/ miércoles 1 de abril de 2020

Caras y Máscaras | La influenza española de 1918 en Tlaxcala y Puebla

Seguramente quedamos pocos de quienes, siendo niños, allá por el año 1945 escuchamos, aterrorizados, las pláticas de nuestros padres y abuelos acerca de las dramáticas vicisitudes y consecuencias sufridas por ellos debido a la pandemia de gripe del año 1918.

Hambre, luto, dolor y desesperanza marcaron para siempre a los sobrevivientes de la más devastadora plaga que ha sufrido la humanidad (mató entre 20 y 40 millones de personas) y que se dio durante las fases finales de las catastróficas Primera Guerra Mundial y Revolución Mexicana, que tantas desdichas familiares produjeron en sus respectivos escenarios.

Mario Ramírez Rancaño, en su libro La Revolución en los Volcanes, Domingo y Cirilo Arenas, editado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, da una idea de la tragedia nacional vivida entonces.

“A finales de 1918 y principios de 1919 apareció una epidemia que causó graves estragos, no sólo entre la población civil sino también entre las filas combatientes. Se trató ni más ni menos de la influenza española. La epidemia adquirió tal gravedad que el personal encargado de levantar las actas de defunción no se daba abasto. En ocasiones los deudos de las víctimas apenas sepultaban a un miembro de la familia, cuando caía muerto otro.

“A fines de octubre de 1918, la epidemia adquirió porciones alarmantes en Puebla; se sabe que había más de un centenar de cadáveres sin sepultar en el Panteón Agua Azul porque ya no había tumbas, además de que en un solo día las autoridades registraron 220 defunciones. Y no se sabe el número de víctimas que no eran reportadas a las autoridades sanitarias. De todas formas, se calculaba que tan solo en Puebla, el número de víctimas era veinte veces superior al registrado en la capital de la república.

“La influenza española dejó a su paso una estela de muerte y de terror tanto en la población indigente como en la acaudalada.

“El gobernador de Tlaxcala, Máximo Rojas, lanzó una dramática petición de auxilio al Departamento de Salubridad del gobierno federal, señalando que en Tlaxcala la epidemia causaba numerosas víctimas. Se calcula que tan solo en Apizaco, Huamantla y Tlaxcala había más de mil enfermos, además de los registrados en Calpulalpan y, al igual que otros gobernadores, Máximo Rojas se quejaba de no tener dinero para combatir la epidemia. Tratando de ser más convincente en su petición, Rojas decía que la influenza arrasaba pueblos completos y que eran contadas las personas que se salvaban, que había lugares en que ya no quedaba un habitante sano y en otros se morían de manera alarmante. Pero lo peor era que se desconocía el origen y la naturaleza del mal.

“Gran parte de la república estaba invadida por el terrible mal. A principios de 1919, un diario capitalino (El Universal) afirmaba que la influenza española había causado alrededor de medio millón de muertos. Basado en sus propias estadísticas decía que la revolución había causado alrededor de 300 mil muertos, mientras que el saldo de la influenza, en mucho menor tiempo, fue de 436 200, esto es casi un 50% más. Pero también señalaba que, en plena guerra civil, la población sufrió otras epidemias tan mortíferas como la influenza, entre ellas el cólera, que provocó casi el mismo número de víctimas que la lucha armada. A estas cantidades había que agregar los caídos por la viruela negra que ascendían a 70 000. En síntesis, las estadísticas del diario revelaban algo inaudito: que durante la revolución tres epidemias liquidaron a más de 806 200 personas.”

Según el cuadro de datos del diario aludido, la influenza española privó de la vida a 5 000 tlaxcaltecas, a 12 distritofederalenses y a 45 000 poblanos, así concluye Ramírez Rancaño su relato de la mortandad acaecida hace poco más de un siglo en estas latitudes.

Seguramente quedamos pocos de quienes, siendo niños, allá por el año 1945 escuchamos, aterrorizados, las pláticas de nuestros padres y abuelos acerca de las dramáticas vicisitudes y consecuencias sufridas por ellos debido a la pandemia de gripe del año 1918.

Hambre, luto, dolor y desesperanza marcaron para siempre a los sobrevivientes de la más devastadora plaga que ha sufrido la humanidad (mató entre 20 y 40 millones de personas) y que se dio durante las fases finales de las catastróficas Primera Guerra Mundial y Revolución Mexicana, que tantas desdichas familiares produjeron en sus respectivos escenarios.

Mario Ramírez Rancaño, en su libro La Revolución en los Volcanes, Domingo y Cirilo Arenas, editado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, da una idea de la tragedia nacional vivida entonces.

“A finales de 1918 y principios de 1919 apareció una epidemia que causó graves estragos, no sólo entre la población civil sino también entre las filas combatientes. Se trató ni más ni menos de la influenza española. La epidemia adquirió tal gravedad que el personal encargado de levantar las actas de defunción no se daba abasto. En ocasiones los deudos de las víctimas apenas sepultaban a un miembro de la familia, cuando caía muerto otro.

“A fines de octubre de 1918, la epidemia adquirió porciones alarmantes en Puebla; se sabe que había más de un centenar de cadáveres sin sepultar en el Panteón Agua Azul porque ya no había tumbas, además de que en un solo día las autoridades registraron 220 defunciones. Y no se sabe el número de víctimas que no eran reportadas a las autoridades sanitarias. De todas formas, se calculaba que tan solo en Puebla, el número de víctimas era veinte veces superior al registrado en la capital de la república.

“La influenza española dejó a su paso una estela de muerte y de terror tanto en la población indigente como en la acaudalada.

“El gobernador de Tlaxcala, Máximo Rojas, lanzó una dramática petición de auxilio al Departamento de Salubridad del gobierno federal, señalando que en Tlaxcala la epidemia causaba numerosas víctimas. Se calcula que tan solo en Apizaco, Huamantla y Tlaxcala había más de mil enfermos, además de los registrados en Calpulalpan y, al igual que otros gobernadores, Máximo Rojas se quejaba de no tener dinero para combatir la epidemia. Tratando de ser más convincente en su petición, Rojas decía que la influenza arrasaba pueblos completos y que eran contadas las personas que se salvaban, que había lugares en que ya no quedaba un habitante sano y en otros se morían de manera alarmante. Pero lo peor era que se desconocía el origen y la naturaleza del mal.

“Gran parte de la república estaba invadida por el terrible mal. A principios de 1919, un diario capitalino (El Universal) afirmaba que la influenza española había causado alrededor de medio millón de muertos. Basado en sus propias estadísticas decía que la revolución había causado alrededor de 300 mil muertos, mientras que el saldo de la influenza, en mucho menor tiempo, fue de 436 200, esto es casi un 50% más. Pero también señalaba que, en plena guerra civil, la población sufrió otras epidemias tan mortíferas como la influenza, entre ellas el cólera, que provocó casi el mismo número de víctimas que la lucha armada. A estas cantidades había que agregar los caídos por la viruela negra que ascendían a 70 000. En síntesis, las estadísticas del diario revelaban algo inaudito: que durante la revolución tres epidemias liquidaron a más de 806 200 personas.”

Según el cuadro de datos del diario aludido, la influenza española privó de la vida a 5 000 tlaxcaltecas, a 12 distritofederalenses y a 45 000 poblanos, así concluye Ramírez Rancaño su relato de la mortandad acaecida hace poco más de un siglo en estas latitudes.