/ sábado 18 de abril de 2020

Los Avatares de Nuestro Tiempo | La mezquindad y la política en tiempos de crisis

Es un hecho, quienes hacemos política somos propensos -naturalmente- a la dificultad para saber diferenciar los momentos adecuados para emitir opiniones, levantar la voz, abanderar causas o emitir críticas. Sin embargo, la política es tiempo. Por esta razón, como lo señala Luis Spota en la novela "Palabras mayores", las personas inteligentes no deben nunca desaprovechar las oportunidades de quedarse calladas, sobre todo en momentos en los que la incertidumbre es generalizada, es decir, en los que el desarrollo y progreso común están sujetos a presiones que los colocan en escenario de riesgos o crisis.

A partir de esta conjetura se puede diferenciar entre un político con altura de miras y otro atrapado en la coyuntura, que en medio de la mezquindad aprovecha cualquier suceso para -excepcionalmente apoyar causas para que estén en la agenda de atención de los gobiernos- mayormente difundir su imagen y señalar los errores que se han cometido y que en el ilusorio rol de tomar de decisiones, él no cometería. Quizás en medio de esta descripción se acepta lo dicho por el presidente Andrés Manuel López Obrador, en septiembre del año pasado en su informe de gobierno, al calificar a la oposición política como moralmente derrotados, empero de que la potencia explicativa de AMLO es limitada, la aseveración es cierta -a medias tintas- el bloque opositor está prácticamente inhabilitado para señalar los errores de la actualidad. El pasado los desacredita y la población los deslegitima. Vaya realidad, resulta insana para nuestra incipiente democracia, pero es lo que tenemos.

Además de la derrota moral, la falta de liderazgos emergentes y la continuidad de grupos políticos con resultados paupérrimos cuando dirigieron las organizaciones públicas provocan que la crítica hacia lo que sucede, se descalifique inmediatamente prácticamente de manera inercial.

Esta realidad política ha beneficiado al actual gobierno, le ofrece la posibilidad de implementar prácticamente cualquier medida sin mayores contratiempos, sobre todo con una base de reconocimiento popular y aprobación, ante los que el mejor discurso de los técnicos opositores queda neutralizado. Empero, el gobierno no debe optar por la utilización de sus mayorías, por el contrario, aun cuando las críticas no siempre agradan, deben ser -al menos- escuchadas, utilizados, consideradas o desechadas, pero sí observarlas, saber de ellas.

La actual crisis sanitaria por el Covid-19 ha dejado de manifiesto esta realidad política. La oposición, señalada por su derrota moral, se ha empecinado en la mezquindad como práctica política, con la difusión de fake news, la crítica empedernida no siempre sustentada, solamente por mencionar algunas prácticas. Estas prácticas no abonan en la construcción de un ambiente de calma social y confianza en el ejercicio de gobierno, por ejemplo, al momento de ofrecer servicios de salud.

Es erróneo señalar que en tiempos de crisis se debe facilitar la acción de gobierno y, entonces guardar silencio, eso sería un sinsentido. Por el contrario, los escenarios de riesgo exigen el mayor compromiso institucional y social para hacer frente a las amenazas, en este caso sanitarias, las críticas desde la sociedad son validad, valiosos, pertinentes y factibles, a fin de cuentas, la sociedad en su conjunto es la que está sujeta a los riesgos sobre la anhelada estabilidad contemporánea.

En el terreno de la política, cambia. Las críticas, los discursos agresivos y -aunque usted no lo crea- señalamientos por parte de expresidentes de la República, tienen otra finalidad, su derrota moral los inhabilitó para hablar de temas cotidianos en la vida de las personas: por ejemplo: seguridad, educación, empleo, corrupción; pero el coronavirus y las consecuencias que ha generado, les abrió el aspecto político para denostar e instalarse en la mezquindad como práctica política. Es paradójico que hoy y solamente hoy, sepan y conozcan cómo resolver los problemas y enfrentar las crisis, cuando en el pasado los yerros los describieron y la historia los marcó en el recuadro de la ignominia de la población.

Ahora bien, la situación que enfrentamos es por demás crítica y relevante, por ello la actuación del gobierno debe estar orientada desde la información, el conocimiento, la evidencia, la pericia técnica y, en general desde la planeación adecuada para reducir los impactos negativos sobre la población, la economía y las finanzas públicas. Definitivamente, es un reto. El presidente AMLO, fanático de la historia nacional, debe abandonar esa obsesión, la historia de México que muchas veces parecer ser el sincretismo entre mártires y héroes, lo definirá en buena medida por su actuación frente a esta delicada situación, surgida por un elementos no controlable, un virus del que aún se desconoce su capacidad destructiva pero que sigue avanzando.

En tanto, se debe exigir el cese de la mezquindad en la política para sustituirla por la responsable innegociable. Nos queda, como dijo Benedetti en su poema "¿Qué le queda los jóvenes?": Hacer futuro, a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente.

Es un hecho, quienes hacemos política somos propensos -naturalmente- a la dificultad para saber diferenciar los momentos adecuados para emitir opiniones, levantar la voz, abanderar causas o emitir críticas. Sin embargo, la política es tiempo. Por esta razón, como lo señala Luis Spota en la novela "Palabras mayores", las personas inteligentes no deben nunca desaprovechar las oportunidades de quedarse calladas, sobre todo en momentos en los que la incertidumbre es generalizada, es decir, en los que el desarrollo y progreso común están sujetos a presiones que los colocan en escenario de riesgos o crisis.

A partir de esta conjetura se puede diferenciar entre un político con altura de miras y otro atrapado en la coyuntura, que en medio de la mezquindad aprovecha cualquier suceso para -excepcionalmente apoyar causas para que estén en la agenda de atención de los gobiernos- mayormente difundir su imagen y señalar los errores que se han cometido y que en el ilusorio rol de tomar de decisiones, él no cometería. Quizás en medio de esta descripción se acepta lo dicho por el presidente Andrés Manuel López Obrador, en septiembre del año pasado en su informe de gobierno, al calificar a la oposición política como moralmente derrotados, empero de que la potencia explicativa de AMLO es limitada, la aseveración es cierta -a medias tintas- el bloque opositor está prácticamente inhabilitado para señalar los errores de la actualidad. El pasado los desacredita y la población los deslegitima. Vaya realidad, resulta insana para nuestra incipiente democracia, pero es lo que tenemos.

Además de la derrota moral, la falta de liderazgos emergentes y la continuidad de grupos políticos con resultados paupérrimos cuando dirigieron las organizaciones públicas provocan que la crítica hacia lo que sucede, se descalifique inmediatamente prácticamente de manera inercial.

Esta realidad política ha beneficiado al actual gobierno, le ofrece la posibilidad de implementar prácticamente cualquier medida sin mayores contratiempos, sobre todo con una base de reconocimiento popular y aprobación, ante los que el mejor discurso de los técnicos opositores queda neutralizado. Empero, el gobierno no debe optar por la utilización de sus mayorías, por el contrario, aun cuando las críticas no siempre agradan, deben ser -al menos- escuchadas, utilizados, consideradas o desechadas, pero sí observarlas, saber de ellas.

La actual crisis sanitaria por el Covid-19 ha dejado de manifiesto esta realidad política. La oposición, señalada por su derrota moral, se ha empecinado en la mezquindad como práctica política, con la difusión de fake news, la crítica empedernida no siempre sustentada, solamente por mencionar algunas prácticas. Estas prácticas no abonan en la construcción de un ambiente de calma social y confianza en el ejercicio de gobierno, por ejemplo, al momento de ofrecer servicios de salud.

Es erróneo señalar que en tiempos de crisis se debe facilitar la acción de gobierno y, entonces guardar silencio, eso sería un sinsentido. Por el contrario, los escenarios de riesgo exigen el mayor compromiso institucional y social para hacer frente a las amenazas, en este caso sanitarias, las críticas desde la sociedad son validad, valiosos, pertinentes y factibles, a fin de cuentas, la sociedad en su conjunto es la que está sujeta a los riesgos sobre la anhelada estabilidad contemporánea.

En el terreno de la política, cambia. Las críticas, los discursos agresivos y -aunque usted no lo crea- señalamientos por parte de expresidentes de la República, tienen otra finalidad, su derrota moral los inhabilitó para hablar de temas cotidianos en la vida de las personas: por ejemplo: seguridad, educación, empleo, corrupción; pero el coronavirus y las consecuencias que ha generado, les abrió el aspecto político para denostar e instalarse en la mezquindad como práctica política. Es paradójico que hoy y solamente hoy, sepan y conozcan cómo resolver los problemas y enfrentar las crisis, cuando en el pasado los yerros los describieron y la historia los marcó en el recuadro de la ignominia de la población.

Ahora bien, la situación que enfrentamos es por demás crítica y relevante, por ello la actuación del gobierno debe estar orientada desde la información, el conocimiento, la evidencia, la pericia técnica y, en general desde la planeación adecuada para reducir los impactos negativos sobre la población, la economía y las finanzas públicas. Definitivamente, es un reto. El presidente AMLO, fanático de la historia nacional, debe abandonar esa obsesión, la historia de México que muchas veces parecer ser el sincretismo entre mártires y héroes, lo definirá en buena medida por su actuación frente a esta delicada situación, surgida por un elementos no controlable, un virus del que aún se desconoce su capacidad destructiva pero que sigue avanzando.

En tanto, se debe exigir el cese de la mezquindad en la política para sustituirla por la responsable innegociable. Nos queda, como dijo Benedetti en su poema "¿Qué le queda los jóvenes?": Hacer futuro, a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente.