/ martes 18 de septiembre de 2018

El cristal con que se mira

ADICTAS

El viernes previo a los festejos de nuestra independencia, tres sujetos, maleantes vestidos de mariachi, sacaron de estuches donde debían guardarse instrumentos musicales armas largas con las que dejaron sin vida a cinco personas e hirieron a seis más en la plaza más festiva, turística, tradicional y nuestra a nivel nacional: la plaza Garibaldi.

Se trató de un ajuste de cuentas de quienes dedican su vida a envenenar la de millones de personas en México, de sujetos que lo mismo les da vivir que morir, destruir generaciones o desperdiciar el tiempo que les toca morar en el planeta pisoteando honor, salud o integridad. A estos “ciudadanos” lo único que les importa es cuánto dinero ganan aunque el “daño colateral” sea la salud de millones. En esto, se diferencian poco de tabacaleras y empresas productoras de bebidas alcohólicas o de comida chatarra.

Las personas que murieron y sus victimarios son distribuidores de drogas. La “chelería” donde ocurrió el crimen era propiedad de una de las víctimas mortales: Araceli Ramírez García, de 25 años y ya, a tan corta edad, viuda de quien en su momento también fue abatido por la delincuencia a la que pertenecía y quien “heredó” el negocio a su mujer. Araceli se convirtió entonces en dueña de uno de los 125 puntos de venta de droga detectados por la delegación Cuauhtémoc de la CDMX. Como ella, muchas mujeres hoy están dentro del mundo de las drogas, ya sea consumiendo, vendiendo, matando o muriendo por ellas.

Las drogas, de legalizarse, deberían reconocer, a la par del derecho de consumirlas, la problemática de salud tan grande que conlleva su uso. En cuanto a las mujeres, diferencias cerebrales, hormonales y sociales nos hacen más propensas a la adicción y el síndrome de abstinencia es dos veces mayor que en los varones. Entre 2011 y 2017, se incrementó 205 % el uso de drogas por mujeres en México, el peor impacto se lo llevan niñas y adolescentes entre 12 y 17 años que forman el grupo que más aumenta en consumo de drogas tanto legales como ilegales.

Las drogas atan y matan. Las drogas son esclavitud aceptadas por muchos, alentadas por otros, que abaten voluntad, salud y orillan a veces a la resignación de lo fatal. Si hay legalización, que haya también impuestos destinados a prevención y atención. Legalizar no evita ver morir a las y los enfermos. Las niñas, adolescentes y adultas en México ya tenemos bastante con la discriminación y violencia que vivimos; ahora, también debemos enfrentar la pandemia de la adicción.

Con tantas mujeres cayendo en el infierno de la adicción, el futuro no es prometedor; las mujeres adictas ya están dando nacimiento a niños que nacen adictos, se están muriendo por causas relacionadas a la adicción y están contribuyendo con su propia vida a la desvalorización de la sociedad. Somos la mitad, los focos de destrucción social siguen en rojo y la mayoría en ignorancia total de la bomba de tiempo que crece aterradoramente en nuestro ya de por sí lastimado México.

ADICTAS

El viernes previo a los festejos de nuestra independencia, tres sujetos, maleantes vestidos de mariachi, sacaron de estuches donde debían guardarse instrumentos musicales armas largas con las que dejaron sin vida a cinco personas e hirieron a seis más en la plaza más festiva, turística, tradicional y nuestra a nivel nacional: la plaza Garibaldi.

Se trató de un ajuste de cuentas de quienes dedican su vida a envenenar la de millones de personas en México, de sujetos que lo mismo les da vivir que morir, destruir generaciones o desperdiciar el tiempo que les toca morar en el planeta pisoteando honor, salud o integridad. A estos “ciudadanos” lo único que les importa es cuánto dinero ganan aunque el “daño colateral” sea la salud de millones. En esto, se diferencian poco de tabacaleras y empresas productoras de bebidas alcohólicas o de comida chatarra.

Las personas que murieron y sus victimarios son distribuidores de drogas. La “chelería” donde ocurrió el crimen era propiedad de una de las víctimas mortales: Araceli Ramírez García, de 25 años y ya, a tan corta edad, viuda de quien en su momento también fue abatido por la delincuencia a la que pertenecía y quien “heredó” el negocio a su mujer. Araceli se convirtió entonces en dueña de uno de los 125 puntos de venta de droga detectados por la delegación Cuauhtémoc de la CDMX. Como ella, muchas mujeres hoy están dentro del mundo de las drogas, ya sea consumiendo, vendiendo, matando o muriendo por ellas.

Las drogas, de legalizarse, deberían reconocer, a la par del derecho de consumirlas, la problemática de salud tan grande que conlleva su uso. En cuanto a las mujeres, diferencias cerebrales, hormonales y sociales nos hacen más propensas a la adicción y el síndrome de abstinencia es dos veces mayor que en los varones. Entre 2011 y 2017, se incrementó 205 % el uso de drogas por mujeres en México, el peor impacto se lo llevan niñas y adolescentes entre 12 y 17 años que forman el grupo que más aumenta en consumo de drogas tanto legales como ilegales.

Las drogas atan y matan. Las drogas son esclavitud aceptadas por muchos, alentadas por otros, que abaten voluntad, salud y orillan a veces a la resignación de lo fatal. Si hay legalización, que haya también impuestos destinados a prevención y atención. Legalizar no evita ver morir a las y los enfermos. Las niñas, adolescentes y adultas en México ya tenemos bastante con la discriminación y violencia que vivimos; ahora, también debemos enfrentar la pandemia de la adicción.

Con tantas mujeres cayendo en el infierno de la adicción, el futuro no es prometedor; las mujeres adictas ya están dando nacimiento a niños que nacen adictos, se están muriendo por causas relacionadas a la adicción y están contribuyendo con su propia vida a la desvalorización de la sociedad. Somos la mitad, los focos de destrucción social siguen en rojo y la mayoría en ignorancia total de la bomba de tiempo que crece aterradoramente en nuestro ya de por sí lastimado México.