/ viernes 29 de mayo de 2020

Hacia un nuevo “contrato social”

La Revolución Francesa de finales del siglo XVIII, mediante una asamblea nacional, originó un novedoso marco jurídico para la convivencia nacional. Ahí encerró el pensamiento filosófico más avanzado, las necesidades de una población enardecida y los intereses de las clases dominantes y quiso imaginar que esas fuerzas plasmaron sus esperanzas en un documento fundacional llamado “Contrato Social”. Un supremo acuerdo que regiría hacia el futuro y fue la luz para el mundo occidental. Quiso desecharse desigualdad, injusticia, concentración de la riqueza y poder en unos cuantos. Libertad, Igualdad y Fraternidad fueron las ideas centrales para ese trascendental documento que sepultó al viejo régimen.

El Derecho nace de la costumbre. Su forma primigenia es el Civil. Columna en la que se sostienen las especialidades, como por ejemplo el Mercantil. En el contrato entre particulares, prima la libre voluntad de las partes. En un “Contrato Social” las partes son las fuerzas sociales. Es un pacto para conducir actos jurídicos y sociales. El pacto constitucional social mexicano es alumno del francés y enriqueció sus principios conductores con el pensar de la Revolución Mexicana. Pero se contaminó y pervirtió porque las clases capitalistas dominantes incrustaron normas para garantizar sus intereses. De ahí el origen del malestar social de nuestros días. La orden de treinta millones de electores en las urnas es la esperanza por un nuevo rumbo. Una revolución pacífica que nos conduzca a un cambio sistémico, económico y social.

Aspiramos a un nuevo horizonte de Justicia Social, sin neoliberalismo con un sistema de educación y salud universal en el cual la explotación y dominio de unos humanos sobre otros y sobre la naturaleza se extinga. La reflexión es que el neoliberalismo enarbola valores contrarios a los de los desposeídos. Es imperativo construir un nuevo acuerdo nacional, que atienda el bienestar igualitario y fraterno en la democracia, la justicia, la honestidad y la austeridad y que tenga oídos sordos para las órdenes de los organismos financieros internacionales. Treinta años de neoliberalismo saqueador han dejado el puro esqueleto y se tragaron la sustancia de lo que fue en México el estado de bienestar. Desde luego con la complicidad de nuestros apátridas gobernantes.

Abandonemos la obsesión de medir el desarrollo mediante el producto interno bruto, que solo mide ganancias, sin considerar el bienestar. Adoptemos un indicador genuino de progreso que transparente la equidad, el bienestar y la felicidad, que incluya la seguridad, el empleo bien remunerado, la educación, la salud y la satisfacción de las necesidades básicas.

El reclamo nacional debe formalizarse en un renovado “Contrato Social” a la mexicana. Las normas jurídicas las idea la mente humana, para regir el presente y modelar el futuro. La sociedad evoluciona y el Derecho también debe hacerlo, con la inclusión de todas las fuerzas sociales y los requerimientos por el bienestar, la seguridad y la felicidad de las mayorías. Que proteja el cambio climático y a la naturaleza y deseche la miopía con que ahora se miran las soluciones que parecen no tener salida. La Constitución de 1917 ya es una colcha de parches, que no responde a las necesidades de este México y la prostituyeron trocándola en garante de los intereses del dinero y del poder. Ahora los poderosos se retuercen y aúllan, anhelan el pasado de privilegios.

Delinear el futuro inmediato incluye celebrar un nuevo Congreso Constituyente, que ponga en el centro del quehacer estatal los valores de los eternamente olvidados. No sea que, a la vuelta de seis años, nos encontremos con descarnadas frustraciones y agravados pesares.

¡No se equivoquen señores de la oposición, no es mirando todo en negro como va a solucionarse esta crisis que nos está afectando a todos!

La Revolución Francesa de finales del siglo XVIII, mediante una asamblea nacional, originó un novedoso marco jurídico para la convivencia nacional. Ahí encerró el pensamiento filosófico más avanzado, las necesidades de una población enardecida y los intereses de las clases dominantes y quiso imaginar que esas fuerzas plasmaron sus esperanzas en un documento fundacional llamado “Contrato Social”. Un supremo acuerdo que regiría hacia el futuro y fue la luz para el mundo occidental. Quiso desecharse desigualdad, injusticia, concentración de la riqueza y poder en unos cuantos. Libertad, Igualdad y Fraternidad fueron las ideas centrales para ese trascendental documento que sepultó al viejo régimen.

El Derecho nace de la costumbre. Su forma primigenia es el Civil. Columna en la que se sostienen las especialidades, como por ejemplo el Mercantil. En el contrato entre particulares, prima la libre voluntad de las partes. En un “Contrato Social” las partes son las fuerzas sociales. Es un pacto para conducir actos jurídicos y sociales. El pacto constitucional social mexicano es alumno del francés y enriqueció sus principios conductores con el pensar de la Revolución Mexicana. Pero se contaminó y pervirtió porque las clases capitalistas dominantes incrustaron normas para garantizar sus intereses. De ahí el origen del malestar social de nuestros días. La orden de treinta millones de electores en las urnas es la esperanza por un nuevo rumbo. Una revolución pacífica que nos conduzca a un cambio sistémico, económico y social.

Aspiramos a un nuevo horizonte de Justicia Social, sin neoliberalismo con un sistema de educación y salud universal en el cual la explotación y dominio de unos humanos sobre otros y sobre la naturaleza se extinga. La reflexión es que el neoliberalismo enarbola valores contrarios a los de los desposeídos. Es imperativo construir un nuevo acuerdo nacional, que atienda el bienestar igualitario y fraterno en la democracia, la justicia, la honestidad y la austeridad y que tenga oídos sordos para las órdenes de los organismos financieros internacionales. Treinta años de neoliberalismo saqueador han dejado el puro esqueleto y se tragaron la sustancia de lo que fue en México el estado de bienestar. Desde luego con la complicidad de nuestros apátridas gobernantes.

Abandonemos la obsesión de medir el desarrollo mediante el producto interno bruto, que solo mide ganancias, sin considerar el bienestar. Adoptemos un indicador genuino de progreso que transparente la equidad, el bienestar y la felicidad, que incluya la seguridad, el empleo bien remunerado, la educación, la salud y la satisfacción de las necesidades básicas.

El reclamo nacional debe formalizarse en un renovado “Contrato Social” a la mexicana. Las normas jurídicas las idea la mente humana, para regir el presente y modelar el futuro. La sociedad evoluciona y el Derecho también debe hacerlo, con la inclusión de todas las fuerzas sociales y los requerimientos por el bienestar, la seguridad y la felicidad de las mayorías. Que proteja el cambio climático y a la naturaleza y deseche la miopía con que ahora se miran las soluciones que parecen no tener salida. La Constitución de 1917 ya es una colcha de parches, que no responde a las necesidades de este México y la prostituyeron trocándola en garante de los intereses del dinero y del poder. Ahora los poderosos se retuercen y aúllan, anhelan el pasado de privilegios.

Delinear el futuro inmediato incluye celebrar un nuevo Congreso Constituyente, que ponga en el centro del quehacer estatal los valores de los eternamente olvidados. No sea que, a la vuelta de seis años, nos encontremos con descarnadas frustraciones y agravados pesares.

¡No se equivoquen señores de la oposición, no es mirando todo en negro como va a solucionarse esta crisis que nos está afectando a todos!