/ viernes 1 de julio de 2022

“¡La inhumana humanidad…!”

Veintiocho de junio, “Día Internacional del Árbol”, los vegetales hermanos nuestros que sostienen al universo, le dan sombra y bienestar. Muchos nos regalan sus frutos, pero todos oxigenan, exhalan y atraen al agua. Aunque muy poco hacemos para su preservación.

En Colombia una vicepresidenta llamada Francia, triunfa y hace triunfar. Su lema de campaña, “vivir sabroso”. Pero como lograr esa “sabrosura” sin la naturaleza. Si seguimos talando las selvas del planeta. En las ciudades, esos hermanos nuestros desaparecen en el desprecio y los que subsisten, tienen sus plantas cubiertas de cemento, si tiran su semilla no habrá tierra buena donde retoñen. Pero obstinados se aferran a la vida, no obstante, el maltrato y el olvido.

Hasta los perros los orinan. Por eso, lo urbano es inhóspito. Más calles y pavimento, menos árboles. Aquellos veneros acuosos, que de niños conocimos en las terrosas calles de los pueblos, quedaron sepultados, y con ellos, la vida amenazada. Los regiomontanos ahora, confrontan el drama de la sequía. Su vida social quedó supeditada a la voluntad de las gigantescas empresas, que accedan a “convidar” el agua concesionada, secuestrada, privatizada, que ahora es de ellos, según lo dispuso el neoliberalismo mexicano.

Si la convidan, tendrá un costo social y político. Mercaderes finalmente, intuyeron que, con el crecimiento poblacional, vendría la escasez, y se anticiparon apropiándose de millonadas de metros cúbicos, y las autoridades corruptas se las entregaron. Ahora la gente deambula por las calles buscándola. En tiendas solo le venden seis litros por persona. Vale ciento veinte pesos darse un “regaderazo”. Su gobernador se está “ahogando en seco”.

Si no resuelve pronto, vendrá la furia callejera de cubetas vacías. // ¡Inhumana humanidad…!

  • Sin conciencia en este día del Árbol, hermanos verdes, y hermosos que nos comparten el planeta, a la vera de cuya sombra nos protegemos. No hay conciencia para su protección, no obstante que es nuestra propia supervivencia. Amar el árbol es amar la vida, es religarnos con la naturaleza, es “apapachar” nuestras propias raíces, las de la Coyolxauhqui, la madre tierra, la Pachamama. Ahora somos “parias” que vagamos huérfanos de ese cariño.

Dice Torija; “los árboles son la columna del cielo, y si los derribamos, el cielo caerá sobre nosotros.” El árbol es el centro de nuestro “único mundo.” Columna madre que sostiene al universo. Una montaña sin arboles es un páramo, pero con ellos es un paraíso. Gigantesca esponja que imanta a las nubes, retiene la humedad y luego subterráneamente la escurre en manantiales, purificada y fresca. // ¡Inhumana humanidad! … que expulsa de la tierra a sus hijos, los convierte en migrantes que buscan la subsistencia, ocurriendo tragedias como la de Melilla en España, o la de Texas en la del tráiler “ataúd colectivo sobre ruedas”.

Los explotadores del género humano primero succionan la riqueza de los pueblos, provocan miserias, que engendran violencias, y luego, cuando aquellos deciden ir a la “casa de los ricos”, reciben el portazo en la cara y las desgracias ya narradas. // ¡Inhumana humanidad!… un misil ruso destruyó un centro comercial, dejó dieciséis muertos. // Pero hay una buena, nuestros niños entre llantos y lamentos comenzaron a recibir su vacuna anti Covid.

Este Día del Árbol, la deshumanizada humanidad prohíja un ambiente social de cero comprensión para los gigantes verdes cuyo ramaje nos protege y que son con el agua y el aire, la promesa de continuidad de la vida en armonía con el entorno. Si no cambiamos la vía por donde ahora transitamos como género humano, se seguirán escuchando los lamentos, como Ávila Aguirre S.J los califica y fúnebremente oracionó, “Los muertos de hoy seguirán sepultando a los de ayer”.

Sin conciencia en este día del Árbol, hermanos verdes, y hermosos que nos comparten el planeta, a la vera de cuya sombra nos protegemos. No hay conciencia para su protección, no obstante que es nuestra propia supervivencia. Amar el árbol es amar la vida, es religarnos con la naturaleza, es “apapachar” nuestras propias raíces, las de la Coyolxauhqui, la madre tierra, la Pachamama.

Veintiocho de junio, “Día Internacional del Árbol”, los vegetales hermanos nuestros que sostienen al universo, le dan sombra y bienestar. Muchos nos regalan sus frutos, pero todos oxigenan, exhalan y atraen al agua. Aunque muy poco hacemos para su preservación.

En Colombia una vicepresidenta llamada Francia, triunfa y hace triunfar. Su lema de campaña, “vivir sabroso”. Pero como lograr esa “sabrosura” sin la naturaleza. Si seguimos talando las selvas del planeta. En las ciudades, esos hermanos nuestros desaparecen en el desprecio y los que subsisten, tienen sus plantas cubiertas de cemento, si tiran su semilla no habrá tierra buena donde retoñen. Pero obstinados se aferran a la vida, no obstante, el maltrato y el olvido.

Hasta los perros los orinan. Por eso, lo urbano es inhóspito. Más calles y pavimento, menos árboles. Aquellos veneros acuosos, que de niños conocimos en las terrosas calles de los pueblos, quedaron sepultados, y con ellos, la vida amenazada. Los regiomontanos ahora, confrontan el drama de la sequía. Su vida social quedó supeditada a la voluntad de las gigantescas empresas, que accedan a “convidar” el agua concesionada, secuestrada, privatizada, que ahora es de ellos, según lo dispuso el neoliberalismo mexicano.

Si la convidan, tendrá un costo social y político. Mercaderes finalmente, intuyeron que, con el crecimiento poblacional, vendría la escasez, y se anticiparon apropiándose de millonadas de metros cúbicos, y las autoridades corruptas se las entregaron. Ahora la gente deambula por las calles buscándola. En tiendas solo le venden seis litros por persona. Vale ciento veinte pesos darse un “regaderazo”. Su gobernador se está “ahogando en seco”.

Si no resuelve pronto, vendrá la furia callejera de cubetas vacías. // ¡Inhumana humanidad…!

  • Sin conciencia en este día del Árbol, hermanos verdes, y hermosos que nos comparten el planeta, a la vera de cuya sombra nos protegemos. No hay conciencia para su protección, no obstante que es nuestra propia supervivencia. Amar el árbol es amar la vida, es religarnos con la naturaleza, es “apapachar” nuestras propias raíces, las de la Coyolxauhqui, la madre tierra, la Pachamama. Ahora somos “parias” que vagamos huérfanos de ese cariño.

Dice Torija; “los árboles son la columna del cielo, y si los derribamos, el cielo caerá sobre nosotros.” El árbol es el centro de nuestro “único mundo.” Columna madre que sostiene al universo. Una montaña sin arboles es un páramo, pero con ellos es un paraíso. Gigantesca esponja que imanta a las nubes, retiene la humedad y luego subterráneamente la escurre en manantiales, purificada y fresca. // ¡Inhumana humanidad! … que expulsa de la tierra a sus hijos, los convierte en migrantes que buscan la subsistencia, ocurriendo tragedias como la de Melilla en España, o la de Texas en la del tráiler “ataúd colectivo sobre ruedas”.

Los explotadores del género humano primero succionan la riqueza de los pueblos, provocan miserias, que engendran violencias, y luego, cuando aquellos deciden ir a la “casa de los ricos”, reciben el portazo en la cara y las desgracias ya narradas. // ¡Inhumana humanidad!… un misil ruso destruyó un centro comercial, dejó dieciséis muertos. // Pero hay una buena, nuestros niños entre llantos y lamentos comenzaron a recibir su vacuna anti Covid.

Este Día del Árbol, la deshumanizada humanidad prohíja un ambiente social de cero comprensión para los gigantes verdes cuyo ramaje nos protege y que son con el agua y el aire, la promesa de continuidad de la vida en armonía con el entorno. Si no cambiamos la vía por donde ahora transitamos como género humano, se seguirán escuchando los lamentos, como Ávila Aguirre S.J los califica y fúnebremente oracionó, “Los muertos de hoy seguirán sepultando a los de ayer”.

Sin conciencia en este día del Árbol, hermanos verdes, y hermosos que nos comparten el planeta, a la vera de cuya sombra nos protegemos. No hay conciencia para su protección, no obstante que es nuestra propia supervivencia. Amar el árbol es amar la vida, es religarnos con la naturaleza, es “apapachar” nuestras propias raíces, las de la Coyolxauhqui, la madre tierra, la Pachamama.