/ miércoles 1 de julio de 2020

Caras y Máscaras | A 500 años de La Noche Triste

La madrugada del primer día de julio de 1520 enmarcó la escena aciaga en la que Hernán Cortés, con el ánimo abatido, sentado bajo la fronda de un ahuehuete en Tlacopan (Tacuba), llora desconsolado la derrota que le han infligido los mexicas durante su huida de Tenochtitlán.

Siete meses antes, el 8 de noviembre de 1519, los españoles habían sido recibidos por Moctezuma II y alojados en el palacio de su padre Axayácatl, donde Cortés y los suyos se dedicaron a saquear todo el oro que encontraron, fundiéndolo y convirtiéndolo en tejos o lingotes.

Sin considerar el trato deferente que el gobernante mexica daba a sus indeseables huéspedes, estos mantenían inmutable su propósito de avasallar al imperio azteca en favor de la corona española. Con tal propósito hicieron prisionero al gran tlatoani usando como pretexto la muerte, en la población de Nautla, de siete soldados españoles en un enfrentamiento con mexicas recaudadores de tributos.

En tales circunstancias Hernán Cortés tuvo que ir a Veracruz para enfrentar a Pánfilo Narváez, quien había sido enviado por Diego Velazquez para aprehenderlo. En lugar de Cortés quedo Pedro de Alvarado quien, con 80 soldados, debería resguardar y proteger al prisionero Moctezuma II.

En ausencia del capitán español, Alvarado autorizó la celebración de una ceremonia religiosa en el Templo Mayor dedicada a Huitzilopochtli. En tal ocasión y con la sospecha de que el festejo pudiera ser el inicio de una rebelión, Alvarado ordenó una matanza realizada con extrema crueldad, en la que padecieron y murieron entre trescientos y seiscientos hombres, mujeres y niños.

Fray Bernardino de Sahagún narra la dantesca escena: «Dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos y luego lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada, otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos, tripas y cuerpos de hombres muertos».

La execrable acción encendió la mecha de la rebelión. Al regresar, Cortés trató de calmar los ánimos. Para ello solicitó a Moctezuma II que se dirigiera a su pueblo para sofocar el violento tumulto, este subió a la azotea de su palacio e instó a sus seguidores a retirarse, pero la población acusándolo de cobarde y traidor le lanzó piedras y flechas que lo hirieron mortalmente, falleciendo poco tiempo después.

A mediados de 1520 los españoles y sus aliados quedaron sitiados en el palacio de Axayácatl. Sin alimentos, agua y pólvora decidieron abandonar Tenochtitlán rumbo a Tlacopan en una huida nocturna que prepararon para la medianoche del 30 de junio de 1520.

Cortés dio la señal de partida y bajo la consigna de silencio absoluto los españoles y sus aliados marcharon en dirección a Tacuba, cuidando el relincho de los caballos, pero una anciana que había salido a tomar agua en un cántaro los vio y dio aviso a los guerreros que, sin tardanza, los rodearon y atacaron hasta derrotarlos.

Hombres y caballos se ahogaron, 600 españoles y cerca de 900 tlaxcaltecas fallecieron o bien fueron apresados, todos los cañones se perdieron, los arcabuces quedaron arruinados con la pólvora mojada, el botín de joyas y oro producto del saqueo se hundió en las aguas de Tenochtitlan.

Frente a la magnitud de la tragedia, el cronista Bernal Díaz refirió que a Cortés “se le saltaron las lágrimas de los ojos” al ver a sus tropas cuando llegaban vencidas y maltrechas a Tacuba.

El 13 de marzo de 1981, en la ciudad de México, al norte de la Alameda Central, en la iglesia de San Hipólito, durante la excavación para la construcción de la Banca Central, a casi cinco metros de profundidad se encontró un tejo dorado que fue entregado a los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

La madrugada del primer día de julio de 1520 enmarcó la escena aciaga en la que Hernán Cortés, con el ánimo abatido, sentado bajo la fronda de un ahuehuete en Tlacopan (Tacuba), llora desconsolado la derrota que le han infligido los mexicas durante su huida de Tenochtitlán.

Siete meses antes, el 8 de noviembre de 1519, los españoles habían sido recibidos por Moctezuma II y alojados en el palacio de su padre Axayácatl, donde Cortés y los suyos se dedicaron a saquear todo el oro que encontraron, fundiéndolo y convirtiéndolo en tejos o lingotes.

Sin considerar el trato deferente que el gobernante mexica daba a sus indeseables huéspedes, estos mantenían inmutable su propósito de avasallar al imperio azteca en favor de la corona española. Con tal propósito hicieron prisionero al gran tlatoani usando como pretexto la muerte, en la población de Nautla, de siete soldados españoles en un enfrentamiento con mexicas recaudadores de tributos.

En tales circunstancias Hernán Cortés tuvo que ir a Veracruz para enfrentar a Pánfilo Narváez, quien había sido enviado por Diego Velazquez para aprehenderlo. En lugar de Cortés quedo Pedro de Alvarado quien, con 80 soldados, debería resguardar y proteger al prisionero Moctezuma II.

En ausencia del capitán español, Alvarado autorizó la celebración de una ceremonia religiosa en el Templo Mayor dedicada a Huitzilopochtli. En tal ocasión y con la sospecha de que el festejo pudiera ser el inicio de una rebelión, Alvarado ordenó una matanza realizada con extrema crueldad, en la que padecieron y murieron entre trescientos y seiscientos hombres, mujeres y niños.

Fray Bernardino de Sahagún narra la dantesca escena: «Dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos y luego lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada, otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos, tripas y cuerpos de hombres muertos».

La execrable acción encendió la mecha de la rebelión. Al regresar, Cortés trató de calmar los ánimos. Para ello solicitó a Moctezuma II que se dirigiera a su pueblo para sofocar el violento tumulto, este subió a la azotea de su palacio e instó a sus seguidores a retirarse, pero la población acusándolo de cobarde y traidor le lanzó piedras y flechas que lo hirieron mortalmente, falleciendo poco tiempo después.

A mediados de 1520 los españoles y sus aliados quedaron sitiados en el palacio de Axayácatl. Sin alimentos, agua y pólvora decidieron abandonar Tenochtitlán rumbo a Tlacopan en una huida nocturna que prepararon para la medianoche del 30 de junio de 1520.

Cortés dio la señal de partida y bajo la consigna de silencio absoluto los españoles y sus aliados marcharon en dirección a Tacuba, cuidando el relincho de los caballos, pero una anciana que había salido a tomar agua en un cántaro los vio y dio aviso a los guerreros que, sin tardanza, los rodearon y atacaron hasta derrotarlos.

Hombres y caballos se ahogaron, 600 españoles y cerca de 900 tlaxcaltecas fallecieron o bien fueron apresados, todos los cañones se perdieron, los arcabuces quedaron arruinados con la pólvora mojada, el botín de joyas y oro producto del saqueo se hundió en las aguas de Tenochtitlan.

Frente a la magnitud de la tragedia, el cronista Bernal Díaz refirió que a Cortés “se le saltaron las lágrimas de los ojos” al ver a sus tropas cuando llegaban vencidas y maltrechas a Tacuba.

El 13 de marzo de 1981, en la ciudad de México, al norte de la Alameda Central, en la iglesia de San Hipólito, durante la excavación para la construcción de la Banca Central, a casi cinco metros de profundidad se encontró un tejo dorado que fue entregado a los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).