/ sábado 6 de noviembre de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | El cambio climático y los acuerdos internacionales

En la conversación pública sobre cambio climático, calentamiento global y políticas de cuidado al medio ambiente, es pertinente preguntar si el fantasma que recorre el mundo es el de la ignorancia o del interés destructivo. Quizás ambos están presentes, Trump y Bolsonaro en Estados Unidos y Brasil, respectivamente, representaron al primero y el segundo está tan abruptamente manifestado que son -permisiblemente- innecesarios los ejemplos.

La ignorancia sobre el estado actual del problema medioambiental quedó de manifiesto con las declaraciones que -incluso- se atrevían a poner en duda la cientificidad de los hallazgos sobre calentamiento global y sus repercusiones en la estabilidad del planeta y por tanto de la humanidad. El entonces Presidente de EUA, provocó por sus posiciones políticas, la débil implementación de los acuerdos internacionales, por ejemplo, para la reducción de emisiones de carbono. Los argumentos (más bien falacias) fueron endebles y prácticamente estuvieron auspiciadas por la vorágine de nociones conspirativas que indicaban un complot internacional creado para perjudicar la hegemonía estadounidense.

Sin embargo, el mundo ha cambiado, Trump no está ahora en el poder y el consenso internacional avanzó hacia dotar al calentamiento global de la condición de asunto de atención prioritaria. En este contexto, destaca la celebración de la COP26, la cual es la Conferencia sobre Calentamiento Global de la Organización de las Naciones Unidas, que se ha celebrado en Escocia con la participación de más de 130 jefes de Estado y representaciones diplomáticas. Es un momento relevante, dado que los acuerdos alcanzados en la materia en el denominado Acuerdo de París datan de 2015 y no han sido precisamente la albufera de las políticas y medidas para, en efecto, reducir las emisiones de carbono y con ello afrontar el reto del calentamiento global.

Además de que el Acuerdo de París ha sido solamente un desplegado de buenas intenciones, la propia Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, adoptada en 1992, corre el riesgo de constituirse en un ejemplo negativo de los detractores del multilateralismo. Por estas razones es indispensable observar con ojo crítico la conformación de nuevos acuerdos que, dicho sea, deberán estar orientados a construir compromisos por parte de los gobiernos nacionales para transformar muchos ámbitos: formas de producción, cambios en sector energético, políticas de apoyo a energías limpias, etc., y también determinar algún tipo de monitoreo, seguimiento y evaluación.

El tema queda en discusión desde las esferas internacional como nacionales. En el caso de México, la coyuntura política de la discusión de una reforma al sector energético, específicamente en lo concerniente a la electricidad, marca la pauta de la discusión. Son dos temas (el energético y medioambiental) que tienen un punto de intersección indudable y que han abierto la discusión acerca de la utilidad de los instrumentos diplomáticos y cómo -ejercicio previos- han demostrado cierta ineficacia para que los discursos se conviertan en acciones y políticas concretas.

Algunas de las posiciones más relevantes del país, hasta el momento, están vinculadas con la necesidad de dar voz a los países con economías emergentes a los que las restricciones de uso de energías fósiles les representaría un reto importante y que, además, no cuentan con la suficiencia presupuestal para financiar grandes proyectos de energías limpias y orientar esa transición energética. Entonces, el gobierno mexicano llamó a formular esquemas de financiamiento a dichos países. Tiene sentido, sobre todo porque a pesar de que el cambio climático es un asunto global que concierne a la humanidad completa, es verídico señalar la responsabilidad máxima de ciertos países, tan sólo entre China y EUA concentran el 43% de las emisiones de carbono en el planeta, mientras que México y Brasil en conjunto (a pesar de ser las economías más robustas de América Latina) apenas alcanzan el 2% del total de las emisiones globales. Esto coloca en una situación contextual que requiere de diferenciación política. Es real.

Las expectativas puestas sobre la Cumbre, como cada edición, pueden resultar incumplidas, en buena medida por los fantasmas de la ignorancia y aquel del interés destructivo. Este último es la condición sine qua non de la destrucción medio ambiental, dado que, a pesar del conocimiento del daño generado y las consecuencias a los ecosistemas, se justifica a partir de un argumento de estabilidad económica o crecimiento. Es el máximo nivel de la irracionalidad, generar recursos a costa de la vida misma del planeta. Ahí debe estar el acento de los acuerdos multilaterales.

En la conversación pública sobre cambio climático, calentamiento global y políticas de cuidado al medio ambiente, es pertinente preguntar si el fantasma que recorre el mundo es el de la ignorancia o del interés destructivo. Quizás ambos están presentes, Trump y Bolsonaro en Estados Unidos y Brasil, respectivamente, representaron al primero y el segundo está tan abruptamente manifestado que son -permisiblemente- innecesarios los ejemplos.

La ignorancia sobre el estado actual del problema medioambiental quedó de manifiesto con las declaraciones que -incluso- se atrevían a poner en duda la cientificidad de los hallazgos sobre calentamiento global y sus repercusiones en la estabilidad del planeta y por tanto de la humanidad. El entonces Presidente de EUA, provocó por sus posiciones políticas, la débil implementación de los acuerdos internacionales, por ejemplo, para la reducción de emisiones de carbono. Los argumentos (más bien falacias) fueron endebles y prácticamente estuvieron auspiciadas por la vorágine de nociones conspirativas que indicaban un complot internacional creado para perjudicar la hegemonía estadounidense.

Sin embargo, el mundo ha cambiado, Trump no está ahora en el poder y el consenso internacional avanzó hacia dotar al calentamiento global de la condición de asunto de atención prioritaria. En este contexto, destaca la celebración de la COP26, la cual es la Conferencia sobre Calentamiento Global de la Organización de las Naciones Unidas, que se ha celebrado en Escocia con la participación de más de 130 jefes de Estado y representaciones diplomáticas. Es un momento relevante, dado que los acuerdos alcanzados en la materia en el denominado Acuerdo de París datan de 2015 y no han sido precisamente la albufera de las políticas y medidas para, en efecto, reducir las emisiones de carbono y con ello afrontar el reto del calentamiento global.

Además de que el Acuerdo de París ha sido solamente un desplegado de buenas intenciones, la propia Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, adoptada en 1992, corre el riesgo de constituirse en un ejemplo negativo de los detractores del multilateralismo. Por estas razones es indispensable observar con ojo crítico la conformación de nuevos acuerdos que, dicho sea, deberán estar orientados a construir compromisos por parte de los gobiernos nacionales para transformar muchos ámbitos: formas de producción, cambios en sector energético, políticas de apoyo a energías limpias, etc., y también determinar algún tipo de monitoreo, seguimiento y evaluación.

El tema queda en discusión desde las esferas internacional como nacionales. En el caso de México, la coyuntura política de la discusión de una reforma al sector energético, específicamente en lo concerniente a la electricidad, marca la pauta de la discusión. Son dos temas (el energético y medioambiental) que tienen un punto de intersección indudable y que han abierto la discusión acerca de la utilidad de los instrumentos diplomáticos y cómo -ejercicio previos- han demostrado cierta ineficacia para que los discursos se conviertan en acciones y políticas concretas.

Algunas de las posiciones más relevantes del país, hasta el momento, están vinculadas con la necesidad de dar voz a los países con economías emergentes a los que las restricciones de uso de energías fósiles les representaría un reto importante y que, además, no cuentan con la suficiencia presupuestal para financiar grandes proyectos de energías limpias y orientar esa transición energética. Entonces, el gobierno mexicano llamó a formular esquemas de financiamiento a dichos países. Tiene sentido, sobre todo porque a pesar de que el cambio climático es un asunto global que concierne a la humanidad completa, es verídico señalar la responsabilidad máxima de ciertos países, tan sólo entre China y EUA concentran el 43% de las emisiones de carbono en el planeta, mientras que México y Brasil en conjunto (a pesar de ser las economías más robustas de América Latina) apenas alcanzan el 2% del total de las emisiones globales. Esto coloca en una situación contextual que requiere de diferenciación política. Es real.

Las expectativas puestas sobre la Cumbre, como cada edición, pueden resultar incumplidas, en buena medida por los fantasmas de la ignorancia y aquel del interés destructivo. Este último es la condición sine qua non de la destrucción medio ambiental, dado que, a pesar del conocimiento del daño generado y las consecuencias a los ecosistemas, se justifica a partir de un argumento de estabilidad económica o crecimiento. Es el máximo nivel de la irracionalidad, generar recursos a costa de la vida misma del planeta. Ahí debe estar el acento de los acuerdos multilaterales.