/ viernes 1 de noviembre de 2019

Día de Muertos, patrimonio de la humanidad

Han cortado nuestros frutos, podaron nuestras ramas, n quemaron nuestro tronco, pero… No pudieron arrancar nuestras RAÍCESPensamiento Mapuche

El “Día de Muertos” ha sido declarado en 2003 “Obra Maestra del Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad” por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO). Tradición nacida tres siglos antes de la llegada de los españoles, la que transformó un poco la religión católica tratando de eliminar esa costumbre propia de las etnias del actual México. La concepción filosófica de los Astecas respecto a la existencia del hombre, así como la de su extinción, consideraba a la muerte como “un despertar”. Esas etnias precortesianas no tenían el errado concepto de infierno y gloria, ideas que implantaron los religiosos católicos a su llegada a estas tierras bondadosas. Para ellos, muerto el ser, su alma era conducida por el “camino de los muertos” hacia Mictlan, lugar que no era de castigo sino de descanso para el alma.

Los Astecas denominaban al “dios de la muerte” Mictlatecutli: Señor del Mictlan, o “del lugar de los muertos”, además tenían una diosa de la muerte llamada Mictecacihuatl, esto es: “Dama de la muerte”, la que actualmente se conoce como “Catrina”, a la que se dedica la celebración de la muerte de los niños y parientes.

La fiesta del “Día de Muertos” antes de la presencia de la religión católica implantada bajo la espada y la cruz, se realizaba en el noveno mes del Calendario Asteca. Fue hasta el Siglo XV que unieron las fiestas del “Día de todos los Santos y todas las Almas” de los españoles con la festividad del “Día de Muertos” autóctono, ubicando dicho festejo los primeros días de noviembre vigente.

“El descanso de su alma” de los muertos según los indígenas debían alcanzar a Mictlan, y para ello emplearían cuatro años para evadir los obstáculos de los nueve planos y unos ellos era peligroso porque era un río donde habitaban cocodrilos, pero; al evadir el peligro el muerto era recibido por sus perros, ello si en el plano de vida los había tratado bien, porque en el Inframundo serían sus guías para alcanzar a Mictlan (el descanso de su alma).

Micaihuitl o “festividad de los muertos”, se realizaba con ofrenda y danzas. Las ofrendas se conformaban de acuerdo con un significado definido, debían contener alimentos producto de la tierra, flores, copal, e iluminación.

Generalmente una ofrenda para los muertos se presenta hermosamente adornada con flores conocidas con el nombre de sempoalxochitl, cuya traducción literal es: “veinte flores”, sin embargo en la lengua náhuatl, el número veinte tenía el significado de “muchos”, porque los Asteca y los Mayas sumaban de 20 en veinte (los egipcios de 40 en 40). Entonces sempoalxochitl no significa “20 pétalos ni veinte flores”. La rama de flores amarillas, generalmente está nutrida de ellas.

El copal (incienso), resina que se pone en braceros para atraer a los muertos por el sendero de flores, elaborada con dirección a la ofrenda, donde se ubican candeleros encendidos. En dicho altar si es que lo confeccionan se encuentran alimentos que gustaban los muertos cuando en vida, como son: tamales, atolle, tlaxcallis, esquites, elotes, frijoles, chiles, mole, cebollas, tortillas, memelas, hongos, tlatlaoyos, aguamiel, pulque, etc. (considerando alimentos prehispánicos). También son expuestos en ofrendas frutos autóctonos de México, como el cacao, capulín, zapotes, tunas, jitomate, tomate, etc. También son expuestos utensilios que empleaban en sus labores cotidianas, incluyendo armas.

Actualmente se han agregado alimentos elaborados modernamente, si el difunto gozó de ellos, como el “pan de muerto”, que también su forma tiene significado, como el que presenta dos canillas (huesos), en cruz y semiesferas que significan lágrimas, adornan a la ofrenda dulces en diferentes presentaciones como son los “gallitos y borregos“ elaborados con semilla de calabaza, camote con zapote negro, la calabaza con panela al horno, etc. Las bebidas espirituosas en altares actualizados: pulques curados, cervezas, wisky, cognac, ron, tequila.

Calaveritas de dulce con el nombre del difunto festejado, subtituyendo a las de verdad que empleaban los indígenas. Tsompantli, (calaveras apiladas ordenadamente), que causaron horror a españoles. Modernidad: “calaveritas literarias”: epitafio-epigrama lacónico, graciosas o satíricas.

Han cortado nuestros frutos, podaron nuestras ramas, n quemaron nuestro tronco, pero… No pudieron arrancar nuestras RAÍCESPensamiento Mapuche

El “Día de Muertos” ha sido declarado en 2003 “Obra Maestra del Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad” por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO). Tradición nacida tres siglos antes de la llegada de los españoles, la que transformó un poco la religión católica tratando de eliminar esa costumbre propia de las etnias del actual México. La concepción filosófica de los Astecas respecto a la existencia del hombre, así como la de su extinción, consideraba a la muerte como “un despertar”. Esas etnias precortesianas no tenían el errado concepto de infierno y gloria, ideas que implantaron los religiosos católicos a su llegada a estas tierras bondadosas. Para ellos, muerto el ser, su alma era conducida por el “camino de los muertos” hacia Mictlan, lugar que no era de castigo sino de descanso para el alma.

Los Astecas denominaban al “dios de la muerte” Mictlatecutli: Señor del Mictlan, o “del lugar de los muertos”, además tenían una diosa de la muerte llamada Mictecacihuatl, esto es: “Dama de la muerte”, la que actualmente se conoce como “Catrina”, a la que se dedica la celebración de la muerte de los niños y parientes.

La fiesta del “Día de Muertos” antes de la presencia de la religión católica implantada bajo la espada y la cruz, se realizaba en el noveno mes del Calendario Asteca. Fue hasta el Siglo XV que unieron las fiestas del “Día de todos los Santos y todas las Almas” de los españoles con la festividad del “Día de Muertos” autóctono, ubicando dicho festejo los primeros días de noviembre vigente.

“El descanso de su alma” de los muertos según los indígenas debían alcanzar a Mictlan, y para ello emplearían cuatro años para evadir los obstáculos de los nueve planos y unos ellos era peligroso porque era un río donde habitaban cocodrilos, pero; al evadir el peligro el muerto era recibido por sus perros, ello si en el plano de vida los había tratado bien, porque en el Inframundo serían sus guías para alcanzar a Mictlan (el descanso de su alma).

Micaihuitl o “festividad de los muertos”, se realizaba con ofrenda y danzas. Las ofrendas se conformaban de acuerdo con un significado definido, debían contener alimentos producto de la tierra, flores, copal, e iluminación.

Generalmente una ofrenda para los muertos se presenta hermosamente adornada con flores conocidas con el nombre de sempoalxochitl, cuya traducción literal es: “veinte flores”, sin embargo en la lengua náhuatl, el número veinte tenía el significado de “muchos”, porque los Asteca y los Mayas sumaban de 20 en veinte (los egipcios de 40 en 40). Entonces sempoalxochitl no significa “20 pétalos ni veinte flores”. La rama de flores amarillas, generalmente está nutrida de ellas.

El copal (incienso), resina que se pone en braceros para atraer a los muertos por el sendero de flores, elaborada con dirección a la ofrenda, donde se ubican candeleros encendidos. En dicho altar si es que lo confeccionan se encuentran alimentos que gustaban los muertos cuando en vida, como son: tamales, atolle, tlaxcallis, esquites, elotes, frijoles, chiles, mole, cebollas, tortillas, memelas, hongos, tlatlaoyos, aguamiel, pulque, etc. (considerando alimentos prehispánicos). También son expuestos en ofrendas frutos autóctonos de México, como el cacao, capulín, zapotes, tunas, jitomate, tomate, etc. También son expuestos utensilios que empleaban en sus labores cotidianas, incluyendo armas.

Actualmente se han agregado alimentos elaborados modernamente, si el difunto gozó de ellos, como el “pan de muerto”, que también su forma tiene significado, como el que presenta dos canillas (huesos), en cruz y semiesferas que significan lágrimas, adornan a la ofrenda dulces en diferentes presentaciones como son los “gallitos y borregos“ elaborados con semilla de calabaza, camote con zapote negro, la calabaza con panela al horno, etc. Las bebidas espirituosas en altares actualizados: pulques curados, cervezas, wisky, cognac, ron, tequila.

Calaveritas de dulce con el nombre del difunto festejado, subtituyendo a las de verdad que empleaban los indígenas. Tsompantli, (calaveras apiladas ordenadamente), que causaron horror a españoles. Modernidad: “calaveritas literarias”: epitafio-epigrama lacónico, graciosas o satíricas.