/ viernes 12 de marzo de 2021

La crisis de Morena

En Tlaxcala, Morena experimenta una grave crisis.

La agitación electoral la hace invisible, silenciosa. Pero prevalece, y amenaza con generar un cisma. Los síntomas son evidentes.

Esta semana, más de 200 aspirantes a ocupar candidaturas en Morena para las elecciones federales y locales de este año se manifestaron en contra de las imposiciones, la simulación y la manipulación del proceso interno de selección de abanderados.

Irónicamente, en el partido que ha hecho del combate a la corrupción su estandarte, militantes y simpatizantes sienten desconfianza, y no es para menos.

La Comisión Nacional de Elecciones falló en la prueba de ofrecer credibilidad y transparencia en el desarrollo del proceso electivo interno. No ha podido garantizar siquiera el cumplimiento de los plazos y términos previstos en las convocatorias emitidas para la selección de candidatos.

Además, la falta de dirigente estatal, tras el lamentable fallecimiento del senador Joel Molina Ramírez, ha propiciado escenarios de confrontación y disputa, particularmente, por las aspiraciones desbordadas de decenas de personajes que compiten por las nominaciones de Morena.

La idea del movimiento ideológico que busca la transformación social ha sucumbido al pragmatismo electorero, a la ambición por los cargos. No hay convicciones ideológicas, ni principios morales, sólo hambre de poder.

Ante el vacío de liderazgo en el estado, se aprecian con claridad tres facciones. Una encabezada por la candidata a la gubernatura, Lorena Cuéllar, y las otras representadas por la senadora Ana Lilia Rivera y la empresaria Dulce Silva. Esta configuración no fue fortuita: es el resultado del cuestionado proceso interno de selección de candidata a la gubernatura estatal.

Lorena Cuéllar sacó ventaja de su participación en los procesos electorales de las últimas dos décadas, así como de los cargos que ha ocupado para promover su imagen, a fin de cumplir su proyecto de ser gobernadora del estado. Esta aspiración la ha llevado a transitar por varios partidos políticos: primero el PRI, que la formó y le dio proyección; luego el PRD, que le dio la candidatura a la máxima magistratura estatal, y después el PES, PT y Morena, que la rescataron de la derrota de 2016.

Esta circunstancia, evidentemente, le favoreció cuando Morena determinó como método de elección de candidata la encuesta. En realidad, no hubo piso parejo para que Ana Lilia Rivera y Dulce Silva disputaran en igualdad de condiciones la nominación.

De hecho, la realización del proceso interno estuvo marcado por la opacidad, razón por la que ambas aspirantes no reconocieron el triunfo de Cuéllar. Una solicitó la reposición del procedimiento, y la otra, de plano lo impugnó. La senadora señaló que una encuesta no mide la honestidad y la lealtad, es decir, la esencia ideológica que daría congruencia al partido, mientras que la empresaria cuestionó la participación de una aspirante que, hasta ese momento, tenía denuncias en su contra por presunta manipulación de programas federales.

Ahora, la historia se repite con el resto de los procesos internos. Hay fundadas sospechas de que estos serán un simulacro, de que hay cartas marcadas, y de que un grupo político se verá beneficiado.

Aunque hay voces que claman por la necesidad de construir una manera distinta de hacer política, existe decepción y enfado por la manera en que se pretende entregar la representación del proyecto de la 4T a personajes que han traicionado al pueblo.

Morena, lejos de fortalecer su estructura social, ha dado cabida a una corriente de intereses electoreros que, poco a poco, desgastan su imagen y lastiman su calidad moral. La gente, poco a poco, nota que el partido del cambio es, en realidad, el partido de lo mismo de siempre.

En Tlaxcala, Morena experimenta una grave crisis.

La agitación electoral la hace invisible, silenciosa. Pero prevalece, y amenaza con generar un cisma. Los síntomas son evidentes.

Esta semana, más de 200 aspirantes a ocupar candidaturas en Morena para las elecciones federales y locales de este año se manifestaron en contra de las imposiciones, la simulación y la manipulación del proceso interno de selección de abanderados.

Irónicamente, en el partido que ha hecho del combate a la corrupción su estandarte, militantes y simpatizantes sienten desconfianza, y no es para menos.

La Comisión Nacional de Elecciones falló en la prueba de ofrecer credibilidad y transparencia en el desarrollo del proceso electivo interno. No ha podido garantizar siquiera el cumplimiento de los plazos y términos previstos en las convocatorias emitidas para la selección de candidatos.

Además, la falta de dirigente estatal, tras el lamentable fallecimiento del senador Joel Molina Ramírez, ha propiciado escenarios de confrontación y disputa, particularmente, por las aspiraciones desbordadas de decenas de personajes que compiten por las nominaciones de Morena.

La idea del movimiento ideológico que busca la transformación social ha sucumbido al pragmatismo electorero, a la ambición por los cargos. No hay convicciones ideológicas, ni principios morales, sólo hambre de poder.

Ante el vacío de liderazgo en el estado, se aprecian con claridad tres facciones. Una encabezada por la candidata a la gubernatura, Lorena Cuéllar, y las otras representadas por la senadora Ana Lilia Rivera y la empresaria Dulce Silva. Esta configuración no fue fortuita: es el resultado del cuestionado proceso interno de selección de candidata a la gubernatura estatal.

Lorena Cuéllar sacó ventaja de su participación en los procesos electorales de las últimas dos décadas, así como de los cargos que ha ocupado para promover su imagen, a fin de cumplir su proyecto de ser gobernadora del estado. Esta aspiración la ha llevado a transitar por varios partidos políticos: primero el PRI, que la formó y le dio proyección; luego el PRD, que le dio la candidatura a la máxima magistratura estatal, y después el PES, PT y Morena, que la rescataron de la derrota de 2016.

Esta circunstancia, evidentemente, le favoreció cuando Morena determinó como método de elección de candidata la encuesta. En realidad, no hubo piso parejo para que Ana Lilia Rivera y Dulce Silva disputaran en igualdad de condiciones la nominación.

De hecho, la realización del proceso interno estuvo marcado por la opacidad, razón por la que ambas aspirantes no reconocieron el triunfo de Cuéllar. Una solicitó la reposición del procedimiento, y la otra, de plano lo impugnó. La senadora señaló que una encuesta no mide la honestidad y la lealtad, es decir, la esencia ideológica que daría congruencia al partido, mientras que la empresaria cuestionó la participación de una aspirante que, hasta ese momento, tenía denuncias en su contra por presunta manipulación de programas federales.

Ahora, la historia se repite con el resto de los procesos internos. Hay fundadas sospechas de que estos serán un simulacro, de que hay cartas marcadas, y de que un grupo político se verá beneficiado.

Aunque hay voces que claman por la necesidad de construir una manera distinta de hacer política, existe decepción y enfado por la manera en que se pretende entregar la representación del proyecto de la 4T a personajes que han traicionado al pueblo.

Morena, lejos de fortalecer su estructura social, ha dado cabida a una corriente de intereses electoreros que, poco a poco, desgastan su imagen y lastiman su calidad moral. La gente, poco a poco, nota que el partido del cambio es, en realidad, el partido de lo mismo de siempre.