/ viernes 5 de marzo de 2021

¿Cuál soberanía?

Los colonialismos europeos que azotaron al mundo al terminar la edad media, establecieron un planeta colonizado y dominado en donde hoy las nuevas potencias siguen en su afán planetaria por afianzar zonas universales de control.

“América para los americanos” es una muestra de esa política continental. Es el afán de los poderosos para imponerse a los demás. Son dos. La actitud de dominio de los foráneos y la conveniencia al sometimiento de grupos nacionales. Los afanes externos de sometimiento se manifiestan de modo militar, político o ahora mediante los organismos económicos como el FMI, la ONU, la OEA, la OMS y las “calificadoras” que se arrogan la facultad de decir cuando algo está bien y cuando no de las instituciones de cada país. Bueno, hasta la Universidad John Hopkins quiere decirnos cuantos muertos por Covid en cada nación ha habido. En este contexto, los tratados internacionales han resultado instrumentos de sometimiento que encadenan a las naciones a soportar injustas condiciones contractuales. Los romanos idearon el derecho de gentes, que después se transformó en derecho internacional, que ahora se expresa de manera infamante, invasiva de lo soberano, impositivo que clausuran las posibilidades del progreso para muchos, que endeudan y enriquecen desorbitadamente a las metrópolis.

La más repugnante muestra de intervencionismo, solicitado, prohijado, consentido, solapado, alcahueteado, fue la intervención francesa en México en el siglo XIX con la que Francia quiso extender sus tentáculos sobre América, a invitación de los grupos conservadores que soñaban con un Rey de la casa imperial de los Habsburgo, para beneplácito y regodeo de los “güeritos” que, a diferencia de los demás colores epidérmicos de México, se han llamado para su propia satisfacción, “la gente decente”. Recién, la calificadora Fitch ha venido descalificando a PEMEX y aunque se necesita ser muy ciego para no entender que el futuro de la energía motriz está en la eléctrica y no en los combustibles fósiles, cuando menos de aquí al 2030 el mercado mundial seguirá sustentado sobre la base económica del petróleo. Más aún, hay un señor banquero de nombre Thomas Ehrenberg, que con un desparpajo descomunal critica la política gubernamental que a su parecer carece de austeridad y en su opinión, las actuales obras insignias no debieran ser, porque según él, nada bueno redituarán. Desconocido y oscuro personaje al que se le otorga enorme difusión, porque así conviene a los intereses minoritarios de dentro y fuera. La historia nos narra por miles los discursos dominadores foráneos, antes apuntalados por bayonetas y ahora contenidos en tratados internacionales, que quieren suplir al Gobierno nacional, pisoteando la soberanía. Es ensordecedora la alharaca que domina los medios y el ambiente de la comunicación, para destruir los dominios y sustento, para criticarlo todo y que ahora afirman que la contra reforma aprobada el martes acarreará hambruna y desempleo. Desconocen al México profundo, solo protegen sus intereses que miran afectados. La reforma energética peñanietista fue otro descarado atraco a la nación como la deuda externa o el rescate bancario. Que lejos está el mundo de que cada país decida soberanamente por lo que verdaderamente importa para sus mayorías. La necesidad la vemos ahora, hay más de cien países que no han recibido una sola vacuna y en Canadá cada habitante tiene garantizadas nueve. Siempre se nos ha marcado nuestro destino desde aquel negro momento en que se derrumbó la gran Tenochtitlan, que tanto asombró a los que después la destruyeron, para levantar con los mismos escombros de aquellos templos una ciudad de modelo europeo. Enterrada quedó la maravilla tenochca y ahora cada vez que se escarba, asoman los vestigios de una cultura que deslumbra a propios y extraños. El sometimiento a latigazos fue secular. El dominio a sangre y fuego. Hasta antes del levantamiento zapatista en Chiapas, los “güeritos” viajaban por la selva sentados en una silla que cargaba en sus espaldas los originarios. Hidalgo y Morelos pagaron con su vida en la picota, lo sanguinario de aquellos déspotas. Siempre ha habido grupos privilegiados internos que se oponen y respaldan las pretensiones de dominio del exterior.

Ni modo, el colonialismo supranacional impone patrones de conducta, desgraciadamente con el apoyo y beneplácito de muchos nacionales. Aquellos amantes del extranjero y de las grandes metrópolis, adoradores del capitalismo mundial, que cuando regresan a México después de sus viajes, a su propio país lo llaman “Méxiquito”.

Los colonialismos europeos que azotaron al mundo al terminar la edad media, establecieron un planeta colonizado y dominado en donde hoy las nuevas potencias siguen en su afán planetaria por afianzar zonas universales de control.

“América para los americanos” es una muestra de esa política continental. Es el afán de los poderosos para imponerse a los demás. Son dos. La actitud de dominio de los foráneos y la conveniencia al sometimiento de grupos nacionales. Los afanes externos de sometimiento se manifiestan de modo militar, político o ahora mediante los organismos económicos como el FMI, la ONU, la OEA, la OMS y las “calificadoras” que se arrogan la facultad de decir cuando algo está bien y cuando no de las instituciones de cada país. Bueno, hasta la Universidad John Hopkins quiere decirnos cuantos muertos por Covid en cada nación ha habido. En este contexto, los tratados internacionales han resultado instrumentos de sometimiento que encadenan a las naciones a soportar injustas condiciones contractuales. Los romanos idearon el derecho de gentes, que después se transformó en derecho internacional, que ahora se expresa de manera infamante, invasiva de lo soberano, impositivo que clausuran las posibilidades del progreso para muchos, que endeudan y enriquecen desorbitadamente a las metrópolis.

La más repugnante muestra de intervencionismo, solicitado, prohijado, consentido, solapado, alcahueteado, fue la intervención francesa en México en el siglo XIX con la que Francia quiso extender sus tentáculos sobre América, a invitación de los grupos conservadores que soñaban con un Rey de la casa imperial de los Habsburgo, para beneplácito y regodeo de los “güeritos” que, a diferencia de los demás colores epidérmicos de México, se han llamado para su propia satisfacción, “la gente decente”. Recién, la calificadora Fitch ha venido descalificando a PEMEX y aunque se necesita ser muy ciego para no entender que el futuro de la energía motriz está en la eléctrica y no en los combustibles fósiles, cuando menos de aquí al 2030 el mercado mundial seguirá sustentado sobre la base económica del petróleo. Más aún, hay un señor banquero de nombre Thomas Ehrenberg, que con un desparpajo descomunal critica la política gubernamental que a su parecer carece de austeridad y en su opinión, las actuales obras insignias no debieran ser, porque según él, nada bueno redituarán. Desconocido y oscuro personaje al que se le otorga enorme difusión, porque así conviene a los intereses minoritarios de dentro y fuera. La historia nos narra por miles los discursos dominadores foráneos, antes apuntalados por bayonetas y ahora contenidos en tratados internacionales, que quieren suplir al Gobierno nacional, pisoteando la soberanía. Es ensordecedora la alharaca que domina los medios y el ambiente de la comunicación, para destruir los dominios y sustento, para criticarlo todo y que ahora afirman que la contra reforma aprobada el martes acarreará hambruna y desempleo. Desconocen al México profundo, solo protegen sus intereses que miran afectados. La reforma energética peñanietista fue otro descarado atraco a la nación como la deuda externa o el rescate bancario. Que lejos está el mundo de que cada país decida soberanamente por lo que verdaderamente importa para sus mayorías. La necesidad la vemos ahora, hay más de cien países que no han recibido una sola vacuna y en Canadá cada habitante tiene garantizadas nueve. Siempre se nos ha marcado nuestro destino desde aquel negro momento en que se derrumbó la gran Tenochtitlan, que tanto asombró a los que después la destruyeron, para levantar con los mismos escombros de aquellos templos una ciudad de modelo europeo. Enterrada quedó la maravilla tenochca y ahora cada vez que se escarba, asoman los vestigios de una cultura que deslumbra a propios y extraños. El sometimiento a latigazos fue secular. El dominio a sangre y fuego. Hasta antes del levantamiento zapatista en Chiapas, los “güeritos” viajaban por la selva sentados en una silla que cargaba en sus espaldas los originarios. Hidalgo y Morelos pagaron con su vida en la picota, lo sanguinario de aquellos déspotas. Siempre ha habido grupos privilegiados internos que se oponen y respaldan las pretensiones de dominio del exterior.

Ni modo, el colonialismo supranacional impone patrones de conducta, desgraciadamente con el apoyo y beneplácito de muchos nacionales. Aquellos amantes del extranjero y de las grandes metrópolis, adoradores del capitalismo mundial, que cuando regresan a México después de sus viajes, a su propio país lo llaman “Méxiquito”.