/ lunes 1 de febrero de 2021

La fatal estafa

La gran ventaja que te da el ser estafado, es que casi siempre terminas por saberlo”

Si eres de las personas que lograron comprar todo el papel higiénico posible en los supermercados durante la primera etapa de la pandemia en 2020, esta columna podría ser de tu interés.

Ahora que, si eres de las personas que durante el año pasado no solo advirtió y corroboró las teorías de la conspiración detrás del mito del virus, sino que además solidariamente ayudó a propios y extraños con consejos que permitieron la inmunidad ante el covid19, también es probable que esta columna sea de tu interés.

Incluso, si eres de las personas que “estimaron” que la cifra fatal en México – en el peor escenario catastrófico – sería de a lo más 30 mil fallecidos, y que el uso de las mascarillas o “el cubrebocas solo da una falsa sensación de seguridad”, entonces esta columna definitivamente te interesará.

Son pocos los que aún pueden recordarlo, pero se dice que, en el año 2020, ante el covid19, lograron unirse en una “campaña” sin precedentes, una población incrédula, un gobierno receloso, una oposición mediocre y un sistema de salud vulnerable para perpetuar “la fatal estafa”; esto es, lograr convencerse asimismo y al resto de que, poseer la verdad ante el virus es un privilegio único que no acepta opiniones ni realidades distintas a las propias.

Para ello, las personas – en una gran mayoría – se convencieron y aceptaron trincar orina, sorber metanol, alimentarse de plantas medicinales, hacer gárgaras de sal, injerir semillas exóticas, inyectarse desinfectantes, colocarse gotitas con nanopartículas de cítricos, alcalinizar el cuerpo, aspirar aromaterapias, untarse aceites, o bien, negarse a ver la realidad bajo aquella máxima de que “ojos que no ven…”.

Algo parecido sucedió con los gobiernos subnacionales y nacional; cada uno de ellos se convenció y aceptó las recomendaciones convenientes que provenían de su segmento ideológico o de la mezquindad partidista. Sin importar qué, politizaron cada uno de los elementos “informativos” para prevenir el impacto de la pandemia.

Incluso hubo autoridades que recomendaron como acción preventiva ante el virus acercarse e invocar a la “moral de contagio”; entregarse a una deidad o amuleto (escapulario), y hasta practicar terapia cuántica y “angeloterapia” para que milagrosamente se rehuyera de la pandemia.

Paralelamente, aconteció que los “contreras” de la oposición lo cuestionaron todo, lo hicieron con lo más indispensable: que si el gel antibacterial y sus niveles de alcohol eran correctos, que si las pruebas rápidas covid19 chinas o israelitas funcionaban o no, que si los cubrebocas debían ser con etiqueta Cofepris, con válvula o sin ella; hoy lo hacen con las vacunas.

“La fatal estafa” es una incongruencia de nuestros tiempos. Pues es un proceso donde paradójicamente tenemos más acceso a la información, pero somos incapaces – por convicción o “fe” – de distinguir la mezcla de verdades y mentiras articuladas con intensiones dudosas de la verdad.

La infodemia que fue en 2020 y la infodemia que viene en 2021, tienen todo en común. Y ante ello, debemos tener claro que las falsedades llegan por recomendaciones de personas que escuchamos y en las cuales confiamos; familiares, amigos o conocidos que deslizan el “milagro” y los rumores asegurándonos que son verdad sin detenernos a verificar su veracidad.

Pero también debemos ser escrupulosos ante las redes socio digitales, pues la alta sobreexposición de las personas a “fake news” puede arrojarnos al consumo desmedido, erróneo y, en la mayoría de las veces, fraudulento y posiblemente mortífero.

Sin duda, el ciclo de la infodemia más perverso procede del gran vacío desinformativo que deja la polarización de los actores democráticos, la pésima comunicación de los gobiernos y el mercado mediático, los cuales, desmedidamente manipulan la información proliferando ésta en una sociedad ociosa de incredulidad.

Tan es así hoy que, ya sabemos que hay “otros datos” de mortalidad que el INEGI nos acaba de restregar en la cara. Peor aún, que somos el penúltimo país en el manejo de la pandemia en un índice de 98 naciones (Covid Performance Index/ Lowy Institute), solo superados por Brasil; donde se midió el impacto que ha tenido la geografía, los sistemas políticos, el tamaño de la población y el desarrollo económico ante el virus.

Vladimir Juárez. Analista Político. Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @Integridad_AC @VJ1204


La gran ventaja que te da el ser estafado, es que casi siempre terminas por saberlo”

Si eres de las personas que lograron comprar todo el papel higiénico posible en los supermercados durante la primera etapa de la pandemia en 2020, esta columna podría ser de tu interés.

Ahora que, si eres de las personas que durante el año pasado no solo advirtió y corroboró las teorías de la conspiración detrás del mito del virus, sino que además solidariamente ayudó a propios y extraños con consejos que permitieron la inmunidad ante el covid19, también es probable que esta columna sea de tu interés.

Incluso, si eres de las personas que “estimaron” que la cifra fatal en México – en el peor escenario catastrófico – sería de a lo más 30 mil fallecidos, y que el uso de las mascarillas o “el cubrebocas solo da una falsa sensación de seguridad”, entonces esta columna definitivamente te interesará.

Son pocos los que aún pueden recordarlo, pero se dice que, en el año 2020, ante el covid19, lograron unirse en una “campaña” sin precedentes, una población incrédula, un gobierno receloso, una oposición mediocre y un sistema de salud vulnerable para perpetuar “la fatal estafa”; esto es, lograr convencerse asimismo y al resto de que, poseer la verdad ante el virus es un privilegio único que no acepta opiniones ni realidades distintas a las propias.

Para ello, las personas – en una gran mayoría – se convencieron y aceptaron trincar orina, sorber metanol, alimentarse de plantas medicinales, hacer gárgaras de sal, injerir semillas exóticas, inyectarse desinfectantes, colocarse gotitas con nanopartículas de cítricos, alcalinizar el cuerpo, aspirar aromaterapias, untarse aceites, o bien, negarse a ver la realidad bajo aquella máxima de que “ojos que no ven…”.

Algo parecido sucedió con los gobiernos subnacionales y nacional; cada uno de ellos se convenció y aceptó las recomendaciones convenientes que provenían de su segmento ideológico o de la mezquindad partidista. Sin importar qué, politizaron cada uno de los elementos “informativos” para prevenir el impacto de la pandemia.

Incluso hubo autoridades que recomendaron como acción preventiva ante el virus acercarse e invocar a la “moral de contagio”; entregarse a una deidad o amuleto (escapulario), y hasta practicar terapia cuántica y “angeloterapia” para que milagrosamente se rehuyera de la pandemia.

Paralelamente, aconteció que los “contreras” de la oposición lo cuestionaron todo, lo hicieron con lo más indispensable: que si el gel antibacterial y sus niveles de alcohol eran correctos, que si las pruebas rápidas covid19 chinas o israelitas funcionaban o no, que si los cubrebocas debían ser con etiqueta Cofepris, con válvula o sin ella; hoy lo hacen con las vacunas.

“La fatal estafa” es una incongruencia de nuestros tiempos. Pues es un proceso donde paradójicamente tenemos más acceso a la información, pero somos incapaces – por convicción o “fe” – de distinguir la mezcla de verdades y mentiras articuladas con intensiones dudosas de la verdad.

La infodemia que fue en 2020 y la infodemia que viene en 2021, tienen todo en común. Y ante ello, debemos tener claro que las falsedades llegan por recomendaciones de personas que escuchamos y en las cuales confiamos; familiares, amigos o conocidos que deslizan el “milagro” y los rumores asegurándonos que son verdad sin detenernos a verificar su veracidad.

Pero también debemos ser escrupulosos ante las redes socio digitales, pues la alta sobreexposición de las personas a “fake news” puede arrojarnos al consumo desmedido, erróneo y, en la mayoría de las veces, fraudulento y posiblemente mortífero.

Sin duda, el ciclo de la infodemia más perverso procede del gran vacío desinformativo que deja la polarización de los actores democráticos, la pésima comunicación de los gobiernos y el mercado mediático, los cuales, desmedidamente manipulan la información proliferando ésta en una sociedad ociosa de incredulidad.

Tan es así hoy que, ya sabemos que hay “otros datos” de mortalidad que el INEGI nos acaba de restregar en la cara. Peor aún, que somos el penúltimo país en el manejo de la pandemia en un índice de 98 naciones (Covid Performance Index/ Lowy Institute), solo superados por Brasil; donde se midió el impacto que ha tenido la geografía, los sistemas políticos, el tamaño de la población y el desarrollo económico ante el virus.

Vladimir Juárez. Analista Político. Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @Integridad_AC @VJ1204