/ martes 24 de marzo de 2020

Cuatro pésames

Nos advirtieron; desde diciembre comenzamos a escuchar la desgracia de salud pública que en China comenzaron a vivir a raíz de la aparición de este bicho llamado coronavirus que fue brincando de organismo en organismo mucho más rápido de lo que los científicos han podido estudiarlo y proponer soluciones, ya vacunas o medicamentos que lo combatan.

Nos advirtieron; dijeron que el virus ataca a los mayores y a los inmunodeprimidos; vimos como se declaraba cuarentena en ese lejano país del oriente. Gracias a las redes sociales observamos las medidas que mantenían a las personas en casa, sin contacto con nadie más y aterrados no solo de un posible contagio sino de la ruina económica que muchas personas no asalariadas y dueñas de pequeños negocios estaban sufriendo.

Nos advirtieron; vimos el avance del virus y cómo las comunicaciones y la globalización mostraron la mayor de las desventajas ante una pandemia: no hay fronteras para un organismo que mide diez millones de veces menos que lo que puede ver el ojo humano.

Nos advirtieron; vimos a los siempre alegres italianos y españoles comenzar a contagiarse y a llenar hospitales, a rebasar la infraestructura de salud aún y cuando son países primermundistas. Las medidas para elegir a quien se le deja un respirador y a quien se le quita no solo dejan muertos sino dolor, angustia e impotencia.

Nos advirtieron; chinos y europeos por todos los medios mandaron mensajes que la enfermedad llegaría a todo el mundo, pero fieles a nuestra conducta desordenada, valemadrista y bullanguera mantuvimos la vida cotidiana, los eventos masivos, las reuniones de amigos y familiares; cines, bares, restaurantes, conciertos y bailes rebosaban como si una mágica mano cubriese el país entero e inmunizara con ello el territorio.

Como la fábula de la hormiga y la cigarra, aun con todas las advertencias y signos de alarma, seguimos cantando y gozando. La realidad desborda las cifras. Una hermana de alma con familia en Italia y España me dijo: “Cuatro pésames he dado hoy”. Cuatro pésames…cuatro amigos…cuatro familias…cuatro dolores y el corazón de todos desgarrado. Acá, aún hay quien piensa que es inmune; que no le sucederá.

No se nos pide que vayamos a la guerra o que enfrentemos la crisis como lo hacen los heroicos cuerpos médicos y de enfermería. Por amor de Dios, tú que puedes, ¡quédate en casa!

Nos advirtieron; desde diciembre comenzamos a escuchar la desgracia de salud pública que en China comenzaron a vivir a raíz de la aparición de este bicho llamado coronavirus que fue brincando de organismo en organismo mucho más rápido de lo que los científicos han podido estudiarlo y proponer soluciones, ya vacunas o medicamentos que lo combatan.

Nos advirtieron; dijeron que el virus ataca a los mayores y a los inmunodeprimidos; vimos como se declaraba cuarentena en ese lejano país del oriente. Gracias a las redes sociales observamos las medidas que mantenían a las personas en casa, sin contacto con nadie más y aterrados no solo de un posible contagio sino de la ruina económica que muchas personas no asalariadas y dueñas de pequeños negocios estaban sufriendo.

Nos advirtieron; vimos el avance del virus y cómo las comunicaciones y la globalización mostraron la mayor de las desventajas ante una pandemia: no hay fronteras para un organismo que mide diez millones de veces menos que lo que puede ver el ojo humano.

Nos advirtieron; vimos a los siempre alegres italianos y españoles comenzar a contagiarse y a llenar hospitales, a rebasar la infraestructura de salud aún y cuando son países primermundistas. Las medidas para elegir a quien se le deja un respirador y a quien se le quita no solo dejan muertos sino dolor, angustia e impotencia.

Nos advirtieron; chinos y europeos por todos los medios mandaron mensajes que la enfermedad llegaría a todo el mundo, pero fieles a nuestra conducta desordenada, valemadrista y bullanguera mantuvimos la vida cotidiana, los eventos masivos, las reuniones de amigos y familiares; cines, bares, restaurantes, conciertos y bailes rebosaban como si una mágica mano cubriese el país entero e inmunizara con ello el territorio.

Como la fábula de la hormiga y la cigarra, aun con todas las advertencias y signos de alarma, seguimos cantando y gozando. La realidad desborda las cifras. Una hermana de alma con familia en Italia y España me dijo: “Cuatro pésames he dado hoy”. Cuatro pésames…cuatro amigos…cuatro familias…cuatro dolores y el corazón de todos desgarrado. Acá, aún hay quien piensa que es inmune; que no le sucederá.

No se nos pide que vayamos a la guerra o que enfrentemos la crisis como lo hacen los heroicos cuerpos médicos y de enfermería. Por amor de Dios, tú que puedes, ¡quédate en casa!