/ viernes 4 de septiembre de 2020

Insospechado mecanismo de control mundial

Es posible que Asimov sí haya sospechado lo que vendría. Los usuarios de internet enfrentamos ahora el más sofisticado e inesperado mecanismo de control capitalista. Indefensos estamos y a disposición del mercado y de las decisiones empresariales y electorales. Silvia Ribeiro le llama "el capitalismo de la vigilancia". Enclaustrados como estamos por la pandemia, nuestras relaciones e información fluye por celulares e internet. El perfil de nuestros datos personales los debemos entregar para obtener los servicios informáticos. No accedemos a plataformas si no nos "confesamos". Cuando navegamos en el "océano" que es internet y su inagotable temática, desnudamos nuestras preferencias, conocimientos y tendencias. Así se engrosa "la nube". Cosmos "informático" multinacional. Filón de oro para quienes interpretan y administran. Es muy valiosa, empresas y gobiernos la demandan para direccionar sus decisiones de mercado y electorales. Es el gran concentrado mundial de datos y de poder. La telefonía portátil ahora integra parte de cada quien. Preferimos un celular a una buena comida. Pero el disco duro de cada computadora es puerto de acceso para quienes desde las tinieblas informáticas atisban, recopilan e interpretan. Y está probado que, aunque se destruya a martillazos, puede reconstruirse para su exploración. Son inimaginables arcas de contenido. Cuando mandamos correos, nuestra información será utilizada por los administradores de "la nube".

Es tal el poder decisorio que esta materia permite en nuestro tiempo, que pasma saber que empresas como Apple, a la fecha vale en el mercado dos billones de dólares, cuando hace seis meses valía uno. El confinamiento personal la impulsó a los cielos financieros. Son siete las compañías de importancia mundial en el mundo de la informática: Apple, Amazon, Microsoft, Facebook, Google, Ali Baba y Tencent, quienes controlan el setenta y cinco por ciento del mercado global. La información recopilada es determinante para las empresas que mundialmente liderean en su área, en la industria, en el mercado, en las preferencias electorales. A quienes provee de directrices. Comercia con nuestros datos, los pone a su disposición, de esto no se salvan instituciones, empresas, ciudades, transportes y todos los que usamos celular, smartwatch, computadoras, plataformas de tv y hasta la música. Trafica con las preferencias de consumo, educativas, intelectuales y electorales. Acumulan, nos vigilan y se enriquecen. Esto explica por qué, empresas como Walmart, farmacéuticas mundiales y otras de liderazgo universal, alcanzan las descomunales ventas y fortunas inimaginables. La información de interés político, llega a partidos y gobiernos para el control. Estas monstruosas redes invisibles que manipulan nuestras decisiones humanas mediante análisis, casi sin margen de error predicen preferencias y conductas.

Se trata de mundos de conocimiento en manos de los gigantes tecnológicos. Quienes no tienen inconveniente en dominarnos mediante ellos. Estamos inermes porque a la fecha no hay legislación nacional que regule o manipule el trasiego informático. Hasta los piratas cibernéticos actúan con impunidad. Estas conductas que afectan a la comunidad mundial brincan fronteras y continentes, invade temáticas y sistemas y las comunidades nacionales están a su merced.

El lenguaje y la palabra es la más portentosa construcción cultural en la vida del hombre. Pero su uso, lo mismo permite que controlemos a otros o que nos controlen. En el mundo prehispánico Moctezuma era el gran tlatoani. El gran orador. El "señor, mi señor, mi gran señor", el que al hablar daba órdenes de gobierno. Pero su verbo también fue la vía para la destrucción de aquel gigantesco señorío. Mediante ello, el invasor construyó los mecanismos de sojuzgamiento para arrasar a esa increíble sociedad.

Nuestra palabra hoy como siempre nos comunica, pero enterarnos de tan sofisticadas herramientas de control cibernético, nos lleva a exigir una pronta legislación sobre el tema, acerca del cual, los órganos legislativos no trabajan. Celulares y computadoras son nuestro diario vivir, pero urgen leyes que protejan la soberanía nacional y al individuo.

¡Para que el "pez" por su misma boca se comunique pero no repudie su destino!

Es posible que Asimov sí haya sospechado lo que vendría. Los usuarios de internet enfrentamos ahora el más sofisticado e inesperado mecanismo de control capitalista. Indefensos estamos y a disposición del mercado y de las decisiones empresariales y electorales. Silvia Ribeiro le llama "el capitalismo de la vigilancia". Enclaustrados como estamos por la pandemia, nuestras relaciones e información fluye por celulares e internet. El perfil de nuestros datos personales los debemos entregar para obtener los servicios informáticos. No accedemos a plataformas si no nos "confesamos". Cuando navegamos en el "océano" que es internet y su inagotable temática, desnudamos nuestras preferencias, conocimientos y tendencias. Así se engrosa "la nube". Cosmos "informático" multinacional. Filón de oro para quienes interpretan y administran. Es muy valiosa, empresas y gobiernos la demandan para direccionar sus decisiones de mercado y electorales. Es el gran concentrado mundial de datos y de poder. La telefonía portátil ahora integra parte de cada quien. Preferimos un celular a una buena comida. Pero el disco duro de cada computadora es puerto de acceso para quienes desde las tinieblas informáticas atisban, recopilan e interpretan. Y está probado que, aunque se destruya a martillazos, puede reconstruirse para su exploración. Son inimaginables arcas de contenido. Cuando mandamos correos, nuestra información será utilizada por los administradores de "la nube".

Es tal el poder decisorio que esta materia permite en nuestro tiempo, que pasma saber que empresas como Apple, a la fecha vale en el mercado dos billones de dólares, cuando hace seis meses valía uno. El confinamiento personal la impulsó a los cielos financieros. Son siete las compañías de importancia mundial en el mundo de la informática: Apple, Amazon, Microsoft, Facebook, Google, Ali Baba y Tencent, quienes controlan el setenta y cinco por ciento del mercado global. La información recopilada es determinante para las empresas que mundialmente liderean en su área, en la industria, en el mercado, en las preferencias electorales. A quienes provee de directrices. Comercia con nuestros datos, los pone a su disposición, de esto no se salvan instituciones, empresas, ciudades, transportes y todos los que usamos celular, smartwatch, computadoras, plataformas de tv y hasta la música. Trafica con las preferencias de consumo, educativas, intelectuales y electorales. Acumulan, nos vigilan y se enriquecen. Esto explica por qué, empresas como Walmart, farmacéuticas mundiales y otras de liderazgo universal, alcanzan las descomunales ventas y fortunas inimaginables. La información de interés político, llega a partidos y gobiernos para el control. Estas monstruosas redes invisibles que manipulan nuestras decisiones humanas mediante análisis, casi sin margen de error predicen preferencias y conductas.

Se trata de mundos de conocimiento en manos de los gigantes tecnológicos. Quienes no tienen inconveniente en dominarnos mediante ellos. Estamos inermes porque a la fecha no hay legislación nacional que regule o manipule el trasiego informático. Hasta los piratas cibernéticos actúan con impunidad. Estas conductas que afectan a la comunidad mundial brincan fronteras y continentes, invade temáticas y sistemas y las comunidades nacionales están a su merced.

El lenguaje y la palabra es la más portentosa construcción cultural en la vida del hombre. Pero su uso, lo mismo permite que controlemos a otros o que nos controlen. En el mundo prehispánico Moctezuma era el gran tlatoani. El gran orador. El "señor, mi señor, mi gran señor", el que al hablar daba órdenes de gobierno. Pero su verbo también fue la vía para la destrucción de aquel gigantesco señorío. Mediante ello, el invasor construyó los mecanismos de sojuzgamiento para arrasar a esa increíble sociedad.

Nuestra palabra hoy como siempre nos comunica, pero enterarnos de tan sofisticadas herramientas de control cibernético, nos lleva a exigir una pronta legislación sobre el tema, acerca del cual, los órganos legislativos no trabajan. Celulares y computadoras son nuestro diario vivir, pero urgen leyes que protejan la soberanía nacional y al individuo.

¡Para que el "pez" por su misma boca se comunique pero no repudie su destino!