/ miércoles 12 de agosto de 2020

Caras y Máscaras | Emociones que genera la pandemia

Una catástrofe es un suceso infortunado que produce gran destrucción y muchas desdichas personales, con grave alteración del desarrollo normal de la vida que, en el plano mundial, degrada el bienestar de la mayoría de la humanidad. La pandemia de la Covid-19 es, en estos términos, un desastre mundial.

¿Cómo reaccionamos ante un desastre como el que actualmente sufrimos?

El doctor Eduardo Thomas Téllez, médico especialista en psiquiatría por la UNAM, certificado por el Consejo Mexicano de Psiquiatría, en su artículo "Nuestras emociones en la pandemia", publicado recientemente en la revista universitaria ¿Cómo ves?, nos proporciona algunas respuestas.

En la pandemia del nuevo coronavirus hemos vivido, y seguimos viviendo, toda la gama de emociones de que somos capaces, sentencia al iniciar el texto.

Primero la incredulidad: ´No, esto no pasa aquí. Ocurre al otro lado del mundo. No, aquí no llegará´. Negar la realidad de una amenaza –afirma-, es una forma de lidiar con el miedo.

Cuando la fuerza de la realidad se impone con evidencias directas –continua- el miedo hace presencia y provoca otras emociones: el enojo es la más común, lo que ilustra con una experiencia: "Recuerdo –dice- a un compañero del gimnasio que se quejaba de los chinos, ´sus nefastas costumbres de comer cosas raras han provocado la epidemia´, decía, casi con violencia, como si ellos la hubieran causado; también se quejaba de las autoridades ´que no hacen nada por protegernos´, era al inicio de la epidemia, no había aun ningún caso reportado todavía, pero su molestia le impedía valorar la situación".

El enojo, que puede llevar incluso a la violencia, es una forma de protección, diagnostica el doctor Thomas. Si se encuentra la causa de la amenaza, así sea imaginaria, podemos luchar furiosos contra ella. Defendernos tranquiliza, afirma.

Al centrar su atención en las posibles reacciones particulares ante la pandemia, el académico identifica las siguientes:

- Temor y preocupación por la salud personal y la de los seres queridos.

- Cambios en los hábitos de sueño y alimentación.

- Dificultades para dormir o concentrarse.

- Dolor de cabeza o de cuerpo.

- Problemas de atención.

- Tristeza excesiva.

- Irritabilidad.

- Desgano.

Para disminuir los efectos estresantes de tales reacciones, el facultativo recomienda las siguientes estrategias:

- Comer alimentos saludables.

- Mantener comunicación con los seres queridos.

- Tomar un tiempo de relajación entre las actividades.

- Informarse mediante fuentes confiables.

Y, dado que la pandemia va para largo, el autor del artículo que se comenta recomienda lo siguiente para aligerar la pesadumbre del confinamiento:

- Analizar con calma la información y, sobre todo, la confiabilidad de las fuentes de donde procede.

- Ajustarse a un horario para consultar la información.

- Aplicar las medidas de protección indicadas por la autoridad sanitaria.

- Seguir una rutina diaria de actividades. La conducta y la relación con el entorno habituales son fuentes de tranquilidad.

- Dormir ocho horas, siempre en la noche.

- Establecer horarios fijos para consumir los alimentos y hacer ejercicio.

- En caso de trabajar en casa hacerlo en un horario establecido.

En el artículo referido destaca la mención que el autor hace de dos elementos subjetivos, necesariamente relacionados: la incertidumbre y la esperanza.

La incertidumbre –reflexiona- es inherente a la vida, no se puede eliminar, saberlo nos permite lidiar con ella para vivir lo que se pueda de la mejor manera, más el conocimiento es la mejor herramienta para superar la adversidad de hoy y mitigar la del futuro.

La esperanza, a su vez, proporciona energía y redobla el esfuerzo para salir del peligro, agudiza el ingenio –Thomas lo ilustra: hay que ver la variedad de cubrebocas y escafandras que la inventiva popular ha creado-, para encontrar la rendija de escape. Pero sin una base sólida la esperanza puede ser una trampa mortal: puede inducir a bajar la guardia y entregarse al peligro sin advertirlo, concluye.

Una catástrofe es un suceso infortunado que produce gran destrucción y muchas desdichas personales, con grave alteración del desarrollo normal de la vida que, en el plano mundial, degrada el bienestar de la mayoría de la humanidad. La pandemia de la Covid-19 es, en estos términos, un desastre mundial.

¿Cómo reaccionamos ante un desastre como el que actualmente sufrimos?

El doctor Eduardo Thomas Téllez, médico especialista en psiquiatría por la UNAM, certificado por el Consejo Mexicano de Psiquiatría, en su artículo "Nuestras emociones en la pandemia", publicado recientemente en la revista universitaria ¿Cómo ves?, nos proporciona algunas respuestas.

En la pandemia del nuevo coronavirus hemos vivido, y seguimos viviendo, toda la gama de emociones de que somos capaces, sentencia al iniciar el texto.

Primero la incredulidad: ´No, esto no pasa aquí. Ocurre al otro lado del mundo. No, aquí no llegará´. Negar la realidad de una amenaza –afirma-, es una forma de lidiar con el miedo.

Cuando la fuerza de la realidad se impone con evidencias directas –continua- el miedo hace presencia y provoca otras emociones: el enojo es la más común, lo que ilustra con una experiencia: "Recuerdo –dice- a un compañero del gimnasio que se quejaba de los chinos, ´sus nefastas costumbres de comer cosas raras han provocado la epidemia´, decía, casi con violencia, como si ellos la hubieran causado; también se quejaba de las autoridades ´que no hacen nada por protegernos´, era al inicio de la epidemia, no había aun ningún caso reportado todavía, pero su molestia le impedía valorar la situación".

El enojo, que puede llevar incluso a la violencia, es una forma de protección, diagnostica el doctor Thomas. Si se encuentra la causa de la amenaza, así sea imaginaria, podemos luchar furiosos contra ella. Defendernos tranquiliza, afirma.

Al centrar su atención en las posibles reacciones particulares ante la pandemia, el académico identifica las siguientes:

- Temor y preocupación por la salud personal y la de los seres queridos.

- Cambios en los hábitos de sueño y alimentación.

- Dificultades para dormir o concentrarse.

- Dolor de cabeza o de cuerpo.

- Problemas de atención.

- Tristeza excesiva.

- Irritabilidad.

- Desgano.

Para disminuir los efectos estresantes de tales reacciones, el facultativo recomienda las siguientes estrategias:

- Comer alimentos saludables.

- Mantener comunicación con los seres queridos.

- Tomar un tiempo de relajación entre las actividades.

- Informarse mediante fuentes confiables.

Y, dado que la pandemia va para largo, el autor del artículo que se comenta recomienda lo siguiente para aligerar la pesadumbre del confinamiento:

- Analizar con calma la información y, sobre todo, la confiabilidad de las fuentes de donde procede.

- Ajustarse a un horario para consultar la información.

- Aplicar las medidas de protección indicadas por la autoridad sanitaria.

- Seguir una rutina diaria de actividades. La conducta y la relación con el entorno habituales son fuentes de tranquilidad.

- Dormir ocho horas, siempre en la noche.

- Establecer horarios fijos para consumir los alimentos y hacer ejercicio.

- En caso de trabajar en casa hacerlo en un horario establecido.

En el artículo referido destaca la mención que el autor hace de dos elementos subjetivos, necesariamente relacionados: la incertidumbre y la esperanza.

La incertidumbre –reflexiona- es inherente a la vida, no se puede eliminar, saberlo nos permite lidiar con ella para vivir lo que se pueda de la mejor manera, más el conocimiento es la mejor herramienta para superar la adversidad de hoy y mitigar la del futuro.

La esperanza, a su vez, proporciona energía y redobla el esfuerzo para salir del peligro, agudiza el ingenio –Thomas lo ilustra: hay que ver la variedad de cubrebocas y escafandras que la inventiva popular ha creado-, para encontrar la rendija de escape. Pero sin una base sólida la esperanza puede ser una trampa mortal: puede inducir a bajar la guardia y entregarse al peligro sin advertirlo, concluye.