/ miércoles 22 de abril de 2020

Caras y Máscaras | Estamos en estado de guerra contra el Covid-19

Sun Tzu (544-496 a. C.), un general, estratega militar y filósofo de la antigua China, autor de El Arte de la Guerra -conocido tratado sobre estrategia militar-, se refiere al estado de guerra, como “un conflicto que es parte integral de la vida humana, está en nosotros y en nuestro entorno. En ocasiones podemos evitarlo hábilmente, pero en otras debemos de ir a él directamente”.

En la actualidad vivimos un estado de guerra, donde no hay dos bandos de seres humanos matándose por un ideal, un territorio o intereses nacionales, sino un enemigo común, nuevo, extraño, invisible, silencioso, que se multiplica aceleradamente, que se ceba especialmente con las personas más vulnerables y que, de diciembre a la fecha, ha cobrado al menos 165 mil vidas en el mundo. El enemigo es el Coronavirus o Covid-19.

En las circunstancias presentes, al hablar de un estado de guerra no se acude a una metáfora -expresión de sentido figurado- para generar miedo y angustia, sino se hace referencia a la realidad, como lo han reconocido varios líderes mundiales, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana Ángela Merkel.

Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, invocó, al respecto, una ley de los tiempos de guerra que permite al gobierno acelerar la producción de mascarillas, respiradores, ventiladores y otros equipos. “Vamos a derrotar al enemigo invisible. Esta crisis me ha convertido en un presidente en tiempos de guerra”, dijo al asumir el mando de la defensa sanitaria de los Estados Unidos. Asimismo, aplicó la Ley de Producción de Defensa, que se remonta a la Guerra de Corea de 1950 y otorga al presidente autoridad para “acelerar y expandir el suministro de recursos de la base industrial para apoyar los programas militares, de energía, espaciales y de seguridad nacional”.

Esta es en una verdadera guerra mundial, en varios aspectos semejante a los grandes conflictos bélicos que han deteriorado al planeta. Sitiados por el virus, la lucha contra la peste requiere un ejército jerarquizado y disciplinado. Estamos obligados a unirnos, a enrolarnos en la tropa que debe hacer frente a la pandemia, que ayer alcanzó la Fase 3 de su desarrollo en México, o sea que, en opinión de la autoridad sanitaria federal, ya “el virus afecta a miles de personas en varias localidades, los brotes son regionales y la dispersión es nacional.”

En la avanzada del combate se encuentra el personal sanitario: médicos, enfermeras, camilleros, afanadoras… la heroica fuerza de choque más expuesta al peligro y, en la trinchera domiciliaria, los ciudadanos, que se enclaustran en casa para frenar la propagación del mal.

El ataque al enemigo debe ser rápido, sin vacilaciones, por lo que el comando sanitario debe estar dotado de todos los recursos económicos, materiales y humanos necesarios para doblegar al virus y minimizar las víctimas.

Toda guerra es cruenta y la actual lo está siendo, las cifras de víctimas se multiplican día a día y la economía sufre un impacto brutal que se manifiesta en el creciente desempleo.

La clave para “aplanar” la curva de contagios, para evitarlos, reducir su número y de ese modo impedir el colapso del sistema sanitario, se requiere respetar el distanciamiento social, que todos nos comportemos como si ya hubiéramos contraído el virus y no se lo quisiéramos contagiar a nadie. Cumplamos las recomendaciones sanitarias a rajatabla, la solidaridad empieza por uno mismo.

Sun Tzu (544-496 a. C.), un general, estratega militar y filósofo de la antigua China, autor de El Arte de la Guerra -conocido tratado sobre estrategia militar-, se refiere al estado de guerra, como “un conflicto que es parte integral de la vida humana, está en nosotros y en nuestro entorno. En ocasiones podemos evitarlo hábilmente, pero en otras debemos de ir a él directamente”.

En la actualidad vivimos un estado de guerra, donde no hay dos bandos de seres humanos matándose por un ideal, un territorio o intereses nacionales, sino un enemigo común, nuevo, extraño, invisible, silencioso, que se multiplica aceleradamente, que se ceba especialmente con las personas más vulnerables y que, de diciembre a la fecha, ha cobrado al menos 165 mil vidas en el mundo. El enemigo es el Coronavirus o Covid-19.

En las circunstancias presentes, al hablar de un estado de guerra no se acude a una metáfora -expresión de sentido figurado- para generar miedo y angustia, sino se hace referencia a la realidad, como lo han reconocido varios líderes mundiales, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana Ángela Merkel.

Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, invocó, al respecto, una ley de los tiempos de guerra que permite al gobierno acelerar la producción de mascarillas, respiradores, ventiladores y otros equipos. “Vamos a derrotar al enemigo invisible. Esta crisis me ha convertido en un presidente en tiempos de guerra”, dijo al asumir el mando de la defensa sanitaria de los Estados Unidos. Asimismo, aplicó la Ley de Producción de Defensa, que se remonta a la Guerra de Corea de 1950 y otorga al presidente autoridad para “acelerar y expandir el suministro de recursos de la base industrial para apoyar los programas militares, de energía, espaciales y de seguridad nacional”.

Esta es en una verdadera guerra mundial, en varios aspectos semejante a los grandes conflictos bélicos que han deteriorado al planeta. Sitiados por el virus, la lucha contra la peste requiere un ejército jerarquizado y disciplinado. Estamos obligados a unirnos, a enrolarnos en la tropa que debe hacer frente a la pandemia, que ayer alcanzó la Fase 3 de su desarrollo en México, o sea que, en opinión de la autoridad sanitaria federal, ya “el virus afecta a miles de personas en varias localidades, los brotes son regionales y la dispersión es nacional.”

En la avanzada del combate se encuentra el personal sanitario: médicos, enfermeras, camilleros, afanadoras… la heroica fuerza de choque más expuesta al peligro y, en la trinchera domiciliaria, los ciudadanos, que se enclaustran en casa para frenar la propagación del mal.

El ataque al enemigo debe ser rápido, sin vacilaciones, por lo que el comando sanitario debe estar dotado de todos los recursos económicos, materiales y humanos necesarios para doblegar al virus y minimizar las víctimas.

Toda guerra es cruenta y la actual lo está siendo, las cifras de víctimas se multiplican día a día y la economía sufre un impacto brutal que se manifiesta en el creciente desempleo.

La clave para “aplanar” la curva de contagios, para evitarlos, reducir su número y de ese modo impedir el colapso del sistema sanitario, se requiere respetar el distanciamiento social, que todos nos comportemos como si ya hubiéramos contraído el virus y no se lo quisiéramos contagiar a nadie. Cumplamos las recomendaciones sanitarias a rajatabla, la solidaridad empieza por uno mismo.