/ lunes 27 de febrero de 2023

Juntas... ¡Hasta difuntas!

Una de las frases más generalizadas en nuestra cultura es: “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”; FALSO. A las mujeres se nos enseña desde niñas a soñar con formar una familia y “conseguir” a un hombre que constituya un “buen partido” que provea y se asegure que estemos bajo su protección siempre. Así, con cocinitas, muñecas y juegos de té nos enseñan a depender de un hombre para dar valor a nuestra propia vida, es decir, sentencian de muerte al amor propio y la autoestima.

En el ámbito profesional, como en casi todos, hemos sido durante siglos relegadas, discriminadas y violentadas así que aprendimos a defender con uñas y dientes los espacios que ganamos pagando por ellos el precio de dobles y triples jornadas, de nuestro descanso, alegría y esparcimiento; condiciones que toda salud emocional y mental requieren para sostener una vida plena. Vivimos agotadas. Son pocas las oportunidades de ser nosotras mismas más allá de las etiquetas de madres, esposas, abuelas y muchas, además, proveedoras principales de nuestras hijas e hijos; siempre con la presión social de ser las responsables primigenias de la unidad y cuidado de nuestras familias.

La sororidad, dice la maestra Marcela Lagarde, es la alianza entre mujeres para erradicar las muestras misóginas y machistas que se puedan dar en la sociedad y en las relaciones entre ellas. Pero la sororidad ha estado presente en la historia de las mujeres, quizás sin conocer el sentido conceptual de esta palabra. Las madres e hijas, hermanas, tías, cuñadas, amigas, vecinas, etc., siempre han mantenido relaciones de afecto donde se brindan ayuda, conocimiento y apoyo mutuo.

Una maravillosa consecuencia de unirnos para buscar respeto a nuestros seres, cuerpos, derechos y oportunidades ha sido que las mujeres hemos ido reaprendiendo la fuerza que significa estar unidas y hemos transformado esas coincidencias en admiración, cariño y amistad. Digo reaprendiendo porque los clanes que en la prehistoria permitían a las mujeres la recolección, caza de pequeñas especies y crianza de hijas e hijos, comenzó el vínculo biológico que la amistad significa entre mujeres. Siempre hemos vivido en clan y el siglo XXI redimensiona esos clanes a nuestro favor.

La oxitocina, o también llamada hormona de la felicidad, es un neurotransmisor clave en los procesos de parto y lactancia, pero también combate el cortisol, que es la hormona del estrés, y eleva la confianza, cercanía y empatía en las relaciones sociales. Este maravilloso neurotransmisor fluye en cantidades mayores en el cerebro femenino que en el masculino, por ello la amistad entre mujeres no solo une, provoca felicidad.

La pirámide de las necesidades básicas del ser humano creada por Maslow, ordena en prioridad la de supervivencia física, luego seguridad y protección, seguido de las necesidades sociales, como la pertenencia y el amor. Sigue el de la estima, que incluye tanto la autoestima como la estima de los demás. ¿Ven? la amistad entre mujeres satisface en alto grado al menos tres de las cinco necesidades e impulsa el alcance de la última, la autorrealización, pues nos hace sentir seguras, protegidas, apreciadas, reconocidas, amadas, pertenecientes a un clan y capaces de alcanzar nuestros sueños.

Hace unos días, una mujer estupenda escribió que está tan cansada, tan ocupada, que no tiene tiempo de cultivar nuevas amigas, que las suyas se quedaron en otras ciudades y otros tiempos. Otras están convencidas que mejor amistad con hombres que con mujeres. Entiendo pues así pensé durante muchos años, pero estaba equivocada. Hoy sé que ellas, las maravillosas mujeres que construimos día a día vínculos tan profundos de amor y apoyo incondicional tiran por la borda esas falacias. Nadie nos regalará una hora para nuestra propia alegría si nosotras mismas no lo hacemos. Claro que el trabajo y la familia son importantes…nuestra propia felicidad también lo es.

A ella y a ellas, a los grupos de amigas, a las mías de ayer, de hoy, y las que la vida traiga y con quienes pueda construir y nutrir, dedico estas líneas. ¡Gracias mil y mil veces más! La vida es más bonita con amigas que sin juicios ni condiciones alimentan y cuidan, impulsan, quieren y apoyan. Juntas siempre; ¡juntas, hasta difuntas!.

Una de las frases más generalizadas en nuestra cultura es: “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”; FALSO. A las mujeres se nos enseña desde niñas a soñar con formar una familia y “conseguir” a un hombre que constituya un “buen partido” que provea y se asegure que estemos bajo su protección siempre. Así, con cocinitas, muñecas y juegos de té nos enseñan a depender de un hombre para dar valor a nuestra propia vida, es decir, sentencian de muerte al amor propio y la autoestima.

En el ámbito profesional, como en casi todos, hemos sido durante siglos relegadas, discriminadas y violentadas así que aprendimos a defender con uñas y dientes los espacios que ganamos pagando por ellos el precio de dobles y triples jornadas, de nuestro descanso, alegría y esparcimiento; condiciones que toda salud emocional y mental requieren para sostener una vida plena. Vivimos agotadas. Son pocas las oportunidades de ser nosotras mismas más allá de las etiquetas de madres, esposas, abuelas y muchas, además, proveedoras principales de nuestras hijas e hijos; siempre con la presión social de ser las responsables primigenias de la unidad y cuidado de nuestras familias.

La sororidad, dice la maestra Marcela Lagarde, es la alianza entre mujeres para erradicar las muestras misóginas y machistas que se puedan dar en la sociedad y en las relaciones entre ellas. Pero la sororidad ha estado presente en la historia de las mujeres, quizás sin conocer el sentido conceptual de esta palabra. Las madres e hijas, hermanas, tías, cuñadas, amigas, vecinas, etc., siempre han mantenido relaciones de afecto donde se brindan ayuda, conocimiento y apoyo mutuo.

Una maravillosa consecuencia de unirnos para buscar respeto a nuestros seres, cuerpos, derechos y oportunidades ha sido que las mujeres hemos ido reaprendiendo la fuerza que significa estar unidas y hemos transformado esas coincidencias en admiración, cariño y amistad. Digo reaprendiendo porque los clanes que en la prehistoria permitían a las mujeres la recolección, caza de pequeñas especies y crianza de hijas e hijos, comenzó el vínculo biológico que la amistad significa entre mujeres. Siempre hemos vivido en clan y el siglo XXI redimensiona esos clanes a nuestro favor.

La oxitocina, o también llamada hormona de la felicidad, es un neurotransmisor clave en los procesos de parto y lactancia, pero también combate el cortisol, que es la hormona del estrés, y eleva la confianza, cercanía y empatía en las relaciones sociales. Este maravilloso neurotransmisor fluye en cantidades mayores en el cerebro femenino que en el masculino, por ello la amistad entre mujeres no solo une, provoca felicidad.

La pirámide de las necesidades básicas del ser humano creada por Maslow, ordena en prioridad la de supervivencia física, luego seguridad y protección, seguido de las necesidades sociales, como la pertenencia y el amor. Sigue el de la estima, que incluye tanto la autoestima como la estima de los demás. ¿Ven? la amistad entre mujeres satisface en alto grado al menos tres de las cinco necesidades e impulsa el alcance de la última, la autorrealización, pues nos hace sentir seguras, protegidas, apreciadas, reconocidas, amadas, pertenecientes a un clan y capaces de alcanzar nuestros sueños.

Hace unos días, una mujer estupenda escribió que está tan cansada, tan ocupada, que no tiene tiempo de cultivar nuevas amigas, que las suyas se quedaron en otras ciudades y otros tiempos. Otras están convencidas que mejor amistad con hombres que con mujeres. Entiendo pues así pensé durante muchos años, pero estaba equivocada. Hoy sé que ellas, las maravillosas mujeres que construimos día a día vínculos tan profundos de amor y apoyo incondicional tiran por la borda esas falacias. Nadie nos regalará una hora para nuestra propia alegría si nosotras mismas no lo hacemos. Claro que el trabajo y la familia son importantes…nuestra propia felicidad también lo es.

A ella y a ellas, a los grupos de amigas, a las mías de ayer, de hoy, y las que la vida traiga y con quienes pueda construir y nutrir, dedico estas líneas. ¡Gracias mil y mil veces más! La vida es más bonita con amigas que sin juicios ni condiciones alimentan y cuidan, impulsan, quieren y apoyan. Juntas siempre; ¡juntas, hasta difuntas!.