/ viernes 11 de septiembre de 2020

Generalizada desconfianza ciudadana

La sociedad mexicana hace décadas vive desconfiada de sus autoridades. Ello precisamente se expresó en la elección presidencial de hace dos años, que en votación aplastante llevó a la oposición a dirigir el país. Desconfiamos de su actuar, por las extorsiones, los moches, las mordidas. El que llega a un cargo de inspector, se sabe impune. Y esto se reproduce en los tres poderes y en los tres niveles. Desconfiamos del funcionario judicial que retrasa el acuerdo o la sentencia, buscando al “billelle”. Del pedestre policía que golpea y asalta. Del motorizado que solo busca dinero. De los diputados locales que intrigan y discuten por el presupuesto, el control y la reelección. De los órganos electorales que alteran las decisiones ciudadanas para entregar el poder a cambio de notarías o magistraturas. A los diputados poco les importa las leyes para el pueblo, buscan los dineros a cambio de aprobar proyectos legislativos. Les interesa recuperar gananciosamente lo invertido en campañas y chapulinear al próximo puesto que ya cocinan en su mente. Se vuelven eternos candidatos. Los mismos apellidos en las boletas electorales ya hastiaron al ciudadano

Munícipes que arriban al cargo pobres y cuando se retiran, lo hacen en lujosas camionetas y ricos. Los que se dedican a los negocios particulares al amparo del poder. Sus riquezas son inocultables, en pueblo chico el chisme es grande. Desconfiamos de los parquímetros que producen recursos cuyo destino es incierto. Construyen mansiones, instalan negocios o edificios. Por ello miramos en cada uno de sus actos maledicentemente un nuevo negocio de beneficio personal. “Piensa mal y acertarás”. Desconfiamos de los gobernadores que buscan perpetuar a su parentela en el poder. De los que han endrogado a sus estados e invierten en el extranjero. De los que son financiados y por ello solapan a narcotraficantes, pero chapotean en los millones. De los que desaparecen a sus adversarios en el misterio.

Desconfiamos de los partidos políticos, meras camarillas de poder, grupúsculos familiares, “tianguis” de candidaturas a cuyas dirigencias se arriba mediante la compra y en donde se vende la posibilidad de un cargo de elección. Porque carecen de ética política, sus principios declarados los desconocen, no guardan respeto para sus estatutos y menos para la voluntad ciudadana y porque no representan ni siquiera a sus familias. Sus líderes son actores de lo grotesco, gesticuladores y demagogos profesionales de la declaracionitis y la mentira. Porque aún frente a la verdad, siguen mintiendo y endilgando la responsabilidad hacia otros lados. Porque tienen la cara muy dura, no conocen la vergüenza y solo buscan el dinero. Son incongruentes en su palabra. Farsantes en su postura y amantes de la demencia. Político “exitoso” se considera el capaz de mentir con rapidez y ante cualquier situación. Desconfiamos de los diputados que solo pelean por el poder y el dinero, por los “moches”, por participar en el reparto de los millones. Desconfiamos de los órganos que auditan los manejos de los recursos, que con grandes sumas tuercen la verdad y si turnan a la autoridad penal, lo hacen inconsistente para que merezcan absoluciones. Hasta hoy, ningún munícipe está preso o fue condenado a devolver lo que se robó. Solo son muestras, si destapamos el “huacal” ante su contenido nauseabundo y pútrido, describirlo resultaría inagotable.

La desesperanza está instalada en el imaginario popular. Los aparatos de gobierno no brindan solidez, ética y de honestidad, no inspira seguridad su actuar. Constante vivimos esperando el manotazo exigente de “mordida”. En consecuencia, el desaliento y el desánimo imperan. Estamos arrancando nuevas campañas electorales. Los falsarios de siempre vendrán con su hueco discurso a pedir nuestro voto y en respuesta, muchos grupos ciudadanos se aprestan a chantajearlos para que algo entreguen a cambio. Algo de lo que ellos chapuceramente agenciaran. Los ideales no existen. Los intereses egoístas priman. Si me das, te doy y si no, me voy con el mejor postor.

Por fortuna, aún hay actores políticos bien intencionados, a los cuales dejo a salvo de esta generalizada condena. Munícipes, gobernadores, diputados y funcionarios judiciales ejemplares, que son por los cuales se salvará la especie. Para el sistema, recobrar la confianza significa reconstruir éticas y conciencias políticas y que estas lleguen al poder y cambien los estándares de actuación a que ya nos acostumbraron y solo entonces se recobrará la confianza cuya perdida tiene enferma a nuestra sociedad.

La sociedad mexicana hace décadas vive desconfiada de sus autoridades. Ello precisamente se expresó en la elección presidencial de hace dos años, que en votación aplastante llevó a la oposición a dirigir el país. Desconfiamos de su actuar, por las extorsiones, los moches, las mordidas. El que llega a un cargo de inspector, se sabe impune. Y esto se reproduce en los tres poderes y en los tres niveles. Desconfiamos del funcionario judicial que retrasa el acuerdo o la sentencia, buscando al “billelle”. Del pedestre policía que golpea y asalta. Del motorizado que solo busca dinero. De los diputados locales que intrigan y discuten por el presupuesto, el control y la reelección. De los órganos electorales que alteran las decisiones ciudadanas para entregar el poder a cambio de notarías o magistraturas. A los diputados poco les importa las leyes para el pueblo, buscan los dineros a cambio de aprobar proyectos legislativos. Les interesa recuperar gananciosamente lo invertido en campañas y chapulinear al próximo puesto que ya cocinan en su mente. Se vuelven eternos candidatos. Los mismos apellidos en las boletas electorales ya hastiaron al ciudadano

Munícipes que arriban al cargo pobres y cuando se retiran, lo hacen en lujosas camionetas y ricos. Los que se dedican a los negocios particulares al amparo del poder. Sus riquezas son inocultables, en pueblo chico el chisme es grande. Desconfiamos de los parquímetros que producen recursos cuyo destino es incierto. Construyen mansiones, instalan negocios o edificios. Por ello miramos en cada uno de sus actos maledicentemente un nuevo negocio de beneficio personal. “Piensa mal y acertarás”. Desconfiamos de los gobernadores que buscan perpetuar a su parentela en el poder. De los que han endrogado a sus estados e invierten en el extranjero. De los que son financiados y por ello solapan a narcotraficantes, pero chapotean en los millones. De los que desaparecen a sus adversarios en el misterio.

Desconfiamos de los partidos políticos, meras camarillas de poder, grupúsculos familiares, “tianguis” de candidaturas a cuyas dirigencias se arriba mediante la compra y en donde se vende la posibilidad de un cargo de elección. Porque carecen de ética política, sus principios declarados los desconocen, no guardan respeto para sus estatutos y menos para la voluntad ciudadana y porque no representan ni siquiera a sus familias. Sus líderes son actores de lo grotesco, gesticuladores y demagogos profesionales de la declaracionitis y la mentira. Porque aún frente a la verdad, siguen mintiendo y endilgando la responsabilidad hacia otros lados. Porque tienen la cara muy dura, no conocen la vergüenza y solo buscan el dinero. Son incongruentes en su palabra. Farsantes en su postura y amantes de la demencia. Político “exitoso” se considera el capaz de mentir con rapidez y ante cualquier situación. Desconfiamos de los diputados que solo pelean por el poder y el dinero, por los “moches”, por participar en el reparto de los millones. Desconfiamos de los órganos que auditan los manejos de los recursos, que con grandes sumas tuercen la verdad y si turnan a la autoridad penal, lo hacen inconsistente para que merezcan absoluciones. Hasta hoy, ningún munícipe está preso o fue condenado a devolver lo que se robó. Solo son muestras, si destapamos el “huacal” ante su contenido nauseabundo y pútrido, describirlo resultaría inagotable.

La desesperanza está instalada en el imaginario popular. Los aparatos de gobierno no brindan solidez, ética y de honestidad, no inspira seguridad su actuar. Constante vivimos esperando el manotazo exigente de “mordida”. En consecuencia, el desaliento y el desánimo imperan. Estamos arrancando nuevas campañas electorales. Los falsarios de siempre vendrán con su hueco discurso a pedir nuestro voto y en respuesta, muchos grupos ciudadanos se aprestan a chantajearlos para que algo entreguen a cambio. Algo de lo que ellos chapuceramente agenciaran. Los ideales no existen. Los intereses egoístas priman. Si me das, te doy y si no, me voy con el mejor postor.

Por fortuna, aún hay actores políticos bien intencionados, a los cuales dejo a salvo de esta generalizada condena. Munícipes, gobernadores, diputados y funcionarios judiciales ejemplares, que son por los cuales se salvará la especie. Para el sistema, recobrar la confianza significa reconstruir éticas y conciencias políticas y que estas lleguen al poder y cambien los estándares de actuación a que ya nos acostumbraron y solo entonces se recobrará la confianza cuya perdida tiene enferma a nuestra sociedad.