/ sábado 28 de marzo de 2020

Los Avatares de Nuestro Tiempo | La crisis actual

Resulta imposible que desde los medios de comunicación y sobre todo en espacios de análisis político, se ignore la coyuntura. Ciertamente, la crisis internacional causada por la pandemia del Covid-19 ha acaparado prácticamente todo el especto informativo, sin embargo, las letras deben ser faros de mejor comprensión de los fenómenos y diferentes problemas a los que nos enfrentamos como sociedad.

Por este razonamiento, resulta fundamental poner en el ojo de la opinión pública, no solamente el problema eminentemente médico y de salud, sino otros que están relacionados a cómo -sobre todo los gobiernos- han decidido administrar la crisis, planificar la recuperación económica y comunicar (los gobernantes) asertivamente las decisiones y medidas a seguir, sobre todo para brindar certeza, certidumbre y seguridad entre la población, la cual está inmersa en un escenario de profundos temores por el presente y el futuro.

En medio de nuestra enorme cultura del eufemismo, resulta relevante que se reconozca la existencia de una crisis. Quizás, en ocasiones se ha esquivado esta acción por la inercia de buscar responsables, en este caso, es una crisis internacional provocada por un virus, situación no controlable. Reconocer un estado crítico, orilla a pensar y repensar las decisiones en un corto plazo, es decir que empuja hacia la acción pronta y efectiva. Eso se requiere, no hay discusión, sobre todo para reducir el nivel de impacto en la vida de las personas, en la economía, en las previsiones de desarrollo, etc.

Justo bajo estas consideraciones la acción de gobierno debe orientarse en estos momentos, desde la óptica de la gestión de crisis. En el libro, precisamente con ese título, de la autoría de Marco Mena, se establecen las fases de las crisis:

Fase 1. Prevención: Tratar de evitar las crisis por medio de la identificación de amenazas y tratamiento de los riesgos, de acuerdo con su prioridad.

Fase 2. Preparación: Disponer de lo necesario para gestionar una crisis.

Fase 3. Identificación: Reconocer una crisis a partir de sus manifestaciones.

Fase 4. Contención: Reaccionar con medidas para acotar los efectos indeseables de la crisis.

Fase 5. Resolución: Restablecer las operaciones primordiales de la organización a partir de las condiciones generadas por la crisis.

Fase 6. Aprendizaje: Identificar las lecciones de la crisis y aprovecharlas para mejorar las capacidades para gestionar futuras crisis.

En síntesis, la capacidad de los gobiernos para contener, reaccionar y aprender de los momentos de crisis es el meollo de la coyuntura, en buena medida porque de esto dependerá nuestro éxito o fracaso en la reducción de los daños (de cualquier naturaleza) que genere el Covid-19.

Por esta razón no es ocioso seguir, con especial interés, la atención y tratamiento que México le ha dado a la pandemia, desde que el subsecretario de la Secretaría de Salud, Hugo López Gatell, reconoció que un paciente había dado positivo en las pruebas de diagnóstico del virus, apenas el 27 de febrero de 2020. A partir de ahí, ciertamente el tema ha estado en la agenda de atención permanente del gobierno federal y de prácticamente todos los gobiernos de las entidades federativas. En México y todo el mundo, se ha actuado conforme a las recomendaciones de protocolo y prevención emitidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cual catalogó, hasta el 11 de marzo del 2020, al Covid-19 como una pandemia. En consecuencia, México instaló y declaró en sesión permanente al Consejo de Salubridad General, órgano colegiado que depende directamente del presidente de la República y que tiene carácter de autoridad sanitaria.

A partir de ese momento, la pandemia se convirtió en una situación de crisis, Sin embargo, existen múltiples retos para enfrentarla, por ejemplo, conocer sus verdaderas dimensiones, es decir estadística fiel sobre el número de contagios y la probable atención médica requerida. Esto es complicado, sobre todo porque como bien lo señaló el periodista Ricardo Raphael en una columna de opinión, para contar con número más cercanos a la realidad, el número de pruebas tendría que aumentar exponencialmente, y para eso se necesitarían aproximadamente 18 billones 135 mil 600 millones de pesos. Vaya que la salud pública es costosa.

Empero, para hacer más eficiente el manejo de esta crisis, sí hay cosas que se pueden hacer. Demostrativamente, se puede comunicar más y mejor. Es decir, el presidente de la República puede y debe optar por mostrarse como un líder que, pedagógicamente, enseña a la población (con el ejemplo propio) el por qué resulta vital mantener la sana distancia, evitar las aglomeraciones, disminuir al máximo nuestras actividades sociales y, en la medida de lo posible no salir de casa. Esto aún no sucede, esperemos que ocurra lo más pronto posible.

Si algo ha demostrado esta crisis es la necesidad de que las decisiones de política pública estén orientadas por la evidencia y el conocimiento. No hay espacio para la improvisación y, el discurso, solamente tiene efectos comunicativos, no de resolución de problemas públicos complejos, como el caso del Covid-19. Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz

Resulta imposible que desde los medios de comunicación y sobre todo en espacios de análisis político, se ignore la coyuntura. Ciertamente, la crisis internacional causada por la pandemia del Covid-19 ha acaparado prácticamente todo el especto informativo, sin embargo, las letras deben ser faros de mejor comprensión de los fenómenos y diferentes problemas a los que nos enfrentamos como sociedad.

Por este razonamiento, resulta fundamental poner en el ojo de la opinión pública, no solamente el problema eminentemente médico y de salud, sino otros que están relacionados a cómo -sobre todo los gobiernos- han decidido administrar la crisis, planificar la recuperación económica y comunicar (los gobernantes) asertivamente las decisiones y medidas a seguir, sobre todo para brindar certeza, certidumbre y seguridad entre la población, la cual está inmersa en un escenario de profundos temores por el presente y el futuro.

En medio de nuestra enorme cultura del eufemismo, resulta relevante que se reconozca la existencia de una crisis. Quizás, en ocasiones se ha esquivado esta acción por la inercia de buscar responsables, en este caso, es una crisis internacional provocada por un virus, situación no controlable. Reconocer un estado crítico, orilla a pensar y repensar las decisiones en un corto plazo, es decir que empuja hacia la acción pronta y efectiva. Eso se requiere, no hay discusión, sobre todo para reducir el nivel de impacto en la vida de las personas, en la economía, en las previsiones de desarrollo, etc.

Justo bajo estas consideraciones la acción de gobierno debe orientarse en estos momentos, desde la óptica de la gestión de crisis. En el libro, precisamente con ese título, de la autoría de Marco Mena, se establecen las fases de las crisis:

Fase 1. Prevención: Tratar de evitar las crisis por medio de la identificación de amenazas y tratamiento de los riesgos, de acuerdo con su prioridad.

Fase 2. Preparación: Disponer de lo necesario para gestionar una crisis.

Fase 3. Identificación: Reconocer una crisis a partir de sus manifestaciones.

Fase 4. Contención: Reaccionar con medidas para acotar los efectos indeseables de la crisis.

Fase 5. Resolución: Restablecer las operaciones primordiales de la organización a partir de las condiciones generadas por la crisis.

Fase 6. Aprendizaje: Identificar las lecciones de la crisis y aprovecharlas para mejorar las capacidades para gestionar futuras crisis.

En síntesis, la capacidad de los gobiernos para contener, reaccionar y aprender de los momentos de crisis es el meollo de la coyuntura, en buena medida porque de esto dependerá nuestro éxito o fracaso en la reducción de los daños (de cualquier naturaleza) que genere el Covid-19.

Por esta razón no es ocioso seguir, con especial interés, la atención y tratamiento que México le ha dado a la pandemia, desde que el subsecretario de la Secretaría de Salud, Hugo López Gatell, reconoció que un paciente había dado positivo en las pruebas de diagnóstico del virus, apenas el 27 de febrero de 2020. A partir de ahí, ciertamente el tema ha estado en la agenda de atención permanente del gobierno federal y de prácticamente todos los gobiernos de las entidades federativas. En México y todo el mundo, se ha actuado conforme a las recomendaciones de protocolo y prevención emitidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cual catalogó, hasta el 11 de marzo del 2020, al Covid-19 como una pandemia. En consecuencia, México instaló y declaró en sesión permanente al Consejo de Salubridad General, órgano colegiado que depende directamente del presidente de la República y que tiene carácter de autoridad sanitaria.

A partir de ese momento, la pandemia se convirtió en una situación de crisis, Sin embargo, existen múltiples retos para enfrentarla, por ejemplo, conocer sus verdaderas dimensiones, es decir estadística fiel sobre el número de contagios y la probable atención médica requerida. Esto es complicado, sobre todo porque como bien lo señaló el periodista Ricardo Raphael en una columna de opinión, para contar con número más cercanos a la realidad, el número de pruebas tendría que aumentar exponencialmente, y para eso se necesitarían aproximadamente 18 billones 135 mil 600 millones de pesos. Vaya que la salud pública es costosa.

Empero, para hacer más eficiente el manejo de esta crisis, sí hay cosas que se pueden hacer. Demostrativamente, se puede comunicar más y mejor. Es decir, el presidente de la República puede y debe optar por mostrarse como un líder que, pedagógicamente, enseña a la población (con el ejemplo propio) el por qué resulta vital mantener la sana distancia, evitar las aglomeraciones, disminuir al máximo nuestras actividades sociales y, en la medida de lo posible no salir de casa. Esto aún no sucede, esperemos que ocurra lo más pronto posible.

Si algo ha demostrado esta crisis es la necesidad de que las decisiones de política pública estén orientadas por la evidencia y el conocimiento. No hay espacio para la improvisación y, el discurso, solamente tiene efectos comunicativos, no de resolución de problemas públicos complejos, como el caso del Covid-19. Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz