/ sábado 24 de abril de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | El contexto electoral en México

El actual proceso electoral es consecuencia de varios factores estructurales: la cultura política mexicana y el sistema de partidos que sostenemos en nuestro país. El pasado reciente de la historia política mexicana indica que es deseable contar con un sistema pluripartidista porque ofrece la posibilidad de sorpresa del principio democrático de mandato de las mayorías, es decir, es posible que los grupos minoritarios de la sociedad también encuentren espacios de incidencia pública en las instituciones. Sin embargo, el mundo fáctico es más cruento, los partidos políticos pequeños o aquellos que aparentemente tienen en sus agendas políticas temas con resonancia marginal en la población, están supeditados a conseguir resultados electorales a expensas de su capacidad para relacionarse con partidos políticos de mayores dimensiones.

Esta realidad no necesariamente es negativa, hay países en los que los partidos políticos pequeños utilizan –en el mejor de los sentidos- las alianzas electorales para entonces efectivamente plantear propuestas de política pública, iniciativas de legislación y en general consignas y nuevos bríos sobre los que dirigir las instituciones del Estado. En Latinoamérica generalmente se ha suscitado el fenómeno de los partidos políticos satélite. Dichas agrupaciones funcionan más bien a partir del pragmatismo puro. Solamente buscan mantener las prerrogativas con que todo instituto político cuenta: postulaciones a cargos de elección popular, financiamiento público para actividades permanentes de capacitación y formación política y, sobre todo, espacios de negociación política formal. Quizás algunos de los casos más ilustrativos sean el Partido Verde Ecologista de México, el Partido de la Revolución Democrática o, en antaño, el Frente Cardenista. Son partidos desdibujados ideológicamente, faltos de estructura política e incapaces de competir por triunfos electorales salvo en zonas geográficos muy específicas.

Nuestro sistema de partidos está basado en la reglamentación para la formación de nuevas agrupaciones, señalado desde la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos hasta la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales. Sin embargo, la discusión acerca de la flexibilidad del sistema de partidos siempre ha estado presente, las posturas se diferencian entre aquellos que pugnan por mayor facilidad de ingreso a la formalidad de los institutos políticos hasta aquellos que consideran factible colocar mayores restricciones para el registro de partidos. Frecuentemente surge el argumento con referencia a los partidos políticos satélite que en realidad representan poco o nulamente las demandas de la población y sus intereses.

Ahora mismo, el proceso electoral también ha demostrado la incapacidad de los partidos políticos satélite para formar agendas y propuestas programáticas propias. En el caso de Tlaxcala, la situación fue sumamente acentuada en el ejercicio de debate político entre las y los candidatos a la gubernatura del Estado. En dicho suceso, se manifestó la viabilidad de dos posturas únicas: aquella perteneciente al partido político que hoy ocupa la titularidad del Poder Ejecutivo Federal y por otro lado aquella perteneciente al partido político del Poder Ejecutiva Estatal. Los demás, parecen ser meros accesorios y animadores del proceso electoral. No compiten realmente por el triunfo electoral y además son incapaces de proponer, argumentar e impulsar sus ideas y nociones sobre cómo resolver los problemas públicos de nuestra entidad federativa.

En el país la situación parece seguir este patrón. Aunque el pluralismo es idealmente la forma máxima de representación democrática, en los hechos sucede que la competencia política se ha orientado hacia la formación de posiciones antagónicas o entre solamente dos posturas perfectamente diferenciadas la una de la otra. Tendremos que esperar para conocer los resultados o consecuencias de nuestro sistema político y sistema de partidos. Ahora, el rol de la sociedad es más bien actuar como ousiders o insiders para lograr que aquellos que aspiran al ejercicio del poder públicos realmente trabajen en favor de las mejores casusas.

El actual proceso electoral es consecuencia de varios factores estructurales: la cultura política mexicana y el sistema de partidos que sostenemos en nuestro país. El pasado reciente de la historia política mexicana indica que es deseable contar con un sistema pluripartidista porque ofrece la posibilidad de sorpresa del principio democrático de mandato de las mayorías, es decir, es posible que los grupos minoritarios de la sociedad también encuentren espacios de incidencia pública en las instituciones. Sin embargo, el mundo fáctico es más cruento, los partidos políticos pequeños o aquellos que aparentemente tienen en sus agendas políticas temas con resonancia marginal en la población, están supeditados a conseguir resultados electorales a expensas de su capacidad para relacionarse con partidos políticos de mayores dimensiones.

Esta realidad no necesariamente es negativa, hay países en los que los partidos políticos pequeños utilizan –en el mejor de los sentidos- las alianzas electorales para entonces efectivamente plantear propuestas de política pública, iniciativas de legislación y en general consignas y nuevos bríos sobre los que dirigir las instituciones del Estado. En Latinoamérica generalmente se ha suscitado el fenómeno de los partidos políticos satélite. Dichas agrupaciones funcionan más bien a partir del pragmatismo puro. Solamente buscan mantener las prerrogativas con que todo instituto político cuenta: postulaciones a cargos de elección popular, financiamiento público para actividades permanentes de capacitación y formación política y, sobre todo, espacios de negociación política formal. Quizás algunos de los casos más ilustrativos sean el Partido Verde Ecologista de México, el Partido de la Revolución Democrática o, en antaño, el Frente Cardenista. Son partidos desdibujados ideológicamente, faltos de estructura política e incapaces de competir por triunfos electorales salvo en zonas geográficos muy específicas.

Nuestro sistema de partidos está basado en la reglamentación para la formación de nuevas agrupaciones, señalado desde la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos hasta la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales. Sin embargo, la discusión acerca de la flexibilidad del sistema de partidos siempre ha estado presente, las posturas se diferencian entre aquellos que pugnan por mayor facilidad de ingreso a la formalidad de los institutos políticos hasta aquellos que consideran factible colocar mayores restricciones para el registro de partidos. Frecuentemente surge el argumento con referencia a los partidos políticos satélite que en realidad representan poco o nulamente las demandas de la población y sus intereses.

Ahora mismo, el proceso electoral también ha demostrado la incapacidad de los partidos políticos satélite para formar agendas y propuestas programáticas propias. En el caso de Tlaxcala, la situación fue sumamente acentuada en el ejercicio de debate político entre las y los candidatos a la gubernatura del Estado. En dicho suceso, se manifestó la viabilidad de dos posturas únicas: aquella perteneciente al partido político que hoy ocupa la titularidad del Poder Ejecutivo Federal y por otro lado aquella perteneciente al partido político del Poder Ejecutiva Estatal. Los demás, parecen ser meros accesorios y animadores del proceso electoral. No compiten realmente por el triunfo electoral y además son incapaces de proponer, argumentar e impulsar sus ideas y nociones sobre cómo resolver los problemas públicos de nuestra entidad federativa.

En el país la situación parece seguir este patrón. Aunque el pluralismo es idealmente la forma máxima de representación democrática, en los hechos sucede que la competencia política se ha orientado hacia la formación de posiciones antagónicas o entre solamente dos posturas perfectamente diferenciadas la una de la otra. Tendremos que esperar para conocer los resultados o consecuencias de nuestro sistema político y sistema de partidos. Ahora, el rol de la sociedad es más bien actuar como ousiders o insiders para lograr que aquellos que aspiran al ejercicio del poder públicos realmente trabajen en favor de las mejores casusas.