/ martes 4 de diciembre de 2018

EL CRISTAL CON QUE SE MIRA

Luces que se apagan

Era una tarde cualquiera al salir de la oficina. Encontré a “Tere” (respetemos la privacidad de su nombre) caminando por la acera y hecha un mar de lágrimas sin ver plenamente hacia dónde iba o si había peligro alrededor. No pude evitarlo; la detuve y pregunté si podía ayudar. “No, por favor déjeme ir. Lo único que yo quiero es morirme, no sirve de nada que yo viva”.

Por supuesto no podía dejarla así. Al resultar infructuosa la plática pues no paraba de llorar, mis compañeros de trabajo que se habían acercado a ofrecer ayuda llamaron al 911. Enviaron dos patrullas que llegaron con las torretas y sirenas encendidas asustando a la chica aún más y, un rato después, una ambulancia. El chofer al verla dijo que no estaba herida ni enferma por lo que no se la llevaría a un hospital y se fue sin siquiera un segundo pensamiento a pesar del evidente estado de crisis nerviosa en el que se encontraba. La única agente mujer se acercó y quiso infructuosamente intercambiar unas palabras con ella, quien seguía en profundo llanto suplicando que la dejáramos ir porque ella solo quería ya acabar con su vida. “Estoy cansada de vivir” repetía. La agente se fue “a atender otras emergencias”, dijo. Solo tiene 22 años, pensaba tu escribana con angustia. Nadie debería estar cansado de vivir nunca, muchísimo menos cuando solo tienes 22 añitos. Un hombre que pasaba por ahí resultó ser psicólogo y se quedó junto a nosotros hasta que logró tranquilizar a Tere y llevarla a su casa.

La depresión clínica, los problemas de salud mental, el maltrato, la pobreza, la adicción a sustancias y el vínculo emocional virtual que se hace con las redes sociales, de acuerdo a la doctora en psicología por la UNAM Emilia Lucio Gómez Maqueo, son algunos elementos que contribuyen a que el suicidio sea ya un problema de salud pública en nuestro país, que amerita un Programa Nacional para la Prevención del Suicidio. Actualmente en toda la región solo Argentina tiene algo similar.

Según la Encuesta Nacional de los Hogares 2017 de INEGI, el 32.5% de la población de 12 años y más se ha sentido deprimido. La tasa de suicidios en México se ha disparado en 15% de 2012 a 2016, especialmente en jóvenes de 15 a 29 años y significativamente en varones, con un 81% de quienes consiguen quitarse la vida frente al 19% de mujeres. Solo en 2016 se apagaron así las luces de 6 mil 370 personas en México. La OMS a su vez estableció que para 2020 la depresión va a ser la segunda causa de incapacidad laboral en el mundo. Según este organismo, en el mundo cada 40 segundos hay un suicidio y en los pasados 45 años el índice creció 60 por ciento.

Tere pudo platicar con una terapeuta amiga nuestra. Ahora está en tratamiento médico y mucho más esperanzada sobre su vida y futuro. Gracias al Supremo. Entre tanto dolor, una luz se mantiene encendida.


Luces que se apagan

Era una tarde cualquiera al salir de la oficina. Encontré a “Tere” (respetemos la privacidad de su nombre) caminando por la acera y hecha un mar de lágrimas sin ver plenamente hacia dónde iba o si había peligro alrededor. No pude evitarlo; la detuve y pregunté si podía ayudar. “No, por favor déjeme ir. Lo único que yo quiero es morirme, no sirve de nada que yo viva”.

Por supuesto no podía dejarla así. Al resultar infructuosa la plática pues no paraba de llorar, mis compañeros de trabajo que se habían acercado a ofrecer ayuda llamaron al 911. Enviaron dos patrullas que llegaron con las torretas y sirenas encendidas asustando a la chica aún más y, un rato después, una ambulancia. El chofer al verla dijo que no estaba herida ni enferma por lo que no se la llevaría a un hospital y se fue sin siquiera un segundo pensamiento a pesar del evidente estado de crisis nerviosa en el que se encontraba. La única agente mujer se acercó y quiso infructuosamente intercambiar unas palabras con ella, quien seguía en profundo llanto suplicando que la dejáramos ir porque ella solo quería ya acabar con su vida. “Estoy cansada de vivir” repetía. La agente se fue “a atender otras emergencias”, dijo. Solo tiene 22 años, pensaba tu escribana con angustia. Nadie debería estar cansado de vivir nunca, muchísimo menos cuando solo tienes 22 añitos. Un hombre que pasaba por ahí resultó ser psicólogo y se quedó junto a nosotros hasta que logró tranquilizar a Tere y llevarla a su casa.

La depresión clínica, los problemas de salud mental, el maltrato, la pobreza, la adicción a sustancias y el vínculo emocional virtual que se hace con las redes sociales, de acuerdo a la doctora en psicología por la UNAM Emilia Lucio Gómez Maqueo, son algunos elementos que contribuyen a que el suicidio sea ya un problema de salud pública en nuestro país, que amerita un Programa Nacional para la Prevención del Suicidio. Actualmente en toda la región solo Argentina tiene algo similar.

Según la Encuesta Nacional de los Hogares 2017 de INEGI, el 32.5% de la población de 12 años y más se ha sentido deprimido. La tasa de suicidios en México se ha disparado en 15% de 2012 a 2016, especialmente en jóvenes de 15 a 29 años y significativamente en varones, con un 81% de quienes consiguen quitarse la vida frente al 19% de mujeres. Solo en 2016 se apagaron así las luces de 6 mil 370 personas en México. La OMS a su vez estableció que para 2020 la depresión va a ser la segunda causa de incapacidad laboral en el mundo. Según este organismo, en el mundo cada 40 segundos hay un suicidio y en los pasados 45 años el índice creció 60 por ciento.

Tere pudo platicar con una terapeuta amiga nuestra. Ahora está en tratamiento médico y mucho más esperanzada sobre su vida y futuro. Gracias al Supremo. Entre tanto dolor, una luz se mantiene encendida.