/ sábado 26 de diciembre de 2020

¡Fraterna Navidad!

Transcurre la más inconcebible navidad. La especie humana vive horas inverosímiles. Nunca hubiésemos creído, si algún “descerebrado” nos hubiera dicho lo que venía en el 2020. Pero estamos frente a una realidad que debemos resolver. Esta pandemia es más letal que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Ya ronda el millón ochocientos mil muertos. Y aun así la OMS alerta porque lo peor “no ha llegado”. El nuevo presidente de E.E.U.U. declaró ese mismo pronostico, corregido y aumentado.


El 23 de diciembre llegó la primera remesa de vacunas, sin demora arranca su aplicación con los trabajadores de Salud y en el estado de Coahuila. Pero médicos, enfermeras y camilleros en la gran ciudad están exhaustos y muchos de ellos padecen ya traumas mentales que los arriman al suicidio. Los “huizacheros políticos”, perdedores de la pasada elección presidencial, carroñeros que son, buscan los prietos en el arroz para lanzarse en picada sobre los haceres sanitarios del actual Gobierno. En tanto, los señores del capital, buscan como evadir pago de impuestos. Tramposos de nacimiento, quieren incumplir el fisco y hasta mudan sus domicilios fiscales a la frontera norte, donde por ley pagarán menos. El más cínico de ellos, dueño de canales de televisión y tiendas de muebles, desacata, balandronea y con prepotencia exhorta a incumplir las reglas sanitarias. Ahora la Covid-19 agrede a familias enteras. Por fortuna se ha estandarizado un “incipiente protocolo” para atacar a la malignidad. Los buitres de la medicina, carentes de toda conciencia social, cobran hasta diez mil pesos por una prueba Covid. En Tlaxcala por fortuna, esa prueba es regalada y a domicilio y, además, salubridad de Tlaxcala provee los primeros medicamentos, que seguramente han salvado de los hornos crematorios a muchos. La gran capital está al borde del colapso sanitario. Las multitudes no se resignan a una Navidad sin comer ni beber, no quieren encerrarse, circulan por las calles hasta sin cubrebocas y se agolpan. ¿Cuántos estarán dentro de diez días esperando turno para una cama y un ventilador? ¿Cuántos de ellos afirmaron que la enfermedad no existe? ¿Cuántos desconfían de la vacuna, porque los partidos coaligados en triada así se los inculcan? Es inaudito, que, en horas tan borrascosas, a los politiqueros les importe más la cosecha del poder futuro que la salud y vida de los mexicanos.


Hay desanimo, desasosiego, desesperación. Se está expresando en brotes de violencia. “Ya me cansé de estar encerrado”, “No tengo trabajo ni dinero”, “No me importa que se mueran, mientras no me toque a mí”, “¿Y por qué para darles gusto he de usar cubrebocas?”, “Yo salgo a la calle como se me pega la gana”. Desplante “valemadrista” que tendrá consecuencias para Fin de Año y principios del nuevo. Se están reconvirtiendo más hospitales para seguir atendiendo a los infectados. Está llegando personal de provincia a la gran ciudad. El actual necesita relevo, descanso y hasta tratamiento psicológico. La desesperación amenaza con convertirse en violencia. Los nervios están crispados y dispuestos a estallar. Se agrede a la autoridad y al personal de Salud. Los gobernadores rebeldes del norte terminaron por doblar las manos, pero ahora quieren ser los primeros en ser vacunados, cuando antes hasta clamaban proceso penal para López Gatell.


La serenidad debe imponerse. Seamos ecuánimes, si no la tormenta se tornará cataclismo. En Inglaterra hubo una mutación del virus, el nuevo se propaga más rápido.


Lo mismo en Sudáfrica. Esta malignidad quiere arrasar a la vida humana. Pero estamos llegando a la orilla de la presente anualidad. De verdad que, unidos por la desventura, debemos desearnos una Navidad de hermanos y aunque aislados, embozados y hasta dolidos por quienes ya se fueron, entendamos que debemos fundirnos en una gran fraternidad universal. Que la esperanza sea la más elevada de nuestras banderas. Que solo la conducta personal habrá de modificar la colectiva, que, respetando los protocolos sanitarios, a la naturaleza y al prójimo, con seguridad vendrá una época de verdadera felicidad.


Fraterna Navidad y Año Nuevo de esperanzas les deseo que tengamos, para el bien de todos.

La gran capital está al borde del colapso sanitario. Las multitudes no se resignan a una Navidad sin comer ni beber, no quieren encerrarse, circulan por las calles hasta sin cubrebocas y se agolpan. ¿Cuántos estarán dentro de diez días esperando turno para una cama y un ventilador? ¿Cuántos de ellos afirmaron que la enfermedad no existe? ¿Cuántos desconfían de la vacuna, porque los partidos coaligados en triada así se los inculcan? Es inaudito, que, en horas tan borrascosas, a los politiqueros les importe más la cosecha del poder futuro que la salud y vida de los mexicanos.


Transcurre la más inconcebible navidad. La especie humana vive horas inverosímiles. Nunca hubiésemos creído, si algún “descerebrado” nos hubiera dicho lo que venía en el 2020. Pero estamos frente a una realidad que debemos resolver. Esta pandemia es más letal que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Ya ronda el millón ochocientos mil muertos. Y aun así la OMS alerta porque lo peor “no ha llegado”. El nuevo presidente de E.E.U.U. declaró ese mismo pronostico, corregido y aumentado.


El 23 de diciembre llegó la primera remesa de vacunas, sin demora arranca su aplicación con los trabajadores de Salud y en el estado de Coahuila. Pero médicos, enfermeras y camilleros en la gran ciudad están exhaustos y muchos de ellos padecen ya traumas mentales que los arriman al suicidio. Los “huizacheros políticos”, perdedores de la pasada elección presidencial, carroñeros que son, buscan los prietos en el arroz para lanzarse en picada sobre los haceres sanitarios del actual Gobierno. En tanto, los señores del capital, buscan como evadir pago de impuestos. Tramposos de nacimiento, quieren incumplir el fisco y hasta mudan sus domicilios fiscales a la frontera norte, donde por ley pagarán menos. El más cínico de ellos, dueño de canales de televisión y tiendas de muebles, desacata, balandronea y con prepotencia exhorta a incumplir las reglas sanitarias. Ahora la Covid-19 agrede a familias enteras. Por fortuna se ha estandarizado un “incipiente protocolo” para atacar a la malignidad. Los buitres de la medicina, carentes de toda conciencia social, cobran hasta diez mil pesos por una prueba Covid. En Tlaxcala por fortuna, esa prueba es regalada y a domicilio y, además, salubridad de Tlaxcala provee los primeros medicamentos, que seguramente han salvado de los hornos crematorios a muchos. La gran capital está al borde del colapso sanitario. Las multitudes no se resignan a una Navidad sin comer ni beber, no quieren encerrarse, circulan por las calles hasta sin cubrebocas y se agolpan. ¿Cuántos estarán dentro de diez días esperando turno para una cama y un ventilador? ¿Cuántos de ellos afirmaron que la enfermedad no existe? ¿Cuántos desconfían de la vacuna, porque los partidos coaligados en triada así se los inculcan? Es inaudito, que, en horas tan borrascosas, a los politiqueros les importe más la cosecha del poder futuro que la salud y vida de los mexicanos.


Hay desanimo, desasosiego, desesperación. Se está expresando en brotes de violencia. “Ya me cansé de estar encerrado”, “No tengo trabajo ni dinero”, “No me importa que se mueran, mientras no me toque a mí”, “¿Y por qué para darles gusto he de usar cubrebocas?”, “Yo salgo a la calle como se me pega la gana”. Desplante “valemadrista” que tendrá consecuencias para Fin de Año y principios del nuevo. Se están reconvirtiendo más hospitales para seguir atendiendo a los infectados. Está llegando personal de provincia a la gran ciudad. El actual necesita relevo, descanso y hasta tratamiento psicológico. La desesperación amenaza con convertirse en violencia. Los nervios están crispados y dispuestos a estallar. Se agrede a la autoridad y al personal de Salud. Los gobernadores rebeldes del norte terminaron por doblar las manos, pero ahora quieren ser los primeros en ser vacunados, cuando antes hasta clamaban proceso penal para López Gatell.


La serenidad debe imponerse. Seamos ecuánimes, si no la tormenta se tornará cataclismo. En Inglaterra hubo una mutación del virus, el nuevo se propaga más rápido.


Lo mismo en Sudáfrica. Esta malignidad quiere arrasar a la vida humana. Pero estamos llegando a la orilla de la presente anualidad. De verdad que, unidos por la desventura, debemos desearnos una Navidad de hermanos y aunque aislados, embozados y hasta dolidos por quienes ya se fueron, entendamos que debemos fundirnos en una gran fraternidad universal. Que la esperanza sea la más elevada de nuestras banderas. Que solo la conducta personal habrá de modificar la colectiva, que, respetando los protocolos sanitarios, a la naturaleza y al prójimo, con seguridad vendrá una época de verdadera felicidad.


Fraterna Navidad y Año Nuevo de esperanzas les deseo que tengamos, para el bien de todos.

La gran capital está al borde del colapso sanitario. Las multitudes no se resignan a una Navidad sin comer ni beber, no quieren encerrarse, circulan por las calles hasta sin cubrebocas y se agolpan. ¿Cuántos estarán dentro de diez días esperando turno para una cama y un ventilador? ¿Cuántos de ellos afirmaron que la enfermedad no existe? ¿Cuántos desconfían de la vacuna, porque los partidos coaligados en triada así se los inculcan? Es inaudito, que, en horas tan borrascosas, a los politiqueros les importe más la cosecha del poder futuro que la salud y vida de los mexicanos.