/ lunes 18 de abril de 2022

Esperanza eterna

Las madres están precableadas con sus hijos. En el seno materno hay intercambio celular del cuerpo del hijo hacia la madre y viceversa; el bebé en gestación puede percibir en el vientre el estado de ánimo de su madre y se va acostumbrando también al sonido de su voz. Ese cableado nos permite que la madre de su propia vida por la de su vástago; ese precableado mantiene viva a la especie, ese precableado es lo que urge a una mujer a luchar con uñas y dientes por la vida de sus hijos.

Cuando una madre muere, quedan sus células en el cuerpo de sus hijos e hijas y éstas ya traen desde su condición de feto, los óvulos que en su momento prolongarán la estirpe. Así pues, el lazo con nuestra madre es lo que nos mantiene atados y atadas al mundo como lo conocemos y el lazo con nuestra descendencia es lo que los mantiene a ellas y ellos. Se va la mamá e irremediablemente los hijos sienten como si los soltaran en el espacio.

Pero que se vaya la madre es hasta natural; que muera un hijo antes que la madre es, se supondría, el dolor más grande que un ser humano puede sentir. No es así; la desaparición de una hija o un hijo sí que es el pináculo del dolor. La incertidumbre de no saber si vive o muere, de no tener certeza de si su cuerpo ha sido torturado o vendido, si su espíritu ha sido despedazado como su ser completo, no saber dónde está, si vive o muere, eso es tortura permanente.

Así en todos los conflictos sociales vemos a madres que luchan por encontrar a sus pequeños. Así las madres de la plaza de Mayo en Argentina, el comité Eureka y un sinfín de organizaciones, especialmente de madres, dedican día a día sus vidas a encontrar a las y los desaparecidos.

El Comité contra las desapariciones forzadas de la ONU, presentó en Ginebra, Suiza, su informe en la materia e indicó que en México ha habido un aumento notable de personas desaparecidas, especialmente de niñas, niños y adolescentes, que la delincuencia organizada es mayormente responsable de esto y que la mayoría termina esclavizada para trata de personas, trabajos forzados, tráfico de drogas, etc.

También indicó el organismo internacional que es el Estado el responsable de detener este flagelo pues ya en México hay casi 95,000 personas que se esfumaron de la faz de la tierra. 95,000 familias viviendo la tortura diaria de una hija o hijo desaparecidos. Por poner un ejemplo, Solo en este 2022, en Nuevo León han desparecido 22 mujeres.

Para Doña Rosario Ybarra de Piedra, el peregrinar por encontrar a Jesús, su hijo desaparecido en 1975, fue motor y ejemplo para muchas madres más. Ella ha descansado ya en cuerpo, pero deja su indomable espíritu a quienes siguen buscando. Para ella reconocimiento y admiración perpetuas.

Como Doña Rosario, cientos de miles de madres en México. Así el dolor y la esperanza que matan y resucitan a tantas que han perdido a sus hijos e hijas. Así aquellas que no tienen ya nada, salvo la fe en que, si los pequeños de su corazón sufren o han muerto, es nuestro amado Jesús el único que los ha acompañado en esas horas de dolor y transición.

Para los católicos, esta semana que terminó es la Semana Santa, la mayor, la que sostiene a la iglesia por la resurrección de Jesús crucificado. Quienes profesamos esta fé, no podemos separar el dolor de María madre atestiguando la tortura del cuerpo de su hijo con la esperanza puesta en que su alma viviría eternamente.

Hoy va la oración de su humilde servidora por tantas que a diario buscan y cuando en casa están se asoman a la ventana a cada minuto esperando el regreso de sus hijas e hijos. Dios con ellas. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!

Las madres están precableadas con sus hijos. En el seno materno hay intercambio celular del cuerpo del hijo hacia la madre y viceversa; el bebé en gestación puede percibir en el vientre el estado de ánimo de su madre y se va acostumbrando también al sonido de su voz. Ese cableado nos permite que la madre de su propia vida por la de su vástago; ese precableado mantiene viva a la especie, ese precableado es lo que urge a una mujer a luchar con uñas y dientes por la vida de sus hijos.

Cuando una madre muere, quedan sus células en el cuerpo de sus hijos e hijas y éstas ya traen desde su condición de feto, los óvulos que en su momento prolongarán la estirpe. Así pues, el lazo con nuestra madre es lo que nos mantiene atados y atadas al mundo como lo conocemos y el lazo con nuestra descendencia es lo que los mantiene a ellas y ellos. Se va la mamá e irremediablemente los hijos sienten como si los soltaran en el espacio.

Pero que se vaya la madre es hasta natural; que muera un hijo antes que la madre es, se supondría, el dolor más grande que un ser humano puede sentir. No es así; la desaparición de una hija o un hijo sí que es el pináculo del dolor. La incertidumbre de no saber si vive o muere, de no tener certeza de si su cuerpo ha sido torturado o vendido, si su espíritu ha sido despedazado como su ser completo, no saber dónde está, si vive o muere, eso es tortura permanente.

Así en todos los conflictos sociales vemos a madres que luchan por encontrar a sus pequeños. Así las madres de la plaza de Mayo en Argentina, el comité Eureka y un sinfín de organizaciones, especialmente de madres, dedican día a día sus vidas a encontrar a las y los desaparecidos.

El Comité contra las desapariciones forzadas de la ONU, presentó en Ginebra, Suiza, su informe en la materia e indicó que en México ha habido un aumento notable de personas desaparecidas, especialmente de niñas, niños y adolescentes, que la delincuencia organizada es mayormente responsable de esto y que la mayoría termina esclavizada para trata de personas, trabajos forzados, tráfico de drogas, etc.

También indicó el organismo internacional que es el Estado el responsable de detener este flagelo pues ya en México hay casi 95,000 personas que se esfumaron de la faz de la tierra. 95,000 familias viviendo la tortura diaria de una hija o hijo desaparecidos. Por poner un ejemplo, Solo en este 2022, en Nuevo León han desparecido 22 mujeres.

Para Doña Rosario Ybarra de Piedra, el peregrinar por encontrar a Jesús, su hijo desaparecido en 1975, fue motor y ejemplo para muchas madres más. Ella ha descansado ya en cuerpo, pero deja su indomable espíritu a quienes siguen buscando. Para ella reconocimiento y admiración perpetuas.

Como Doña Rosario, cientos de miles de madres en México. Así el dolor y la esperanza que matan y resucitan a tantas que han perdido a sus hijos e hijas. Así aquellas que no tienen ya nada, salvo la fe en que, si los pequeños de su corazón sufren o han muerto, es nuestro amado Jesús el único que los ha acompañado en esas horas de dolor y transición.

Para los católicos, esta semana que terminó es la Semana Santa, la mayor, la que sostiene a la iglesia por la resurrección de Jesús crucificado. Quienes profesamos esta fé, no podemos separar el dolor de María madre atestiguando la tortura del cuerpo de su hijo con la esperanza puesta en que su alma viviría eternamente.

Hoy va la oración de su humilde servidora por tantas que a diario buscan y cuando en casa están se asoman a la ventana a cada minuto esperando el regreso de sus hijas e hijos. Dios con ellas. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!