/ martes 29 de marzo de 2022

“¡El avión, el avión!”

Antes estábamos a un paso del precipicio… ahora hemos dado un paso al frente.

Luis Echeverría Álvarez

“La Isla de la Fantasía” es una producción de televisión que alcanzó la fama entre los años 1977 y 1984. Han pasado más de 38 años de aquellos episodios que cautivaron a los adultos televidentes por los deseos desbordados e incontrolados de sus protagonistas que, saciando el morbo de las audiencias por conocer la intimidad de los deseos cumplidos episodio tras episodio, logrando con ello que la audiencia anhelara los sueños propios, así como conjugar los ajenos, con esa chispa de seducción que estimula.

En aquella serie épica, un anfitrión todo poderoso (el señor Roarke) recibía a turistas ilusionados que llegaban en avión (hidroplano) a la isla para que le fuesen cumplidos sus deseos. Cabe precisar que, ante el avistamiento de la aeronave desde aquella tierra emergida entre “paraísos hawaianos, volcanes activos, cocteles exóticos, bellas mujeres y elegantes caballeros, casinos y excesos”; el asistente del anfitrión (Tattoo) repiqueteaba una campanilla avisando la llegada de los invitados gritando “¡El avión, el avión!”.

Esa voz era la señal clara y concreta para dar paso a que todos los habitantes de aquella tierra emergida del “mar” se alistaran y dispusieran para recibir a los visitantes deseosos de sus sueños, para posteriormente, recibirlos con coronas de flores y hacer a su placer todo lo necesario para que los deseos de aquellos “turistas” se escenificaran en situaciones vitales de ilusión, convirtiéndolas en “realidad”.

Las lecciones que nos dejó aquella serie de televisión diseñada para los adultos “votantes” que desean cumplir sus expectativas a costa de todo fueron variadas, tal vez la más importante es que, las pretensiones desmedidas de las personas ignoran la realidad de quienes lo rodean, y que los caprichos son la fuente de todos los infortunios que dejan de mirarse a cambio del placer personal.

Sin lugar a duda, “La Isla de la Fantasía” fue una de las series más populares en la historia de la televisión, su premisa es básica: “un paraíso enigmático donde las personas desean cumplir toda clase de sueños, inocentes o perversos, pero al final del día, caprichos propios que dejaban todo tipo de lecciones a cada visitante y con ello al público que vivía y deseaba también las ilusiones para sí mismos”.

Si usted querido lector me permite la analogía, tal vez lo que estamos viviendo hoy con la polarización de nuestra democracia es algo parecido a esa serie televisiva. Donde guionistas, a través de un anfitrión, aprovechan las debilidades humanas del deseo para ser atraídos y sumados a una causa bajo la promesa de cumplirles a cambio de la confianza desmedida, a pesar del peligro que implica empoderar al anfitrión de forma excesiva; sacrificando con ello derechos y toda realidad controvertida, pues el objetivo concreto es “ilusionar”.

En este contexto de guiones y polarización, bien podría uno imaginar que la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) es un capítulo más de “La Isla de la Fantasía”. Donde el gran anfitrión, el poder del presidencialismo mexicano, convoca a protagonistas y ciudadanos, al grito del “¡El avión, el avión!”.

Reviviendo con ello aquella fantasía de los años 70s donde la administración pública es el factótum del movimiento económico del propio país, donde empresarios, políticos y ciudadanos, nostálgicos por el pasado, corroboran que no pueden distanciarse de quien ostenta la ilusión del poder; pues hacerlo pone en riesgo sus fortunas, el perdón de sus pecados, el olvido de sus crímenes o la posibilidad de ser impulsados a un cargo público.

La inauguración del AIFA es un capítulo ejemplo de que los códigos de la vieja política mexicana están más vigentes que nunca. Donde la verdad convierte a uno en traidor.

Antes estábamos a un paso del precipicio… ahora hemos dado un paso al frente.

Luis Echeverría Álvarez

“La Isla de la Fantasía” es una producción de televisión que alcanzó la fama entre los años 1977 y 1984. Han pasado más de 38 años de aquellos episodios que cautivaron a los adultos televidentes por los deseos desbordados e incontrolados de sus protagonistas que, saciando el morbo de las audiencias por conocer la intimidad de los deseos cumplidos episodio tras episodio, logrando con ello que la audiencia anhelara los sueños propios, así como conjugar los ajenos, con esa chispa de seducción que estimula.

En aquella serie épica, un anfitrión todo poderoso (el señor Roarke) recibía a turistas ilusionados que llegaban en avión (hidroplano) a la isla para que le fuesen cumplidos sus deseos. Cabe precisar que, ante el avistamiento de la aeronave desde aquella tierra emergida entre “paraísos hawaianos, volcanes activos, cocteles exóticos, bellas mujeres y elegantes caballeros, casinos y excesos”; el asistente del anfitrión (Tattoo) repiqueteaba una campanilla avisando la llegada de los invitados gritando “¡El avión, el avión!”.

Esa voz era la señal clara y concreta para dar paso a que todos los habitantes de aquella tierra emergida del “mar” se alistaran y dispusieran para recibir a los visitantes deseosos de sus sueños, para posteriormente, recibirlos con coronas de flores y hacer a su placer todo lo necesario para que los deseos de aquellos “turistas” se escenificaran en situaciones vitales de ilusión, convirtiéndolas en “realidad”.

Las lecciones que nos dejó aquella serie de televisión diseñada para los adultos “votantes” que desean cumplir sus expectativas a costa de todo fueron variadas, tal vez la más importante es que, las pretensiones desmedidas de las personas ignoran la realidad de quienes lo rodean, y que los caprichos son la fuente de todos los infortunios que dejan de mirarse a cambio del placer personal.

Sin lugar a duda, “La Isla de la Fantasía” fue una de las series más populares en la historia de la televisión, su premisa es básica: “un paraíso enigmático donde las personas desean cumplir toda clase de sueños, inocentes o perversos, pero al final del día, caprichos propios que dejaban todo tipo de lecciones a cada visitante y con ello al público que vivía y deseaba también las ilusiones para sí mismos”.

Si usted querido lector me permite la analogía, tal vez lo que estamos viviendo hoy con la polarización de nuestra democracia es algo parecido a esa serie televisiva. Donde guionistas, a través de un anfitrión, aprovechan las debilidades humanas del deseo para ser atraídos y sumados a una causa bajo la promesa de cumplirles a cambio de la confianza desmedida, a pesar del peligro que implica empoderar al anfitrión de forma excesiva; sacrificando con ello derechos y toda realidad controvertida, pues el objetivo concreto es “ilusionar”.

En este contexto de guiones y polarización, bien podría uno imaginar que la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) es un capítulo más de “La Isla de la Fantasía”. Donde el gran anfitrión, el poder del presidencialismo mexicano, convoca a protagonistas y ciudadanos, al grito del “¡El avión, el avión!”.

Reviviendo con ello aquella fantasía de los años 70s donde la administración pública es el factótum del movimiento económico del propio país, donde empresarios, políticos y ciudadanos, nostálgicos por el pasado, corroboran que no pueden distanciarse de quien ostenta la ilusión del poder; pues hacerlo pone en riesgo sus fortunas, el perdón de sus pecados, el olvido de sus crímenes o la posibilidad de ser impulsados a un cargo público.

La inauguración del AIFA es un capítulo ejemplo de que los códigos de la vieja política mexicana están más vigentes que nunca. Donde la verdad convierte a uno en traidor.