/ martes 22 de febrero de 2022

Como en Dinamarca

Si la historia la escriben los vencedores, las tragedias las narran los sobrevivientesCobró conciencia en un piso en el que lo primero que escuchó es que llegó a terapia intensiva y que se encontraba grave frente a la insolente indiferencia del tiempo y de las sombras que entraban y salían entre pasillos.

En su estado incierto de debilidad física, enfermedad, manía y devoción, y la vida cayéndose cada vez en torno suyo, reflexiona: “siempre he creído que nuestra personalidad social es una creación del pensamiento social de los demás.”

“Y hasta ese acto tan sencillo que llamamos ver a una persona conocida es, en parte un acto intelectual. Llenamos la apariencia física del ser que está ante nosotros con todas las nociones que respecto a él tenemos, y el aspecto total que de una persona nos formamos, está integrado en su mayor parte por dichas nociones.”

Pienso, afirma el paciente entrevistado para esta columna, que es “así como la envoltura que somos cobra espesor en la nariz, en la barbilla, en los pómulos, colocando en ello formas y voz que nos hacen cercanos o distantes a la otredad. Porque lo que somos para el resto es justamente eso; lo que se mira y lo que se oye son aquellas nociones.”

Pero cuando estás ahí, en el área Covid del IMSS, la enfermedad y sus tratantes te despojan de todas esas proporcionalidades: te informan que eres un número de cama, un número de piso y que estás frente a una dieta blanda por prescripción médica, que para decirlo como es: era agua, agua, agua…

Recuerda que el primer día pasó, el segundo igual, y el tercero también. Y así sucedió hasta el séptimo día. Hasta los siete días subraya en su recuerdo. Yo les decía a las enfermeras: “oiga … si no me muero de Covid, entonces moriré de hambre...” Y entonces yo, en mi desgracia, pude probar una pera hasta el séptimo día.

Y aclara, hay enfermeras que son muy abusivas, muy cabronas. Te pongo el ejemplo, alcanzaba a ver a seis pacientes en el piso donde me encontraba. Y entonces yo escuchaba como el paciente de enfrente le decía a la enfermera: “señorita… un pato, un cómodo, y la enfermera regresaba una hora o dos después de la petición. Y entonces, las enfermeras humillaban o denigraban al paciente por no haberse contenido en su evacuación. Incluso, cuando los pacientes solicitaban agua, era común escuchar que las enfermeras respondían: “pues tómela, está ahí junto a usted”. Cuando el paciente no podía moverse. Solo imagínate, en una ocasión, a mí, para encontrarme una vena y colocarme un medicamento tuvieron que picarme ocho veces en un brazo y seis en otro.

Inclusive cuando las enfermeras piensan que uno duerme, las escuchas murmurar: “no, éste ya no amanece”, “no, este ya no despierta”. Incluso hay personas que se acercan en esos pasillos, y aprovechándose de toda debilidad, te dicen: ¿Quieres una videoconferencia con tu familiar… les llamo siempre y cuando me den 3 mil pesos…” Tal vez burlonamente, se retiraban sin hacerle el favor a ninguno de los pacientes.

Lo más grave de todo es que mientras esto sucede dentro de los hospitales públicos, los familiares son informados raquíticamente, bajo aquella máxima de que, si no les llaman, es porque no hay nada de qué preocuparse, mientras desconocen lo que verdaderamente sucede en una contingencia como la Covid en los hospitales públicos. Debo agregar que, a pesar de las sombras negras que asechan, también pude ver batas blancas que humanamente te ayudan sin interés alguno para tener la fuerza suficiente de continuar vivo.

Se afirma que George Orwell fue el escritor que, en una de sus columnas, conjugó la idea en una frase célebre: “la historia la escriben los vencedores”. Desde su aparición, este enunciado se ha explicado por sí mismo, y, de alguna manera, no pierde veracidad o lucidez alguna para explicar la subjetividad de la historia y lo que conocemos de ella.

Ante una realidad como la que describe un sobreviviente a Covid en un hospital público, queda claro que las buenas intenciones de un tercero como lo es el presidente, no tienen poder ninguno sobre los servicios públicos de salud que realmente se brindan a los pacientes que ingresan, pues estos están lejos pero muy lejos de los servicios de salud pública que se dan en Dinamarca.

Tal vez la pena de esta columna es que existen miles y miles de pacientes que no tuvieron la oportunidad de contar a sus familias de todas aquellas vejaciones que sufren antes de perder la vida. Vaya, de que los servicios de salud prometidos como aquellos que se brindan en Dinamarca, sencillamente no existen.

Si la historia la escriben los vencedores, las tragedias las narran los sobrevivientesCobró conciencia en un piso en el que lo primero que escuchó es que llegó a terapia intensiva y que se encontraba grave frente a la insolente indiferencia del tiempo y de las sombras que entraban y salían entre pasillos.

En su estado incierto de debilidad física, enfermedad, manía y devoción, y la vida cayéndose cada vez en torno suyo, reflexiona: “siempre he creído que nuestra personalidad social es una creación del pensamiento social de los demás.”

“Y hasta ese acto tan sencillo que llamamos ver a una persona conocida es, en parte un acto intelectual. Llenamos la apariencia física del ser que está ante nosotros con todas las nociones que respecto a él tenemos, y el aspecto total que de una persona nos formamos, está integrado en su mayor parte por dichas nociones.”

Pienso, afirma el paciente entrevistado para esta columna, que es “así como la envoltura que somos cobra espesor en la nariz, en la barbilla, en los pómulos, colocando en ello formas y voz que nos hacen cercanos o distantes a la otredad. Porque lo que somos para el resto es justamente eso; lo que se mira y lo que se oye son aquellas nociones.”

Pero cuando estás ahí, en el área Covid del IMSS, la enfermedad y sus tratantes te despojan de todas esas proporcionalidades: te informan que eres un número de cama, un número de piso y que estás frente a una dieta blanda por prescripción médica, que para decirlo como es: era agua, agua, agua…

Recuerda que el primer día pasó, el segundo igual, y el tercero también. Y así sucedió hasta el séptimo día. Hasta los siete días subraya en su recuerdo. Yo les decía a las enfermeras: “oiga … si no me muero de Covid, entonces moriré de hambre...” Y entonces yo, en mi desgracia, pude probar una pera hasta el séptimo día.

Y aclara, hay enfermeras que son muy abusivas, muy cabronas. Te pongo el ejemplo, alcanzaba a ver a seis pacientes en el piso donde me encontraba. Y entonces yo escuchaba como el paciente de enfrente le decía a la enfermera: “señorita… un pato, un cómodo, y la enfermera regresaba una hora o dos después de la petición. Y entonces, las enfermeras humillaban o denigraban al paciente por no haberse contenido en su evacuación. Incluso, cuando los pacientes solicitaban agua, era común escuchar que las enfermeras respondían: “pues tómela, está ahí junto a usted”. Cuando el paciente no podía moverse. Solo imagínate, en una ocasión, a mí, para encontrarme una vena y colocarme un medicamento tuvieron que picarme ocho veces en un brazo y seis en otro.

Inclusive cuando las enfermeras piensan que uno duerme, las escuchas murmurar: “no, éste ya no amanece”, “no, este ya no despierta”. Incluso hay personas que se acercan en esos pasillos, y aprovechándose de toda debilidad, te dicen: ¿Quieres una videoconferencia con tu familiar… les llamo siempre y cuando me den 3 mil pesos…” Tal vez burlonamente, se retiraban sin hacerle el favor a ninguno de los pacientes.

Lo más grave de todo es que mientras esto sucede dentro de los hospitales públicos, los familiares son informados raquíticamente, bajo aquella máxima de que, si no les llaman, es porque no hay nada de qué preocuparse, mientras desconocen lo que verdaderamente sucede en una contingencia como la Covid en los hospitales públicos. Debo agregar que, a pesar de las sombras negras que asechan, también pude ver batas blancas que humanamente te ayudan sin interés alguno para tener la fuerza suficiente de continuar vivo.

Se afirma que George Orwell fue el escritor que, en una de sus columnas, conjugó la idea en una frase célebre: “la historia la escriben los vencedores”. Desde su aparición, este enunciado se ha explicado por sí mismo, y, de alguna manera, no pierde veracidad o lucidez alguna para explicar la subjetividad de la historia y lo que conocemos de ella.

Ante una realidad como la que describe un sobreviviente a Covid en un hospital público, queda claro que las buenas intenciones de un tercero como lo es el presidente, no tienen poder ninguno sobre los servicios públicos de salud que realmente se brindan a los pacientes que ingresan, pues estos están lejos pero muy lejos de los servicios de salud pública que se dan en Dinamarca.

Tal vez la pena de esta columna es que existen miles y miles de pacientes que no tuvieron la oportunidad de contar a sus familias de todas aquellas vejaciones que sufren antes de perder la vida. Vaya, de que los servicios de salud prometidos como aquellos que se brindan en Dinamarca, sencillamente no existen.