/ viernes 22 de noviembre de 2019

La centenaria Revolución

México vivió la primera Revolución social del sigo XX, que demolió al gobierno porfirista. Desterrado el dictador, se produjo la necesaria lucha entre el viejo régimen y el que pugnaba por nacer. Después de una matazón entre caudillos al final de la cual, con mucha sangre derramada, comenzó a fraguar un sistema de gobierno que, en sus orígenes, quiso ser revolucionario y que lo fue durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, aunque, después de Ávila Camacho en adelante, la transformaron administrativamente en una “derrotada revolución”.

Francisco I. Madero convocó a esa lucha cuando ya todo el país trepidaba reclamando un cambio de fondo. Cuando el anciano dictador renunció, se buscó la democracia con Madero a la cabeza, pero el pasado, conservaba intactas sus estructuras militares y, con Victoriano Huerta al frente de ellas, eliminaron a Madero porque estaba a flor de piel lo necesario de un gobierno justo, distributivo, democrático que abandonase el extranjerismo, el reeleccionismo y la dictadura.

El “México bárbaro” es la más puntual descripción del porque se necesitaba ese cambio. El asesino Huerta tenía la encomienda de las clases adineradas de salvar al viejo régimen para que privilegios y prebendas continuaran, solo que no contaban con que la división del norte de Francisco Villa lo quebraría en Zacatecas y tuvo que irse del país. En lo consecutivo, la lucha por el predominio se iba a librar entre los grupos revolucionarios.

Francisco Villa como caudillo nunca fue eliminado, aunque en Celaya e Irapuato vencieron a su ejército, porque los norteamericanos dejaron de proveerlo de armas y municiones y, al final de su vida, lo mataron en una emboscada. A Álvaro Obregón la misma Revolución lo eliminó violentamente en el restaurante “La bombilla” en la ciudad de México. Fue hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas que se comenzaron a ver los frutos de la Revolución en materia social y ese tema se volvió discurso central de los gobiernos que siguieron a continuación, aunque de Salinas de Gortari para acá, la frase “Revolución Mexicana” quedó proscrita del lenguaje oficial. Y es hasta ahora que llega el actual gobernante y se revive su vigencia.

Esa lucha costó más de un millón de muertos, muchísimos bienes cambiaron de propietario. Al final de la lucha armada, sobrevino una terrible hambruna y epidemias que azotaron al país. La mano interventora de los Estados Unidos nunca ha dejado de estar presente e hizo ganar la contienda armada a quien le convino. El régimen porfirista quedó aniquilado; el anciano dictador desterrado, murió en Francia; Cárdenas nacionalizó el petróleo y con esa riqueza catapultó el desarrollo de México. Cómo ignorar la esencia fundamental de eso que se llamó “Revolución”.

A algunos personajes, que mucho batallaron para llegar a ser lo que somos, como Francisco Villa, no han querido hacerles justicia y de bandolero no lo han bajado. Su nombre está en la cámara de diputados en letras de oro. Para pacificarlo le dieron una hacienda en Parral Chihuahua, donde dio cátedra de lo que soñaba para sus “hermanitos de raza” en materia de producción agrícola y social, educativa y de equidad. Hoy la Revolución como acontecimiento histórico asoma nuevamente en el horizonte calendárico anual. Pero esa conmemoración no es ni un desfile, ni una canción, ni un discurso, menos un bailable con pretensión de revolucionario, porque es mucho más que todo eso. Fue un cataclismo que dinamitó las estructuras de lo injusto y construyó los cimientos para una Nación nueva. Por eso, cuando conscientes de los millones de mexicanos en la pobreza actual, en la ignorancia, en la insalubridad, en el desempleo, sumidos como estamos en la violencia y en la corrupción, reflexionamos en que esa Revolución está incumplida y se deben materializar sus anhelos por los que murieron cientos de miles. Pero bueno, cuando menos ya salió del “archivo muerto”, ya es otra vez discurso y conmemoración, falta que la convirtamos en realidad.

México vivió la primera Revolución social del sigo XX, que demolió al gobierno porfirista. Desterrado el dictador, se produjo la necesaria lucha entre el viejo régimen y el que pugnaba por nacer. Después de una matazón entre caudillos al final de la cual, con mucha sangre derramada, comenzó a fraguar un sistema de gobierno que, en sus orígenes, quiso ser revolucionario y que lo fue durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, aunque, después de Ávila Camacho en adelante, la transformaron administrativamente en una “derrotada revolución”.

Francisco I. Madero convocó a esa lucha cuando ya todo el país trepidaba reclamando un cambio de fondo. Cuando el anciano dictador renunció, se buscó la democracia con Madero a la cabeza, pero el pasado, conservaba intactas sus estructuras militares y, con Victoriano Huerta al frente de ellas, eliminaron a Madero porque estaba a flor de piel lo necesario de un gobierno justo, distributivo, democrático que abandonase el extranjerismo, el reeleccionismo y la dictadura.

El “México bárbaro” es la más puntual descripción del porque se necesitaba ese cambio. El asesino Huerta tenía la encomienda de las clases adineradas de salvar al viejo régimen para que privilegios y prebendas continuaran, solo que no contaban con que la división del norte de Francisco Villa lo quebraría en Zacatecas y tuvo que irse del país. En lo consecutivo, la lucha por el predominio se iba a librar entre los grupos revolucionarios.

Francisco Villa como caudillo nunca fue eliminado, aunque en Celaya e Irapuato vencieron a su ejército, porque los norteamericanos dejaron de proveerlo de armas y municiones y, al final de su vida, lo mataron en una emboscada. A Álvaro Obregón la misma Revolución lo eliminó violentamente en el restaurante “La bombilla” en la ciudad de México. Fue hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas que se comenzaron a ver los frutos de la Revolución en materia social y ese tema se volvió discurso central de los gobiernos que siguieron a continuación, aunque de Salinas de Gortari para acá, la frase “Revolución Mexicana” quedó proscrita del lenguaje oficial. Y es hasta ahora que llega el actual gobernante y se revive su vigencia.

Esa lucha costó más de un millón de muertos, muchísimos bienes cambiaron de propietario. Al final de la lucha armada, sobrevino una terrible hambruna y epidemias que azotaron al país. La mano interventora de los Estados Unidos nunca ha dejado de estar presente e hizo ganar la contienda armada a quien le convino. El régimen porfirista quedó aniquilado; el anciano dictador desterrado, murió en Francia; Cárdenas nacionalizó el petróleo y con esa riqueza catapultó el desarrollo de México. Cómo ignorar la esencia fundamental de eso que se llamó “Revolución”.

A algunos personajes, que mucho batallaron para llegar a ser lo que somos, como Francisco Villa, no han querido hacerles justicia y de bandolero no lo han bajado. Su nombre está en la cámara de diputados en letras de oro. Para pacificarlo le dieron una hacienda en Parral Chihuahua, donde dio cátedra de lo que soñaba para sus “hermanitos de raza” en materia de producción agrícola y social, educativa y de equidad. Hoy la Revolución como acontecimiento histórico asoma nuevamente en el horizonte calendárico anual. Pero esa conmemoración no es ni un desfile, ni una canción, ni un discurso, menos un bailable con pretensión de revolucionario, porque es mucho más que todo eso. Fue un cataclismo que dinamitó las estructuras de lo injusto y construyó los cimientos para una Nación nueva. Por eso, cuando conscientes de los millones de mexicanos en la pobreza actual, en la ignorancia, en la insalubridad, en el desempleo, sumidos como estamos en la violencia y en la corrupción, reflexionamos en que esa Revolución está incumplida y se deben materializar sus anhelos por los que murieron cientos de miles. Pero bueno, cuando menos ya salió del “archivo muerto”, ya es otra vez discurso y conmemoración, falta que la convirtamos en realidad.

ÚLTIMASCOLUMNAS