/ martes 16 de marzo de 2021

Empoderada... ¿y eso qué es?

Empoderar; verbo que describe la Real Academia de la Lengua Española como “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”, así se reconoce que más de la mitad de la población que representamos las mujeres ha sido y sigue siendo un grupo desfavorecido. Es decir, que menos de la mitad de la población ha tenido en opresión y exclusión a la mayoría. Suena loco y descabellado pero así ha sido nomás los últimos 26,000 años.

Mujeres en todas las épocas brillaron como solitarios diamantes clamando por ser reconocidas como personas con derechos inherentes, a muchas les costó la vida pero abrieron brechas que comenzaron a ser carreteras en los siglos XIX y XX y que hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, al grito de “hermana, yo sí te creo”, es una autopista sin retorno y de muchos carriles en el mundo entero.

Al jerarquizar u obstaculizar a una mujer, perdemos todas y todos, por ello las mujeres decidimos transitar de esa situación de desigualdad a un estadio de conciencia, autodeterminación y autonomía, que se manifiesta en el ejercicio del poder democrático que emana de la aspiración y búsqueda del goce pleno de derechos y libertades.

La participación de las mujeres en cargos de real toma de decisiones, en el desempeño de puestos gerenciales y de liderazgo es un paso fundamental para elimirar los estereotipos discriminatorios y normalizar nuevos roles tanto para hombres como para mujeres. Así pues, en el ámbito público el avance mas evidente ha sido en el poder legislativo, el ejecutivo en los tres órdenes sigue sin mostrar compromiso claro en la paridad de cargos y el judicial es de los tres poderes el que tiene las puertas mas pesadas para abrirse a la inclusión.

Las colectivas de defensa de derechos humanos de las mujeres han visibilizado el término sororidad y, más importante aún, lo han transformado en leyes, reglamentos y políticas públicas.

A través de la sororidad, reconocida como la estrategia transformada en pacto político de mujeres que se reconocen entre sí, el empoderamiento ha avanzado a pasos firmes aunque sabemos que el camino aun es largo, empedrado y sinuoso.

La buena noticia es que las almas de las madres del feminismo están desde sus otras dimensiones contentas de ver a sus hijas al pie del movimiento y sus avances. No estamos aquí para pelear con los hombres, confirmamos a la reconciliación y no a la guerra y al respeto que nos debemos como seres humanos nuestro camino para responder a la principal obligación que tenemos en nuestro tránsito por el planeta: dejarle un mejor lugar para vivir a las siguientes generaciones.

El sueño de las feministas es hacer posible que cuando una niña en cualquier lugar del mundo nazca, sus oportunidades de ser en plenitud estén sujetas solo a sus capacidades. El poder femenino es garante de paz y prosperidad no solo para las mujeres, sino para la humanidad entera. Empoderadas, somos invencibles.

Empoderar; verbo que describe la Real Academia de la Lengua Española como “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”, así se reconoce que más de la mitad de la población que representamos las mujeres ha sido y sigue siendo un grupo desfavorecido. Es decir, que menos de la mitad de la población ha tenido en opresión y exclusión a la mayoría. Suena loco y descabellado pero así ha sido nomás los últimos 26,000 años.

Mujeres en todas las épocas brillaron como solitarios diamantes clamando por ser reconocidas como personas con derechos inherentes, a muchas les costó la vida pero abrieron brechas que comenzaron a ser carreteras en los siglos XIX y XX y que hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, al grito de “hermana, yo sí te creo”, es una autopista sin retorno y de muchos carriles en el mundo entero.

Al jerarquizar u obstaculizar a una mujer, perdemos todas y todos, por ello las mujeres decidimos transitar de esa situación de desigualdad a un estadio de conciencia, autodeterminación y autonomía, que se manifiesta en el ejercicio del poder democrático que emana de la aspiración y búsqueda del goce pleno de derechos y libertades.

La participación de las mujeres en cargos de real toma de decisiones, en el desempeño de puestos gerenciales y de liderazgo es un paso fundamental para elimirar los estereotipos discriminatorios y normalizar nuevos roles tanto para hombres como para mujeres. Así pues, en el ámbito público el avance mas evidente ha sido en el poder legislativo, el ejecutivo en los tres órdenes sigue sin mostrar compromiso claro en la paridad de cargos y el judicial es de los tres poderes el que tiene las puertas mas pesadas para abrirse a la inclusión.

Las colectivas de defensa de derechos humanos de las mujeres han visibilizado el término sororidad y, más importante aún, lo han transformado en leyes, reglamentos y políticas públicas.

A través de la sororidad, reconocida como la estrategia transformada en pacto político de mujeres que se reconocen entre sí, el empoderamiento ha avanzado a pasos firmes aunque sabemos que el camino aun es largo, empedrado y sinuoso.

La buena noticia es que las almas de las madres del feminismo están desde sus otras dimensiones contentas de ver a sus hijas al pie del movimiento y sus avances. No estamos aquí para pelear con los hombres, confirmamos a la reconciliación y no a la guerra y al respeto que nos debemos como seres humanos nuestro camino para responder a la principal obligación que tenemos en nuestro tránsito por el planeta: dejarle un mejor lugar para vivir a las siguientes generaciones.

El sueño de las feministas es hacer posible que cuando una niña en cualquier lugar del mundo nazca, sus oportunidades de ser en plenitud estén sujetas solo a sus capacidades. El poder femenino es garante de paz y prosperidad no solo para las mujeres, sino para la humanidad entera. Empoderadas, somos invencibles.