/ miércoles 28 de agosto de 2019

Caras y Máscaras | Huertos, opción frente a la crisis alimentaria global

El pasado mes de abril la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) presentaron, conjuntamente, el “Informe mundial sobre crisis alimentarias 2019”, documento que contiene las últimas estimaciones del hambre aguda en el mundo, preparado por 15 instituciones mundiales y regionales en el marco de la Red de Información de Seguridad Alimentaria.

Ese documento refiere que en 2018 más de 113 millones de personas en 53 países experimentaron hambre aguda que requirió asistencia alimentaria, nutricional y de medios de vida urgentes.

Los países de África continuaron siendo los más afectados por la inseguridad alimentaria aguda. Las peores crisis alimentarias en el año aludido fueron, en orden de gravedad: Yemen, la República Democrática del Congo, Afganistán, Etiopía, la República Árabe Siria, Sudán, Sudán del Sur y el norte de Nigeria. Estos ocho países representaron dos tercios del total de personas que enfrentan inseguridad alimentaria aguda, lo que representa casi 72 millones de seres humanos.

Se encontró, también, que 143 millones de personas adicionales, en un subconjunto de 42 países, vivían en condiciones de estrés en la cúspide del hambre aguda que, por tanto, se arriesgaban a caer en crisis de hambre aguda si enfrentaban un shock o factor estresante adicional.

Los principales impulsores de la inseguridad alimentaria, que continúan erosionando los medios de vida y causando miles de muertes, son los conflictos y la inseguridad, las crisis climáticas y las turbulencias económicas.

Conflictos e inseguridad

En 2018 los conflictos y la inseguridad continuaron siendo el motor clave de las crisis de seguridad alimentaria y es probable que lo sigan siendo en los próximos años pronostica el estudio.

El conflicto prolongado en algunos países, la inseguridad local, así como la violencia intercomunal en otros, continuarán perturbando la producción y los mercados agrícolas y privarán a los hogares de sus medios de vida, profundizando su vulnerabilidad y aumentando el desplazamiento, internamente o hacia los países vecinos, agravando, en la mayoría de los casos, la inseguridad alimentaria de quienes huyen y/o de las comunidades de acogida.

Choques climáticos

Se espera, indica otro de los vaticinios del estudio, que los choques climáticos, es decir, los eventos climáticos extremos, tengan un impacto severo en la producción agrícola y ganadera en varias regiones, incluidas aquellas que ya enfrentan crisis alimentarias. En América Latina y el Caribe, particularmente, se espera que el clima seco, asociado a las condiciones de El Niño (fenómeno meteorológico que causa estragos debido a las intensas lluvias), afecte la producción agrícola y los precios de los alimentos en Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela, con los consiguientes impactos en las emigraciones de estos países.

Choques económicos

El informe concluye en que los choques económicos, resultantes de los conflictos, la inseguridad local o la volatilidad política, constituyen unos de los principales impulsores de la inseguridad alimentaria aguda y es probable que los hogares más pobres sean los más afectados por el aumento de los precios de los alimentos, el combustible, los medicamentos y otros artículos esenciales, así como por la falta de oportunidades de trabajo, que también debilitan la capacidad de los agricultores y pequeños productores para invertir en los insumos necesarios con el fin de aumentar el rendimiento de los cultivos o para aumentar su resistencia a los choques.

Huertos urbanos opción esperanzadora

Frente a tal panorama, resulta pertinente recuperar algunas ideas del artículo “Huertos urbanos y la crisis alimentaria global”, escrito por Rob Sawers y publicado en la revista Biodiversidad en noviembre del 2011.

“La FAO, explica el autor, admite abiertamente una “crisis alimentaria global”. Hay fuertes evidencias de que los precios de los alimentos son uno de los factores críticos de desasosiego político por todo el mundo. Son variadas las causas de esta crisis, e incluyen el extremo y errático clima y los altos precios del petróleo. Sin embargo, como en épocas previas de hambre y hambruna, la crisis alimentaria no es tan sólo el resultado de fenómenos naturales, sino que la agrava la avidez de lucrar con la miseria humana mediante la manipulación de los mercados.

“Mientras los campesinos por todo el mundo sufren los efectos de esta ofensiva corporativa contra la agricultura tradicional, son los pobres urbanos quienes soportan los más agudos riesgos de desnutrición en esta crisis alimentaria.

“Es claro que necesitamos soluciones alternativas. Para aquéllos que enfrentan inminente desnutrición al tiempo que ven cómo trepan los precios semana a semana, no es ya simplemente la opción de esperar callados a que el gobierno o el desarrollo dirigido por el capitalismo llegue a las barriadas. Por todo el continente americano, de Buenos Aires a Detroit, muchas comunidades han reaccionado proactivas a esta crisis. Grupos comunitarios en incontables ciudades han comenzado huertos urbanos en los barrios pobres y ofrecen una alternativa nutricional para quienes sobreviven comiendo postres callejeros y comida chatarra. Además, hacen posible el desarrollo de economías locales para comercializar sus productos.

“Si se le piensa como modelo de desarrollo o como solución a la crisis alimentaria global, algunos alegarán que el cultivo de hortalizas urbanas y los mercados locales son “poca cosa”, un simple vendaje en la herida ocasionada por un sistema de producción alimentaria que se está saliendo de control. Puede ser así, y tal vez las soluciones de largo plazo no estén en las ciudades que consumen sino en el campo que produce. Pero conforme la lucha de los campesinos sigue adelante, tal vez invisible o ajena para la población urbana del mundo, los marginados pobres en las ciudades y barriadas no pueden seguir esperando a que se cumplan las promesas del desarrollo capitalista.”

El pasado mes de abril la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) presentaron, conjuntamente, el “Informe mundial sobre crisis alimentarias 2019”, documento que contiene las últimas estimaciones del hambre aguda en el mundo, preparado por 15 instituciones mundiales y regionales en el marco de la Red de Información de Seguridad Alimentaria.

Ese documento refiere que en 2018 más de 113 millones de personas en 53 países experimentaron hambre aguda que requirió asistencia alimentaria, nutricional y de medios de vida urgentes.

Los países de África continuaron siendo los más afectados por la inseguridad alimentaria aguda. Las peores crisis alimentarias en el año aludido fueron, en orden de gravedad: Yemen, la República Democrática del Congo, Afganistán, Etiopía, la República Árabe Siria, Sudán, Sudán del Sur y el norte de Nigeria. Estos ocho países representaron dos tercios del total de personas que enfrentan inseguridad alimentaria aguda, lo que representa casi 72 millones de seres humanos.

Se encontró, también, que 143 millones de personas adicionales, en un subconjunto de 42 países, vivían en condiciones de estrés en la cúspide del hambre aguda que, por tanto, se arriesgaban a caer en crisis de hambre aguda si enfrentaban un shock o factor estresante adicional.

Los principales impulsores de la inseguridad alimentaria, que continúan erosionando los medios de vida y causando miles de muertes, son los conflictos y la inseguridad, las crisis climáticas y las turbulencias económicas.

Conflictos e inseguridad

En 2018 los conflictos y la inseguridad continuaron siendo el motor clave de las crisis de seguridad alimentaria y es probable que lo sigan siendo en los próximos años pronostica el estudio.

El conflicto prolongado en algunos países, la inseguridad local, así como la violencia intercomunal en otros, continuarán perturbando la producción y los mercados agrícolas y privarán a los hogares de sus medios de vida, profundizando su vulnerabilidad y aumentando el desplazamiento, internamente o hacia los países vecinos, agravando, en la mayoría de los casos, la inseguridad alimentaria de quienes huyen y/o de las comunidades de acogida.

Choques climáticos

Se espera, indica otro de los vaticinios del estudio, que los choques climáticos, es decir, los eventos climáticos extremos, tengan un impacto severo en la producción agrícola y ganadera en varias regiones, incluidas aquellas que ya enfrentan crisis alimentarias. En América Latina y el Caribe, particularmente, se espera que el clima seco, asociado a las condiciones de El Niño (fenómeno meteorológico que causa estragos debido a las intensas lluvias), afecte la producción agrícola y los precios de los alimentos en Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela, con los consiguientes impactos en las emigraciones de estos países.

Choques económicos

El informe concluye en que los choques económicos, resultantes de los conflictos, la inseguridad local o la volatilidad política, constituyen unos de los principales impulsores de la inseguridad alimentaria aguda y es probable que los hogares más pobres sean los más afectados por el aumento de los precios de los alimentos, el combustible, los medicamentos y otros artículos esenciales, así como por la falta de oportunidades de trabajo, que también debilitan la capacidad de los agricultores y pequeños productores para invertir en los insumos necesarios con el fin de aumentar el rendimiento de los cultivos o para aumentar su resistencia a los choques.

Huertos urbanos opción esperanzadora

Frente a tal panorama, resulta pertinente recuperar algunas ideas del artículo “Huertos urbanos y la crisis alimentaria global”, escrito por Rob Sawers y publicado en la revista Biodiversidad en noviembre del 2011.

“La FAO, explica el autor, admite abiertamente una “crisis alimentaria global”. Hay fuertes evidencias de que los precios de los alimentos son uno de los factores críticos de desasosiego político por todo el mundo. Son variadas las causas de esta crisis, e incluyen el extremo y errático clima y los altos precios del petróleo. Sin embargo, como en épocas previas de hambre y hambruna, la crisis alimentaria no es tan sólo el resultado de fenómenos naturales, sino que la agrava la avidez de lucrar con la miseria humana mediante la manipulación de los mercados.

“Mientras los campesinos por todo el mundo sufren los efectos de esta ofensiva corporativa contra la agricultura tradicional, son los pobres urbanos quienes soportan los más agudos riesgos de desnutrición en esta crisis alimentaria.

“Es claro que necesitamos soluciones alternativas. Para aquéllos que enfrentan inminente desnutrición al tiempo que ven cómo trepan los precios semana a semana, no es ya simplemente la opción de esperar callados a que el gobierno o el desarrollo dirigido por el capitalismo llegue a las barriadas. Por todo el continente americano, de Buenos Aires a Detroit, muchas comunidades han reaccionado proactivas a esta crisis. Grupos comunitarios en incontables ciudades han comenzado huertos urbanos en los barrios pobres y ofrecen una alternativa nutricional para quienes sobreviven comiendo postres callejeros y comida chatarra. Además, hacen posible el desarrollo de economías locales para comercializar sus productos.

“Si se le piensa como modelo de desarrollo o como solución a la crisis alimentaria global, algunos alegarán que el cultivo de hortalizas urbanas y los mercados locales son “poca cosa”, un simple vendaje en la herida ocasionada por un sistema de producción alimentaria que se está saliendo de control. Puede ser así, y tal vez las soluciones de largo plazo no estén en las ciudades que consumen sino en el campo que produce. Pero conforme la lucha de los campesinos sigue adelante, tal vez invisible o ajena para la población urbana del mundo, los marginados pobres en las ciudades y barriadas no pueden seguir esperando a que se cumplan las promesas del desarrollo capitalista.”