/ viernes 15 de julio de 2022

“El universo lejano y el nuestro”

¡Maravillas de la astronomía!, ahora conocemos en imágenes infrarrojas como fue el universo hace trece mil millones de años. Espectáculo grandioso, inconcebible, asombroso. Que nos muestra al Divino y Eterno Creador, origen y causa de donde todo partió. Sucedió la gran explosión y después de ella el enjambre de estrellas galácticas en dispersión.

Ante esa grandiosidad, nuestro planeta nada es, menos nosotros, que, como género, preferimos la guerra a la paz, la riqueza al bienestar social, el egoísmo al bien común, el poder al respeto mutuo. Nuestro patrimonio como género humano, es el planeta. Lo destruimos y dilapidamos. Este mundo no es nuestro y sí nosotros de él. No cuidamos a nuestra madre tierra, que todo nos procura, hasta la enseñanza de como debiéramos ser. Nos da la felicidad que desdeñamos. Yo apago mis tristezas en los hermosos cielos de mayo y junio. Paso mis días y noches entre sueños, pero descubro, que el sueño no es lo real, y pienso, que aún no he despertado.

Es mi mente que abordó la nave de la felicidad y no quiere bajarse, porque si abro los ojos me estrello en la pared de hielo y piedra de la realidad y entonces, mi única defensa, mi escape, mi salida es el olvido. Creo entonces que solo fueron mis ojos y deseos que se perdieron por soñados caminos, por rutas que la humanidad extravió, sepultó. Para sentir seguridad afianzo mis pies a la firmeza del planeta, que a veces me sacude con los sismos. Este mundo es una roca en movimiento en las orillas del tiempo y del espacio en donde me apoltrono a reflexionar lo transcurrido, mi presente y lo que posiblemente viene. Porque lo que tenía como sereno refugio de mi vida se sacude y me preocupa.

Pero hay en la naturaleza artífices de un cambio permanente, como son el agua y el viento que todo lo perfilan y moldean. El cambio sin descanso es su lenguaje. El fluir de la materia. El mudar de las formas. La permanente combinación que ensaya para crear lo novedoso. Estos son sus mensajes. Como las aves que nos expresan el suyo con el canto, el vuelo, el plumaje, en su asombrosa diversidad. Conocen el espacio con certeza, presienten el peligro.

Si se posan en mi rama o mi ventana su discurso es la paz y libertad. Su “casa”, un enjambre de plumas y de varas. Sus caminos, “el viento”. Están en paz con la naturaleza. De ella nunca debimos habernos separado. En el supermercado de los bosques y la selva, encuentran todo. Los peces de los mares solo cambian las aguas por los vientos. Dominan las profundidades, las cultivan, las recorren, las decoran, es su hogar y es su sobrevivencia. Lo más salvaje que pudo haber ideado el ser humano son las jaulas y los acuarios, donde nuestros afanes ególatras los “encarcelan”.

Aunque la venganza de la naturaleza es que nosotros nos dimos las “cárceles” más crueles como son los autos, los condominios, los ascensores, las ciudades, la moda, la alimentación, las enfermedades, los convencionalismos, la pobreza o la riqueza, lo penado o castigado, que hacer o que no hacer. Dictadores de la conducta que obligan y prescriben. Por fortuna, tenemos una dulce y apacible cárcel, hermosa y serena, que es el amor cuando resulta cierto, en tanto no se torne desamor o desengaño. Grandioso el universo, la naturaleza, asombrosa, deslumbrante.

La musicalidad de bosques, aves, vientos y cielos que cautiva. La variedad de vida, es increíble. De ahí procedemos, pero nos desligamos. Y a eso le llamamos “civilización”. No quisimos ajustarnos a los cánones de la vida animal. Guerras, poder y riqueza, de ella nos distancian. Pero el universo, el planeta, las aves y la vida animal son extasiantes. “no creo en Dios, pero si existe, está en los animales--y en la naturaleza--, no en el hombre”, dice Bellinghausen, y tiene mucha carga de razón.

¡Maravillas de la astronomía!, ahora conocemos en imágenes infrarrojas como fue el universo hace trece mil millones de años. Espectáculo grandioso, inconcebible, asombroso. Que nos muestra al Divino y Eterno Creador, origen y causa de donde todo partió. Sucedió la gran explosión y después de ella el enjambre de estrellas galácticas en dispersión.

Ante esa grandiosidad, nuestro planeta nada es, menos nosotros, que, como género, preferimos la guerra a la paz, la riqueza al bienestar social, el egoísmo al bien común, el poder al respeto mutuo. Nuestro patrimonio como género humano, es el planeta. Lo destruimos y dilapidamos. Este mundo no es nuestro y sí nosotros de él. No cuidamos a nuestra madre tierra, que todo nos procura, hasta la enseñanza de como debiéramos ser. Nos da la felicidad que desdeñamos. Yo apago mis tristezas en los hermosos cielos de mayo y junio. Paso mis días y noches entre sueños, pero descubro, que el sueño no es lo real, y pienso, que aún no he despertado.

Es mi mente que abordó la nave de la felicidad y no quiere bajarse, porque si abro los ojos me estrello en la pared de hielo y piedra de la realidad y entonces, mi única defensa, mi escape, mi salida es el olvido. Creo entonces que solo fueron mis ojos y deseos que se perdieron por soñados caminos, por rutas que la humanidad extravió, sepultó. Para sentir seguridad afianzo mis pies a la firmeza del planeta, que a veces me sacude con los sismos. Este mundo es una roca en movimiento en las orillas del tiempo y del espacio en donde me apoltrono a reflexionar lo transcurrido, mi presente y lo que posiblemente viene. Porque lo que tenía como sereno refugio de mi vida se sacude y me preocupa.

Pero hay en la naturaleza artífices de un cambio permanente, como son el agua y el viento que todo lo perfilan y moldean. El cambio sin descanso es su lenguaje. El fluir de la materia. El mudar de las formas. La permanente combinación que ensaya para crear lo novedoso. Estos son sus mensajes. Como las aves que nos expresan el suyo con el canto, el vuelo, el plumaje, en su asombrosa diversidad. Conocen el espacio con certeza, presienten el peligro.

Si se posan en mi rama o mi ventana su discurso es la paz y libertad. Su “casa”, un enjambre de plumas y de varas. Sus caminos, “el viento”. Están en paz con la naturaleza. De ella nunca debimos habernos separado. En el supermercado de los bosques y la selva, encuentran todo. Los peces de los mares solo cambian las aguas por los vientos. Dominan las profundidades, las cultivan, las recorren, las decoran, es su hogar y es su sobrevivencia. Lo más salvaje que pudo haber ideado el ser humano son las jaulas y los acuarios, donde nuestros afanes ególatras los “encarcelan”.

Aunque la venganza de la naturaleza es que nosotros nos dimos las “cárceles” más crueles como son los autos, los condominios, los ascensores, las ciudades, la moda, la alimentación, las enfermedades, los convencionalismos, la pobreza o la riqueza, lo penado o castigado, que hacer o que no hacer. Dictadores de la conducta que obligan y prescriben. Por fortuna, tenemos una dulce y apacible cárcel, hermosa y serena, que es el amor cuando resulta cierto, en tanto no se torne desamor o desengaño. Grandioso el universo, la naturaleza, asombrosa, deslumbrante.

La musicalidad de bosques, aves, vientos y cielos que cautiva. La variedad de vida, es increíble. De ahí procedemos, pero nos desligamos. Y a eso le llamamos “civilización”. No quisimos ajustarnos a los cánones de la vida animal. Guerras, poder y riqueza, de ella nos distancian. Pero el universo, el planeta, las aves y la vida animal son extasiantes. “no creo en Dios, pero si existe, está en los animales--y en la naturaleza--, no en el hombre”, dice Bellinghausen, y tiene mucha carga de razón.