/ sábado 26 de junio de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | El paradigma del bienestar: reminiscencias revolucionarias

La historia está repleta de mitos fundacionales. Para el caso de México, mucha de la identidad nacional moderna es dada a partir de las nociones revolucionarias y el acentuamiento de una idiosincrasia posrevolucionaria caracterizada por: la aversión al período del porfiriato, la posición antirreeleccionista, la valoración del sufragio como determinante de la toma de decisiones nacionales, etc. A pesar de que el ideario revolucionario encontró un cause institucional, es cierto que algunas de las nociones implícitamente presentes en el conflicto revolucionario, como el caso del combate a la creciente pobreza y desigualdad social a pesar del sostenimiento de una economía en crecimiento durante el Porfiriato, no ha generado resultados efectivamente visibles. Con la justa dimensión de la diferencia de momentos históricos.

Abordo el tema justo porque un día como hoy, pero del año 1910, Porfirio Díaz y Ramón Corral eran declarados presidente y vicepresidente de México respectivamente. Fue uno de los momentos insignes del proceso apoteósico de la Revolución Mexicana, el inicio del fin. Las posturas de algunos de los defensores del porfirismo destacan siempre los niveles de industrialización alcanzados, la mejora del crecimiento económico a ritmos acelerados (aunque la relación causal está identificada más bien con factores externos) y el aparente orden social. Sin embargo, la revisión de los datos históricos demuestra que, sobre todo hacia el final del Porfiriato, los niveles de desigualdad crecieron exponencialmente incluso para quienes sostenían ingresos regulares, éstos cayeron prácticamente por debajo de la línea de subsistencia. El artículo "¿Cómo era la desigualdad en México antes de que estallara la Revolución Mexicana?" de la autoría de Diego Castañeda, es un buen esfuerzo por dilucidar los mitos acerca de los asuntos económicos antes del período revolucionario. Efectivamente, el porfiriato es quizás -exceptuando el período colonial- el momento histórico más "estratificador" de la historia de México.

Ahora mismo el momento nacional que vivimos es, en buena medida la revitalización de las consignas revolucionarias traídas a la época contemporánea.

Es resultado de la causalidad y no de la casualidad, el énfasis institucional en atender el problema de la pobreza. Es, quizás, el problema que históricamente demanda atención pormenorizada, inversión adecuada a la política social y programa públicos con ejercicios de planificación serios, apegados a la evidencia, sustentados en información y orientados a generar resultados.

Por esta razón fundamental, con razones históricas, destaca el paradigma del bienestar como un concepto amplio para garantizar (en términos de políticas públicas) que desde las instituciones públicas se gesten acciones para que las personas encuentren espacio de desarrollo efectivo y la cobertura a las necesidades básicas para suprimir las inequidades sociales. El Porfiriato articuló políticas (como el caso de la industrialización y relación con comercio exterior) para la acumulación, sin embargo, desatendió la distribución de tal riqueza. Mientras tanto el período posrevolucionario despresurizó las exigencias a través de avances en la redistribución, pero con alcances aún reducidos; por tanto resulta fundamental que los gobiernos en todos sus niveles tengan una agenda centrada en la satisfacción de las necesidades básicas, el ejercicio de derechos y la reducción de la pobreza y desigualdad social. Sigue siendo una exigencia permanente. Por ello la efeméride del día resulta relevante en términos de comparación histórica para detonar la discusión acerca de los cambios que son necesarios y requerimos como sociedad mexicana.

En el corto plazo, considero que las acciones institucionales centradas en la mejora de las condiciones en que se desarrolla la población deberán tener un sentido uniforme, evaluarse efectivamente en su nivel de impacto y proseguir con políticas públicas permanentes para reducir la pobreza y la desigualdad. En el caso de Tlaxcala, resulta celebratorio que se pretenda crear una institución bajo el paradigma del bienestar. Sin embargo, es relevante destacar que trabajar en favor de la eliminación de la desigualdad social debe rebasar la intención discursiva para trasladarse en acciones efectivamente realizables, es decir, programas de gobierno que impulsen las actividades productivas, transferencias directas condicionadas, becas a estudiantes destacadas o con bajo nivel de ingresos, servicios de salud eficientes y suficientes. Solamente por mencionar algunos elementos. Es decir, construir un verdadero Estado de Bienestar.

La historia está repleta de mitos fundacionales. Para el caso de México, mucha de la identidad nacional moderna es dada a partir de las nociones revolucionarias y el acentuamiento de una idiosincrasia posrevolucionaria caracterizada por: la aversión al período del porfiriato, la posición antirreeleccionista, la valoración del sufragio como determinante de la toma de decisiones nacionales, etc. A pesar de que el ideario revolucionario encontró un cause institucional, es cierto que algunas de las nociones implícitamente presentes en el conflicto revolucionario, como el caso del combate a la creciente pobreza y desigualdad social a pesar del sostenimiento de una economía en crecimiento durante el Porfiriato, no ha generado resultados efectivamente visibles. Con la justa dimensión de la diferencia de momentos históricos.

Abordo el tema justo porque un día como hoy, pero del año 1910, Porfirio Díaz y Ramón Corral eran declarados presidente y vicepresidente de México respectivamente. Fue uno de los momentos insignes del proceso apoteósico de la Revolución Mexicana, el inicio del fin. Las posturas de algunos de los defensores del porfirismo destacan siempre los niveles de industrialización alcanzados, la mejora del crecimiento económico a ritmos acelerados (aunque la relación causal está identificada más bien con factores externos) y el aparente orden social. Sin embargo, la revisión de los datos históricos demuestra que, sobre todo hacia el final del Porfiriato, los niveles de desigualdad crecieron exponencialmente incluso para quienes sostenían ingresos regulares, éstos cayeron prácticamente por debajo de la línea de subsistencia. El artículo "¿Cómo era la desigualdad en México antes de que estallara la Revolución Mexicana?" de la autoría de Diego Castañeda, es un buen esfuerzo por dilucidar los mitos acerca de los asuntos económicos antes del período revolucionario. Efectivamente, el porfiriato es quizás -exceptuando el período colonial- el momento histórico más "estratificador" de la historia de México.

Ahora mismo el momento nacional que vivimos es, en buena medida la revitalización de las consignas revolucionarias traídas a la época contemporánea.

Es resultado de la causalidad y no de la casualidad, el énfasis institucional en atender el problema de la pobreza. Es, quizás, el problema que históricamente demanda atención pormenorizada, inversión adecuada a la política social y programa públicos con ejercicios de planificación serios, apegados a la evidencia, sustentados en información y orientados a generar resultados.

Por esta razón fundamental, con razones históricas, destaca el paradigma del bienestar como un concepto amplio para garantizar (en términos de políticas públicas) que desde las instituciones públicas se gesten acciones para que las personas encuentren espacio de desarrollo efectivo y la cobertura a las necesidades básicas para suprimir las inequidades sociales. El Porfiriato articuló políticas (como el caso de la industrialización y relación con comercio exterior) para la acumulación, sin embargo, desatendió la distribución de tal riqueza. Mientras tanto el período posrevolucionario despresurizó las exigencias a través de avances en la redistribución, pero con alcances aún reducidos; por tanto resulta fundamental que los gobiernos en todos sus niveles tengan una agenda centrada en la satisfacción de las necesidades básicas, el ejercicio de derechos y la reducción de la pobreza y desigualdad social. Sigue siendo una exigencia permanente. Por ello la efeméride del día resulta relevante en términos de comparación histórica para detonar la discusión acerca de los cambios que son necesarios y requerimos como sociedad mexicana.

En el corto plazo, considero que las acciones institucionales centradas en la mejora de las condiciones en que se desarrolla la población deberán tener un sentido uniforme, evaluarse efectivamente en su nivel de impacto y proseguir con políticas públicas permanentes para reducir la pobreza y la desigualdad. En el caso de Tlaxcala, resulta celebratorio que se pretenda crear una institución bajo el paradigma del bienestar. Sin embargo, es relevante destacar que trabajar en favor de la eliminación de la desigualdad social debe rebasar la intención discursiva para trasladarse en acciones efectivamente realizables, es decir, programas de gobierno que impulsen las actividades productivas, transferencias directas condicionadas, becas a estudiantes destacadas o con bajo nivel de ingresos, servicios de salud eficientes y suficientes. Solamente por mencionar algunos elementos. Es decir, construir un verdadero Estado de Bienestar.