/ viernes 8 de abril de 2022

“La alegría por la vida...”

Es hora de la reconstrucción. Nunca imaginamos el tsunami mortal que nos azotaría. Pero eso fue la pandemia. Se nos dice que lo crítico ya pasó. Pero deberemos respetar las medidas sanitarias y eso suena lógico. Esta malignidad llegó para vivir entre nosotros. Se debilitará y mutará, pero no se irá. Ahora sabemos cómo enfrentarla. Desde que la humanidad existe, la asedian los virus y bacterias y periódicamente nos agreden.

Pero esta, es la hora de inventariar “de lo perdido lo que aparezca”, para reorganizar la vida, que de pronto se vio petrificada. Es hora de enaltecer la esperanza y la existencia en este mundo. Conscientes como nunca de que un mañana pudiera no existir. Por eso, es razonable que busquemos la alegría y la felicidad.

Los males pandémicos calaron hondo. Cuántas almas partieron sin un adiós. Sin llorar a los muertos. Funerales furtivos solo con cenizas. Exequias sin plegarias. Campanas fúnebres silenciadas. Vacíos inesperados en el alma. Orfandades y viudeces repentinas. Cadáveres en fila esperando la redención del fuego y en las casas el enfermo mortal en espera del milagro.

Medicamentos costosos y escasos, oxigeno difícil y caro. Días y noches de zozobra. Pulmones reventados por el oxígeno continuo. Hígados dañados por tanta medicina. Familias extenuadas y contagiadas que morían por turnos y si la salvación llegaba, seguía una lenta recuperación con secuelas que aún perduran. Patrimonios y hogares en la ruina. Deudas hasta la inopia y el remate, de lo que hubo y sí se pudo. Ulular continuo de sirenas en la noche lóbrega o en los días de encierro “a piedra y lodo”.

Ciencia médica y sistemas de salud rebasados, impotentes frente a lo desconocido. Médicos y enfermeras hasta agredidos por la incomprensión social en calles y transportes. Laborando dobles turnos, lejos de la familia con trajes de “astronautas” que asfixiaban. Enfrentando lo desconocido. En la tragedia de las muertes incesantes. Cuántos hasta la fecha requieren atención psicológica.

  • Vacunas tardías en aparecer y diseminarse sin que faltaran los malditos buitres políticos que desorientaban. Sociedad azorada viviendo con zaguanes “atrancados”. Familias en el terror cuidando a sus “viejitos” en la soledad.

Economía social estancada. Comercio inactivo. Burocracia e industria a medio tren. Trabajos a distancia, medios sueldos y complicado abastecimiento de lo indispensable. Vida social sin reuniones, mítines, bailes, fiestas. Pero los comerciantes de la muerte prosperaron en cada oleada de congoja. Sepultureros agobiados y funerarias, medraron amasando la fortuna. Dos años y meses de angustia que están quedando atrás. Razón hay de que los sobrevivientes, ahora queremos glorificar la vida. Que la música resuene, que la fiesta tenga espacio. Celebremos que aquí estamos no obstante los guadañazos de la parca. Entendible resulta que los fines de semana en el aire vuelen la música y festejos.

Algunos amigos le preguntan a este escribidor ¿Por qué tu tema es el amor? Y les contesto: “Porque es el más bello de los humanos sentimientos, que en todas sus expresiones ahora como nunca necesitamos en la vida para nutrir las almas. Por el milagro y la belleza de estar vivos. Que nos permite llenar los ojos de lo bueno que la existencia nos da y olvidarnos un poco de lo trágico. Esta es hora propicia para nutrir nuestros humanos sentimientos, de la alegría por vivir después de que la muerte nos jugueteó con su guadaña, pero a los aquí presentes no alcanzó a cercenarnos las gargantas”. Por eso, es válido, entendible y legitimo celebrar que estamos vivos.

Es hora de la reconstrucción. Nunca imaginamos el tsunami mortal que nos azotaría. Pero eso fue la pandemia. Se nos dice que lo crítico ya pasó. Pero deberemos respetar las medidas sanitarias y eso suena lógico. Esta malignidad llegó para vivir entre nosotros. Se debilitará y mutará, pero no se irá. Ahora sabemos cómo enfrentarla. Desde que la humanidad existe, la asedian los virus y bacterias y periódicamente nos agreden.

Pero esta, es la hora de inventariar “de lo perdido lo que aparezca”, para reorganizar la vida, que de pronto se vio petrificada. Es hora de enaltecer la esperanza y la existencia en este mundo. Conscientes como nunca de que un mañana pudiera no existir. Por eso, es razonable que busquemos la alegría y la felicidad.

Los males pandémicos calaron hondo. Cuántas almas partieron sin un adiós. Sin llorar a los muertos. Funerales furtivos solo con cenizas. Exequias sin plegarias. Campanas fúnebres silenciadas. Vacíos inesperados en el alma. Orfandades y viudeces repentinas. Cadáveres en fila esperando la redención del fuego y en las casas el enfermo mortal en espera del milagro.

Medicamentos costosos y escasos, oxigeno difícil y caro. Días y noches de zozobra. Pulmones reventados por el oxígeno continuo. Hígados dañados por tanta medicina. Familias extenuadas y contagiadas que morían por turnos y si la salvación llegaba, seguía una lenta recuperación con secuelas que aún perduran. Patrimonios y hogares en la ruina. Deudas hasta la inopia y el remate, de lo que hubo y sí se pudo. Ulular continuo de sirenas en la noche lóbrega o en los días de encierro “a piedra y lodo”.

Ciencia médica y sistemas de salud rebasados, impotentes frente a lo desconocido. Médicos y enfermeras hasta agredidos por la incomprensión social en calles y transportes. Laborando dobles turnos, lejos de la familia con trajes de “astronautas” que asfixiaban. Enfrentando lo desconocido. En la tragedia de las muertes incesantes. Cuántos hasta la fecha requieren atención psicológica.

  • Vacunas tardías en aparecer y diseminarse sin que faltaran los malditos buitres políticos que desorientaban. Sociedad azorada viviendo con zaguanes “atrancados”. Familias en el terror cuidando a sus “viejitos” en la soledad.

Economía social estancada. Comercio inactivo. Burocracia e industria a medio tren. Trabajos a distancia, medios sueldos y complicado abastecimiento de lo indispensable. Vida social sin reuniones, mítines, bailes, fiestas. Pero los comerciantes de la muerte prosperaron en cada oleada de congoja. Sepultureros agobiados y funerarias, medraron amasando la fortuna. Dos años y meses de angustia que están quedando atrás. Razón hay de que los sobrevivientes, ahora queremos glorificar la vida. Que la música resuene, que la fiesta tenga espacio. Celebremos que aquí estamos no obstante los guadañazos de la parca. Entendible resulta que los fines de semana en el aire vuelen la música y festejos.

Algunos amigos le preguntan a este escribidor ¿Por qué tu tema es el amor? Y les contesto: “Porque es el más bello de los humanos sentimientos, que en todas sus expresiones ahora como nunca necesitamos en la vida para nutrir las almas. Por el milagro y la belleza de estar vivos. Que nos permite llenar los ojos de lo bueno que la existencia nos da y olvidarnos un poco de lo trágico. Esta es hora propicia para nutrir nuestros humanos sentimientos, de la alegría por vivir después de que la muerte nos jugueteó con su guadaña, pero a los aquí presentes no alcanzó a cercenarnos las gargantas”. Por eso, es válido, entendible y legitimo celebrar que estamos vivos.