/ jueves 7 de febrero de 2019

El gran objetivo del bienestar

  • El mundo actual -incluido México- caracterizado por la profundización de las desigualdad sociales y económicas, además del bajo crecimiento económico en países como el nuestro, en que no se ha logrado rebasar el 2% anual. Este contexto ha situado debates, por demás interesantes, en torno a cuáles son las razones que han estancado el crecimiento y el desarrollo que, consecuentemente ha derruido figuras de hechos transcendentales como el de la movilidad social, el de las mejoras en los índices de desarrollo humano y, sobre todo, el de los niveles de bienestar.

Para el caso de México, esta crisis económica ha tenido varias respuestas, algunas como resultado de sesudos análisis y, otras, significativamente surgidas de “bote pronto”. Dichas respuestas han configurado un diagnóstico en dos variantes: la óptica de la economía liberal que, en sintonía con el sostenimiento de los modelos de la economía neoclásica, ha pugnado por las mismas recetas de los últimos 35 años: control del gasto público, liberalización de las economías, evitar la fijación de precios por decreto, poca participación del Estado en los mercados, entro otros; sucintamente sitúa como valor fundamental a la libertad económica como el valor fundamental. En contraparte, la otra respuesta obliga a reconsiderar el concepto de “bienestar”, con un Estado fortalecido, en que el gobierno sea capaz de sostener una política social robusta y extensiva.

En el ámbito académico, esta discusión se identifica en un momento histórico determinado: la Cuarta Revolución como la carrera global para reinventar al Estado. La primera revolución tuvo lugar en el siglo XVII con la formación del Estado-Nación como forma de organización política de la sociedad; la segunda corresponde a finales del siglo XVIII e inicio del XIX con la formación del Estado liberal; y la tercera revolución corresponde justo al momento de la posguerra con la consolidación del Estado de bienestar, como un agente preponderante de la vida pública y eje rector que. Sin embargo, éste al asumir grandes responsabilidades, hizo desembocar su funcionamiento en grandes crisis fiscales y debilitamiento de su credibilidad como agente eficiente para la reasignación de recursos lo que, acompañado de un revisionismo del liberalismo económico y creaciones intelectuales como la teoría de la elección pública, hizo llegar a la concepción del Estado mínimo.

Es en este contexto que la “cuarta revolución” es un movimiento, eminentemente político, de enorme trascendencia y, además en cierta medida, lógico.

Empero, es indudable que el Estado (considerando también a los gobiernos) en la actualidad y con las características de la sociedad contemporánea (demandante, ampliamente informada, participativa, fiscalizadora) no puede regresar a ser el eje central de la vida pública; por el contrario, la idea del declive total del “estadocentrismo” está presente con validez irrefutable. La reinvención del Estado, si bien significa su resignificación, también es real que tanto la sociedad civil como el propio mercado (en ocasiones señalado como culpable de las crisis) tienen un rol de vital importancia para solucionar los problemas públicos, generar crecimiento económico y lograr bienestar.

En este sentido, la propuesta del Presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un asidero relevante y sentido común para generar el viraje que muchas naciones han emprendido alrededor del mundo, situando el bienestar en el centro de la acción del gobierno además de la libertad y la justicia social como valores inalienables del Estado.

El gran objetivo del bienestar no puede y no debe permanecer como algo abstracto, debe traducirse en beneficios tangibles, Por ello, me parece que la respuesta a la crisis, el bajo crecimiento económico y el agravamiento de las desigualdades, está en recuperar la figura del Estado con sus respectivos límites: avanzar en la concepción de la inversión público como un detonante del desarrollo y del bienestar.

Luis Enrique Bermúdez Cruz

@EnriqueBermC

  • El mundo actual -incluido México- caracterizado por la profundización de las desigualdad sociales y económicas, además del bajo crecimiento económico en países como el nuestro, en que no se ha logrado rebasar el 2% anual. Este contexto ha situado debates, por demás interesantes, en torno a cuáles son las razones que han estancado el crecimiento y el desarrollo que, consecuentemente ha derruido figuras de hechos transcendentales como el de la movilidad social, el de las mejoras en los índices de desarrollo humano y, sobre todo, el de los niveles de bienestar.

Para el caso de México, esta crisis económica ha tenido varias respuestas, algunas como resultado de sesudos análisis y, otras, significativamente surgidas de “bote pronto”. Dichas respuestas han configurado un diagnóstico en dos variantes: la óptica de la economía liberal que, en sintonía con el sostenimiento de los modelos de la economía neoclásica, ha pugnado por las mismas recetas de los últimos 35 años: control del gasto público, liberalización de las economías, evitar la fijación de precios por decreto, poca participación del Estado en los mercados, entro otros; sucintamente sitúa como valor fundamental a la libertad económica como el valor fundamental. En contraparte, la otra respuesta obliga a reconsiderar el concepto de “bienestar”, con un Estado fortalecido, en que el gobierno sea capaz de sostener una política social robusta y extensiva.

En el ámbito académico, esta discusión se identifica en un momento histórico determinado: la Cuarta Revolución como la carrera global para reinventar al Estado. La primera revolución tuvo lugar en el siglo XVII con la formación del Estado-Nación como forma de organización política de la sociedad; la segunda corresponde a finales del siglo XVIII e inicio del XIX con la formación del Estado liberal; y la tercera revolución corresponde justo al momento de la posguerra con la consolidación del Estado de bienestar, como un agente preponderante de la vida pública y eje rector que. Sin embargo, éste al asumir grandes responsabilidades, hizo desembocar su funcionamiento en grandes crisis fiscales y debilitamiento de su credibilidad como agente eficiente para la reasignación de recursos lo que, acompañado de un revisionismo del liberalismo económico y creaciones intelectuales como la teoría de la elección pública, hizo llegar a la concepción del Estado mínimo.

Es en este contexto que la “cuarta revolución” es un movimiento, eminentemente político, de enorme trascendencia y, además en cierta medida, lógico.

Empero, es indudable que el Estado (considerando también a los gobiernos) en la actualidad y con las características de la sociedad contemporánea (demandante, ampliamente informada, participativa, fiscalizadora) no puede regresar a ser el eje central de la vida pública; por el contrario, la idea del declive total del “estadocentrismo” está presente con validez irrefutable. La reinvención del Estado, si bien significa su resignificación, también es real que tanto la sociedad civil como el propio mercado (en ocasiones señalado como culpable de las crisis) tienen un rol de vital importancia para solucionar los problemas públicos, generar crecimiento económico y lograr bienestar.

En este sentido, la propuesta del Presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un asidero relevante y sentido común para generar el viraje que muchas naciones han emprendido alrededor del mundo, situando el bienestar en el centro de la acción del gobierno además de la libertad y la justicia social como valores inalienables del Estado.

El gran objetivo del bienestar no puede y no debe permanecer como algo abstracto, debe traducirse en beneficios tangibles, Por ello, me parece que la respuesta a la crisis, el bajo crecimiento económico y el agravamiento de las desigualdades, está en recuperar la figura del Estado con sus respectivos límites: avanzar en la concepción de la inversión público como un detonante del desarrollo y del bienestar.

Luis Enrique Bermúdez Cruz

@EnriqueBermC