/ lunes 24 de enero de 2022

Claroscuros del echeverrismo

No se entiende la gestión de Echeverría ignorando una realidad histórica: los regímenes emanados de la Revolución reprimían las protestas sociales y las divergencias políticas que les parecían peligrosas. Llegaron al poder por las armas y con ellas se sostenían en él. Gracias a la democracia, en la actualidad la única fuerza válida es la del voto.

Ha transcurrido medio siglo desde que el hoy centenario Luis Echeverría Álvarez gobernara México. En este artículo aludiré a las visiones, contrastantes y ambivalentes, que este escriba tuvo y aún tiene respecto del desempeño público del polémico y cuestionado personaje. No se trata de repasar su biografía sino de comentar capítulos de su ejecutoria que incidieron en una generación de jóvenes que, egresados de la Universidad Nacional, empezábamos a participar en la vida del país. En aquella época acaparaba la atención popular el arribo a la Primera Magistratura del abanderado priísta Luis Echeverría, ganador de la elección presidencial de 1970. Se llegaba al acto de toma de posesión en medio de una tensa atmósfera política y social, atribuible, por un lado, a las culpas del gobierno por la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 y, por el otro, al diferendo surgido en campaña entre el candidato y el presidente Díaz Ordaz por el minuto de silencio que, en homenaje a los caídos en Tlatelolco, guardó Echeverría en la Universidad Nicolaíta. Mandos castrenses de alto rango demandaron al mandatario que “enfermara” al candidato… ¡y lo sustituyera por otro!

Precedentes sangrientos

La responsabilidad de la tragedia ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas la asumió íntegra Díaz Ordaz en su quinto informe de gobierno. No obstante, el baldón tocó a todo su gabinete y muy en particular a Echeverría, dado que fungía como secretario de Gobernación el día de los hechos. Luego, ya presidente, sobrevino el “halconazo”, evento en el cual un grupo paramilitar, financiado, entrenado y armado por el Departamento del D.F. atacó el Jueves de Corpus a una manifestación de estudiantes, matando a treinta de ellos. Aunque se imputó al regente Martínez Domínguez la autoría intelectual, la opinión pública dio por cierto que la mano de Echeverría no había sido ajena a la artera agresión. En el 2006 se le acusó de genocidio y se le recluyó en su domicilio mientras discurría el proceso en su contra. Tres años después fue exonerado por el tribunal que lo juzgó al no hallarse pruebas que acreditaran su responsabilidad en aquellos sucesos. A pesar de su absolución, en el imaginario popular arraigó la idea de que Echeverría es un asesino represor. A esa imagen abonó la “guerra sucia” que venía de años atrás pero que se intensificó durante su sexenio: el Ejército arrasó pueblos enteros de la sierra de Guerrero para extinguir focos de subversión armada y eliminar a sus líderes Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, luchadores sociales egresados de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Necesidad de estimaciones emocionalmente equilibradas

Visto en su contexto histórico, el ciclo del presidente Echeverría estuvo condicionado por la inercia autoritaria de un sistema político de origen revolucionario que, una vez institucionalizado, acudía a la represión violenta si la persuasión pacífica no funcionaba. ¿Ese antecedente basta para explicar los hechos en los que se le inmiscuyó? Evidentemente no; mas pese a ello, creo que no es el político cínico, perverso y sin principios que sus detractores pintan, magnificando sus equivocaciones y minimizando sus aciertos; hiperactivo como era, de ambos debe haber cometido muchos. Su mandato, amigo lector, demanda un estudio serio al margen de las pasiones que su recia personalidad despertaba, que valore sus políticas progresistas, sus pronunciamientos en favor de los pueblos del tercer mundo y su reconocida habilidad para hacerse escuchar por los más grandes líderes de su tiempo. Sus críticos olvidan que liberó a los presos del movimiento del 68, que sumó a su gobierno a no pocos jóvenes de izquierda, que acogió a los chilenos perseguidos por Pinochet, que exigió la expulsión de España de la ONU por la ejecución de cinco jóvenes ordenada por Franco y que mantuvo en todo momento constantes e inmejorables relaciones con el gobierno republicano español en el exilio.

Echeverría en su faceta de transformador

De la mayor relevancia fue el papel de Echeverría como fundador de instituciones. Cito las que acuden a mi memoria y que son parte ya de la vida cotidiana mexicana: Profeco (Procuraduría Federal del Consumidor); Fonacot (Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores; Infonavit (Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores); UAM (Universidad Autónoma Metropolitana); CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades); Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) y Cide (Centro de Investigación y Docencia Económica). Y mérito suyo fue también adivinar el enorme potencial turístico del Caribe quintanarroense y ser primer promotor del que en poco tiempo se convertiría en un emporio de nivel mundial (Cancún y la Riviera Maya), y en polo de atracción de inversiones multinacionales.

Echeverría en su relación con Tlaxcala

Echeverría rescató a Sánchez Piedras del ostracismo al que lo condenó Díaz Ordaz por las posiciones de avanzada que el político tlaxcalteca siempre defendió con vehemencia. El gesto del presidente propició que don Emilio llegara a la gubernatura y realizara la labor sobresaliente que todavía hoy se le reconoce por cuanto abrió nuevos horizontes al desarrollo y el avance del estado. Dejo para el final un episodio histórico que me tocó presenciar: el emotivo discurso que pronunció el mandatario de la Nación desde un balcón de Palacio anunciando al pueblo la fundación de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Tres meses después, faltando unos cuantos días para que concluyera su sexenio, Echeverría puso la primera piedra de la casa de estudios que pondría en manos de la juventud la llave de su futuro.

No se entiende la gestión de Echeverría ignorando una realidad histórica: los regímenes emanados de la Revolución reprimían las protestas sociales y las divergencias políticas que les parecían peligrosas. Llegaron al poder por las armas y con ellas se sostenían en él. Gracias a la democracia, en la actualidad la única fuerza válida es la del voto.

Ha transcurrido medio siglo desde que el hoy centenario Luis Echeverría Álvarez gobernara México. En este artículo aludiré a las visiones, contrastantes y ambivalentes, que este escriba tuvo y aún tiene respecto del desempeño público del polémico y cuestionado personaje. No se trata de repasar su biografía sino de comentar capítulos de su ejecutoria que incidieron en una generación de jóvenes que, egresados de la Universidad Nacional, empezábamos a participar en la vida del país. En aquella época acaparaba la atención popular el arribo a la Primera Magistratura del abanderado priísta Luis Echeverría, ganador de la elección presidencial de 1970. Se llegaba al acto de toma de posesión en medio de una tensa atmósfera política y social, atribuible, por un lado, a las culpas del gobierno por la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 y, por el otro, al diferendo surgido en campaña entre el candidato y el presidente Díaz Ordaz por el minuto de silencio que, en homenaje a los caídos en Tlatelolco, guardó Echeverría en la Universidad Nicolaíta. Mandos castrenses de alto rango demandaron al mandatario que “enfermara” al candidato… ¡y lo sustituyera por otro!

Precedentes sangrientos

La responsabilidad de la tragedia ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas la asumió íntegra Díaz Ordaz en su quinto informe de gobierno. No obstante, el baldón tocó a todo su gabinete y muy en particular a Echeverría, dado que fungía como secretario de Gobernación el día de los hechos. Luego, ya presidente, sobrevino el “halconazo”, evento en el cual un grupo paramilitar, financiado, entrenado y armado por el Departamento del D.F. atacó el Jueves de Corpus a una manifestación de estudiantes, matando a treinta de ellos. Aunque se imputó al regente Martínez Domínguez la autoría intelectual, la opinión pública dio por cierto que la mano de Echeverría no había sido ajena a la artera agresión. En el 2006 se le acusó de genocidio y se le recluyó en su domicilio mientras discurría el proceso en su contra. Tres años después fue exonerado por el tribunal que lo juzgó al no hallarse pruebas que acreditaran su responsabilidad en aquellos sucesos. A pesar de su absolución, en el imaginario popular arraigó la idea de que Echeverría es un asesino represor. A esa imagen abonó la “guerra sucia” que venía de años atrás pero que se intensificó durante su sexenio: el Ejército arrasó pueblos enteros de la sierra de Guerrero para extinguir focos de subversión armada y eliminar a sus líderes Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, luchadores sociales egresados de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Necesidad de estimaciones emocionalmente equilibradas

Visto en su contexto histórico, el ciclo del presidente Echeverría estuvo condicionado por la inercia autoritaria de un sistema político de origen revolucionario que, una vez institucionalizado, acudía a la represión violenta si la persuasión pacífica no funcionaba. ¿Ese antecedente basta para explicar los hechos en los que se le inmiscuyó? Evidentemente no; mas pese a ello, creo que no es el político cínico, perverso y sin principios que sus detractores pintan, magnificando sus equivocaciones y minimizando sus aciertos; hiperactivo como era, de ambos debe haber cometido muchos. Su mandato, amigo lector, demanda un estudio serio al margen de las pasiones que su recia personalidad despertaba, que valore sus políticas progresistas, sus pronunciamientos en favor de los pueblos del tercer mundo y su reconocida habilidad para hacerse escuchar por los más grandes líderes de su tiempo. Sus críticos olvidan que liberó a los presos del movimiento del 68, que sumó a su gobierno a no pocos jóvenes de izquierda, que acogió a los chilenos perseguidos por Pinochet, que exigió la expulsión de España de la ONU por la ejecución de cinco jóvenes ordenada por Franco y que mantuvo en todo momento constantes e inmejorables relaciones con el gobierno republicano español en el exilio.

Echeverría en su faceta de transformador

De la mayor relevancia fue el papel de Echeverría como fundador de instituciones. Cito las que acuden a mi memoria y que son parte ya de la vida cotidiana mexicana: Profeco (Procuraduría Federal del Consumidor); Fonacot (Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores; Infonavit (Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores); UAM (Universidad Autónoma Metropolitana); CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades); Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) y Cide (Centro de Investigación y Docencia Económica). Y mérito suyo fue también adivinar el enorme potencial turístico del Caribe quintanarroense y ser primer promotor del que en poco tiempo se convertiría en un emporio de nivel mundial (Cancún y la Riviera Maya), y en polo de atracción de inversiones multinacionales.

Echeverría en su relación con Tlaxcala

Echeverría rescató a Sánchez Piedras del ostracismo al que lo condenó Díaz Ordaz por las posiciones de avanzada que el político tlaxcalteca siempre defendió con vehemencia. El gesto del presidente propició que don Emilio llegara a la gubernatura y realizara la labor sobresaliente que todavía hoy se le reconoce por cuanto abrió nuevos horizontes al desarrollo y el avance del estado. Dejo para el final un episodio histórico que me tocó presenciar: el emotivo discurso que pronunció el mandatario de la Nación desde un balcón de Palacio anunciando al pueblo la fundación de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Tres meses después, faltando unos cuantos días para que concluyera su sexenio, Echeverría puso la primera piedra de la casa de estudios que pondría en manos de la juventud la llave de su futuro.