/ martes 24 de noviembre de 2020

¿El Palacio de la Muerte?

Las cifras estimadas, desde el inicio de la emergencia sanitaria sobre el número de defunciones, por el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, acorde al modelo matemático del Gobierno y el recuento de datos oficiales, han sido tan contradictorias como alarmantes.

Una primera estimación fue entre 6 mil y 12 mil quinientas muertes; luego, 30 mil, y cuando fue evidente que el modelo centinela no permitía valorar la evolución de la tragedia, el gobierno solo envió el mensaje de “no pasa nada” y hasta mencionó que “no robar, ayuda para que no dé coronavirus”.

Se dice que en política “problema que se soslaya, estalla” (palabras que se atribuyen a don Jesús Reyes Heroles), y eso, por desgracia, es lo que ha sucedido en México con el manejo de la Covid-19: desde el mes de agosto se alcanzó el pronóstico oficial del “escenario muy catastrófico”, con 60 mil fallecidos, y desde entonces, no se ha revisado la “estrategia”, reconocido lo que se ha hecho mal, ni aceptado que el Gobierno está rebasado, a pesar de un subregistro de muertes.

Y los más afectados son los que menos tienen. Es triste reconocer que los más golpeados por la tragedia sanitaria han sido mujeres y hombres provenientes de familias de escasos recursos y en situación de pobreza, en zonas indígenas y rurales, que no pueden pagar por atención médica. La realidad en datos indica que el riesgo de perder la vida en un hospital público es casi cuatro veces mayor que en un centro privado.

Aquella consigna del hoy titular del Poder Ejecutivo de “Por el bien de México, primero los pobres”, hace evidente una política criminal, pues no ha importado dejarlos sin empleo, sin servicios de salud pública, sin medicamentos, sin estancias infantiles... hasta sin casas, porque el presidente decidió inundar las zonas pobres en Tabasco. Lo cierto es que la ausencia de políticas públicas con sentido social ha lastimado a los sectores más vulnerables.

Pues bien, los pronósticos de junio han quedado atrás, y cinco meses después tenemos una escalofriante cifra de 100 mil decesos. Es preocupante que frente a esta y cualquier tragedia se insista desde Palacio Nacional en que “hemos pasado lo peor”, así como acusar a los “conservadores neoliberales” para desviar la atención. ¡Cuánta soberbia y egoísmo ante el dolor de tantas y tantos mexicanos!

Mientras se incrementa el número de contagios a más de un millón de personas, el presidente López defiende al subsecretario López, a pesar de su inminente contribución al número de muertes; hace pronósticos beisboleros y hasta se da tiempo para recibir a un beisbolista (no porque esté mal, sino porque tal parece que su prioridad es el espectáculo) y prepara sus conferencias matutinas para repetir, después de dos años, que la culpa de todo lo que sucede en México es del pasado y de todos aquellos que no pensamos como él.

Nunca como ahora nos habíamos topado con tanta insensibilidad presidencial; no hay el mínimo propósito de enmendar los errores cometidos. Parece no importar el más del millón de contagiados, ni una economía desplomada, ni 100 mil muertos después. ¿Estamos, acaso, frente al Palacio de la Muerte?

Hoy estamos peor de cuando estábamos mal y los problemas nacionales necesitan más que discursos de rencor y odio para resolverse. Se hace urgente la revisión de la estrategia de gobierno, por el bien de todos, en particular de los pobres.

Las cifras estimadas, desde el inicio de la emergencia sanitaria sobre el número de defunciones, por el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, acorde al modelo matemático del Gobierno y el recuento de datos oficiales, han sido tan contradictorias como alarmantes.

Una primera estimación fue entre 6 mil y 12 mil quinientas muertes; luego, 30 mil, y cuando fue evidente que el modelo centinela no permitía valorar la evolución de la tragedia, el gobierno solo envió el mensaje de “no pasa nada” y hasta mencionó que “no robar, ayuda para que no dé coronavirus”.

Se dice que en política “problema que se soslaya, estalla” (palabras que se atribuyen a don Jesús Reyes Heroles), y eso, por desgracia, es lo que ha sucedido en México con el manejo de la Covid-19: desde el mes de agosto se alcanzó el pronóstico oficial del “escenario muy catastrófico”, con 60 mil fallecidos, y desde entonces, no se ha revisado la “estrategia”, reconocido lo que se ha hecho mal, ni aceptado que el Gobierno está rebasado, a pesar de un subregistro de muertes.

Y los más afectados son los que menos tienen. Es triste reconocer que los más golpeados por la tragedia sanitaria han sido mujeres y hombres provenientes de familias de escasos recursos y en situación de pobreza, en zonas indígenas y rurales, que no pueden pagar por atención médica. La realidad en datos indica que el riesgo de perder la vida en un hospital público es casi cuatro veces mayor que en un centro privado.

Aquella consigna del hoy titular del Poder Ejecutivo de “Por el bien de México, primero los pobres”, hace evidente una política criminal, pues no ha importado dejarlos sin empleo, sin servicios de salud pública, sin medicamentos, sin estancias infantiles... hasta sin casas, porque el presidente decidió inundar las zonas pobres en Tabasco. Lo cierto es que la ausencia de políticas públicas con sentido social ha lastimado a los sectores más vulnerables.

Pues bien, los pronósticos de junio han quedado atrás, y cinco meses después tenemos una escalofriante cifra de 100 mil decesos. Es preocupante que frente a esta y cualquier tragedia se insista desde Palacio Nacional en que “hemos pasado lo peor”, así como acusar a los “conservadores neoliberales” para desviar la atención. ¡Cuánta soberbia y egoísmo ante el dolor de tantas y tantos mexicanos!

Mientras se incrementa el número de contagios a más de un millón de personas, el presidente López defiende al subsecretario López, a pesar de su inminente contribución al número de muertes; hace pronósticos beisboleros y hasta se da tiempo para recibir a un beisbolista (no porque esté mal, sino porque tal parece que su prioridad es el espectáculo) y prepara sus conferencias matutinas para repetir, después de dos años, que la culpa de todo lo que sucede en México es del pasado y de todos aquellos que no pensamos como él.

Nunca como ahora nos habíamos topado con tanta insensibilidad presidencial; no hay el mínimo propósito de enmendar los errores cometidos. Parece no importar el más del millón de contagiados, ni una economía desplomada, ni 100 mil muertos después. ¿Estamos, acaso, frente al Palacio de la Muerte?

Hoy estamos peor de cuando estábamos mal y los problemas nacionales necesitan más que discursos de rencor y odio para resolverse. Se hace urgente la revisión de la estrategia de gobierno, por el bien de todos, en particular de los pobres.