/ viernes 29 de octubre de 2021

¡Este Chiautempan que yo soy…!

Estoy en “semáforo verde”. La pandemia me da tregua y aunque con precauciones salgo a la calle. ¿Me pregunto quién soy?..., soy el Chiautempan que se recuesta modorro y activo en las laderas suaves de la gran montaña Tlaxcalteca. Me dispongo a celebrar una más de las costumbres que calendáricamente llenan el mosaico que son mis tradiciones.

“Todos Santos”, fiesta del pueblo, en memoria y honra de aquellos que marcharon por delante. Festejo que iniciará en las calles, mercados, panaderías, seguirá en las casas, templos y panteones. Es el “Todos Santos” de sabor tan especial y nuestro. Marchito un tanto, por las enfermedades que asolaron nuestras vidas.

Pero que no impedirán que celebremos la “visita” de los antepasados. Memoriosa cultura calendárica que, a la vuelta de los meses, siempre destaca entre nostalgias y alegrías, aunque ahora con modestia, por la vida encarecida, estos festejos. Los hogares de mi tierra preparan ya el homenaje para quienes anualmente regresan con nosotros. Todo huele a guayaba y tejocote, pan de muerto, hojaldras, pezuñas y tlacotonales.

Por doquier las flores, los cirios y los viejos panaderos, a quienes ahora también su ofrenda se les pone, heredaron a los nietos recetas que siguen la tradición del buen pan en la región. Hasta sus puertas, abran de tocar quienes encarguen “por favor me hacen mi pan”, y el labrado y horneado, entre risas y brindis habrá de repetirse.

Soy esa mesa en donde abundan flores y flota el aroma de incienso y mirra. Soy la dulzura de la pepita de calabaza transformada en “gallitos”, que serán el postre de los antepasados. Soy la matrona que ha hecho viajes incansables al mercado, para comprar lo poco que ha podido. Que ha regresado abrazando con amor el cempasúchil y con sus manos habrá de menear infatigable el bronce en el cazo de cocina, para los dulces de chayote, calabaza y tejocote.

Soy la matrona que cocina el pipián, el mole y los tamales y amorosamente coloca en nuestra ofrenda hasta cerveza, el pulque y el tequila para quienes en vida degustaron. Soy el camino de pétalos de doradas flores que habrán de orientar el camino de la “animas”, aunque ellas por ser su casa conozcan la vereda. soy el reloj que marca las tres de la tarde, hora en que llegan los seres amados de ultratumba y que serán recibidos entre rezos, incienso y canto, con cirios encendidos y nubes perfumadas de humeantes incensarios.

Soy quien se opone a lo que no es de esta nación. Las calaveras de plástico, los disfraces de brujas, vampiros y momias, jamás sustituirán a nuestras calabazas, chilacayotes y dulces “tachas”, horneadas y mielosas. Pero aquello brincó la frontera y nos invade y lo nuestro, encuentra origen entre los siglos, la costumbre y el corazón de un pueblo. No obstante, el “Halloween” llegó como muchas otras costumbres extranjeras.

Pero este Chiautempan se resiste a la invasión. Aquí, en esto que yo soy, no faltan los puestos callejeros de pan casero. La tienda de disfraces que ofrece “soy de moda y soy de novedad”, no falta los moños catrinezcos para hijas y madres que habrán de pulular por las calles. “Noche de calaveras para unos”, para otros “Halloween colonizante”.

No obstante, esta es mi realidad; para los viejos, noche de llorar a sus difuntos, para los jóvenes y niños los disfraces y los dulces de recolección y de alborozo. Soy quien desde hace tiempo cierra sus céntricas calles el primero de noviembre por la noche para que deambulen cientos y cientos de viandantes niños, llegados de toda la región a vivir en esta tierra la más intensa de sus noches en que con su disfraz, calaverita, ingenuidad y esperanza, recorrerán casa y comercios, recibiendo la golosina soñada.

¿Por qué mis calles le gustaron a la región, para esa multitudinaria fiesta, que no se replica en otro lado? Soy quien espera que las panteoneras puertas se abran en estos días para enflorar el túmulo, donde el amado muerto ya reposa.

Soy quien no olvida, reza, canta y degusta. Soy quien prende fogatas callejeras para “velar la calavera”, entre música, risas y hasta baile tal vez.

Chiautempan…, mi Chiautempan, esa que yo soy y más aún. Minúsculo grano de la kilométrica playa nacional que en estos días recuerda a sus difuntos, nutridas filas que la pandémica muerte se ha encargado de engrosar, pero que en nuestras tradiciones siempre habrán de estar entre nosotros. Vivamos el festejo.

Pronto vendrá diciembre y entonces miles de luces en alucinante ensoñación habrán de iluminar heladas noches, que Providencia, empresa santanera, ordenará para deleite de todo nuestro pueblo.

Convocando la admiración de visitantes que no habrán de cansarse recordando lo que yo soy y lo que somos. Fiesta del pueblo, esa que ningún modernismo habrá de sepultar y vivirá por siempre.

Estoy en “semáforo verde”. La pandemia me da tregua y aunque con precauciones salgo a la calle. ¿Me pregunto quién soy?..., soy el Chiautempan que se recuesta modorro y activo en las laderas suaves de la gran montaña Tlaxcalteca. Me dispongo a celebrar una más de las costumbres que calendáricamente llenan el mosaico que son mis tradiciones.

“Todos Santos”, fiesta del pueblo, en memoria y honra de aquellos que marcharon por delante. Festejo que iniciará en las calles, mercados, panaderías, seguirá en las casas, templos y panteones. Es el “Todos Santos” de sabor tan especial y nuestro. Marchito un tanto, por las enfermedades que asolaron nuestras vidas.

Pero que no impedirán que celebremos la “visita” de los antepasados. Memoriosa cultura calendárica que, a la vuelta de los meses, siempre destaca entre nostalgias y alegrías, aunque ahora con modestia, por la vida encarecida, estos festejos. Los hogares de mi tierra preparan ya el homenaje para quienes anualmente regresan con nosotros. Todo huele a guayaba y tejocote, pan de muerto, hojaldras, pezuñas y tlacotonales.

Por doquier las flores, los cirios y los viejos panaderos, a quienes ahora también su ofrenda se les pone, heredaron a los nietos recetas que siguen la tradición del buen pan en la región. Hasta sus puertas, abran de tocar quienes encarguen “por favor me hacen mi pan”, y el labrado y horneado, entre risas y brindis habrá de repetirse.

Soy esa mesa en donde abundan flores y flota el aroma de incienso y mirra. Soy la dulzura de la pepita de calabaza transformada en “gallitos”, que serán el postre de los antepasados. Soy la matrona que ha hecho viajes incansables al mercado, para comprar lo poco que ha podido. Que ha regresado abrazando con amor el cempasúchil y con sus manos habrá de menear infatigable el bronce en el cazo de cocina, para los dulces de chayote, calabaza y tejocote.

Soy la matrona que cocina el pipián, el mole y los tamales y amorosamente coloca en nuestra ofrenda hasta cerveza, el pulque y el tequila para quienes en vida degustaron. Soy el camino de pétalos de doradas flores que habrán de orientar el camino de la “animas”, aunque ellas por ser su casa conozcan la vereda. soy el reloj que marca las tres de la tarde, hora en que llegan los seres amados de ultratumba y que serán recibidos entre rezos, incienso y canto, con cirios encendidos y nubes perfumadas de humeantes incensarios.

Soy quien se opone a lo que no es de esta nación. Las calaveras de plástico, los disfraces de brujas, vampiros y momias, jamás sustituirán a nuestras calabazas, chilacayotes y dulces “tachas”, horneadas y mielosas. Pero aquello brincó la frontera y nos invade y lo nuestro, encuentra origen entre los siglos, la costumbre y el corazón de un pueblo. No obstante, el “Halloween” llegó como muchas otras costumbres extranjeras.

Pero este Chiautempan se resiste a la invasión. Aquí, en esto que yo soy, no faltan los puestos callejeros de pan casero. La tienda de disfraces que ofrece “soy de moda y soy de novedad”, no falta los moños catrinezcos para hijas y madres que habrán de pulular por las calles. “Noche de calaveras para unos”, para otros “Halloween colonizante”.

No obstante, esta es mi realidad; para los viejos, noche de llorar a sus difuntos, para los jóvenes y niños los disfraces y los dulces de recolección y de alborozo. Soy quien desde hace tiempo cierra sus céntricas calles el primero de noviembre por la noche para que deambulen cientos y cientos de viandantes niños, llegados de toda la región a vivir en esta tierra la más intensa de sus noches en que con su disfraz, calaverita, ingenuidad y esperanza, recorrerán casa y comercios, recibiendo la golosina soñada.

¿Por qué mis calles le gustaron a la región, para esa multitudinaria fiesta, que no se replica en otro lado? Soy quien espera que las panteoneras puertas se abran en estos días para enflorar el túmulo, donde el amado muerto ya reposa.

Soy quien no olvida, reza, canta y degusta. Soy quien prende fogatas callejeras para “velar la calavera”, entre música, risas y hasta baile tal vez.

Chiautempan…, mi Chiautempan, esa que yo soy y más aún. Minúsculo grano de la kilométrica playa nacional que en estos días recuerda a sus difuntos, nutridas filas que la pandémica muerte se ha encargado de engrosar, pero que en nuestras tradiciones siempre habrán de estar entre nosotros. Vivamos el festejo.

Pronto vendrá diciembre y entonces miles de luces en alucinante ensoñación habrán de iluminar heladas noches, que Providencia, empresa santanera, ordenará para deleite de todo nuestro pueblo.

Convocando la admiración de visitantes que no habrán de cansarse recordando lo que yo soy y lo que somos. Fiesta del pueblo, esa que ningún modernismo habrá de sepultar y vivirá por siempre.