/ sábado 31 de julio de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Diferencias globales a partir de manejos nacionales

Ahora mismo es posible afirmar que la pandemia por Covid-19 ha sido uno de los retos más importantes de la humanidad.

Esto supone muchos elementos de atención, entre ellos el cómo se ha enfrentado a una enfermedad desconocida, cómo se han mitigado los riesgos, así como los casos de contagios y también la contención de los efectos negativos en indicadores como la tasa de mortalidad por la enfermedad o el número de hospitalizaciones en condición de gravedad.

Simultáneamente es posible registrar los elementos de acción centrados en el mantenimiento de la estabilidad y posteriormente de la recuperación económica en el mundo.

De tal suerte, hay países que son referencia como caso de éxito y otros que han experimentado -experimentan ahora- el impacto de la pandemia en los indicadores macroeconómicos.

Lo anterior tiene una lógica causal, quizás las respuestas más sencillas u obvias, están orientadas hacia la percepción de que los países económicamente más sólidos han enfrentado mejor la pandemia por la disposición de recursos con que cuentan o que otros países han logrado buenos registros de control pandémico por la obediencia de su población ante las medidas restrictivas de movilidad y actividades productivas.

Sin embargo, estas afirmaciones -como todo aquello que resulta una obviedad- carecen de potencial explicativo.

  • En el fondo, si bien es cierto que las diferencias demográficas, económicas y sociales juegan un rol relevante en las posibilidades de que un país enfrente eficientemente la crisis de salud pública, la variable más importante son las capacidades institucionales de los gobiernos nacionales y cómo las emplean o transforman (desde una óptica de políticas públicas) en acciones contra la pandemia.

Es decir que la suerte de determinismo, por ejemplo, en países de Latinoamérica, es una falacia.

Había espacio para la innovación, la aplicación de las mejores prácticas y, creo, para la implementación de redes de gobernanza bajo el entendido de que los gobiernos pudieron establecer relaciones con actores diversos más allá de los gubernamentales para la implementación de políticas, por decir algo, el uso de la tecnología tanto para el rastreo de contactos ante contagios, como la mejora general de los servicios sanitarios.

El argumento es claro, los países que han enfrentado de mejor manera la pandemia por Covid-19 tuvieron capacidades de instrumentación de políticas públicas y, al mismo tiempo, supieron reconocer la complejidad del problema y construir redes de gobernanza. No es una especulación. Los datos así lo reflejan.

Las diferentes respuestas que los gobiernos nacionales le dieron al problema construyeron un entorno de diferencias globales.

Esto ocurrió por la identificación de la responsabilidad de los gobiernos nacionales y el aislacionismo que, al principio de la pandemia, permeó.

No obstante, esta puesta de responsabilidades nacionales no omite el señalamiento de que la comunidad global (relación entre naciones y la conformación de organismos internacionales) ha resultado un paradigma fácticamente ineficiente o insuficiente para enfrentar el problema, quizás el caso práctico que lo demuestra es el acceso a las vacunas y el acaparamiento de éstas.

La crítica es severa porque el problema también cumple con esa condición. El actual contexto en el mundo -aunque cada vez más alentador- podría ser mejor con la puesta en marcha de: redes de gobernanza nacionales para controlar la pandemia y cooperación internacional para el acceso a bienes públicos vitales como las vacunas.

Es cierto que estas medidas se cumplirían en un escenario ideal. Sin embargo, en la realidad hay intereses y poderes que desarticulan los círculos virtuosos de buenos manejos y toma de decisiones en circunstancias de crisis.

En el futuro, la pandemia deberá ser un antecedente y haber generado marcos de aprendizaje institucionales a los gobiernos nacionales y también a los organismos internacionales.

Ahora mismo es posible afirmar que la pandemia por Covid-19 ha sido uno de los retos más importantes de la humanidad.

Esto supone muchos elementos de atención, entre ellos el cómo se ha enfrentado a una enfermedad desconocida, cómo se han mitigado los riesgos, así como los casos de contagios y también la contención de los efectos negativos en indicadores como la tasa de mortalidad por la enfermedad o el número de hospitalizaciones en condición de gravedad.

Simultáneamente es posible registrar los elementos de acción centrados en el mantenimiento de la estabilidad y posteriormente de la recuperación económica en el mundo.

De tal suerte, hay países que son referencia como caso de éxito y otros que han experimentado -experimentan ahora- el impacto de la pandemia en los indicadores macroeconómicos.

Lo anterior tiene una lógica causal, quizás las respuestas más sencillas u obvias, están orientadas hacia la percepción de que los países económicamente más sólidos han enfrentado mejor la pandemia por la disposición de recursos con que cuentan o que otros países han logrado buenos registros de control pandémico por la obediencia de su población ante las medidas restrictivas de movilidad y actividades productivas.

Sin embargo, estas afirmaciones -como todo aquello que resulta una obviedad- carecen de potencial explicativo.

  • En el fondo, si bien es cierto que las diferencias demográficas, económicas y sociales juegan un rol relevante en las posibilidades de que un país enfrente eficientemente la crisis de salud pública, la variable más importante son las capacidades institucionales de los gobiernos nacionales y cómo las emplean o transforman (desde una óptica de políticas públicas) en acciones contra la pandemia.

Es decir que la suerte de determinismo, por ejemplo, en países de Latinoamérica, es una falacia.

Había espacio para la innovación, la aplicación de las mejores prácticas y, creo, para la implementación de redes de gobernanza bajo el entendido de que los gobiernos pudieron establecer relaciones con actores diversos más allá de los gubernamentales para la implementación de políticas, por decir algo, el uso de la tecnología tanto para el rastreo de contactos ante contagios, como la mejora general de los servicios sanitarios.

El argumento es claro, los países que han enfrentado de mejor manera la pandemia por Covid-19 tuvieron capacidades de instrumentación de políticas públicas y, al mismo tiempo, supieron reconocer la complejidad del problema y construir redes de gobernanza. No es una especulación. Los datos así lo reflejan.

Las diferentes respuestas que los gobiernos nacionales le dieron al problema construyeron un entorno de diferencias globales.

Esto ocurrió por la identificación de la responsabilidad de los gobiernos nacionales y el aislacionismo que, al principio de la pandemia, permeó.

No obstante, esta puesta de responsabilidades nacionales no omite el señalamiento de que la comunidad global (relación entre naciones y la conformación de organismos internacionales) ha resultado un paradigma fácticamente ineficiente o insuficiente para enfrentar el problema, quizás el caso práctico que lo demuestra es el acceso a las vacunas y el acaparamiento de éstas.

La crítica es severa porque el problema también cumple con esa condición. El actual contexto en el mundo -aunque cada vez más alentador- podría ser mejor con la puesta en marcha de: redes de gobernanza nacionales para controlar la pandemia y cooperación internacional para el acceso a bienes públicos vitales como las vacunas.

Es cierto que estas medidas se cumplirían en un escenario ideal. Sin embargo, en la realidad hay intereses y poderes que desarticulan los círculos virtuosos de buenos manejos y toma de decisiones en circunstancias de crisis.

En el futuro, la pandemia deberá ser un antecedente y haber generado marcos de aprendizaje institucionales a los gobiernos nacionales y también a los organismos internacionales.