en ambos casos se trataba de conjuntos de pueblos independientes, aunque vinculados por causas especiales y por estar ubicados en territorios comunes en uno y otro caso: la península ibérica y la ahora denominada Mesoamérica, respectivamente.

En la península ibérica el mosaico geopolítico lo integraban las coronas de Portugal, de Castilla, de Navarra y de Aragón, esta a su vez conformada por Valencia, Cataluña, Reino de las dos Sicilias y Reino de Nápoles. En cuanto a lo que posteriormente sería México, en el tiempo y el espacio de entonces coincidían las culturas maya, mexica, totonaca, mixteca, tarasca y tlaxcalteca, entre otras.

¿Cómo es que las piezas se integran hasta formar los conjuntos reconocidos actualmente con las denominaciones España y México?

Una explicación la proporcionó magistralmente el doctor Martín Ríos Saloma, quien, en el ciclo de conferencias “La reconciliación con nuestra historia” patrocinada por el Centro de Estudios de Historia de México Fundación Carlos Slim, el 3 de mayo de 2017 abordó el tema “España y México a la luz de las nuevas investigaciones sobre la conquista” (se encuentra en Youtube).

El doctor Ríos Saloma construye su exposición sobre dos pilares conceptuales: la nación y la historiografía, con base en ellos describe los procesos que en cada caso entrelazan las piezas para conformar el conjunto respectivo.

El punto de partida es la definición de nación, como el conjunto de ciudadanos que habita un territorio y comparte una lengua, un origen étnico, una historia común y unos valores particulares.

Enriquece tal definición al referirse al espíritu nacional (en alemán Volksgeist, el espíritu del pueblo) “un concepto propio del nacionalismo romántico, que consiste en atribuir a cada nación unos rasgos comunes e inmutables a lo largo de la historia”.

A continuación, delimita el término historiografía, como una operación intelectual marcada por un proceso de selección a través del cual se construyen las imágenes sobre el pasado, acota: “en el siglo XIX esas imágenes estaban dedicadas a la construcción de un pasado”.

Refuerza su enunciado citando a Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más importantes del siglo XX (The invention of tradition) “Practicas gobernadas por reglas de naturaleza simbólica que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento (…). La historia contiene no la memoria colectiva sino los acontecimientos que han querido ser recordados por quienes tienen esa función”

Más adelante el conferenciante señala que el discurso histórico tiene tres propósitos fundamentales: crear lazos de cohesión social y de pertenencia, legitimar instituciones y estatus e inculcar creencias y sistemas de valores (función socializadora).

La historia es legitimadora y se convierte en la base social del grupo por cuanto es creadora de identidades colectivas (constructora de la comunidad imaginada). Argumenta: “El discurso histórico contiene y refleja una representación colectiva del mundo y, por lo tanto, la historiografía analiza la relación entre el texto y el contexto, así como también las imágenes (discursiva e icónica) que se elaboran sobre el pasado con la finalidad de comprender los sentidos y significados diversos elaborados en torno al pasado”.

Prosigue: “La historiografía, como disciplina histórica, permite realizar el análisis de las relaciones que existen entre el discurso historiográfico y los valores, imágenes y símbolos que en él se encarnan. El estudio de la historiografía permite al historiador profundizar en el estudio de los aspectos simbólicos y culturales en el proceso de construcción del pasado elaborados por una sociedad determinada en un tiempo y espacio concretos”.

Con base en la estructura conceptual esbozada, Ríos Saloma repasa acontecimientos relevantes que culminan con la conformación del reino de reinos identificado como España.

Hitos en el proceso son los siguientes:

Siglo XV Mitificación de los reyes católicos. En 1469 con el matrimonio de Isabel y Fernando no tuvo lugar “la unificación de España”, Isabel fue “reina y propietaria de Catilla”, Fernando el príncipe consorte y cada reino conservó su estructura política y económica. Lo que si hubo fue un proyecto de unidad dinástica bajo los miembros de una misma familia, la familia Trastámara que hundía sus raíces en el Siglo XIV, Isabel y Fernando eran primos y les unían intereses compartidos: fortalecimiento de la monarquía, expansión por el Mediterráneo, comercio con el Mar del Norte, conquista de Granada y exploración del Atlántico.

¿Qué ocurre después? Siglo XVI, expansión de la monarquía en los espacios americanos. Siglo XIX, base de la unidad nacional. Siglo XX valores españoles y unidad nacional. España en el Siglo XV no existía como nación, nace como tal en 1821 cuando la monarquía se disuelve.

México como nación también nace en 1821. Un pasaje al azar describe el hecho:

“El día 27 de septiembre de 1821, se cerraba, quizá, el capítulo más difícil en la historia de la nación verdaderamente mexicana, luego del grito que lanzara el cura Miguel Hidalgo y Costilla la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Tras once años de intensas luchas y de la ejecución de la mayoría de los iniciadores, por fin entraban a la capital las tropas unificadas (realistas e independentistas) que lucharon entre sí al principio, pero se unificaron para lograr la independencia de la corona española. El desfile triunfal estaba encabezado por el comandante Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, mejor conocido como Agustín de Iturbide”.

En el Siglo XIX en México se construye un discurso historiográfico para distinguirnos de España, no por la lengua, ni por la religión, sino por el lugar de nacimiento, en el Siglo XX el discurso historiográfico resalta el nacionalismo y el reconocimiento de los pueblos indígenas y en el XXI la multiculturalidad avanza vertiginosamente.

En 1519 España y México no existían

La expresión “España conquistó a México” es un enunciado erróneo, porque en 1521, cuando se da el dramático episodio histórico de la caída de Tenochtitlan ni España ni México existían, pues en ambos casos se trataba de conjuntos de pueblos independientes, aunque vinculados por causas especiales y por estar ubicados en territorios comunes en uno y otro caso: la península ibérica y la ahora denominada Mesoamérica, respectivamente.

En la península ibérica el mosaico geopolítico lo integraban las coronas de Portugal, de Castilla, de Navarra y de Aragón, esta a su vez conformada por Valencia, Cataluña, Reino de las dos Sicilias y Reino de Nápoles. En cuanto a lo que posteriormente sería México, en el tiempo y el espacio de entonces coincidían las culturas maya, mexica, totonaca, mixteca, tarasca y tlaxcalteca, entre otras.

¿Cómo es que las piezas se integran hasta formar los conjuntos reconocidos actualmente con las denominaciones España y México?

Una explicación la proporcionó magistralmente el doctor Martín Ríos Saloma, quien, en el ciclo de conferencias “La reconciliación con nuestra historia” patrocinada por el Centro de Estudios de Historia de México Fundación Carlos Slim, el 3 de mayo de 2017 abordó el tema “España y México a la luz de las nuevas investigaciones sobre la conquista” (se encuentra en Youtube).

El doctor Ríos Saloma construye su exposición sobre dos pilares conceptuales: la nación y la historiografía, con base en ellos describe los procesos que en cada caso entrelazan las piezas para conformar el conjunto respectivo.

El punto de partida es la definición de nación, como el conjunto de ciudadanos que habita un territorio y comparte una lengua, un origen étnico, una historia común y unos valores particulares.

Enriquece tal definición al referirse al espíritu nacional (en alemán Volksgeist, el espíritu del pueblo) “un concepto propio del nacionalismo romántico, que consiste en atribuir a cada nación unos rasgos comunes e inmutables a lo largo de la historia”.

A continuación, delimita el término historiografía, como una operación intelectual marcada por un proceso de selección a través del cual se construyen las imágenes sobre el pasado, acota: “en el siglo XIX esas imágenes estaban dedicadas a la construcción de un pasado”.

Refuerza su enunciado citando a Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más importantes del siglo XX (The invention of tradition) “Practicas gobernadas por reglas de naturaleza simbólica que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento (…). La historia contiene no la memoria colectiva sino los acontecimientos que han querido ser recordados por quienes tienen esa función”

Más adelante el conferenciante señala que el discurso histórico tiene tres propósitos fundamentales: crear lazos de cohesión social y de pertenencia, legitimar instituciones y estatus e inculcar creencias y sistemas de valores (función socializadora).

La historia es legitimadora y se convierte en la base social del grupo por cuanto es creadora de identidades colectivas (constructora de la comunidad imaginada). Argumenta: “El discurso histórico contiene y refleja una representación colectiva del mundo y, por lo tanto, la historiografía analiza la relación entre el texto y el contexto, así como también las imágenes (discursiva e icónica) que se elaboran sobre el pasado con la finalidad de comprender los sentidos y significados diversos elaborados en torno al pasado”.

Prosigue: “La historiografía, como disciplina histórica, permite realizar el análisis de las relaciones que existen entre el discurso historiográfico y los valores, imágenes y símbolos que en él se encarnan. El estudio de la historiografía permite al historiador profundizar en el estudio de los aspectos simbólicos y culturales en el proceso de construcción del pasado elaborados por una sociedad determinada en un tiempo y espacio concretos”.

Con base en la estructura conceptual esbozada, Ríos Saloma repasa acontecimientos relevantes que culminan con la conformación del reino de reinos identificado como España.

Hitos en el proceso son los siguientes:

Siglo XV Mitificación de los reyes católicos. En 1469 con el matrimonio de Isabel y Fernando no tuvo lugar “la unificación de España”, Isabel fue “reina y propietaria de Catilla”, Fernando el príncipe consorte y cada reino conservó su estructura política y económica. Lo que si hubo fue un proyecto de unidad dinástica bajo los miembros de una misma familia, la familia Trastámara que hundía sus raíces en el Siglo XIV, Isabel y Fernando eran primos y les unían intereses compartidos: fortalecimiento de la monarquía, expansión por el Mediterráneo, comercio con el Mar del Norte, conquista de Granada y exploración del Atlántico.

¿Qué ocurre después? Siglo XVI, expansión de la monarquía en los espacios americanos. Siglo XIX, base de la unidad nacional. Siglo XX valores españoles y unidad nacional. España en el Siglo XV no existía como nación, nace como tal en 1821 cuando la monarquía se disuelve.

México como nación también nace en 1821. Un pasaje al azar describe el hecho:

“El día 27 de septiembre de 1821, se cerraba, quizá, el capítulo más difícil en la historia de la nación verdaderamente mexicana, luego del grito que lanzara el cura Miguel Hidalgo y Costilla la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Tras once años de intensas luchas y de la ejecución de la mayoría de los iniciadores, por fin entraban a la capital las tropas unificadas (realistas e independentistas) que lucharon entre sí al principio, pero se unificaron para lograr la independencia de la corona española. El desfile triunfal estaba encabezado por el comandante Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, mejor conocido como Agustín de Iturbide”.

En el Siglo XIX en México se construye un discurso historiográfico para distinguirnos de España, no por la lengua, ni por la religión, sino por el lugar de nacimiento, en el Siglo XX el discurso historiográfico resalta el nacionalismo y el reconocimiento de los pueblos indígenas y en el XXI la multiculturalidad avanza vertiginosamente.