/ miércoles 13 de febrero de 2019

CARAS Y MÁSCARAS

La muralla de Tecoasinco y el primer encuentro de españoles y tlaxcaltecas

  • Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, denomina el capítulo LXII “Cómo se determinó que fuésemos por Tlaxcala, y les enviábamos mensajeros para que tuvieran por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros y lo que más se hizo”.

En su propósito de conocer a Moctezuma, en la ruta de Veracruz hacia Tenochtitlán Hernán Cortés llega a Ixtacamaxtitlán –perteneciente hoy al estado de Puebla-, donde obtiene información de que no lejos de ahí se encuentra Tlaxcala, un pueblo militarmente poderoso que no ha sido sometido por los mexicas, a ese pueblo envía cuatro mensajeros para ofrecer a sus gobernantes amistad y notificarles que pasará por su territorio para llegar a la capital azteca.

En la Segunda Carta de Relación que el conquistador envía al rey Carlos I le refiere que, dada la tardanza del regreso de los mensajeros, decide partir hacia el lugar mencionado. Enseguida se transcribe la narración que Cortés deja a la posteridad del primer episodio profundamente dramático del encuentro inicial entre españoles y tlaxcaltecas:

“Y a la salida del dicho valle –de Ixtacamaxtitlán- hallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada, tan ancha como diez pasos; y en esta entrada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebellín. Tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas.

“Preguntada la causa de aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella provincia de Tascalteca, que eran enemigos de Mutezuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales de este valle me rogaron que pues que iba a ver a Mutezuma, su señor, que no pasase por la tierra de estos sus enemigos porque por ventura serían malos y me harían algún daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Mutezuma sin salir de ella, y que en ella sería siempre bien recibido.

“Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese, sino que fuese por allí; que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos traidores todos los de Mutezuma y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concepto que de los otros, tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando a mi gente al mejor recado que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba delante bien media legua y más –una legua equivale a 5.5 kms-, no con pensamiento de lo que después se me ofreció, pero por descubrir la tierra, para que, si algo hubiese, y lo supiese y tuviese lugar de encontrar y apercibir la gente.

“Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbraban traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a huir. A la sazón llegaba yo e hice que los llamasen y que viniesen y no hubiesen miedo; y fui más hacia donde estaban, que sería hasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera, que nos mataron dos caballos e hirieron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que sería hasta cuatro o cinco mil indios, y ya se habían llegado conmigo hasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas hasta esperar los españoles que con uno de caballo habían enviado a decir que anduviesen. Y en las vueltas les hicimos algún daño en que mataríamos cincuenta o sesenta de ellos sin que daño alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo; pero como todos éramos de caballo, arremetíamos a nuestro salvo y salimos así mismo.

“Y desde que supieron que los nuestros se acercaban, se retrajeron porque eran pocos y nos dejaron el campo. Y después de haberse ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la dicha provincia y con ellos dos de los mensajeros que yo había enviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho y que a ellos les pesaba, que me pagarían los caballos que me habían matado, que querían ser mis amigos y que fuera en hora buena, que sería bien recibido. Yo les respondí que lo agradecía, que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían.

“Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo, una legua adelante donde esto acaeció, así por ser tarde como porque la gente venía cansada.

Versión de Bernal Díaz del Castillo

Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, denomina el capítulo LXII “Cómo se determinó que fuésemos por Tlaxcala, y les enviábamos mensajeros para que tuvieran por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros y lo que más se hizo”.

En este capítulo el cronista narra que a pesar de la advertencia de que toda Tlaxcala estaba puesta en armas contra ellos, “porque según pareció, ya tenían noticia –por los espías- cómo íbamos y llevábamos en nuestra compañía muchos amigos así de Cempoal como los de Zocotlán –Ixtacamaxtitlán- y de otros pueblos por donde habíamos pasado, y todos solían dar tributo a Moctezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos; y como otras veces con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, pensaron querían hacer lo mismo ahora… Y como los mensajeros no regresaban “encomendándonos a Dios partimos otro día para Tlaxcala; y yendo por nuestro camino vienen nuestros dos mensajeros que tenían presos… Y vinieron tan medrosos de lo que habían visto y oído que no lo acertaban a decir… Y por más que les decían los mensajeros que éramos contra los mexicanos y que a todos los tlaxcaltecas los queremos tener por hermanos, no aprovechaban nada sus razones. Y después que Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras, y como estaban de guerra, puesto que nos dio bien que pensar en ello, dijimos todos: ‘Pues que así es adelante y en buena hora’”

“Y de esta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte, hecha de calicanto y de otro betún tan recio que con picos de hierro era mala de deshacer, y hecha de tal manera, que para defensa y ofensa era alto recia de tomar. Y parámonos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Zocotlán que a qué fin tenían aquella fuerza hecha de aquella manera. Y dijeron que como entre su señor Montezuma y los de Tlaxcala tenían guerra a la continua, que los tlaxcaltecas, para defender sus pueblos la habían hecho tan fuerte, porque ya aquella es su tierra. Y reparamos un rato y nos dio bien que pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés dijo: ‘Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la santa cruz, que con ella venceremos’ Y todos a una le respondimos que vamos mucho en buena hora, que Dios es la fuerza verdadera.”

Las siguientes escenas dan idea del trágico primer encuentro que se da entre españoles y sus aliados contra los tlaxcaltecas:

“Y no muy lejos vieron nuestros corredores del campo hasta treinta indios que estaban por espías, y tenían espadas de dos manos y rodelas; y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas…”

“Y estando en esto viene muy de presto y con gran furia un escuadrón de tlaxcaltecas, que estaban en celada, de más de tres mil de ellos, y comenzaron a flechar en todos los de nuestros de caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una refriega de flechas y varas tostadas, y con sus montantes hacían maravillas.”

“Y en ese instante llegamos con nuestra artillería y escopetas y ballestas; y poco a poco comenzaron a volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto.”

“Y en aquel reencuentro hirieron a cuatro de los nuestros y paréceme que desde ahí a pocos días murió el uno de los heridos.”

“Y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no había.”

“Y estuvimos toda la noche muy a punto, con escuchas y buenas rondas, corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros.”


La muralla de Tecoasinco y el primer encuentro de españoles y tlaxcaltecas

  • Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, denomina el capítulo LXII “Cómo se determinó que fuésemos por Tlaxcala, y les enviábamos mensajeros para que tuvieran por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros y lo que más se hizo”.

En su propósito de conocer a Moctezuma, en la ruta de Veracruz hacia Tenochtitlán Hernán Cortés llega a Ixtacamaxtitlán –perteneciente hoy al estado de Puebla-, donde obtiene información de que no lejos de ahí se encuentra Tlaxcala, un pueblo militarmente poderoso que no ha sido sometido por los mexicas, a ese pueblo envía cuatro mensajeros para ofrecer a sus gobernantes amistad y notificarles que pasará por su territorio para llegar a la capital azteca.

En la Segunda Carta de Relación que el conquistador envía al rey Carlos I le refiere que, dada la tardanza del regreso de los mensajeros, decide partir hacia el lugar mencionado. Enseguida se transcribe la narración que Cortés deja a la posteridad del primer episodio profundamente dramático del encuentro inicial entre españoles y tlaxcaltecas:

“Y a la salida del dicho valle –de Ixtacamaxtitlán- hallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada, tan ancha como diez pasos; y en esta entrada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebellín. Tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas.

“Preguntada la causa de aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella provincia de Tascalteca, que eran enemigos de Mutezuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales de este valle me rogaron que pues que iba a ver a Mutezuma, su señor, que no pasase por la tierra de estos sus enemigos porque por ventura serían malos y me harían algún daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Mutezuma sin salir de ella, y que en ella sería siempre bien recibido.

“Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese, sino que fuese por allí; que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos traidores todos los de Mutezuma y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concepto que de los otros, tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando a mi gente al mejor recado que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba delante bien media legua y más –una legua equivale a 5.5 kms-, no con pensamiento de lo que después se me ofreció, pero por descubrir la tierra, para que, si algo hubiese, y lo supiese y tuviese lugar de encontrar y apercibir la gente.

“Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbraban traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a huir. A la sazón llegaba yo e hice que los llamasen y que viniesen y no hubiesen miedo; y fui más hacia donde estaban, que sería hasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera, que nos mataron dos caballos e hirieron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que sería hasta cuatro o cinco mil indios, y ya se habían llegado conmigo hasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas hasta esperar los españoles que con uno de caballo habían enviado a decir que anduviesen. Y en las vueltas les hicimos algún daño en que mataríamos cincuenta o sesenta de ellos sin que daño alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo; pero como todos éramos de caballo, arremetíamos a nuestro salvo y salimos así mismo.

“Y desde que supieron que los nuestros se acercaban, se retrajeron porque eran pocos y nos dejaron el campo. Y después de haberse ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la dicha provincia y con ellos dos de los mensajeros que yo había enviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho y que a ellos les pesaba, que me pagarían los caballos que me habían matado, que querían ser mis amigos y que fuera en hora buena, que sería bien recibido. Yo les respondí que lo agradecía, que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían.

“Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo, una legua adelante donde esto acaeció, así por ser tarde como porque la gente venía cansada.

Versión de Bernal Díaz del Castillo

Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, denomina el capítulo LXII “Cómo se determinó que fuésemos por Tlaxcala, y les enviábamos mensajeros para que tuvieran por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros y lo que más se hizo”.

En este capítulo el cronista narra que a pesar de la advertencia de que toda Tlaxcala estaba puesta en armas contra ellos, “porque según pareció, ya tenían noticia –por los espías- cómo íbamos y llevábamos en nuestra compañía muchos amigos así de Cempoal como los de Zocotlán –Ixtacamaxtitlán- y de otros pueblos por donde habíamos pasado, y todos solían dar tributo a Moctezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos; y como otras veces con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, pensaron querían hacer lo mismo ahora… Y como los mensajeros no regresaban “encomendándonos a Dios partimos otro día para Tlaxcala; y yendo por nuestro camino vienen nuestros dos mensajeros que tenían presos… Y vinieron tan medrosos de lo que habían visto y oído que no lo acertaban a decir… Y por más que les decían los mensajeros que éramos contra los mexicanos y que a todos los tlaxcaltecas los queremos tener por hermanos, no aprovechaban nada sus razones. Y después que Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras, y como estaban de guerra, puesto que nos dio bien que pensar en ello, dijimos todos: ‘Pues que así es adelante y en buena hora’”

“Y de esta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte, hecha de calicanto y de otro betún tan recio que con picos de hierro era mala de deshacer, y hecha de tal manera, que para defensa y ofensa era alto recia de tomar. Y parámonos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Zocotlán que a qué fin tenían aquella fuerza hecha de aquella manera. Y dijeron que como entre su señor Montezuma y los de Tlaxcala tenían guerra a la continua, que los tlaxcaltecas, para defender sus pueblos la habían hecho tan fuerte, porque ya aquella es su tierra. Y reparamos un rato y nos dio bien que pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés dijo: ‘Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la santa cruz, que con ella venceremos’ Y todos a una le respondimos que vamos mucho en buena hora, que Dios es la fuerza verdadera.”

Las siguientes escenas dan idea del trágico primer encuentro que se da entre españoles y sus aliados contra los tlaxcaltecas:

“Y no muy lejos vieron nuestros corredores del campo hasta treinta indios que estaban por espías, y tenían espadas de dos manos y rodelas; y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas…”

“Y estando en esto viene muy de presto y con gran furia un escuadrón de tlaxcaltecas, que estaban en celada, de más de tres mil de ellos, y comenzaron a flechar en todos los de nuestros de caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una refriega de flechas y varas tostadas, y con sus montantes hacían maravillas.”

“Y en ese instante llegamos con nuestra artillería y escopetas y ballestas; y poco a poco comenzaron a volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto.”

“Y en aquel reencuentro hirieron a cuatro de los nuestros y paréceme que desde ahí a pocos días murió el uno de los heridos.”

“Y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no había.”

“Y estuvimos toda la noche muy a punto, con escuchas y buenas rondas, corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros.”