/ lunes 4 de julio de 2022

El caníbal de Atizapán; la serie

A lo largo de la historia, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha patrocinado obras para cimbrar conciencias y visibilizar injusticias sociales. Así se auspiciaron entre otros, los murales de José Clemente Orozco y de Rafael Cauduro; ahora, con la misma intención de denuncia social, la serie-documental “El Caníbal de Atizapán: Indignación Total” transmitida y producida por vez primera por el sector público y privado unificado, y que en audiovisual muestra a partir de un caso brutal esa realidad rota, lacerante, dolorosamente normalizada, que son los feminicidios.

Hace un año aproximadamente escribí en este diario una serie de tres entregas sobre la personalidad, definición, características y efectos de ese tres porciento de la población que son los psicópatas integrados o desintegrados. Andrés Filomeno N. era según sus vecinos una persona cordial, que incluso fue parte del Consejo de Participación Ciudadana de su colonia y después de esto se había dedicado a trabajar como carnicero, tenía contacto con la policía, a quienes exigía que hicieran mayores rondines, en fin un solitario y amable señor al que le gustaba el alcohol, que a veces olía mal o tenía sangre en su ropa, medio raro, pero que tenía “contactos” con políticos y autoridades. Daba una cara a la sociedad y mataba fríamente y sin piedad en la privacidad de su domicilio. Así son, tal cual, los psicópatas desintegrados.

Andrés N. se encarnó del protagonista de la película El Silencio de los Inocentes y es hasta ahora el máximo feminicida serial identificado en la historia de México; conocido como “el caníbal de Atizapán”, videograbó sus crímenes y los registró en libretas. Su sótano y patio eran cementerios pero no solo las mató; este despreciable hombre destazó, cocinó, comió y repartió la carne de sus víctimas. “Mucha carne me regalan” decía a sus incautos y desprevenidos vecinos.

Javier Tejado Dondé, apoyado por un equipo fundamentalmente de valiosas mujeres -entre ellas mi muy querida y admirada amiga y abogada Dora Martínez Valero, de quien aprendo siempre- realizó la investigación que sustenta el documental. Fueron treinta y un años de impunidad para este infernal ser; impunidad sustentada en la indolencia, desinterés, indiferencia e insensibilidad de autoridades de todos los órdenes. En su declaración ministerial, el monstruo dijo que había matado dos veces por semana, que lo había hecho por venganza, ya que ellas solo le hacían perder su dinero. Tal vez nunca se sabrá cuántas y quienes fueron todas ellas -la investigación arrojó los nombres de cincuenta- lo cierto es que mas de 4,300 restos óseos humanos se encontraron en solo uno de tres inmuebles propiedad del inculpado.

Pero, ¿cómo lo atraparon? ¿cómo se dieron cuenta? Un policía del Estado de México, al desaparecer su esposa, investigó y la encontró en menos de 24 horas. Reyna González fue la última mujer que el monstruo asesinó. Su carrera feminicida fue detenida finalmente gracias a un familiar que, como en el caso de los mas de 120,000 desaparecidos en México, hizo suya la búsqueda. Lo hizo, como él mismo narró, “como en las películas”; ubicó el teléfono de su esposa gracias a la función de “buscar” y sus compañeros del C5 le permitieron ver horas de video. El comandante Bruno, como se le conoce, afortunadamente tuvo apoyo de sus compañeros, la inmensa mayoría de los familiares de las víctimas, no.

La serie-documental, de corte “True Crime”, primera en su tipo en México, fue transmitida en 5 capítulos del 27 de junio al primero de julio por el canal Justicia-TV, El Canal de las Estrellas y Canal 22; estrictamente cuidada, investigada y documentada, evita la apología del delito, así también protege la dignidad de víctimas y sus familias. No fue fácil la investigación ni romper las resistencias; hubo amenazas de censura y hasta de cárcel para funcionarios públicos que dieron testimonio, pero visibilizar es siempre el primer paso y la serie lo logra con creces.

Dice bien Arturo Saldívar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “los feminicidios no son sucesos raros o esporádicos, sino la expresión de una violencia sexista sistemática, anclada en una misoginia, con raíces profundas”.

Que el objetivo del documental de visibilizar, sensibilizar y poner a las autoridades y a la sociedad en acción se cumpla; que las cosas realmente cambien, que este material contribuya a evitar muertes, impela a la búsqueda de tantas y tantos desaparecidos y finalmente de justicia a ellas, a las sin voz, a quienes nos faltan. Que así sea.

A lo largo de la historia, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha patrocinado obras para cimbrar conciencias y visibilizar injusticias sociales. Así se auspiciaron entre otros, los murales de José Clemente Orozco y de Rafael Cauduro; ahora, con la misma intención de denuncia social, la serie-documental “El Caníbal de Atizapán: Indignación Total” transmitida y producida por vez primera por el sector público y privado unificado, y que en audiovisual muestra a partir de un caso brutal esa realidad rota, lacerante, dolorosamente normalizada, que son los feminicidios.

Hace un año aproximadamente escribí en este diario una serie de tres entregas sobre la personalidad, definición, características y efectos de ese tres porciento de la población que son los psicópatas integrados o desintegrados. Andrés Filomeno N. era según sus vecinos una persona cordial, que incluso fue parte del Consejo de Participación Ciudadana de su colonia y después de esto se había dedicado a trabajar como carnicero, tenía contacto con la policía, a quienes exigía que hicieran mayores rondines, en fin un solitario y amable señor al que le gustaba el alcohol, que a veces olía mal o tenía sangre en su ropa, medio raro, pero que tenía “contactos” con políticos y autoridades. Daba una cara a la sociedad y mataba fríamente y sin piedad en la privacidad de su domicilio. Así son, tal cual, los psicópatas desintegrados.

Andrés N. se encarnó del protagonista de la película El Silencio de los Inocentes y es hasta ahora el máximo feminicida serial identificado en la historia de México; conocido como “el caníbal de Atizapán”, videograbó sus crímenes y los registró en libretas. Su sótano y patio eran cementerios pero no solo las mató; este despreciable hombre destazó, cocinó, comió y repartió la carne de sus víctimas. “Mucha carne me regalan” decía a sus incautos y desprevenidos vecinos.

Javier Tejado Dondé, apoyado por un equipo fundamentalmente de valiosas mujeres -entre ellas mi muy querida y admirada amiga y abogada Dora Martínez Valero, de quien aprendo siempre- realizó la investigación que sustenta el documental. Fueron treinta y un años de impunidad para este infernal ser; impunidad sustentada en la indolencia, desinterés, indiferencia e insensibilidad de autoridades de todos los órdenes. En su declaración ministerial, el monstruo dijo que había matado dos veces por semana, que lo había hecho por venganza, ya que ellas solo le hacían perder su dinero. Tal vez nunca se sabrá cuántas y quienes fueron todas ellas -la investigación arrojó los nombres de cincuenta- lo cierto es que mas de 4,300 restos óseos humanos se encontraron en solo uno de tres inmuebles propiedad del inculpado.

Pero, ¿cómo lo atraparon? ¿cómo se dieron cuenta? Un policía del Estado de México, al desaparecer su esposa, investigó y la encontró en menos de 24 horas. Reyna González fue la última mujer que el monstruo asesinó. Su carrera feminicida fue detenida finalmente gracias a un familiar que, como en el caso de los mas de 120,000 desaparecidos en México, hizo suya la búsqueda. Lo hizo, como él mismo narró, “como en las películas”; ubicó el teléfono de su esposa gracias a la función de “buscar” y sus compañeros del C5 le permitieron ver horas de video. El comandante Bruno, como se le conoce, afortunadamente tuvo apoyo de sus compañeros, la inmensa mayoría de los familiares de las víctimas, no.

La serie-documental, de corte “True Crime”, primera en su tipo en México, fue transmitida en 5 capítulos del 27 de junio al primero de julio por el canal Justicia-TV, El Canal de las Estrellas y Canal 22; estrictamente cuidada, investigada y documentada, evita la apología del delito, así también protege la dignidad de víctimas y sus familias. No fue fácil la investigación ni romper las resistencias; hubo amenazas de censura y hasta de cárcel para funcionarios públicos que dieron testimonio, pero visibilizar es siempre el primer paso y la serie lo logra con creces.

Dice bien Arturo Saldívar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “los feminicidios no son sucesos raros o esporádicos, sino la expresión de una violencia sexista sistemática, anclada en una misoginia, con raíces profundas”.

Que el objetivo del documental de visibilizar, sensibilizar y poner a las autoridades y a la sociedad en acción se cumpla; que las cosas realmente cambien, que este material contribuya a evitar muertes, impela a la búsqueda de tantas y tantos desaparecidos y finalmente de justicia a ellas, a las sin voz, a quienes nos faltan. Que así sea.